La República, símbolo de reconciliación naciona
La República, símbolo de reconciliación naciona
Unión Republicana

El Presidente de la República Española en el exilio, D. Diego Martínez Barrio, pronunció un discurso en París el 14 de abril de 1959, con motivo del XXVIII aniversario de la proclamación de la II República Española. A continuación, reproducimos el mensaje:

La República, símbolo de reconciliación nacional

ESPAÑOLES:
 
En vísperas del 14 de abril, me dirijo a vosotros. Utilizo la palabra hablada, atributo mayor de los humanos, ya que sirve indistintamente para enseñar, para orar, para discurrir y, sobre todo, para sostener el diálogo con los demás hombres. A través de la palabra expresamos en las horas felices el amor y la fe, en las del descarrío la protesta y el odio. Hablando conocemos la medida moral de nosotros mismos y hasta cuando algunos tomas prestada la obra ajena para comunicar sus pensamientos, rinden homenaje, queriendo o sin quererlo, a la voz que los recoge.
 
El lenguaje de los cañones es mortífero pero fugaz. Amedrenta al hombre sin atraerlo y apenas termina el combate la palabra recobra su imperio. Rápido o lento, el proceso de todas las dictaduras se tramita de igual forma: persiguen y condenan las opiniones, amordazan y encarcelan a los ciudadanos pero a la postre resultan víctimas del Verbo convertido en acción.
 
Los tiranos han adoptado la táctica de imponer silencio a los pueblos que sojuzgan. Tarea inútil. Además de trágicos fueron aleccionadores el suicidio de Hitler y la ejecución de Mussolini. La sangre pedía sangre y nuevamente se probó entonces que nadie escapa al destino de las iniquidades que haya cometido. Incluso esos gobernantes autoritarios de Centro y Sudamérica, sustraídos físicamente a la justicia de sus pueblos, son testimonios palpables de que todas las tiranías terminan en el cadalso o en la fuga.
 
¿Y España? ¿Y Franco? ¿Por qué se prolongan los sufrimientos del pueblo español? ¿Hasta cuándo va a durar el calvario? Hace 20 años terminó oficialmente la guerra civil, pero realmente persiste. Continúan las persecuciones; las leyes de excepción siguen vigentes; el lenguaje del odio no está proscrito de la literatura oficial ni de los farragosos discursos del dictador y si el régimen franquista no extermina ahora a los adversarios con la celeridad de antes es porque tiene la conciencia de su debilidad y el secreto temor de que los órganos de ejecución puedan resultarle desleales. Mas, como en ciertas almas sombrías perdura la sed de venganza y alguna vez que otras las palabras desvelan los pensamientos, el divorcio entre la España oficial y la España real se ha hecho mayor. Aquella sostiene la bandera de la guerra civil; las nuevas generaciones, el programa de la reconciliación nacional. Visiblemente está desarrollándose una gran corriente de opinión cuya característica principal es la de restaurar dentro de la Nación los valores esenciales de civilidad, tolerancia y progreso. El falso teorema, y además herético, de que la división del país proviene de la existencia de unos españoles netamente malos, enemigos de otros netamente buenos, ha caído en el descrédito. El mal y el bien andan repartidos y mezclados de tal manera que sólo por los frutos se conoce la naturaleza del árbol. ¿Puede jactarse la dictadura de su obra? ¿En qué aspecto político, moral o económico aventaja la sociedad de hoy a la que le precedió?. Ya no necesita la emigración forzar los argumentos para que el mundo, atónito, conozca la exacta estructura del régimen español, la sequedad espiritual de sus doctrinas y el fracaso total del ensayo. Paralelamente la política de ciertas naciones necesita cubrirse los ojos y cerrar los oídos ante la realidad trágica, único recurso al alcance de los torpes cuando se descubren los yerros cometidos. Por eso España no es hoy incógnita sino problema y cara a cara hay que enfrentarse con él y sus inmediatas consecuencias.
 
Echando el paso hacia adelante, nuestros compatriotas han emprendido el camino. No quiero entrar en el análisis de los medios que utilizan ni examinar la táctica que aconsejan. ¿Para qué? Son combatientes valerosos; les sonroja la condición a que han sido reducidos, y sin temor al castigo hacen su tarea. Públicamente vienen afirmando que desean la reforma de la sociedad nacional asentándola sobre bases de libertad y progreso social. Cierto es que algunos núcleos soslayan el problema de la naturaleza del régimen futuro, pero todos acatan la soberanía del país para fijarlo. ¿Puede reprocharse a esta juventud apasionada la desconfianza hacia las viejas formas políticas y hacia los hombres que nutrieron los cuadros de la segunda República?
 
Anticipándose a los recelos dije en Mensaje del año 1953:
 
«Ningún hombre representativo de la generación a que pertenezco obstaculizará los esfuerzos de la reconciliación. Nosotros, bien que mal, con menor fortuna de la esperada, hemos llenado unas páginas de la historia que no podrán repetirse literalmente. Otras generaciones están preparadas para el relevo y a ellas queremos transmitirles la antorcha, cuanto antes mejor».
 
Luego, en 1957, insistí:
 
«El régimen franquista, ya en los umbrales de la desaparición, al caer arrastrará los principios fundamentales de su política, pero quedarán grandes trozos de la armazón del sistema, cuyas partes nobles han de ensamblarse o integrarse en las fundaciones posteriores.
 
Este periodo de transición van a llenarlo, reunidas, las nuevas generaciones y las que doblan la curva de la vida: los obreros y los militares; los hombres de letras y los sacerdotes; los estudiantes y los maestros; los industriales y los comerciantes. España entera, removida por un aliento común de esperanza, pondrá mano en la tarea sin rencores y sin odios, impregnadas las almas de los sentimientos de paz, piedad y perdón que, al fin y a la postre, han logrado germinar».
 
Y por último, afirmé en 1958:
 
«La generación que fundó y gobernó la segunda República ha sido ya prácticamente sustituida por otra cuya frustración figura entre los peores crímenes del franquismo, y tras esa generación, no ensayada, comienza a plasmarse la madurez de una nueva hornada, rica en promesas y pletórica de esperanzas. La corriente que hizo posible el 14 de Abril de 1931 discurre, pública o subterránea, tiene sus guías y en ocasión propicia volverá a escribir la página gloriosa.
 
Lógicamente las características de este movimiento liberal, muy arraigado en la conciencia española, no son idénticas a las que tuvo entonces, pues ha cambiado la situación del mundo, pero en lo fundamental permanecen intactas porque forma parte del patrimonio eterno de los hombres».
 
Hoy, nuestra posición, la del Gobierno y la mía, es clara: defendemos la República como última expresión legal de la voluntad del país, y no plegaremos la bandera hasta que el pueblo, consultado en condiciones normales, dicte otra vez el fallo. Pero ni ahora, ni en las etapas que deberán preceder a esa consulta electoral, dificultaremos la acción de reconciliar a los españoles, ni las iniciativas renovadoras de los hombres colocados en vanguardia.
 
Sostener las Instituciones de la República constituye un sagrado deber para cuando integramos los órganos representativos; para mí, porque juré ante las Cortes reunidas solemnemente en la Ciudad de México el día 17 de agosto de 1945 cumplir las obligaciones del cargo que se me confería, y para el Gobierno porque al constituirse tomó sobre sí el honor de defender ante la opinión internacional y al lado de nuestros compatriotas el derecho imprescriptible de España al recobro de su libertad.
 
Por primera vez tómome la licencia de rendir público testimonio a la gratitud a los hombres que desde hace años integran el Gobierno de la República y a sus colaboradores inmediatos, dedicados, como yo, a perdernos entre la ciudadanía anónima cuando la Nación se haya liberado.
 
Forman hoy el Gobierno republicano el Presidente D. Félix Gordón Ordás, y los Ministros D. Fernando Valera Aparicio, D. Julio Just Jimeno y el general D. Emilio Herrera Linares. Les secundan como Delegados Consejeros D. José María Semprún en Italia, general D. José Asensio Torrado en Estados Unidos, D. José Antonio Balbontín en la Gran Bretaña, D. Vicente Álvarez Buylla en Venezuela, D. Claudio Sánchez Albornoz en Argentina, D. Manuel Martínez Feduchy en México y varias docenas de agentes oficiosos esparcidos por América, Asia, Europa y África. Lealmente me acompaña a mí en función de Secretario de la Presidencia D. Bernardo Giner de los Ríos.
 
Parece milagrosa tamaña reunión de voluntades a los 20 años del exilio, y más milagroso aún que estas actividades no hayan degenerado en mera rutina o mecánica prestación de servicios. La obra cotidiana iguala o supera a la de los años anteriores y ningún día termina sin haber enjugado muchas lágrimas, auxiliando a los compatriotas indefensos, fortalecida la autoridad moral de nuestra causa ante otros Gobiernos y reforzada la relación con los grupos democráticos del interior del país.
 
¿Se puede hacer más? Posiblemente, sí. Mucho más se haría si las democracias gobernantes en la América de habla española siguiera el ejemplo de México y, tomando como propia nuestra causa, restablecieran la solidaridad truncada entre la España real, que no es la del general Franco, y los Estados americanos, hijos espirituales de Bolívar, Martí, O'Higgins, San Martín, Artigas y Santander.
 
Mucho se haría, en otro aspecto, si la emigración acudiera fiel a la cita que nos da la Historia. ¿Vivo yo en un mundo irreal cuando os hablo? ¡No! Expreso simplemente los frutos de mi experiencia personal. Los hombres que saben lo que quieren y como lo quieren, que ponen la voluntad al servicio de la empresa trazada, y de antemano se niegan al pesimismo y los desfallecimientos de la voluntad, consiguen siempre, o casi siempre, la victoria. Para triunfar se necesita fe, constancia y resolución. Ese es nuestro caso. Todo lo demás viene de añadidura.
 
Lo demás en la coyuntura histórica es el recobro de la libertad, el ejercicio de los derechos ciudadanos, la vida normal en una España pacificada, progresiva y trabajador. Lo demás sería la República, también.
 
En el destierro, abril de 1959.
 
Diego Martínez Barrio
 

Fuente → unionrepublicana.es 

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