El gran ejemplo de Manuel Azaña
El gran ejemplo de Manuel Azaña
Amador Palacios
Fotografía de Mey Rahola. Última imagen de Manuel Azaña

 

Un dilema, considerable, que le ocupó a Manuel Azaña, fue el dudar decidirse a ser un escritor o un político. Para lo primero él sabía que estaba dotado. Lo segundo, al principio, lo encaminó como una aventura, en la que iba logrando fines con la máxima dignidad, llegando a ser el ideal de la República Española, el supremo modelo a seguir en esa forma de nación herida. Su vocación política no supuso un abandono, aunque él creyera que sí, de su dedicación literaria, ya que sus escritos políticos, sus diarios, con esta orientación, sus discursos, son encomiables piezas acogidas perfectamente, por su corrección y gracia estilística, al género de la literatura.

Fue premio nacional de las letras por su obra sobre la vida de Juan Valera. Tradujo del inglés el delicioso libro de George Borrow titulado La Biblia en España, una magnífica entrega donde el viajero Borrow relata sus andanzas por nuestro país vendiendo biblias protestantes en la época de la Primera Guerra Carlista, entre 1835 y 1840. Al tratar con un alto cargo público, si mal no recuerdo Mendizábal, éste le contestó: No necesitamos biblias, pero sí cañones, ¡cañones!

Las dos obras muy conocidas de Azaña, El jardín de los frailes y La velada de Benicarló, puramente literarias, se tienen, con mucho merecimiento, por dos obras maestras. En 1934 se publicó La invención del Quijote y otros ensayos, apareciendo en 2005  una edición facsímil prologada por Andrés Trapiello. El estilo de Azaña es muy fluido. Los significados en su escritura, los conceptos, son muy precisos, y los significantes, las expresiones elegidas, en muchas ocasiones ganan en desenfado, socarronería, y hasta se lucen, muchas veces, como atractivamente chuscas.

La República, según escribe Manuel Azaña, y en esta ocasión comunicando con el pueblo de Madrid el 13 de noviembre del 37, la República «es el régimen jurídico de la libertad». La cual acoge incluso, «alcanza incluso a los mismos enemigos de la libertad; guste o no guste.» El ideario de la República y la persona de Manuel Azaña son sinónimos. Y hoy podemos decir, con anhelo, que podemos sustituir el periodo de la República Española que vivió desde 1931 a 1939, por un diáfano, y sempiterno, ideal republicano, como la más justa mira social. Sabemos que hay dictaduras que, nominalmente, son repúblicas. Aquellas que ostentan, espuriamente, el sentido cabal del término. República es sistema exacto de gobernar con equidad. No hay otro.

Manuel Azaña fue un auténtico político, mientras todos los demás eran politiqueros; es decir, para éstos primaban, sobre todo, sus intereses particulares o el interés de sus partidos. Azaña fue escrupulosamente insobornable, no entró en ninguna corruptela. Durante su mandato como Presidente de la República era líder de Izquierda Republicana. Sin embargo, él afirma de manera tajante: «No se puede hacer política de partido desde el Gobierno».

Existe un libro muy recomendable, Manuel Azaña, símbolo del ideal republicano, de Arturo del Villar Santamaría, una obra breve, en verdad un opúsculo, que ofrece todas las claves de la personalidad y el quehacer de Azaña. En él, el autor afirma que Azaña tuvo una suma importancia, para todos; naturalmente para los republicanos, pero también para los rebeldes, pese al inmenso odio que le tuvieron. También Del Villar sostiene que si en el momento de estallar el levantamiento Azaña hubiese sido Ministro de la Guerra, que lo fue anteriormente, los acontecimientos se hubiesen encadenado de otra manera. Ya que, siendo Presidente de la República, logró reorganizar el ejército popular de un modo disciplinado. Hubo republicanos que, al ser fusilados, sus últimas palabras, frente al pelotón de fusilamiento, no fueron ¡Viva la República!, sino ¡Viva Azaña!

Los españoles en guerra se imprimió por primera vez en 1939 por la editorial Ramón Sopena, en Barcelona. La edición no llegó a distribuirse, destruida por la administración franquista una vez acabada la contienda. Hasta 1977, publicada por la editorial Crítica, no vio la luz. Contiene cuatro discursos de Manuel Azaña, pronunciados durante la guerra, y el prólogo del volumen es de Antonio Machado, donde avisa con mesurado elogio: «Nada superfluo encontraréis en estos cuatro discursos. Don Manuel Azaña es maestro en el difícil arte de la palabra: sabe decir bien cuanto quiere decir, y es maestro en un arte más excelso que el puramente literario y mucho más difícil: sabe decir bien lo que debe decirse.»

El segundo de los discursos impresos lo pronunció en la universidad de Valencia el 18 de julio de 1937, primer aniversario  de la rebelión contra el régimen republicano. En él, Azaña hace un perfecto diagnóstico de la realidad de España a partir de ese momento: «En el mes de julio del año 36 había en España un régimen político legítimo, reconocido por todas las potencias del mundo y en buena paz y amistad con todas ellas. Nadie lo habrá olvidado, nadie lo podrá negar.» El golpe no triunfó en las grandes urbes españolas, Valencia, Madrid, y en las zonas industriales, Barcelona, el norte de España. Entonces, ¿qué ocurrió? Azaña lo pone en claro: «Sin auxilio de las potencias extranjeras, la rebelión militar española habría fracasado.»

Azaña se pregunta y se responde por los motivos de esta invasión extranjera en España: «¿Cuál es, pues, el motivo de esta invasión injusta? Ya en el año pasado decíamos que no es por derrocar la República. No les importa mucho el régimen político interior de España, y, aunque les importase, tampoco eso justificaría la invasión. No. Vienen a buscar las minas; vienen a buscar las primeras materias; vienen a buscar los puertos, el Estrecho, las bases navales del Atlántico y del Mediterráneo.» Franco pagó gran parte de la copiosa y valiosa ayuda alemana en especie: el codiciado wolframio, tan útil para los tanques germánicos, las naranjas. Tenemos la hora que tenemos, no una hora menos como en Portugal, lo lógico, para satisfacer los horarios de transporte comercial con la Alemania de entonces.

Ha cundido mucho, hoy día, la suposición de que la guerra civil era simplemente la confrontación de dos bandos, por las buenas, con la simple intención de a ver quién ganaba en esa lucha fratricida. No es así. La República, que no quería la guerra, hizo la guerra en defensa propia, al ser atacada por esos corruptos sistemas orientados a la monarquía acaparadora e injusta. Azaña, en su discurso, insiste en que «no nos batimos por abstracciones ni,  como se dice por ahí fuera, estamos sosteniendo una guerra entre dos ideologías. ¿Qué es esto de una guerra entre dos ideologías? Yo no sé cuál es la del adversario; pero nosotros nos batimos porque queremos seguir siendo españoles libres y respetados en todas partes. ¿Esto es una ideología peligrosa?»


Fuente → fronterad.com

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