Hambre en la España de Franco: ¿atolladero o subterfugio de la dictadura?
Hambre en la España de Franco: ¿atolladero o subterfugio de la dictadura? / Carlos Joric 

Ni la guerra, ni el bloqueo internacional ni la “pertinaz” sequía. La principal razón de la hambruna que se desató en la España de posguerra no fue otra que la autarquía 
 
“Ni un hogar sin lumbre, ni una familia sin pan”. Esta promesa, repetida por el general Franco en sus discursos durante la Guerra Civil, no se cumplió. La “nueva España” forjada por los vencedores pasó frío y hambre. Tanto es así que la situación que se vivió en los años cuarenta se puede calificar de hambruna.
 

Según las estimaciones, entre 1939 y 1942, al menos doscientas mil personas murieron en España de inanición o enfermedades derivadas de la malnutrición. Teniendo en cuenta que el período de carestía se alargó durante más de una década, hasta 1952, las cifras podrían superar, ampliamente, el número de muertos durante la guerra en el frente, estimados también en unas doscientas mil personas.

¿Por qué España se murió de hambre? Según el discurso del régimen franquista, las causas fueron tres: las consecuencias de la Guerra Civil, la “pertinaz” sequía y el bloqueo internacional. Franco echó la culpa, primero, a la destrucción provocada por “los rojos”: alegaba el caos organizativo desatado en la zona republicana, las destrucciones causadas por la “revolución marxista” y el egoísmo de los “jefezuelos rojos”, que habían robado el oro de las arcas nacionales y vivían lujosamente en París.

Cuando este argumento dejó de tener sentido, se culpó al cielo. La prolongada sequía que sufrió el país en el ciclo agrícola de 1944-1945 sirvió para justificar la escasez de alimentos durante los siguientes años. Una carestía que se vio agravada, según el régimen, por el aislamiento internacional. Este tercer motivo estuvo presente en los discursos oficiales durante toda la década de 1940.

Lo que la propaganda esconde

El gobierno franquista no mintió: hubo destrucción, sequía y aislamiento internacional. Pero no dijo toda la verdad. Los destrozos materiales de la guerra no fueron tantos como pretendía el régimen y no afectaron de la misma manera a todo el territorio. El impacto se notó, sobre todo, en los transportes y las infraestructuras, y no tanto en el campo o la industria. En el caso de la vivienda, los daños fueron cuantiosos, pero muy localizados.

En cuanto a la prolongada sequía, la falta de agua afectó gravemente a la temporada agrícola de 1945 (el “año malo” lo llamaron los agricultores de la época) y, de forma menos generalizada, a la de 1949. Pero no fue un fenómeno persistente durante toda la década.

Comida navideña para niños pobres en el barrio de Doña Carlota, en Vallecas (Madrid), 1941.

Comida navideña para niños pobres en el barrio de Doña Carlota, en Vallecas (Madrid), 1941. EFE / Álbum

Y en lo que se refiere al aislamiento, no fue tan duradero ni obligado como se denunciaba. En primer lugar, porque ese ostracismo fue propiciado, en gran parte, por el propio régimen con su adopción de una política económica autárquica. Cuando, a finales de los años cuarenta, el gobierno asumió que ese sistema no funcionaba, lo justificó afirmando que había sido impuesto desde el exterior, que se habían visto forzados a aplicarlo por el bloqueo internacional.

En segundo lugar, porque ese bloqueo internacional no se hizo efectivo hasta 1946. Anteriormente, Franco mantuvo relaciones comerciales con Italia y, sobre todo, con Alemania, con la que había contraído importantes deudas de guerra. Durante la época de más hambruna, España exportó grandes cantidades de artículos de primera necesidad a Roma y Berlín.

La dictadura española fue condenada por la ONU, siendo excluida de los planes de recuperación de posguerra. Aun así, el comercio exterior de España no se paralizó. En 1947, Franco firmó un acuerdo con la Argentina de Juan Domingo Perón, que le permitió abastecerse de trigo y paliar las consecuencias de las malas cosechas de los años anteriores.

El fracaso de la autarquía

La principal razón para explicar por qué la depresión posbélica española fue tan profunda y duradera la encontramos en la política económica adoptada por el régimen franquista. El nacionalismo tradicionalista, el militarismo y el antiliberalismo de las fuerzas sublevadas fueron los motores ideológicos que la impulsaron.

La España de posguerra, pobre, atrasada y en gran parte analfabeta, era para Franco “un país privilegiado que puede bastarse a sí mismo”. Esta idea se tradujo en un intervencionismo total de la economía por parte del Estado, que implicó un control “disciplinario” de los precios, según la retórica del régimen.

ESPAÑA: POSGUERRA.- Madrid, 1-12- 1940.- Despacho de pan en Madrid. Cartillas de racionamiento. EFE/nr

 Despacho de pan en Madrid. Cartillas de racionamiento. REDACCIÓN / EFE

La dictadura pretendía paliar la escasez de posguerra y alcanzar el autoabastecimiento del país. La realidad fue muy distinta. El control de los precios, fijados por debajo de los del mercado, desincentivó a los productores, provocando una reducción de la producción de artículos intervenidos (los de primera necesidad) y, por tanto, de la oferta.

Para salvar la diferencia de precio, los productores utilizaron dos estrategias. Por un lado, redujeron los costes de producción, lo que acabó repercutiendo en la calidad de los productos (por ejemplo, el pan negro). Y, por otro, vendieron su mercancía más valiosa (el pan blanco) a precios más altos fuera de los cauces oficiales, provocando escasez de productos en el mercado regular y favoreciendo la aparición del mercado negro, el estraperlo.

Otra consecuencia de estas medidas económicas fue la corrupción. El control de la distribución de los productos por parte de las instituciones propició el favoritismo. Los gestores tendían a beneficiar a las personas afectas al régimen. Además, figuras prominentes de la dictadura, en connivencia con los órganos burocráticos del régimen, se sirvieron de su posición para lucrarse con el estraperlo. Surgió así una clase de grandes estraperlistas (terratenientes, gobernadores, empresarios, altos mandos militares, líderes falangistas) que acumularon grandes fortunas a costa de la miseria de gran parte de la población.

La labor de la beneficencia

Auxilio Social fue el principal instrumento estatal de beneficencia durante los primeros años de la dictadura. Creada durante la Guerra Civil en el bando sublevado, en 1937 pasó a formar parte de la Sección Femenina de Falange. Comedores, guarderías y asilos surgieron por toda la España franquista.

Tras el fin de la guerra, Auxilio Social continuó con su actividad. Sin embargo, a pesar de ser una institución amparada por el régimen, apenas recibió apoyo económico estatal. La mayor parte de la financiación corrió a cargo de la propia organización.

Voluntarias de Auxilio Social, organización benéfica fundada por Mercedes Sanz-Bachiller en 1936.

Voluntarias de Auxilio Social, organización benéfica fundada por Mercedes Sanz-Bachiller en 1936. EFE / Álbum

Durante la posguerra fue muy común ver a voluntarias de la Sección Femenina pidiendo donativos por la calle, vendiendo almanaques o participaciones para sorteos y organizando eventos benéficos, como meriendas “patrióticas”, actuaciones folclóricas o corridas de toros. También se instauró la llamada “ficha azul”, esto es, una suscripción periódica a la organización con un importe mínimo fijado por el Estado.

La dictadura, a través de la propaganda, exhortaba a los españoles a contribuir con Auxilio Social como un deber moral y patriótico más. A pesar de la presión estatal, la financiación de la organización empezó a decaer a partir de 1940, así como su actividad. Un descenso que coincidió con los años más duros de la posguerra. A partir de los años cincuenta, Auxilio Social perdió su protagonismo en favor de las organizaciones caritativas de la Iglesia, poniéndose de manifiesto las disputas entre falangistas y nacionalcatólicos dentro del régimen.

Caridad y adoctrinamiento

Auxilio Social no solo llevó a cabo una labor benéfica, sino también ideológica. La situación de necesidad extrema de muchas familias generó una relación de dependencia con las organizaciones de socorro, utilizada por la dictadura para difundir los valores del nuevo régimen –particularmente, entre la infancia–,naturalizar las desigualdades sociales y de género y promover la sumisión a las jerarquías gubernamentales, militares y eclesiásticas. Los comedores sociales y guarderías, decorados con simbología falangista y católica, ofrecían pan y refugio, pero también pedagogía y disciplina ideológica.

La percepción entre la población más necesitada de que el régimen estaba haciendo algo por ellos para paliar su hambre –aunque esta estuviera siendo provocada, en gran medida, por el propio régimen– tuvo efectos muy positivos para la dictadura: creó nuevas fidelidades y favoreció su legitimación y consolidación.

Dicha percepción fue fundamental para que la dictadura se apuntara con éxito el mérito de la mejora de las condiciones económicas a partir de los años cincuenta. Esta cuestión ha abierto un debate sobre la intencionalidad política de la gestión del hambre, sobre si el control del reparto de los productos más básicos fue utilizado como arma de represión, como estrategia punitiva para doblegar a los vencidos y controlar a las capas populares.

El impacto que tuvo sobre la población y su duración han llevado a algunos investigadores a apuntar en esa dirección. ¿Fue una estrategia deliberada para apuntalar la dictadura, una forma más de represión franquista de posguerra? ¿O, como sostienen otros, un fatal error de cálculo sobre las necesidades de la población, a causa de la negligencia del régimen en materia económica? Sea como fuere, las consecuencias para cientos de miles de españoles fueron devastadoras.

Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 658 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.


Fuente → lavanguardia.com

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