¿España no tuvo colonias? Apuntes sobre franquismo y cuestión colonial en el Estado español
¿España no tuvo colonias? Apuntes sobre franquismo y cuestión colonial en el Estado español / Javier García Fernández
 
Comitiva del dictador Franco a su paso por la calle de Alfonso I, llegando a la plaza del Pilar de Zaragoza en 1946. Acompañado de la llamada Guardia Mora que estaba compuesta por ciudadanos marroquíes y ejerció de escolta de gala del General golpista hasta en 1958. - flickr

Las declaraciones del ministro Ernest Urtasun sobre los planes del Ministerio de Cultura para superar el marco colonial de los museos españoles han provocado de nuevo una ola de pánico entre los historiadores conservadores españoles. En concreto, el pánico se ha extendido al entramado de divulgación histórica española y los medios de comunicación conservadores. Lo mismo ocurrió hace unos meses cuando su homólogo en la anterior legislatura, Miquel Iceta, se atrevió a afirmar tímidamente la necesidad de revisar las visiones coloniales en las colecciones estatales. Si bien es cierto que estamos asistiendo a un arrebato de la derecha historicista, académica y divulgadora, no es menos cierto que la izquierda no tiene la misma capacidad de reacción frente a esta cuestión.

En cuanto a si España tuvo o no colonias, el debate en sí es una falacia. Lo importante no es si llamamos virreinatos (como la Corona de Castilla llamó a los territorios americanos), colonias (como se llamó Cuba, Puerto Rico y Filipinas), protectorados (como se llamó Marruecos español), provincias de ultramar (como se refirió a Guinea ecuatorial y al Sáhara español), o regiones ultraperiféricas (como la Unión Europea llama actualmente a las Islas Canarias) o ciudades autónomas (como se llama de Ceuta y Melilla). El concepto de colonia se refiere a una situación de dominación extranjera de un territorio mediante el control militar, la dominación política, la dependencia económica y la inferización cultural. En este sentido, la Corona de Castilla, la Monarquía Hispánica y el Reino de España han tenido territorios dominados colonialmente en los últimos quinientos años.

Parte de la sociología histórica y de la historiografía moderna coinciden en que la Corona de Castilla fue la primera autoridad política en Europa que tuvo territorios colonizados desde la perspectiva moderna del término, es decir, dominación colonial asociada a explotación económica, genocidio cultural y subordinación política. Y estas primeras experiencias de dominación política que Castilla y Aragón desarrollaron en el norte de África, el Caribe y Latinoamérica se pusieron a prueba durante la conquista de Al-Andalus, que fue el laboratorio fundamental para la formación políticas coloniales que más tarde se desarrollarían fuera de la península. Me refiero a la división racial, la economía política del despojo y el reparto de tierras por derecho de conquista y la subordinación de los territorios a la autoridad política conquistadora.

La conquista, presencia y explotación peninsular del Caribe y América Latina fue fundacional de lo que llamamos la modernidad occidental (que incluye el capitalismo histórico, la política de división racial y el patriarcado occidental-cristiano). Sin embargo, lo que comúnmente se conoce a las ciencias sociales como colonialismo contemporáneo o imperialismo fue el modo específico de dominación colonial que empezó a producirse tras la crisis del Imperio español en el siglo XVIII y la nueva hegemonía internacional de naciones del norte de Europa como Francia, Gran Bretaña, Alemania, Bélgica y Países Bajos. La crisis en la que cayó la monarquía española se produjo después de más de tres siglos de dominación colonial en América y un cambio de dinastías, de los Habsburgo a los Borbones, que francoturizó un modelo organizativo que había nacido como un pacto entre la monarquía y las nuevas élites locales nacidas después de las conquistas y que se transformó en un modelo borbónico extremadamente centralizado que fue incapaz de arraigar institucionalmente en los territorios americanos.

Desde finales del siglo XVII y sobre todo en el XVIII, una industrialización emergente en Gran Bretaña produjo un fuerte dominio político en el Atlántico a través de la presencia de las XIII Colonias en Norteamérica y de forma muy exponencial con la presencia británica en Asia después de las Guerras del Opio en el siglo XIX.

Similar fue el caso de Francia, el segundo imperio (el primero había sido el napoleónico que había llegado a Egipto con el robo de la Piedra Rosetta en 1799) que experimentó una brutal expansión tras las crisis del mundo otomano en el norte de África, y la expedición francesa a Argelia en 1830 que le llevó a conseguir el control de todo el norte de África, y de una parte importante de Asia y África. Los casos de Bélgica y Holanda fueron similares, impulsados ​​por el cierre de las tierras comunales, la incipiente industrialización, el comercio de esclavos y un modelo de metrópoli colonial basado en un Estado reducido, bajo el control de una burguesía altamente organizada con objetivos económicos en todo el mundo.

Los antiguos imperios ibéricos de España y Portugal habían perdido su hegemonía internacional, pero se incorporaron al colonialismo de nueve tipos. España perdió el Virreinato de La Plata, Nueva España, Perú, Río de la Plata y Nueva Granada en las primeras décadas del siglo XIX, pero mantuvo Cuba, Puerto Rico, Filipinas, y reforzó su presencia en África en la primera mitad del siglo XIX en Guinea Española, y en las primeras décadas del siglo XX fundó el Protectorado de Tetuán (1912). Pero también es fundamental el papel que desempeñó la burguesía española en el tráfico de esclavos durante la llamada segunda esclavitud en el siglo XX, como ha descrito, entre otros, Martín Rodrigo y Alharilla. La trata de esclavos en los territorios que España pudo retener tras las independencias americanas no le permitió ser una potencia colonial de primer orden, empezando así un largo ciclo de crisis imperial y pérdidas territoriales que desembocó en la pérdida en 1898 de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, con el fin del llamado Imperio Español. Pero los restos del post-Imperio continuarían desmoronándose. En 1956 se independizó del Protectorado de Marruecos, en 1968 el de Guinea Ecuatorial, en 1975 Marruecos ocupó el Sáhara Occidental y en 2017 estalló en tierra peninsular una crisis territorial sin precedentes con el proceso independentista catalán, que sólo puede entenderse como un eco historia del desmembramiento del Imperio español.

Entre 1989 y 1917, en menos de dos décadas, se desintegraron en Europa cinco viejos imperios: el alemán, el austrohúngaro, el ruso, el otomano y el español. Los cinco se definían como herederos del Imperio Romano y, como ha señalado Aimé Cesaire, su decadencia daría lugar a culturas políticas autoritarias que devolverían a Europa la violencia que las metrópolis habían desarrollado contra los pueblos colonizados. En efecto, el auge del fascismo, del nazismo y del franquismo nacieron como culturas políticas autoritarias de la nostalgia imperial que pretendía reconstituir los grandes imperios territoriales desmembrados varias décadas antes, a principios del siglo XX.

Una de las cuestiones sui generis del caso español es que, a diferencia del nazismo alemán y del fascismo italiano, el franquismo fue una cultura política directamente heredada del colonialismo español en el Caribe, América Latina y el Norte de África. Casi todos los líderes del golpe militar de 1936 eran militares que habían pasado casi toda su vida en las colonias. El padre de Franco había luchado en Filipinas y Franco pasó la mayor parte de su vida en el norte de África. José Sanjurjo, Miguel Cabanellas y Gonzalo Queipo de Llano empezaron su carrera militar en Cuba y más tarde, junto con Emilio Mola, fueron destinados al Protectorado de Marruecos. Millán Astray combatió en Filipinas y más tarde fue destinado a Argel, donde fue adiestrado en el funcionamiento de las tropas coloniales francesas y posteriormente formó el cuerpo del Tercio de Extranjeros, más tarde conocido como La Legión, una tropa colonial creada a imagen y semejanza de la Legión Extranjera francesa, una tropa compuesta por población autóctona para sofocar levantamientos y aplastar la resistencia civil en las colonias francesas del norte de África.

Todos los militares de alta graduación de las tropas coloniales españolas como Sanjurjo, Mola, Cabanellas, Queipo, Franco, Astray... encabezaron un golpe de Estado que logró el poder en la Península, volviendo al corazón de la metrópoli la violencia colonial que el ejército español había desarrollado hasta entonces en los territorios coloniales. El llamado genocidio español, el exterminio físico del enemigo político (población indígena o combatientes republicanos), la violencia cultural contra la población local, las formas de trabajo forzoso, la recuperación de las narrativas imperiales, los discursos civilizatorios, la recentralización estatal, los campos de concentración, los procesos económicos extractivistas, el despojo, la usurpación de tierras y propiedades fueron formas de dominación colonial que los militares españoles llevaron de nuevo a la península. De esta forma, los artífices del golpe de Estado establecieron un gobierno de estilo colonial que cristalizó en España en 1939.

Además de todas las consecuencias descritas anteriormente, el colonialismo español también regresó a la península en forma de batalla cultural que es la que de nuevo se está librando hoy, la batalla de Franco por la colonización de la historia y la cultura. Franco y la élite de la dictadura concedieron desde el principio una importancia central a los relatos históricos. Cabe recordar que a pesar de una visión mediocre y sombría que cierta izquierda ha tenido de la Legión, entre la tropa colonial de los años veinte proliferaron las sociedades de estudios sobre temas coloniales, como la Revista África, la Revista de Tropas coloniales , y se va producir una tensión intelectual y teórica en el seno del naciente fascismo español. Después de 1939, el mismo régimen franquista libró la batalla cultural por el pasado, apropiándose especialmente de los legados del Imperio español, de modo que el impulso de los museos sobre temas coloniales proliferó al primer franquismo. El actual Museo de la Alhambra de Granada se inauguró como Museo Nacional de Arte Hispano-Musulmán en 1940, el actual Museo Etnológico y de Culturas del Mundo de Barcelona se creó como Museo Etnológico y Colonial en 1949, y el Museo de América de Madrid se inauguró en 1941. Además, el propio CSIC se creó en 1940 después de la erradicación de la Junta por la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, institución nacida de la Institución Libre de Enseñanza. En la nueva configuración, la dictadura franquista incluyó 'Escuela  de  Estudios  Hispano-Americanos   i  l 'Instituto  de  Estudios  Africano s el 1945.

Esto nos indica que las actuales instituciones culturales, científicas y museísticas relacionadas con el mundo colonial o con el legado colonial español están directamente atravesadas por el golpe de Estado y la reestructuración del poder y de las instituciones culturales que llevarán a cabo los militares coloniales una vez terminada la Guerra Civil. Esto implica que en el caso español, la descolonización está atravesada por la democratización y revisión de los legados de la dictadura militar. Descolonizar implica acabar con el legado del colonialismo español que la dictadura impuso a las instituciones culturales y científicas del Estado.

*Javier García Fernández es historiador e investigador de la Universidad Pompeu Fabra. Investigador principal del proyecto 'La España Imperial de Franco. Fascismo, Imperio y cuestión colonial en la España del siglo XX', financiado por la Dirección General de Memoria Democrática, Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática.


Fuente → blogs.publico.es

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