El acuerdo Haavara entre el Gobierno de Hitler y la Federación Sionista de Alemania llevó 60.000 judíos a Palestina y supuso un balón de oxígeno clave para los nazis
La llegada de Hitler al poder el 30 de enero de 1933 fue respondida con un boicot a nivel mundial promovido por las organizaciones judías de todo el mundo, poniendo la economía alemana al borde del colapso. La respuesta alemana llegó el 1 de abril con la convocatoria de un boicot antijudío que consistió en pedir a la población que no comprase en las tiendas de las que sus propietarios fuesen judíos.
El 13 de mayo de 1933, el ministerio de Economía Alemán aprobó un proyecto que había negociado con el líder sionista Sam Cohen mediante el cual se organiza la emigración a Palestina de alemanes de origen judío. Los candidatos deberían disponer de al menos 1.000 libras esterlinas en divisas, una cantidad importante para la época. El chiste del acuerdo estaba en que los migrantes no sacarían un marco de Alemania. El dinero que tuviesen quedaba en una cuenta administrada por una sociedad controlada por los sionistas, Hanotea, que se encargaría de compensar esa cesión de dinero en forma de vivienda y terrenos en Palestina. Esta empresa se comprometía, además, a importar de Alemania los productos que necesitase en el futuro, pagándolos de ese fondo que habían generado los judíos migrantes. El valor del terreno y la vivienda que les iban a dar en Palestina ni siquiera suponían el 50 % de las mil libras. El resto se lo quedaba la sociedad sionista.
Los términos del acuerdo provocaron el rechazo de los posibles candidatos. El hecho de no poder sacar dinero forzaba a los migrantes a llevar un futuro agrícola que no les hacía la menor ilusión y para el que la inmensa mayoría no estaba preparada. Además, las propiedades en Palestina quedaban a nombre de la sociedad sionista por lo que tampoco podían pensar en vender y rehacer su vida dónde y cómo les pareciese. La mayoría de los alemanes de origen judío no eran campesinos y se englobaban en lo que llamaríamos profesiones liberales, obreros y un pequeño porcentaje de comerciantes y empresarios.
Este rechazo llevó a Chaim Arlosoroff, otro líder sionista, a pactar
un par de mejoras que acabarían en el definitivo acuerdo Haavara, que
significa “transferencia” en hebreo. La principal novedad consistía en
que los migrantes podrían recuperar en Palestina parte del dinero que
poseían en Alemania, hasta un máximo de 4.000 libras. El acuerdo se
instrumentalizaba a través de la sociedad anónima PALTREU (Sociedad fiduciaria palestina
para el asesoramiento de los judíos alemanes) y de la empresa Haavara
Ltd. Estas sociedades debían hacer sus transacciones a través de dos
bancos de Alemania (Wasserman y Warburg), un banco inglés, el
Anglo-Palestine Bank, y un banco palestino establecido en Jaffa desde
1868, el Bank der Templer ( El Banco de los Templarios).
El modus operandi lo explica Iván Gómez Avilés en su libro Acuerdo Haavara, el pacto entre nazis y sionistas: “Los
judíos que deseasen emigrar debían liquidar su dinero en las cuentas de
la sociedad PALTREU, ya fuese en el banco Wasserman o Warburg. Con este
capital se compraban productos alemanes que serían exportados
principalmente a Palestina, pero también a otros países. La sociedad
Haavara Ltd. recibía la mercancía y, una vez vendida, los emigrantes
recuperaban su dinero después de descontar las comisiones pertinentes en
favor de los bancos y entidades que gestionaban las operaciones. Este
proceso implicaba la pérdida del capital judío que excediese las
cantidades límite impuestas por el Gobierno alemán para poder abandonar
el país [4.000 libras], pero, a pesar de ello, decenas de miles de judíos participaron en el proyecto”.
El Haavara, que entró en vigor en agosto de 1933, tenía la virtud de
dar a las dos partes lo que deseaban: a los nazis, limpiar Alemania de
judíos, y, a los sionistas, sentar las bases del futuro
Estado judío. Por si fuera poco, ambos hacían negocio. Además, al
Gobierno nazi le sirvió de escaparate para su propaganda en el exterior.
Dada la resistencia de la población alemana de origen o religión judía a dejar su país, la federación sionista, la única organización judía legal, con el apoyo de las autoridades nazis, llevó a cabo una intensa campaña de propaganda para convencer a los judíos alemanes de las virtudes de la emigración. Para ello contaron con su órgano de prensa, el Jüdische Rundschau (La Revista Judía *), el único periódico judío permitido por los nazis, que multiplicó su tirada durante estos años. La campaña a favor de la emigración también estuvo presente en los medios nazis. En mayo de 1935, el periódico oficial de la SS, Das Schwarze Korps, proclamó su apoyo al sionismo en un editorial que aparecía en la primera página: “Puede no ser lejano el tiempo en que Palestina podrá de nuevo recibir a sus hijos que han estado alejados de ella por más de mil años. Nuestros mejores deseos, junto con la buena voluntad oficial, van con ellos”. La cita es del trabajo “El sionismo de Hitler”, del historiador Mark Weber.
No sólo la propaganda mediática estuvo a favor del Haavara. Los sionistas tuvieron apoyo material para fomentar y organizar la “transferencia”. Lo cuenta Francisc Nicosia en El Tercer Reich y la cuestión palestina: “Los sionistas fueron alentados a llevar su mensaje a la comunidad judía, colectar dinero, mostrar películas sobre Palestina y, en general, educar a los judíos alemanes sobre Palestina. Hubo una considerable presión para enseñar a los judíos en Alemania a dejar de identificarse como alemanes para despertar en ellos una nueva identidad nacional judía. En una entrevista después de la guerra, el exdirigente máximo de la Federación Sionista de Alemania, Dr. Hans Friedenthal, resumió la situación: “La Gestapo hizo de todo en aquellos días para promover la emigración, particularmente a Palestina. Recibimos a menudo su ayuda cuando requeríamos algo de otras autoridades con respecto a la preparación para la emigración.”
Según Weber, los sionistas también contaron con ayuda material: “En
cooperación con las autoridades alemanas, los grupos sionistas
organizaron una red de unos cuarenta campamentos y centros agrícolas a
lo largo de Alemania en donde los posibles colonos serían entrenados
para su nueva vida en Palestina”. Ayuda material y algo más, escribe
Weber: “El servicio de seguridad de Himmler cooperó con el Haganah, la
organización militar sionista clandestina en Palestina. La agencia de la
SS le pagó a Feivel Polkes, oficial de Haganah, por
información sobre la situación en Palestina y por la ayuda dirigiendo la
emigración judía a ese país. Entretanto, el Haganah se mantuvo bien
informado sobre los planes alemanes por un espía que logró incluso
implantar en la oficina principal de las SS en Berlín. La
colaboración de Haganah-SS incluyó entregas secretas de armamento alemán
a los colonos judíos para usarlas en choques con los árabes
palestinos”.
Aunque el acuerdo estuvo vigente hasta 1941, su operatividad murió cuando Gran Bretaña declaró la guerra a Alemania, después de que esta invadiese Polonia el 1 de septiembre de 1939. Los británicos tenían la llave que permitía o denegaba el ingreso de extranjeros en Palestina, su colonia desde 1917, así como el número y las condiciones. En los años del acuerdo Haavara, se había fijado un cupo de cinco mil judíos al año como medida para contentar a los sionistas a los que había prometido dejarles construir su “hogar judío”, sin enfrentarse excesivamente a la población autóctona, que ya había protestado en varias ocasiones durante los años 20, y sobre todo a los árabes con los que ejercía de potencia colonial.
Pero el cupo de los cinco mil tenía un pequeño agujero: las autoridades británicas no contabilizaban a aquellos que llegasen con un capital superior a 1.000 libras, una pequeña fortuna en aquellos años. Esto permitió a los sionistas llevar a Palestina en esos años el doble de los judíos teóricamente permitidos, además de un capital considerable. Dentro del cupo formal entraban miles de judíos jóvenes, “el mejor material biológico” en palabras de Adolf Eichmann, de escasos recursos, de origen polaco muchos de ellos, garantizándose una mano de obra fiel. Por fuera del cupo, ingresaban los judíos adinerados, lo que generó un capital importante con el que comprar terrenos a los latifundistas turcos e iniciar medianas industrias. En 1931, la población judía en Palestina ascendía a 174.000, lo que da una idea de la importancia numérica de los 60.000 que arribaron gracias al acuerdo Haavara. Una de las medidas que tomó la Agencia Judía Palestina fue la de contratar únicamente a judíos, lo que provocó importantes protestas de la población palestina, protestas que los británicos sofocaron con ayuda parapolicial sionista.
Gran Bretaña había apoyado a los sionistas desde la Primera Guerra Mundial en la que varios miles de judíos lucharon en la Legión Judía al lado de los británicos. En 1917 el Gobierno inglés le envió una nota a Rothschild prometiéndole crear un Hogar Nacional Judío en Palestina. Al finalizar la guerra, disolvieron la Legión, contrariando los deseos de los líderes sionistas que la veían como el germen de su ejército. El freno a la inmigración a partir de 1939 llevó al enfrentamiento armado entre los sionistas y los británicos. En noviembre de 1940, el Patria, un barco que había estado haciendo la ruta Marsella – Haifa, se encontraba fondeando en este puerto palestino. Los británicos habían embarcado a 1.900 judíos inmigrantes ilegales con la idea de llevárselos a la isla africana de Mauricio. Una organización sionista puso una bomba en el barco para impedir que zarpase. Murieron más de doscientos migrantes. La “prestigiosa organización sionista israelí Yad Vashen dice que la bomba fue colocada “por los combatientes de la resistencia judía”.
El acuerdo Haavara fue una baza propagandística importante para los nazis. Hitler lo utilizó en un discurso en septiembre de 1936: “En Inglaterra la gente afirma que sus brazos están abiertos para dar la bienvenida a todos los oprimidos, especialmente los judíos que se han ido de Alemania… Pero sería mejor si Inglaterra no hiciera que su gran gesto dependiera de la posesión de £ 1.000. […] Así, nosotros, los salvajes, hemos demostrado una vez más ser mejores seres humanos. Y ahora somos aún más generosos y damos al pueblo judío un porcentaje mucho más alto del que tienen en posibilidades de vida y mayor que el que tenemos nosotros.”
El acuerdo de colaboración nazi-sionista se acompañó de un curioso viaje de dos parejas a Palestina: un nazi de abolengo y su esposa, de una parte, y un funcionario sionista y su esposa, de otra. Todo con gran profusión mediática
El acuerdo de colaboración nazi-sionista se acompañó de un curioso viaje de dos parejas a Palestina: un nazi de abolengo y su esposa, de una parte, y un funcionario sionista y su esposa, de otra. Todo con gran profusión mediática. El barón Leopold von Mildenstein, miembro de la nobleza austriaca, nazi con carné desde 1929 y oficial de seguridad de las SS, y su esposa, viajarían acompañados por el funcionario de la Federación Sionista de Alemania Kurt Tuchler y su mujer, quienes les llevarían a conocer las colonias sionistas de Palestina: dos parejitas en viaje de luna de miel tras el casamiento Haavara.
Tan encantado estuvo el barón, que se quedó seis meses. Inició el viaje en tren desde Hamburgo a Marsella acompañando a un grupo de jóvenes pioneros sionistas que iban a instalarse en Palestina. A su regreso a Alemania, el periódico berlinées Der Angriff (El Ataque), unos de los principales medios nazis, creado y controlado personalmente por Joseph Goebbels, publicó doce reportajes ilustrados sobre la visita del barón. ¿Qué mejor muestra para desautorizar las acusaciones en el extranjero que este alarde de hermandad entre nazis y sionistas? Por si fuera poco, a Goebbels se le ocurrió acuñar como recuerdo una moneda con la estrella de David y la leyenda “un nazi viaja a Palestina”, en una cara, y una esvástica y la leyenda “y lo cuenta en Angriff”, en el reverso. A su vuelta de Palestina, el barón Mildenstein fue nombrado oficial de la Oficina Judía del Reich, el judenreferent, con la misión de promover la emigración de los judíos alemanes a Palestina. El cargo de Mildenstein lo ocuparía Adolf Eichmann en 1939. No es de extrañar que, cuando Eichmann fue secuestrado, juzgado y ejecutado en Jerusalén en 1960, a Mildenstein le faltase tiempo para reclamar públicamente inmunidad aduciendo que era agente de la CIA. Nadie lo desmintió.
Las leyes de Nüremberg de septiembre de 1935 fueron aplaudidas en las páginas de Jüdische Rundschau donde se publicó el comentario de que con dichas leyes Hitler estaba cumpliendo las demandas del Congreso Sionista Internacional en el que habían reivindicado ser considerados como un pueblo aparte
La buena sintonía entre nazis y sionistas se mantuvo toda la década a pesar de las sucesivas medidas contra los judíos, incluidas las Leyes de Nüremberg de septiembre de 1935, que fueron aplaudidas en las páginas de Jüdische Rundschau. Una de las razones del apoyo tal vez estaba en que estas leyes permitían a las organizaciones sionistas utilizar su bandera, que a la postre sería la de Israel, mientras que se prohibía a los alemanes de origen o credo judío utilizar la bandera alemana. El Jüdische publicó un comentario del jefe de la Agencia Alemana de Noticias en el que explicaba que, con las Leyes de Nüremberg, Hitler estaba cumpliendo las demandas del Congreso Sionista Internacional, reunido en Lucerna unas semanas antes, en el que habían reivindicado ser considerados como un pueblo aparte. No debería extrañarnos esta sintonía entre nazis y sionistas si tenemos en cuenta que una medida como la prohibición de los matrimonios mixtos era compartida y, de hecho, sigue vigente en Israel. Ni siquiera el pogromo de la noche de los cristales rotos de 1938 en el que fueron asesinado cientos de judíos puso fin a la cooperación. Muy al contrario, estos eventos sirvieron de lección para aquellos alemanes de origen o religión judía que se empeñaban en seguir aferrados a su ser alemán, para escándalo de unos y otros.
El acuerdo Haavara es un gran desconocido del gran público, a pesar de la importancia que tuvo a la hora de sentar las bases del futuro Estado de Israel. No se han producido grandes producciones cinematográficas de Spielberg sobre el tema. Tampoco habremos visto extensos reportajes en televisión, radio o prensa. Este silencio no es una casualidad. Les interesa a los sionistas, al Gobierno de Israel y a sus aliados: Estados Unidos y la UE.
Aunque intentan mantenerlo oculto, cuando no les queda otra, los sionistas defienden el acuerdo alegando que permitió salvar las vidas de miles de judíos que, de otra forma habrían acabado en las cámaras de gas. No es un argumento válido porque, en ese momento, ni los nazis sabían lo que harían nueve años después. Y, si por arte de magia, los sionistas lo hubiesen sabido, mayor delito tendría su colaboración. La cuestión es otra: como buenos nacionalistas, los sionistas pusieron su lucha nacional por encima de los derechos civiles de los alemanes. Que los nazis hubiesen desatado una persecución feroz contra los militantes de izquierda no les importó, no iba contra ellos. No fueron judíos los primeros en ser llevados y asesinados en los campos de concentración nazis. Eran fundamentalmente comunistas y socialistas. Les seguirían después delincuentes, disminuidos, homosexuales, gitanos… Hasta 1939, los judíos que sufrieron la represión hitleriana lo fueron por el hecho de ser de izquierdas, no por su condición de judíos. Pero esta es otra historia tan desconocida como la del acuerdo Haavara. No obstante, sí podemos intuir el daño que hizo a la población alemana ver cómo nazis y sionistas justificaban la expulsión de los alemanes de origen o credo judío. Cuando las masas gritaban “¡judíos a Palestina!” para expulsar a los judíos polacos o en la noche de los cristales rotos, no hacían otra cosa que repetir lo que se les había inculcado.
El acuerdo Haavara fue para los sionistas la gran oportunidad de “transferir” a Palestina a miles de judíos y millones de libras, para poner los cimientos del futuro Estado judío
En definitiva, el acuerdo Haavara fue para los sionistas la gran oportunidad que se les brindaba de “transferir” a Palestina a miles de judíos y millones de libras, para poner los cimientos del futuro Estado judío. Como buenos nacionalistas, nazis y sionistas estaban de acuerdo en lo fundamental: ambos se consideraban una especie aparte (la raza superior o el pueblo elegido), y ambos estaban convencidos de que los judíos no debían formar parte del pueblo alemán.
* El Jüdische Rundschau ha sido recuperado en 2014 por el empresario judeoalemán Rafael Korenzecher y se sigue editando, ahora en Israel. En unos días en los que el Ejército israelí está masacrando a civiles, miles de niños incluidos, en Gaza, este es uno de sus titulares: “Ataque a Israel. La política de apaciguamiento de Alemania hacia Hamás”. Y así comienza el editorial que firma Korenzecher, el dueño: “El 7 de octubre el mundo fue testigo de un pogromo de judíos sin precedentes desde 1945”. ¡La memoria del Holocausto al servicio del genocidio palestino!” Nada incongruente si pensamos que sus páginas sirvieron en 1935 para aplaudir las Leyes de Nuremberg. Puede consultarse en Internet.
«EL ESTADO JUDÍO», la hoja de ruta del sionismo
Manuel García
Publicado en 1896, El Estado judío de Theodor Herzl fue el libro de referencia del sionismo. El sionismo fue una corriente ideológica que defendía la existencia de una nación judía y proponía la creación de un Estado en el que se reagrupasen todos los judíos del mundo que supuestamente habían sido expulsados de Judea por los romanos en el año 70 de nuestra era. Fue uno más de los nacionalismos que emergieron en Europa en la segunda mitad del siglo XIX. Son los años de las unificaciones alemana e italiana y del romanticismo exaltador de los viejos orígenes de los pueblos. Es en ese ambiente, en el que los alemanes “descubren” sus viejos dioses, los franceses la aldea gala y los italianos la Roma imperial, en el que los sionistas reivindican, Biblia en mano, ser la civilización más antigua del mundo. A diferencia de los alemanes o italianos, los sionistas tuvieron un nulo éxito, especialmente en la Europa central en la que la inmensa mayoría de los judíos se consideraban alemanes, austriacos o franceses al margen de su origen o sus credos.
Herzl era uno de estos judíos asimilados a los que despreciaban en sus discursos los escasos militantes sionistas. Nacido en Budapest, parte entonces del imperio austrohúngaro, destacó como escritor y periodista, y fue corresponsal en París del principal periódico de Viena, la capital del imperio. No era judío practicante y no circuncidó a sus hijos. En París, el caso Dreyfus dio un vuelco a su pensamiento. En 1894, el capitán francés Alfred Dreyfus fue condenado a cadena perpetua, acusado de espiar para Alemania. Desde un primer momento, Herzl consideró que Dreyfus había sido condenado por ser judío. Francia se dividió entre los defensores de la inocencia de Dreyfus, la izquierda y los liberales, y los conservadores que lo acusaban. Tres años después, Emile Zola escribió su conocido artículo “J´Acusse”, defendiendo a Dreyfus. Finalmente, en 1906 se demostró la inocencia del capitán.
Dreyfus fue la piedra con la que tropezó el caballo de Herzl. En una carta a un amigo le cuenta cómo le han impresionado las masas de París manifestándose al grito de “¡muerte a los judíos!”. Para Herzl, no se estaba juzgando a Dreyfus. Se estaba intentando colgar a los judíos, a todos los judíos. No le faltaba razón. Dos años después, en 1896, publica El Estado judío. Convencido de que no habría igualdad en Europa para los judíos, diseña una operación empresarial para la construcción de ese Estado en el que los judíos puedan vivir en paz. Propone la creación de dos sociedades, una política (el germen del futuro Estado), que tendrá el poder de decisión, y otra mercantil, que será la encargada de gestionar los fondos y las operaciones comerciales de todo tipo.
A diferencia de los sionistas posteriores, que defienden la existencia de un pueblo judío etnobiológico, Herzl afirma lo contrario: “Reconocemos nuestra unidad histórica solo por la fe de nuestros padres”. Por ello, coloca a los rabinos como los principales mediadores entre los judíos de a pie y las empresas encargadas del proyecto migratorio.
Inspirándose en la conquista del Oeste, Herzl diseña una operación mercantil cuyos ecos se adivinan en el acuerdo Haavara. El dinero de la compañía serviría para financiar la llegada de los primeros colonos a los que costeará casa y tierras. La compañía se encargará de gestionar la venta de los bienes de los migrantes. Propone una legislación laboral de siete horas para los trabajadores por cuenta ajena que se instalen en el nuevo Estado: un avance impresionante para los asalariados en aquel momento. Otro punto en el que hace hincapié es en el de la modernidad: las casas, las infraestructuras y la educación del nuevo Estado deberán ser las mejores; las mujeres embarazadas no trabajarán. Prisionero de las ideas de su tiempo, la eugenesia asoma la patita en su proyecto: “En las culturas nacientes la gente se casa joven. Esto no puede resultar sino beneficioso para la moralidad general, y tendremos hijos fuertes y no niños enclenques, frutos de matrimonios tardíos, cuyos contrayentes gastaron previamente sus fuerzas en la lucha por la vida”. Aquí, la falta de formación religiosa le jugó una mala pasada ya que, según la biblia, los israelitas descienden de Isaac quien fue engendrado por Abraham a la edad de 99.
En su escrito, Herzl se muestra convencido de que en poco tiempo se creará un polo productivo y comercial que atraerá nuevos migrantes en una especie de bola de nieve imparable. Podría parecer un moderno cuento de la lechera, pero en gran medida se hizo realidad con la ayuda de Gran Bretaña y la Alemania nazi, primero, y la Unión Soviética de Stalin y Estado Unidos, después.
Herzl no esconde los problemas de su propuesta: el rechazo de la inmensa mayoría de los judíos centroeuropeos y su nula formación campesina. Pero tiene soluciones: una, que sean los judíos del este, que son mayoritariamente pobres y siguen siendo objeto de pogromos por parte de los zares, los que emigren en un primer momento; y dos, que ya se encargará el tiempo de demostrar a los acomodados judíos centroeuropeos que no son aceptados: “Todos los pueblos entre quienes viven los judíos son, sin excepción, antisemitas, vergonzosos o desvergonzados”. No pudo ser más profético.
Herzl dedica una parte del libro a vendérselo a los gobiernos europeos, a los que pone dos caramelos: acabar con el antisemitismo secular y crear una base comercial mutuamente beneficiosa. Les ofrece, además, una golosina: “A esto se añade que producimos, sin cesar, intelectuales medios, para quienes no hay salida y que por eso constituyen un peligro idéntico al de las fortunas crecientes. Los judíos cultos y sin bienes se adhieren todos al socialismo”. Sorprende que en varias ocasiones se haga eco de ese tópico que retrata a los judíos como peligrosos intelectuales izquierdistas. Herzl no lo explicita, pero está ofreciendo a los gobiernos europeos, y muy especialmente al zar ruso, desembarazarse de esos agitadores que según la prensa de la época eran responsables de huelgas y revueltas, cuando no de propuestas revolucionarias.
En el momento en que Herzl escribe su libro, en la comunidad judía del este de Europa se estaba fraguando un movimiento obrero que englobaba a los trabajadores judíos de Lituania, Letonia, Ucrania y Polonia, territorios que formaban parte del imperio ruso. Esta comunidad judía tiene su propia lengua, el yidis, y supone en ese momento el 80 % de los judíos del mundo. En 1897 se funda en Vilna la Unión General de Trabajadores Judíos de Lituania, Polonia y Rusia, conocido como el Bund. Un año después, el Bund se une al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, participando en las revoluciones de 1905 y 1917.
“¿Palestina o Argentina?”
Herzl no fija un territorio concreto para su Estado. “Dos países, escribe, tienen que ser tomados en cuenta: Palestina y la Argentina”. “¿A cuál de la dos hay que dar preferencia? La Society tomará lo que se le dé y hacia lo que se incline la opinión general del pueblo judío. La Society averiguará ambas cosas.
“La Argentina es por naturaleza uno de los países más ricos de la tierra… La República Argentina tendría el mayor interés en cedernos una porción de tierra. La actual infiltración de los judíos ha provocado disgusto: habría que explicar a la Argentina la diferencia de la nueva emigración judía”.
“Palestina”, continúa, “es nuestra inolvidable patria histórica. El solo oírla nombrar es para nuestro pueblo un llamado poderosamente conmovedor. Si su Majestad el Sultán nos diera Palestina, nos comprometeríamos a sanear las finanzas de Turquía. Para Europa formaríamos allí parte integrante del baluarte contra el Asia: constituiríamos la vanguardia de la cultura en su lucha contra la barbarie”.
Tras escribir El Estado judío, Herzl organiza en 1897 el Primer Congreso Sionista Mundial, en Basilea, en el que se aprueba la creación de un Estado judío. En 1899 funda la Jewish Company y en 1901 crea el Fondo Nacional Judío cuya finalidad es comprar tierras en Palestina. La población judía de Palestina pasó de apenas 10.000 en 1900 a 174.000 en 1931 y a 630.000 en 1948.
ALGUNOS LIBROS PARA PROFUNDIZAR
M.G.
Acuerdo Haavara. El pacto entre nazis y sionistas, de Iván Gómez Avilés. Creo que es el único monográfico en castellano. Además del acuerdo Haavara, este libro cuenta con varios capítulos pedagógicos sobre los mitos históricos del nacionalismo sionista, el uso propagandístico del Holocausto, el conflicto palestino-israelí o la falsa idea de la tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra. Aporta, además, dos apéndices reveladores: uno, con la transcripción de la reunión entre el Muftí de Jerusalén y Hitler en 1941, en el que el Muftí pedía la ayuda de Alemania contra la invasión sionista. La propaganda sionista ha utilizado esta reunión para tratar de convertir a los árabes en cómplices del Holocausto, cuando resulta que la reunión tuvo lugar antes de que se iniciase la solución final. El otro documento es la propuesta que la organización militar Irgun Zvai Leumi, una escisión de los sionistas revisionistas, trasladó a Hitler, también en 1941, ofreciéndole apoyo militar a cambio de que Alemania reconociese el Estado judío en Palestina. Según algunas fuentes el autor de esta propuesta fue Isaac Shamir.
La invención del pueblo judío, de Sholomo Sand. Este historiador israelí desmonta punto por punto los principales mitos de la justificación del derecho de propiedad de los judíos a la tierra Palestina. Ni hubo éxodo de Egipto, ni expulsión de judea ni Jerusalén es la “Tierra Prometida” tal y como la venden los sionistas. Empezando por este último mito, en una presentación de uno de sus libros, Sand explica que su abuelo, que vivía en la Polonia del imperio ruso, al final de sus días decidió vender lo que tenía y pagarse un viaje a Palestina para poder morir en Jerusalén. No se trataba de un sionista adelantado a su tiempo, sino de un creyente que deseaba ser enterrado en Jerusalén, porque, cuando llegase el Mesías y resucitasen los muertos, los de Jerusalén iban a ser los primeros. Una razón puramente mística; egoísta, pero estrictamente religiosa. Hay un vídeo en YouTube.
Según el estudio de este historiador, si alguien puede decir que desciende de los habitantes de los reinos históricos de Judea e Israel son los actuales palestinos. Y no solo eso: los actuales judíos israelíes que proceden de las migraciones de la última centuria son descendientes de los jázaros que habitaron el sur de Rusia entre los siglos VII y XIII. Por visualizarlo mejor: ahora mismo, descendientes de poblaciones no semitas están masacrando y expulsando de su tierra a descendientes semitas en nombre de la supervivencia del Estado judío. Es un libro con algunas partes un poco técnicas, pero muy aconsejable. La parte que dedica a la supuesta democracia israelí es de lo más oportuna para aclarar uno de los cuñadismos más habituales sobre Israel.
La industria del Holocausto, de Norman G. Finkelstein. Explica cómo desde la década de los sesenta se ha instrumentalizado la masacre nazi contra los judíos. Hasta 1967, según Finkelstein, hablar del Holocausto era sospechoso de izquierdismo o comunismo, pero a partir de la guerra árabe-israelí de 1967 se convirtió en la principal baza de Estados Unidos para defender a Israel, el portaaviones de Estados Unidos en Oriente Medio. El libro denuncia cómo el sufrimiento de los millones de judíos de los campos de concentración se utiliza para financiar a organizaciones cuya función primordial es defender el asesinato y la expulsión de los palestinos de su tierra.
Es un libro que solo podía haber sido escrito por el hijo de dos supervivientes de los campos de concentración nazis de Auschwitz y Majdanek. Nadie sin su pasado podría decir verdades como la siguiente: “la industria del Holocausto se ha convertido lisa y llanamente en una red de extorsión”. Aun así, han tratado de desprestigiarle con acusaciones personales ya que debatir sobre los contenidos que expone no interesan a los portavoces de la cultura oficial.
El libro analiza los vaivenes de las organizaciones sionistas estadounidenses para adaptarse a los objetivos de la política imperialista de Estados Unidos, y nos va mostrando cómo se ha ido construyendo un Holocausto ahistórico, falsificaciones incluidas, que sirve para defender al Estado de Israel y la política imperialista de Estados Unidos a la vez que otorga pingües beneficios a un nutrido grupo de “mercachifles” del Holocausto. A lo largo del libro va refutando las tesis de los principales historiadores sionistas y denunciando algunas de sus falsedades. Es un poco académico, pero muy instructivo.
KL. Historia de los campos de concentración nazis, de Nikolaus Wachsmann. Es un compendio de la historia de los campos de concentración nazis desde febrero de 1933 hasta 1945. Una recopilación de 1.100 páginas con 300 de notas y referencias bibliográficas. A pesar de su antisovietismo propio de la Guerra Fría es un libro con información y referencias para aburrir.
Quiero dar testimonio hasta el final, de Víctor Klemperer. Se trata del diario que escribió este alemán, catedrático de literatura francesa, héroe de la Primera Guerra Mundial y protestante, de origen judío. A través de sus apuntes podemos ir viendo la llegada y evolución del nazismo y la perversión que va generando a todos los niveles —suavizados los efectos en su caso por el hecho de ser héroe de guerra y estar casado con una alemana—, desde la proclamación de Hitler como canciller hasta el final de la guerra: cómo le quitan su plaza de profesor, aunque dejándole una pensión que después reducirán; cómo se le arrebata su casa y la codicia de sus vecinos “arios” que aspiran a quedarse con ella; nos cuenta sus dudas sobre la conveniencia de emigrar; lo que han hecho y les pasa a sus familiares y amigos; la relación que mantiene con su mujer; sus fiestas y comidas especiales; el empeño de ambos por cuidar del jardín y del gato a pesar de todo; su empeño en seguir escribiendo ensayos sobre la literatura de la Ilustración francesa. Y hay algo que clama en todo el diario: su empecinamiento en considerarse tan alemán como Hitler, algo que los sionistas tampoco aceptaban. Tras la derrota nazi, Víctor Klemperer, que al inicio de su diario nos ha dejado ver su escasa simpatía hacia los socialistas y comunistas, decidió pasar el resto de sus días en la República Democrática Alemana donde siguió dando clase y publicando sus ensayos sobre literatura francesa.
Los hermanos Oppermann, de Lion Feuchtwanger. Este escritor alemán de origen judío y simpatizante comunista narra la historia de una familia de empresarios judíos ante el nazismo. Escrita a los pocos meses de la llegada de Hitler al poder, impresiona por su capacidad de prever lo que vendría después, a diferencia de algunos de los personajes de la trama que piensan que Hitler no será más que una molestia necesaria para meter en cintura a los comunistas. Se lee del tirón. Lion Feuchtwanger huyó a Francia, donde fue internado en un campo de prisioneros del que se escapó y emigró a Estados Unidos.
Fuente → mundoobrero.es
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