Estas cosas siempre me interesaron poco; más bien, nada. Las cuitas amatorias de los Borbones son hereditarias, como la Corona. Esta vez es distinto. Llevamos meses viviendo en dos mundos enfrentados y paralelos. El primero, el oficial: entronización de la heredera, cantos, loas y alabanzas mil a la monarquía y a los ejemplares reyes. Nos hemos enterado de todo lo que hace la princesa Leonor hasta el mínimo detalle y, faltaba más, de sus posibles pretendientes. La prensa oficiosa del corazón nos llenó de titulares rimbombantes. La clase política y la prensa seria acompañó con entusiasmo la operación. Estabilidad, continuidad e institución reforzada.
Había, sin embargo, otro mundo que tomaba las redes, que hablaba de escándalos amorosos que tenían como referente principal a la reina Leticia, a la plebeya esposa del Rey Felipe VI. Ana Pardo de Vera nos avisó de un libro que iba a salir pronto de Jaime Peñafiel donde se daban datos de diversas y recurrentes infidelidades de la reina. Aparecía un personaje singular: Jaime Ignacio del Burgo como actor y delator de unas actividades que dejarían a Don Juan atónito y apesadumbrado, un español de bien nunca hablaría en público de su amante y menos si esta está casada. Todo es decadencia y deshonor.
Sigamos. Estos dos mundos entraron en conflicto. Uno siguió con su estrategia como si nada pasara; eso sí, los grandes medios (los serios y los del corazón) hicieron todo lo posible por ocultar lo que se movía en las redes y apoyar a una monarquía acosada y acusada. El otro, el paralelo, a lo suyo. Hablando cada vez más alto y fuerte de las infidelidades y dando supuestas informaciones que tenían siempre a Don Jaime como delator e intérprete principal. Como diría el castizo: los Borbones son así y hay que asumirlos tal como son. El Rey emérito nos ha dado lecciones muy precisas de un estilo de ejercer la jefatura del Estado y, sobre todo, de la infinita capacidad de los medios y de la clase política para camuflarlo y marginar a los que se atrevieron a cuestionarlo.
Hay muchas hipótesis. Un rey destronado, apartado vergonzosamente del
país dispuesto a saldar cuentas con una nuera ingrata y usurpadora; un
periodista palaciego despechado; un amante vengativo con afanes de
notoriedad. Todo parece posible; sin embargo, creo que hay algo más que
tiene que ver con la coyuntura política, más precisamente con la crisis
de Régimen presente, con mayor o menor fuerza, desde la crisis del año 9
de este siglo. Lo que ha cambiado, adelanto, es que esta, la crisis
política, tenía como causa y efecto un impulso plebeyo, democrático y
que ahora está claramente marcada por la revuelta de las elites; los que
mandan quieren más poder y están dispuesto a conseguirlo cueste lo que
cueste.
El papel del Rey es muy importante para una estrategia restauradora. En el imaginario reconstruido por las derechas unificadas Dios, Patria, Rey se ha ido organizando en torno a una versión singular de la Constitución del 78 consistente en apropiarse de ella y, a la vez, desnaturalizarla. No están de acuerdo con elementos sustanciales de la misma, pero la defienden con fiereza para convertirla en un símbolo cada vez más desconectado de una realidad que debería ordenar y dirigir; mientras, se va consolidando una «constitución material» a la medida de los poderes reales y de su (creciente) influencia en los aparatos e instituciones del Estado.
Se trata, en definitiva, de fortalecer y de privilegiar el núcleo duro del texto constitucional, a saber, el «principio monárquico». No es solo teoría. Esto se hizo visible en el discurso del Rey del 3 de octubre del 2017. Ahí terminó algo y empezó otra cosa. Terminó el ciclo de la renovación democrática y comenzó el proceso de restauración aún inacabado. Felipe VI llamó a las fuerzas vivas, a los que tienen los resortes del poder, a los sujetos básicos y fue escuchado; fue entendido y seguido; más allá y más acá del Gobierno de Rajoy, más allá de las derechas existentes y comprendido por una parte significativa del PSOE. La autonomización y el activismo de los aparatos e instituciones del Estado se hizo muy visible. La batalla sigue abierta hasta hoy.
Ahora las derechas están a la ofensiva. Digirieron mal la derrota electoral y se preparan para una guerra de desgate. El gobierno tiene demasiados frentes abiertos, no gestiona bien los conflictos y sigue sin un proyecto de país visible, capaz de ser compartido y de suscitar compromiso. Lo suyo es seguir, mantenerse, haciendo del miedo a la derecha el eje de la cohesión de su gobierno y de instrumento de vertebración de su contradictoria mayoría. Sánchez sigue el consejo de Andreotti: lo que desgasta es la oposición.
Las derechas, aquí y en todas partes, quieren más poder, mayor libertad para sus negocios y, sobre todo, usar a fondo el Estado para cambiar a la sociedad y fortalecer su poder de clase. Es el modelo Madrid. El miedo cambia de bando y está donde siempre, en las clases subalternas, a las que hay que acostumbrarlas a venderse en las condiciones fijadas por el capital y poner fin de una vez por todas a la cultura de los derechos sindicales y sociales; para eso hace falta una derrota política, cultural estratégica. La condición previa: liquidar el poder social y sindical de las clases trabajadoras, romper los vínculos con los territorios, dividir y diluir lo que queda de la autonomía política de los sectores obreros más conscientes.
Lo que hay detrás, a mi juicio, de esta ofensiva mediática en las redes es erosionar al Rey para embridarlo, domarlo, debilitarlo para que juegue un papel central en la restauración y el cambio de régimen en país. Convertirlo es custodio y defensor de la Constitución, en su intérprete supremo. La transición: una democracia militante que limite el pluralismo político y que excluya a los extremos de la vida pública. No hay que engañarse demasiado, el verdadero objetivo es el de siempre: poner fin al siglo de la revolución, desintegrar a los trabajadores como sujeto político y norteamericanizar la vida pública. Todo está ya muy avanzado. Georgia Meloni representa como nadie esta Europa subordinada y sin proyecto. Fuente: Público.
Fuente → elviejotopo.com
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