Memoria orgullosa de Atocha
Memoria orgullosa de Atocha
Francisco Javier López Martín 
 
Los jóvenes abogados de Atocha son la mejor vacuna contra el fundamentalismo, la rigidez, el autoritarismo, la violencia y el terror. 
 
De nuevo, 24 de enero. De nuevo, depositar coronas de flores en los cementerios madrileños de Carabanchel y de San Isidro. De nuevo, los actos conmemorativos ante el monumento erigido por el Ayuntamiento, a petición de CC OO de Madrid, en la Plaza de Antón Martín. La reproducción en bronce del cuadro de El Abrazo, obra de Juan Genovés. 
 

Y, un poco después, en el Auditorio Marcelino Camacho, la entrega de los premios anuales a personas o instituciones que dedican su andadura a defender los derechos laborales y sociales. Este año, al Observatorio Internacional de la Abogacía en Riesgo, a las Mujeres de Negro contra la guerra, a los Sanitarios de Gaza. 

Nuestra manera de recordar a los Abogados de Atocha, aquellos nueve jóvenes que fueron ejecutados por una banda terrorista de extrema derecha. Cinco de ellos murieron, otros cuatro sobrevivieron y ya sólo tenemos entre nosotros a Alejandro, hoy presidente de la Fundación que propuse crear en el Congreso de CC OO de Madrid de 2004, tras los terribles atentados del 11-M en Madrid. Los jóvenes abogados de Atocha son la mejor vacuna contra el fundamentalismo, la rigidez, el autoritarismo, la violencia y el terror.

El asesinato de Atocha, al que muchos llamaron Matanza, fue el intento postrero del franquismo para frenar la voluntad del pueblo, la última ejecución de la dictadura

Eran jóvenes. Acababan de terminar sus carreras. Habían decidido ejercer como abogados laboralistas. Podrían haberse dedicado, como tantos otros ayer en hoy, al mundo de los negocios, la empresa, asuntos penales, fiscales, grandes fortunas. Pero no, decidieron defender a las gentes de los barrios, a las trabajadoras y trabajadores, a los nadies, a los desposeídos, a los condenados de la tierra.

Nueve jóvenes abogados cuyos nombres hay que leer despaciosamente:

Luis Javier Benavides

Serafín Holgado

Ángel Rodríguez

Francisco Javier Sauquillo

Enrique Valdelvira

Miguel Sarabia

Luis Ramos

Dolores González

Alejandro Ruiz-Huerta.

Tiene una explicación, según nos sigue recordando Alejandro, que recupera el consejo que cada año nos daba Miguel Sarabia —hay que decir sus nombres así, despaciosamente, porque diciéndolos así cobra sentido la historia y ponen armonía en el universo—.

Ese mismo Alejandro, cuando al cabo de los años se atrevió a hablar del recuerdo de aquellos días y el dolor de los amigos perdidos, escribió un libro que tituló La memoria incómoda. Los abogados de Atocha. El título no es banal. Creo que refleja cómo hemos ido construyendo la democracia española a golpes de obviar, relegar, olvidar, esconder, tapar, sucesos oscuros que amenazaron, cuestionaron y pusieron en peligro aquella incipiente aventura.

Aquella democracia nació a empujones, tras una galerna de huelgas que situó al pueblo y a la clase trabajadora en primera línea de protagonismo

Si no existieron hechos como los asesinatos y las muertes de aquella Semana Negra de enero de 1977, que Bardem nos explicó en su película Siete días de enero, la democracia terminaría siendo el fruto de unos pocos ilustres, que en sus despachos, decidieron concedernos el privilegio de salir de la dictadura. Y, sin embargo, aquella democracia nació a empujones, tras una galerna de huelgas que situó al pueblo y a la clase trabajadora en primera línea de protagonismo.

El asesinato de Atocha, al que muchos llamaron Matanza, fue el intento postrero del franquismo para frenar la voluntad del pueblo, la última ejecución de la dictadura. Y fue el entierro de aquellos jóvenes, multitudinario, masivo, silencioso, el que abrió las puertas, de forma definitiva, a la famosa Transición. La legalización del PCE en Semana Santa de ese mismo 1977 y la legalización de los sindicatos a finales de abril fueron los hechos decisivos, las llaves que abrieron la puesta al futuro, a la Constitución pactada y a una frágil, e incipiente democracia.

A lo largo de casi 20 años, la Fundación Abogados de Atocha hemos llenado calles, plazas, parques, centros educativos, del nombre de aquellos jóvenes asesinados. Hemos instaurado unos premios anuales que suponen un homenaje a personas y organizaciones que defienden los derechos laborales y sociales en cualquier rincón del planeta.

Hoy, los de Atocha no son memoria incómoda, sino memoria orgullosa de lo que fuimos y de lo que quisimos ser. No son héroes inalcanzables. Fueron víctimas del horror y el orgullo de su memoria no es un cántico al pasado, sino voluntad y compromiso con la libertad y los derechos que se proyecta hacia el futuro.

Son memoria viva, ejemplo a seguir. Orgullo.


Fuente → elsaltodiario.com

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