Los socialistas críticos. Memoria histórica y socialdemocracia radical
Los socialistas críticos. Memoria histórica y socialdemocracia radical
Francisco José Martínez

La deriva social-liberal del PSOE a partir del Congreso de Suresnes... puso en suspensión dos elementos esenciales: el obrerismo y la conexión con la tradición histórica del socialismo español 

La reciente publicación de dos libros espléndidos, A. Garcia Santesmases (ed.), Nicolás Redondo (1927-2023). Sindicato, memoria, reformismo y utopía, UGT, Fundación Largo Caballero, Madrid, 2023 y A. López Pina (ed.), A hombros de gigantes. Memoria socialista para una Cultura alternativa, Ed. Pablo Iglesias, Madrid, 2023, puede ser una buena ocasión para recordar a una serie de políticos socialistas críticos que a pesar de ser minoría en el PSOE han dejado una huella profunda en la tradición socialista española en particular y en la de la izquierda en general. En estos escritos se recupera la obra y la vida de tres grandes socialistas: Nicolás Redondo, Luis Gómez Llorente y Fernando Morán, que cada uno a su manera defendieron posiciones de un socialismo de izquierdas que, en línea con lo mejor del socialismo histórico español, combinaba reformismo y utopía, defensa de los trabajadores y de una noción de España alternativa, tanto al españolismo vacuo y esperpéntico de la derecha como a los nacionalismos periféricos disolventes, articulando las dos tradiciones del socialismo hispánico: Prieto y Largo Caballero. Defensores de la autonomía de la tradición socialista supieron, sin embargo, y al calor de las luchas concretas, establecer alianzas fructíferas con la izquierda comunista, tanto política como sindical, mostrando que la alianza de estas dos ramas de la izquierda es la mejor manera de desarrollar políticas transformadores de la sociedad.
 

La deriva social-liberal que tomó el PSOE a partir del Congreso de Suresnes —en el que Redondo cedió la primacía al joven grupo sevillano dando la oportunidad a una nueva generación que si por un lado parecía que podría sintonizar mejor con la sociedad española de los setenta por el otro rompía con elementos esenciales del socialismo español— tiene una de sus premisas en esa decisión que puso en suspensión dos elementos esenciales del socialismo encarnado por Redondo: el obrerismo y la conexión con la tradición histórica del socialismo español. El paso del socialismo vasco al andaluz, quedando el madrileño entre ambos, no se hizo sin costes. De igual manera la supeditación de ese socialismo renaciente a la socialdemocracia alemana, que los sufragó generosamente con dinero y sobre todo con influencia política y cultural, marcó durante muchos años la impronta de la política del PSOE que empezó a consolidarse como felipista especialmente a partir de la gran victoria electoral de 1982. Esta impronta felipista, social-liberal, defensora de la segunda versión de la tercera vía de Blair y Schröder avant la lettre, ha dominado el PSOE con las dos únicas excepciones de los dos primeros años del gobierno de Zapatero y la actual etapa vinculada al liderazgo de Pedro Sanchez. Estas dos excepciones tampoco fueron completas ya que en los aspectos económicos siguió dominando la política impuesta por la UE de marcado tinte neoliberal ortodoxo, a través de Solbes y Calviño. Pero esa ortodoxia económica se vio compensada con una política de alianzas más abierta en especial hacia la izquierda de impronta comunista y por el desarrollo de políticas de ampliación de derechos culturales y ligados a la vida cotidiana de los individuos.

Los tres autores tratados en estos libros defendieron otra idea del socialismo. Un socialismo realmente socialdemócrata, de clase, orientado hacia los intereses de los trabajadores, defensor de los servicios sociales y de una política exterior basada en el pacifismo y la colaboración solidaria entre los pueblos. Todos ellos eran gradualistas, es decir reformistas, pero tenía también una dimensión utópica al no renunciar a la idea de una sociedad socialista postcapitalista en las que la igualdad y la libertad de los individuos fueran reales y no meramente formales. En el nivel teórico se inspiraban, especialmente Gómez Llorente, en un marxismo humanista, no dogmático, y no determinista. Una diferencia entre los tres radicaba en el origen obrero de Redondo así como en que él procedía de los vencidos en la guerra civil, mientras que Morán y Llorente venían de capas burguesas y de los vencedores en la contienda, pero a los tres los unió la lucha antifranquista en diferentes ambientes culturales y políticos. Los tres también recuperan el legado del socialismo histórico, especialmente su conexión con lo mejor del liberalismo y el republicanismo político español, pero haciendo hincapié en distinguirlos del neoliberalismo de corte económico que impregnó la política económica felipista, especialmente gracias a Boyer y Solchaga. De igual manera los tres resaltan la importancia de conjugar la defensa de los intereses de los trabajadores con una idea de España republicana, laica, progresista, plural, capaz de disputar la hegemonía del patriotismo a la noción menendezpelayista centralista y uniformizadora que domina en la derecha española, como con gran agudeza destaca Santesmases refiriéndose a Redondo, pero dicha afirmación se puede extender sin problemas a los otros dos autores aquí tratados.

Redondo y Llorente fueron sindicalistas pero los tres sintetizaron la herencia obrera con la herencia republicana, la defensa de los trabajadores con una idea de España abierta y democrática. Los tres no dudaron en asumir responsabilidades en la dirección, del partido, del sindicato o de ambos, pero tampoco tuvieron problemas en apartarse cuando fueron conscientes de que sus ideas habían sido derrotadas y de que no habían sido capaces de aglutinar mayorías alternativas al felipismo, renunciando a ese mal morir que tienen tantos lideres políticos que aspiran a “reinar después de morir” o todavía peor que deciden “morir matando”, como estamos viendo en la actual deriva terminal del grupo dirigente de Podemos.  

De igual manera, los tres estuvieron cerca de Izquierda Socialista, la corriente del PSOE que aglutinó a los referentes del partido que se resistieron a la política felipista y a la que también pertenece el editor de unos de los libros y participante en el otro, Antonio Garcia Santesmases, que comparte con los tres políticos aquí analizados una idea de socialismo socialdemócrata radical, defensor, desde los años setenta, de lo que por entonces se denominó la Tercera Vía, vía intermedia y alternativa que no oponía como la posterior el social-liberalismo a la socialdemocracia clásica sino a ésta al comunismo de corte soviético. En esta tercera vía inicial confluían los socialistas de izquierdas, como Antonio, y los eurocomunistas, como yo mismo, en la búsqueda de un socialismo democrático, en lo que se oponían a las tendencias más prosoviéticas defensoras del socialismo real, pero de un socialismo radical que mantenía un proyecto anticapitalista con una meta utópica en el socialismo, contra las tendencias socialistas más derechistas que habían renunciado no solo al marxismo como método de análisis político e histórico sino también a imaginar cualquier horizonte postcapitalista. Estas posiciones de izquierda radical se separaban, pues, de la sumisión del socialismo dominante al neoliberalismo y, a la vez, de las tendencias no democráticas que dominaban los denominados “socialismos reales”, de ascendencia rusa o china.

En las actuales circunstancias tan trágicas puede ser interesante retomar estas experiencias que conjugan la recuperación de la memoria histórica, con una clara posición de defensa de los intereses de los trabajadores, desde un punto de vista reformista radical, huyendo de maximalismos extremos de corte populista tan en boga actualmente, que confunden la mera agitación con la real transformación, y que conducen a la gente a callejones sin salida por carencia de un análisis adecuado y profundo de la correlación de fuerzas que se da en cada momento y que separa lo que es posible de lo que no lo es. La verdadera radicalidad política no consiste en pretender escalar los cielos sino en transformar poco a poco, pero de forma profunda y a ser posible irreversible, la tierra en la que vivimos. La radicalidad auténtica conjuga y articula la apuesta por la extensión de los derechos de los individuos en todos los ámbitos de la vida, políticos, sociales, culturales, sexuales, etc., con la necesaria redistribución de la riqueza que convierta esos nuevos derechos adquiridos en derechos realmente efectivos al estar dotados de una base económica que los haga viables, transformando las libertades formales en una verdadera libertad real. En ese sentido una política radical debe tener como su base económica imprescindible una redistribución de la riqueza que asegure un ingreso mínimo, una renta básica, a todos los habitantes del Estado. Oponer las políticas de identidad a las políticas redistributivas de la riqueza es un mero juego intelectual lleno de frivolidad ya que sin un zócalo de servicios sociales sólido y amplio los derechos reconocidos legalmente quedan en papel mojado al no poder ser ejercitados de forma efectiva.

De la misma forma, centrarse solo en políticas redistributivas sin tener en cuenta los aspectos relacionados con el sentido patriótico, con una idea de pertenencia inclusiva democrática y de un tipo de comunidad democrática y no excluyente, abandona la idea de patria a la derecha que la utiliza como arma arrojadiza contra la izquierda y los emigrantes. M. Sandel decía hace poco que la izquierda ha de ser capaz de desarrollar una idea de patriotismo vinculada a temas como la justicia fiscal o la sanidad universal que sea capaz de responder a la cuestión de qué es lo que nos constituye como comunidad, como nación, que es una red de derechos y deberes, de obligaciones mutuas, que vincula a los ciudadanos entre sí. Un patriotismo de izquierdas no puede basarse en retomar la España de Otumba y Lepanto sino en resaltar la tradición soterrada de ideas alternativas de España desarrolladas desde los conversos, los moriscos, los erasmistas, los ilustrados, los afrancesados como Goya, los liberales decimonónicos, los republicanos, los socialistas y los comunistas y combinar esta idea alternativa de España con la actual política de servicios universales y justicia social.

En la necesaria reformulación actual de lo que tiene que significar una política de izquierdas hoy, conviene para superar el pragmatismo cínico neoliberal de los socio-liberales y el oportunismo y el aventurismo del populismo, entroncar con las tradiciones socialista y comunista combinando la atención a las reivindicaciones que los individuos tienen como trabajadores con las que tienen como ciudadanos e incluso con las que tienen como consumidores, para evitar que esas justas reivindicaciones sean retomadas de forma fraudulenta y engañosa pero aparente por la extrema derecha. Problemas como el racismo, la defensa de la ley y el orden, el patriotismo, una política exterior solidaria y no chauvinista, y otros tienen que ser abordados por la izquierda de forma realista y radical para evitar su explotación por las derechas. Tiene que haber una solución de izquierdas solidaria pero factible a estos problemas que no se pueden ni simplemente olvidar y silenciar ni abordar con enfoques escapistas meramente idealistas sino que hay que analizarlos de forma realista estableciendo sus causas profundas y buscando soluciones viables lo más solidarias posibles.

En esta tarea inagotable puede ser útil recuperar nuestra tradición de izquierdas que desde el liberalismo de las cortes de Cádiz, pasando por el republicanismo decimonónico, llega al socialismo y al comunismo históricos considerados como un depósito muy valioso no solo de valores a los que no se puede renunciar, como la libertad, la igualdad y la solidaridad, sino también de procedimientos y de políticas que han dado resultados ya en el pasado. Esta recuperación de la memoria y la tradición es la única manera de iluminar el presente y de abrir el camino hacia el futuro rompiendo con ese “adanismo” populista y simplista, ese “vosotros no sabéis, dejadme a mi que lo arreglo en un momento” que ya Ortega denunciaba como uno de los defectos capitales del pueblo español. Y que nos hace descubrir mediterráneos y a la vez estar siempre empezando de cero despreciando los lingotes de oro de la tradición por la calderilla de la presunta novedad del progresismo ingenuo, como con gran clarividencia ya denunciaba Walter Benjamin hace muchos años.

(*) Catedrático de Filosofía de la UNED y Coordinador de la Sección de Pensamiento de la Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM)


Fuente → mundoobrero.es

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