La evacuación del Santa Teresa: un precedente olvidado de la "Operación Transplante"
La evacuación del Santa Teresa: un precedente olvidado de la "Operación Transplante" / Ramón García Piñeiro

En 1946 un grupo de guerrilleros gallegos huyeron en barco a Francia pasando por el puerto gijonés de El Musel.

En respuesta al temprano triunfo de la sublevación militar de julio de 1936, los frentepopulistas gallegos fueron pioneros en echarse al monte y en relacionarse entre sí para alumbrar los primeros ejemplos de resistencia armada organizada. Como catalizador de las partidas destacó el anarcosindicalista José Neira Fernández, principal promotor en octubre de 1938 del Comité Chapaieff, un órgano de coordinación de la protoguerrilla cuyo radio de acción se extendió por la marina lucense y coruñesa. Aunque bajo su dirección se dotaron de una ramificada infraestructura de apoyo y de un diversificado sistema de captación de recursos, a partir de 1942 su liderazgo fue puesto en entredicho por algunos enlaces. Esta desafección coincidió con la paulatina reorganización de comités locales del PCE, entre los que destacó el de Viveiro, encabezado por el asturiano Marcelino Rodríguez Fernández, quien en la guerrilla adquirió celebridad con el acrónimo Marrofer. Estas discordias y algunas bajas relevantes propiciaron que en la mayoría del grupo cundiera el desánimo y se impusiera la opción de huir por mar a Francia. El propio Neira se desplazó al Ferrol para recabar fondos y adquirir una embarcación, misión de la que nunca regresó. Dadas las circunstancias y consecuencias de su enigmática muerte, se ha supuesto que fue víctima de un complot urdido por los partidarios de prolongar y reactivar la resistencia armada, quienes se conjuraron para deshacerse de un líder renuente a presenciar nuevas inmolaciones en el altar de objetivos políticos cada día más quiméricos. De hecho, no solo se ha insertado su misteriosa desaparición en el manido contexto de las rivalidades entre anarquistas y comunistas, sino que se ha señalado como victimario a Marrofer, sambenito que ha empañado su figura. Sin embargo, dada la actitud esquiva que adoptó desde entonces, todo apunta a que el crimen, y la subsiguiente inhumación clandestina, fueron perpetrados por Xosé Castro, quien había acompañado a Neira en su viaje al Ferrol, sin más afán que quedarse con el dinero obtenido para financiar la evacuación. El primer vestigio hallado del cadáver de Neira fue una mano a duras penas rescatada, varios meses después de su muerte, de las fauces de un perro. 

Evacuados del “Santa Teresa” en alta mar.
 

Desde entonces, los guerrilleros de la marina lucense y coruñesa cambiaron de ideología, asumieron el proyecto insurreccional del PCE y se integraron en su Ejército Guerrillero, pero, no por ello, dejaron de cifrar en el mar su única esperanza de salvación. Retomaron el plan de evasión en 1946 ajustando cuentas con el más connotado represor de la marina lucense. El 13 de enero, como previa medida de profilaxis y resarcimiento, los guerrilleros Evaristo Candelas y Leonardo Gómez “Trancas” eliminaron a Manuel Trobo Ribero, un destacado falangista de Viveiro que, a bordo de un siniestro vehículo denominado “Cangrejo” o “Centollo”, coordinó en el noroccidente de Asturias las sacas de las viviendas y de las cárceles de los frentepopulistas para asesinarlos irregularmente. Hecha limpieza, los antiguos componentes del “grupo Neira” celebraron un cónclave en Castelo (Cervo, Lugo), en el que acordaron distribuir cartas intimidatorias entre personas adineradas hasta acumular un mínimo de 100.000 pesetas con las que afrontar los gastos de la expedición. Recabados los fondos, encomendaron a Antonio Paleo Saavedra que adquiriera una embarcación apta para realizar la travesía con un pasaje que se cifraba en torno a las 30 personas. El designado era un marinero de Seixo (Mugardos, A Coruña), avecindado en San Cibrao, que estaba muy vinculado a Gijón porque allí había hecho el servicio militar y porque, desde 1944, mantenía contacto con las células comunistas del Musel organizadas al amparo de la plataforma multipartidista denominada Unión Nacional. En diciembre, cuando esta actividad clandestina quedó al descubierto, se adhirió a la guerrilla en la comarca de Viveiro y, dada su procedencia, ejerció de cordón umbilical con las partidas diseminadas por la cuenca del Eume.

Viveiro en una imagen de la época. 
 

Por un monto de 60.000 pesetas adquirieron el “Santa Teresa”, un atunero de 16 toneladas cuya navegabilidad ofrecía dudas razonables. Como no era temporada de túnidos, solicitaron autorización de Ayudantía Militar de Marina para desplazarse hasta la localidad vasca de Bermeo -Zumaia, según otras fuentes- al objeto de reparar la caldera. Obtenido el permiso, realizaron una primera tentativa de embarque desde la cala de Tixoso, pero desistieron por la violencia de la marejada. Alcanzaron su propósito al día siguiente, cuando, atenuado el temporal, embarcaron diez guerrilleros del extinto “grupo Neira” (Antonio Paleo Saavedra, Antonio Molíns Vals, Evaristo Candelas Pérez, Ramón Domínguez Góngora, Eusebio González Pedreira, Domingo Villar Torres, Ramón Chaves Albo, Xosé Antón Franco Basanta, Vicente Lage Fernández y Francisco Gómez Núñez), siete procedentes del Eume (Manuel Rodríguez Pérez, los hermanos Higinio y Antonio Vilar Pereira, Manuel Piñeiro Antón, Manuel Vilar Pazos, Evaristo Eive Vilar y Amador Barcia Fernández) y dos mujeres (Dolores González y Evangelina Pigueiras), además de los tres tripulantes (Víctor Mosquera Rey, José Souto Amado y Laureano Pérez Rubiños). Aunque en las descripciones de su periplo se sostiene que partieron de praia da Abrela, cabe dudar, dada su configuración geomorfológica, que éste hubiera sido el punto de embarque. Uno de los expedicionarios, González Pedreira, declaró sin mayor concreción que se hicieron a la mar “pasado Vicedo en dirección a Viveiro, una vez rebasados los criaderos de peces”, descripción que nos devuelve a la cala de Tixoso. Tampoco concuerdan los testigos a la hora de precisar la fecha de partida, que unos sitúan en el 13 y otros en el 14 -algunos incluso el 15- de diciembre de 1946.  Solo coinciden en que iniciaron la navegación temprano, de madrugada, en torno a las tres de la mañana.

Guerrilleros en 1942. 
 

Fue la última semana en la que sus vidas pendieron de un hilo, pero las vicisitudes que afrontaron durante la travesía no desmerecieron de los sinsabores de casi una década de amarga subsistencia guerrillera. Azotados por la marejada, entre el 15 y el 18 de diciembre se vieron obligados a fondear en el puerto de El Musel para reparar una avería de la maltrecha caldera, propósito que lograron por los contactos de Paleo entre los trabajadores portuarios. Durante ese tiempo tuvieron que permanecer hacinados y ocultos bajo cubierta. No remitieron sus desdichas en lo que quedaba de trayecto porque a la mala calidad del carbón -utilizaron tojos y árgomas como combustible- y la violencia de las olas se unió, rebasado Bilbao, una espesa niebla. Para arribar al puerto de Bayona a las 9 de la mañana del 20 de diciembre precisaron del auxilio de un remolcador de la Gendarmería francesa, ya que, ante la adversidad de las condiciones meteorológicas, la fuerza de la caldera era incapaz de contrarrestar al reflujo de la bajamar. Detectada por este motivo su presencia, fueron internados en el campo de inmigración de Merignac, donde permanecieron hasta que el gobierno republicano encabezado por Giral gestionó de las autoridades francesas su traslado a la región del Jura. Transcurrido un año, en octubre de 1947, fueron secundados por las compañeras de Laureano Pérez, Paleo Saavedra y González Pedreira, quienes realizaron clandestinamente la travesía entre Santurtzi y San Juan de Luz. Para Antonio Molíns, Manuel Rodríguez, Manuel Piñeiro y Evaristo Eive, Francia no fue más que un hito intermedio en su peregrinaje como exiliados, ya que acabaron recalando en Cuba, Venezuela y Uruguay.

Los Caxigales, grupo guerrillero asturiano fotografiado por Constantino Suárez.
 

Este tipo de huidas denotan hasta qué punto cundía el desánimo entre los guerrilleros, toda vez que la prolongación de la lucha armada dependía de mantener algún atisbo, por remoto que fuera, de esperanza. A la altura de 1946, más allá del desaliento personal, del creciente hastío de la población y del deletéreo efecto de la represión en las filas del antifranquismo, la Nota Tripartita del 12 de marzo y la resolución de la ONU del 12 de diciembre cohonestaron, tal como pretendía Churchill, la condena retórica del régimen de Franco con la renuncia explícita a derrocarlo mediante la intervención desde el exterior, cometido que atribuyeron en exclusiva a los propios españoles. El enésimo desplante al antifranquismo de las potencias democráticas coincidió con el replanteamiento del proyecto insurreccional del PCE, organización diezmada en Lugo tras la devastadora redada sufrida en febrero de 1946. Como en Asturias, se impusieron equipos de dirección procedentes y aleccionados en el exilio, en el caso gallego encabezados por José Gómez Gayoso y Antonio Seoane, a los que se asignó la misión de desplazar, sin descartar la eliminación, a quienes habían venido protagonizando la reconstrucción del Partido hasta la fecha, genéricamente motejados como epígonos del “monzonismo”. El relevo adquirió tintes cainitas con la purga del dirigente quirosano Víctor García García, quien utilizó los heterónimos de “Brasileño”, “Asturiano” y “Estanillo”, asesinado en abril de 1948, junto con Teófilo Fernández Canal, en Moalde (Silleda, Pontevedra). No menos turbias bajaban las aguas de la resistencia armada, habida cuenta que el Ejército Guerrillero de Galicia, promovido por el PCE, y la Federación Guerrillera de León-Galicia, de carácter pluralista, pero bajo control socialista desde su fundación en abril de 1942, porfiaban por prevalecer como organizaciones hegemónicas en el territorio. 

Guerrilleros socialistas en Francia junto a Indalecio Prieto. 
 

El desigual trato dispensado por los republicanos exiliados a gallegos y asturianos no dimanó únicamente del contexto concreto en el que se insertó cada evacuación, sino de la dispar estrategia opositora asumida por las organizaciones a las que pertenecían. El PSOE no encomendó a sus huidos otra misión que la mera recomposición del sindicato y el partido, minimizando el uso de la fuerza, ya que cifró el cambio de régimen a la presión exterior y a la celebración de un plebiscito sobre la forma de Estado, opción que cristalizó el 30 de agosto de 1948 con el pacto de San Juan de Luz subscrito con los monárquicos. Su “operación trasplante” fue organizada por su principal dirigente, Indalecio Prieto, a instancias de figuras señeras del socialismo astur, como Amador Fernández y Manuel Fernández Flórez. Desde su tribuna en El Socialista, “Don Inda”, cuyo corazón daba síntomas de fatiga de tanto usarlo, recurrió al sarcasmo para contraponer su altruismo al inane sacrificio que otras organizaciones políticas imponían a sus adeptos. Dejó escrito que, cuando un comunista incorporado a la evacuación quiso saber cómo justificarían ante sus dirigentes exiliados el abandono de la lucha, fue replicado con la siguiente humorada: “Les diremos que vamos a pedir el relevo, que como nosotros llevamos once años batiéndonos, y ellos once años vociferando, es hora de que algunos vengan a Asturias a sustituirnos, aunque solo sea una temporadita”. La pompa y circunstancia de una emotiva recepción en la que no se escatimaron elogios, reconocimientos, honores y algunas lágrimas quedó inmortalizada en una fotografía profusamente distribuida para recaudar fondos con los que mantener la llama de la rebeldía en España. 

Los gallegos, por el contrario, procedieron con el máximo secretismo porque la dirección lucense del PCE ya había vetado otra tentativa de evasión similar, para la que se habían puesto en contacto con un armador conocido como “Pepe el Asturiano”. Dado el daño que infligían a su Ejército Guerrillero, se les dispensó el trato de desertores que abjuraban de sus sacrosantos compromisos como comunistas y revolucionarios. Algunos, como el organizador de la expedición, Paleo Saavedra, no se reincorporarán en el exilio al PCE, sino que terminarán militando en el PCF. Por ello, pese a la similitud de las conductas, unos fueron recibidos como héroes y otros fueron estigmatizados con el sambenito de cobardes, cuando no traidores, conceptos aparentemente antitéticos entre los que, a veces, solo se interponen banales matices.


Fuente → nortes.me

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