Etnografía y memoria histórica en la Ribera
Etnografía y memoria histórica en la Ribera navarra 
 

 

Ana Cárcar Irujo, La peña fue testigo.
Sanguina Ediciones, diciembre 2023.

Imagen superior: Fruto de la unión de campesinos de Andosilla, el Casino Principal o Centro Obrero fue levantado piedra a piedra por los vecinos. Usurpado por la Falange, sus cuevas se convirtieron en cárceles de muchos de sus socios en 1936.

El 4 de junio de 2023 participé en la tercera edición del trail Peña de Andosilla, una carrera de montaña que recorre 17 exigentes kilómetros con largas subidas y bajadas escarpadas, organizada con mimo por el club de atletismo local. El pueblo está situado en la zona navarra de la Ribera (que toma su nombre por ser una comarca ribereña del Ebro), límitrofe con La Rioja y Aragón, con quienes comparte rasgos socioculturales surgidos a partir de una geografía común: el valle medio del Ebro. Es esa misma peña, símbolo de Andosilla, la protagonista silenciosa de muchos de los acontecimientos que relata el libro que aquí se reseña.

Es un libro valiente. Por extraño que parezca, no es fácil en 2023 publicar una obra que recuerde lo que pasó en uno de esos pueblos donde “no hubo guerra”. Quizás por eso la autora ha elegido un formato novelado para explicar la exterminación ideológica en la Ribera Navarra en 1936 y sus consecuencias posteriores, como reza el subtítulo. Algunos nombres de victimarios, los menos, son reconocibles, pero en la mayoría de casos no es así. Por otro lado, uno de los hilos conductores es la amistad entre dos chicas adolescentes, una de familia de vencidos y otra de vencedores.

El valor de este libro es incalculable. Y es que los hechos relatados provienen en gran medida de fuentes primarias. Teniendo en cuenta que hablamos de lo acontecido hace más de ocho décadas, la urgencia de poner por escrito estas historias apremia para que no se olviden, puesto que la generación que las vivió va desapareciendo, poco a poco, sin hacer ruido. Y la generación siguiente, por distintas razones (desconocimiento, miedo, vergüenza…) ha mantenido un silencio que en último término es lo que ha impulsado la curiosidad de Ana Cárcar para investigar en el pasado de su familia, de su pueblo, pero también de todo un país. Y es que el microcosmos andolense condensa buena parte de la casuística de la Historia: desde el cura del pueblo convertido en principal señalador de personas a asesinar, hasta el carlista que, más allá de ideologías, arriesgaba su vida para salvar a los perseguidos; desde quienes habían venido a Andosilla huyendo de las rencillas de su pueblo, hasta quienes vivieron años escondidos en graneros y zulos para evitar a los matones locales; desde quienes se veían obligados a matar o morir y lo hacían con una triste sensación de fatalidad, hasta el sádico que aprovechaba la ocasión para dar rienda suelta a sus más bajos instintos.

Es recomendable leer esta obra junto al clásico estudio Navarra 1936. De la esperanza al terror, coordinado por Jose Mari Esparza, Mari Jose Ruiz y Juan Carlos Berrio. Tengo que reconocer que en el pasado (Navarra 1936 fue publicado en 1986) intenté leerlo de cabo a rabo en varias ocasiones, pero no fui capaz. Y lo mismo me ocurre con otros esfuerzos titánicos por recopilar de forma exhaustiva los horrores acaecidos en este periodo, como Aquí nunca pasó nada. Rioja 1936 de Jesús Vicente Aguirre, o Todos los nombres. Víctimas y victimarios (Huesca, 1936-1945) de Víctor Pardo y Raúl Mateo. Por su parte, La peña fue testigo pone color a estos hechos, da vida y emociones a sus personajes, recordando que tras una lista de víctimas siempre hay muchas historias que contar, y tiene por tanto la capacidad de llegar a un público más amplio, quizás incluso a las escuelas e institutos.

Recreando diálogos y escenas verosímiles a partir de hechos contrastados, el libro de Ana Cárcar da vida a situaciones todavía poco conocidas, como las que cuenta el estudio de Francisco Leira Soldados de Franco. Reclutamiento forzoso, experiencia de guerra y desmovilización militar, centrado en Galicia, otro lugar donde tampoco hubo guerra y que tantas similitudes guarda con el caso navarro. Y es que todavía existe la creencia de que en España hubo una mitad que se alzó contra la otra, cuando la realidad es que fue una minoría quien apoyó la sublevación militar, de manera que el ejército de Franco tuvo que nutrirse en buena medida del reclutamiento forzoso, con todas las contradicciones que ello implicaba. En este sentido, el caso de Andosilla es paradigmático, aunque quizás las nuevas generaciones no sean del todo conscientes. De ahí la relevancia de este libro.

Entre otras cosas, a más de un andolense le sorprenderá descubrir que en los años treinta del pasado siglo Andosilla contaba con un nutrido grupo de militantes de la CNT, que luchaban como los socialistas por los derechos de los trabajadores, por extender la cultura y por una sociedad más justa. La mayoría de ellos fueron asesinados los días y semanas siguientes al golpe de estado, y desde las exhumaciones de 1978-79 descansan junto al resto de víctimas en el panteón de los 38 asesinados en Andosilla. Recuerdo pasear por el cementario con mi abuelo, que me explicaba con pena cómo fueron engañados y delatados: eran cosas que nunca deberían haber ocurrido. Eran (casi) todos muy jóvenes, algunos idealistas, otros sin mucha cultura, incluso había alguno que simplemente pasaba por allí. En una zona tan religiosa como la navarra, algunos se encomendaban en el último momento a la Virgen de la Cerca, mostrando así la complejidad de la contienda y, sobre todo, que la cruzada católica que sirvió como justificación de las matanzas carecía a menudo de toda lógica. Todos compartieron una muerte injusta, que les ha unido en la eternidad, y cuyas historias relata este libro.

Además de lo acaecido propiamente en Andosilla, considero un acierto el haber incluido otras anécdotas de lugares cercanos, que guardan cierta relación con el pueblo. Entre ellas, destaca el episodio del circo italiano de Lodosa, inmortalizado recientemente en Larraga, y que bien merecería una película, con elefante incluído.

Ahora bien, no todo fue política en la guerra más ideológica del siglo XX. Como en todo conflicto en el que, además de las intervenciones internacionales, hay una dimensión evidente de guerra civil, las rencillas, envidias y avaricias varias jugaron un papel determinante para explicar la represión en estas tierras. Y el dolor que tuvo/tiene que ser para las familias de las víctimas seguir conviviendo con las familias de los victimarios. La peña fue testigo ahonda en esta cuestión, intentando entender cómo afectó todo ello a la personalidad de quienes tuvieron que seguir adelante a pesar de todo. Así, a diferencia de otras obras sobre memoria histórica, tienen las mujeres en este libro un papel primordial. Y es que, si bien la mayoría de las víctimas mortales de los matones y falangistas fueron hombres, las mujeres que les sobrevivieron no tuvieron una vida precisamente fácil. Pese a todo, en muchos casos pudieron sacar adelante a sus familias a base de imaginación y de la solidaridad de algunos parientes y, en ocasiones, de otra buena gente del lugar, más allá de bandos, filias y fobias.

Dejando a un lado el tema de la memoria histórica, la vertiente etnográfica de La peña fue testigo es deliciosa. En sus páginas aprendemos cómo eran esas casas ribereñas en los años treinta y cuarenta del pasado siglo, sus calles y su ermita, su casino obrero (recientemente recuperado y del que el bisabuelo de quien escribe estas líneas fue socio fundador), esa dura vida en el campo, que tenía también sus momentos agradables y de celebración. Del mismo modo, reconocemos el hablar característico de las gentes del lugar, expresado aquí con orgullo y sensibilidad. Es innegable el cariño que la autora, oriunda de Andosilla, siente por su tierra. Y es que toda la obra rezuma un transparente amor por la Ribera, su geografía y su cultura.

A ratos más pedagógico, a ratos más literario, cabe destacar la delicadeza del uso del realismo mágico. En ocasiones no sabes si el estilo está al servicio del relato o si es al revés, en una simbiosis que como lector agradeces, pues hace de la experiencia de la lectura algo bonito, a la par que trágico. A veces hay que hacer pausas para asimilar lo leído, pero lo cierto es que el libro se lee en una tarde. Este tipo de lectura ágil, que manteniendo el rigor histórico es capaz de acercar la memoria a un público no especializado es probablemente un ejemplo, un modelo a seguir. Ojalá todos los pueblos tuvieran una Ana Cárcar que se atreviera a bucear en lo más doloroso de su historia reciente para recuperar la dignidad de tanta gente y, en último término, de todos los que de alguna forma estamos relacionados con ella.


Fuente → serhistorico.net

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