En las sesiones se abordaron gran cantidad de asuntos relacionados con las logias, en un ambiente de avance del conocimiento. “A pesar de la pandemia, que vino a frenar las actividades académicas, la cita mostró la idoneidad de mantener este congreso como uno de los mayores simposios internacionales de la historiografía especializada”, explicaba Yván Pozuelo, uno de los organizadores de la iniciativa.
Incompatibilidades, religión, política, sociedad, socialismo, represión, exilio, colonialismo, esclavitud, cultura, objeto, arte o documentación fueron algunos de los temas que se analizaron en Ceuta y Tetuán, bajo el prisma del diálogo de culturas. El congreso fue inaugurado por José Antonio Ferrer Benimeli, profesor emérito de la Universidad de Zaragoza y uno de los iniciadores de los estudios científicos sobre las logias.
Pero, en realidad, ¿de qué trata esta hermandad? “La masonería no es un partido político, ni un sindicato. Tampoco es una religión, no es una secta, y ni siquiera es una sociedad secreta, aunque, naturalmente, tenga sus secretos como cualquier otra institución”, explica Ferrer Benimeli, en su libro La masonería. “Por supuesto, no tiene nada que ver con toda esa serie de leyendas con las que algunos países, como España, la han rodeado”.
Hagamos un poco de historia. Las agrupaciones iniciáticas actuales adoptaron su forma contemporánea a inicios del siglo XVIII. Más concretamente, el 24 de junio de 1717, cuando se fundó la Gran Logia de Londres. Se trató del inicio oficial de “la masonería especulativa”, frente a la “operativa”, que, según los mitos internos, hundiría sus raíces en los gremios de constructores de catedrales medievales.
Pero, ¿por qué se dio este cambio? Se produjo, entre otras causas, porque los masones comenzaron a aceptar entre sus filas a ciudadanos ajenos a las artes constructivas de las catedrales, según José Luis Trueba Lara en Masones en México: Historia del poder oculto. “Solía tratarse de personajes de alta sociedad que patrocinaban a los gremios y les prestaban ayuda”, agregaba Ferrer Benimeli. De esta forma, se integraron en sus filas una gran diversidad de individuos, que iban desde aristócratas a burgueses, pasando por profesionales liberales.
Así, “la cofradía comenzó a perder su cualidad gremial y se transformó en un espacio abierto a la discusión de nuevas ideas y donde confluían sujetos de los más distintos orígenes y oficios”, recuerda Trueba Lara. Un devenir en el que se anhelaba cambiar la filosofía de las sedes iniciáticas. “Buscaron en esta organización el lugar de encuentro hombres de cierta cultura, con inquietudes intelectuales, interesados por el humanismo como fraternidad”, narraba Ferrer Benimeli en La Masonería como problema político–religioso. Reflexiones históricas.
De igual forma, se han de mencionar otros factores que también estimularon la transformación de lo operativo a lo especulativo. El más importante, las variaciones que se produjeron durante el Renacimiento, al brotar nuevas técnicas constructivas y formas de transmisión de la sapiencia arquitectónica, que provocó que ya no fuera necesaria la enseñanza gremial propia de las logias previas a 1717. Como consecuencia, las agrupaciones de constructores medievales perdieron relevancia y las nuevas sedes ganaron terreno. “Al cesar, pues, la edificación de las grandes catedrales, las hermandades y logias masónicas cayeron paulatinamente en manos de los miembros especulativos”, añadía Ferrer Benimeli.
En este devenir se ha de realizar una mención especial a las Constituciones de Anderson, documento primigenio de la orden que fue redactado por los pastores protestantes James Anderson y John Th. Désaguliers. En este documento se expusieron los nuevos principios de los masones. Ya no eran constructores al uso, sino que anhelaban la edificación de una nueva Humanidad mediante la perfección del Hombre a través del conocimiento. De esta forma, surgía una entidad con unos principios muy novedosos para la época, como la defensa de la dignidad humana, de la solidaridad y de la fraternidad.
Así, dicha entidad iniciática “persigue la emancipación pacífica y progresiva de todos los seres humanos, es decir, la perfección de los hombres; por lo tanto, tiene una proyección social”, asegura el profesor emérito de la Universidad de Granada Eduardo Enríquez del Árbol en La Masonería española y la política: ¿objetivos comunes?. En definitiva, nos encontraríamos ante “una escuela de formación humana que, abandonadas las enseñanzas técnicas de la construcción, se transforma en una asociación cosmopolita que acoge en su seno a hombres de diferente lengua, cultura, religión, raza e incluso convicciones políticas, pero que coinciden en el deseo común de perfeccionarse por medio de una simbología de naturaleza mística o racional, y de prestar ayuda a los demás a través de la filantropía y la educación”.
Acusaciones de todo tipo. A pesar de que estos postulados son muy difíciles de rebatir, las logias masónicas han sufrido una importante persecución a lo largo de su historia. Para entender esta circunstancia, debemos comprender la sociedad existente hace una triada de centurias. El paradigma ideológico predominante a inicios del siglo XVIII distaba mucho de ser democrático. El absolutismo político y religioso campaba a sus anchas, por lo que cualquier disidencia era perseguida de manera vehemente.
Y entre estas organizaciones reprimidas se hallaban las logias, debido a que se conformaban por personas instruidas, muchas veces con posibles económicos, que se reunían para deliberar sobre asuntos muy avanzados para la época. “La masonería, precisamente por sus características iniciales de búsqueda de paz, tolerancia y fraternidad, adoptó una dimensión universal y cosmopolita, una pluralidad ideológica, política y religiosa, y al mismo tiempo cierta igualdad social en un momento en el que no existía nada de esto”, explica Ferrer Benimeli.
En consecuencia, se trataban de unos postulados muy peligrosos para los poderes del momento, tanto civiles como eclesiásticos, razón por la cual diseñaron multitud de persecuciones en contra de los masones. Por ejemplo, la carta apostólica In Eminenti, impulsada por el papa Clemente XII el 24 de abril de 1738, donde se censuraba a las agrupaciones masónicas, a las que consideraba un elemento desestabilizador. Incluso, se las acusó de “sospecha de herejía” debido “al hecho de admitir en las logias a individuos de diversas religiones”.
Además, las condenas del siglo XVIII prohibían las reuniones de masones basándose “en el secreto con el que se rodeaban los miembros de la hermandad, en el juramento que hacían y en el Derecho Romano en vigor, como sospechosos de atacar la tranquilidad pública”, subrayaba José Antonio Ferrer Benimeli. “Todo lo que escapaba al control y conocimiento del soberano era susceptible de ir en contra del orden social y, automáticamente, caía fuera de la ley, siendo perseguido. Y esto es lo que ocurrió con la masonería, pues incurría en la prohibición de las asociaciones formadas sin el consentimiento de la pública autoridad”. Al no haber libertades ni de reunión ni de asociación, las “asambleas de masones” –como así se consideraba a los talleres– eran perseguidas, al ser “contrarias al derecho de la época”.
Sin embargo, el poder terrenal también reprimió a las logias. Las prohibiciones se reprodujeron en reinos y repúblicas. Lo hicieron los Estados Generales de Holanda, en 1735; el Consejo de la República y Cantón de Ginebra, en 1736; Francia, en 1737; Hamburgo y Suecia, en 1738; Austria, en 1743; el Consejo del Cantón de Berna y el Consistorio de Hannover, en 1745; Constantinopla, en 1748; los magistrados de Dantzig, en 1763; Mónaco y Baviera, en 1784; el emperador de Alemania, en 1794; o Guillermo III de Prusia, en 1798. Asimismo, destacó España, donde figuras como Carlos III, Fernando VI o el general Franco han reprimido a las logias, intentando que desaparecieran del territorio nacional.
Masonería y liberalismo. Además, durante el siglo XIX se acusó a las sedes iniciáticas de estar vinculadas con el liberalismo, lo que produjo que fueran atacadas por los sectores políticos y clericales más conservadores, asegurando que maquinaban contra “el Trono y el Altar”. Por tanto, “cargaron el acento en los problemas que afectaban a los reyes y al propio Papa”, asegura Ferrer Benimeli. Así, “en los países católicos absolutistas la doctrina pontificia tuvo un especial eco a nivel eclesiástico y político”. Y para muestra, el caso de Fernando VII, bajo cuyo reinado se promulgaron 14 decretos prohibiendo estas organizaciones.
Una postura que sólo comenzó a variar con la aprobación del Concilio Vaticano II, donde se reconocía que la fraternidad no iba contra lo religioso. Además, en el Código de Derecho Canónico promulgado en 1983 se suprimió la pena de excomunión a los masones. Pero la obsesión de la dirigencia eclesial en contra de la hermandad no impidió que hubiera una relevante presencia de profesos en entidades masónicas. “Las ceremonias complicadas, así como su gusto por lo simbólico y litúrgico, dotaban a esta organización de un misticismo que ejercía un poderoso atractivo en una época que era profundamente religiosa, y que hizo que la afluencia de eclesiásticos fuera masiva en las logias”, subraya Ferrer Benimeli.
¿Qué pasa con las mujeres? Los valores de esta entidad los podría abrazar, sin dudarlo, cualquier ciudadano demócrata. Pero, a pesar de ello, también muestra incoherencias. Entre ellas, lo relativo a la membresía femenina, no permitida en el documento fundacional de la fraternidad. “Cuando el pastor protestante Anderson redactó las Constituciones masónicas en 1723, excluyó a las mujeres del derecho a la iniciación, alegando que para ser masón ‘era necesario constituirse como hombre libre y de buenas costumbres”, explica Ferrer Benimeli. Y en aquella época, las féminas “vivían bajo la tutela masculina –el padre si eran solteras, y el marido si estaban casadas–, razón por la cual no se las consideraba libres”.
Pero, como organización humana, no se trata de una posición monolítica. Mientras que la corriente anglosajona –denominada “regular”– sigue rechazando la presencia de las mujeres en las logias, aduciendo el respeto a la norma y a la tradición, la tendencia latina –presente en España– es más abierta en este asunto. Por ejemplo, en el siglo XVIII ya se establecieron en Francia “varias sociedades secretas que trataron de imitar a la masonería en su forma exterior, caracteres y ceremonias, aunque diferenciándose de ésta en la admisión de las mujeres”.
Incluso en 1774, el Gran Oriente francés creó el Rito de Adopción, en el que se iniciaban señoras, aunque con algunas limitaciones. “Prescribió que sólo los maestros masones pudiesen concurrir a sus reuniones, y que cada logia de adopción estuviese a cargo y bajo la tutela de una sede masónica masculina. El Venerable Maestro de esta última sería el encargado de presidirla, acompañado de la ‘maestra presidenta’ de la logia de adopción”, relata Ferrer Benimeli.
Un siglo más tarde, el 14 de enero de 1882, una sede iniciática de Francia –Los Librepensadores, radicada cerca de París– aceptó a una mujer, con los mismos derechos que sus compañeros masculinos. Se trataba de María Deraismes. “Debido a la polémica suscitada por este acto, cuatro meses después la señora tuvo que abandonar la obra emprendida”. Pero el 4 de abril de 1893, al estar iniciada con todos los derechos, la protagonista del lance creó una tendencia masónica llamada Derecho humano, que se alzó como “una obediencia mixta compuesta de hombres y señoras”. Se trata de una Obediencia que pervive en la actualidad y que se encuentra presente en todos los territorios del área latina.
Más tarde, a mediados del siglo XX, surgió la masonería exclusivamente femenina. Se trató de una iniciativa de la Gran Logia de Francia, desarrollando su primera asamblea el 2 de octubre de 1945. Actualmente, sus sedes se pueden encontrar en Europa y África. También en nuestro país, donde previamente se implementó la Masonería de Adopción. De hecho, la presencia de féminas en las logias hispánicas “comenzó a ser significativa a partir de 1868”, asegura la investigadora Natividad Ortiz Albear en Las mujeres en la masonería española (1868–1939). “Hasta el final de la Segunda República, el número de señoras que aparecen censadas en las agrupaciones masónicas, aunque escaso, fue suficientemente relevante”.
El caso español. En nuestro país, la masonería también fue perseguida por la Iglesia, la monarquía absoluta y por dictaduras como la franquista, cuya cabeza visible no dudó en apoyarse en el afamado “contubernio” para legitimarse. Pero, ¿cuál es el origen de las logias en nuestro país? La primera sede masónica instalada en el continente europeo estuvo en Madrid. Fue patrocinada por el Duque de Wharton en 1728. Sin embargo, habría que esperar hasta agosto de 1801 para encontrar una agrupación iniciática integrada exclusivamente por hispanos. Y, como curiosidad, no se fundó en territorio nacional, sino en Francia. Recibió el nombre de La reunión española, tuvo 26 miembros, realizó 53 reuniones y prolongó su actividad hasta el 23 de abril de 1802, momento en el que abatió columnas. En cualquier caso, la masonería en España era, todavía, muy reducida y fragmentaria.
El asentamiento sistemático de la hermandad en nuestro país se produjo unos años después, en los primeros momentos del siglo XIX. Más concretamente, con la llegada de las tropas francesas durante la Guerra de la Independencia. Fue la época en que se instalaron los talleres bonapartistas en el espacio peninsular, impulsados por el gobierno francés como una manera de penetración en el país.
En cualquier caso, la fraternidad en territorio español tuvo un enfoque eminentemente aperturista, alineándose –en no pocas ocasiones– con las facciones más progresistas de la sociedad, como el liberalismo, el pacifismo, el laicismo o el republicanismo. “La masonería, en cuanto manifestación ideológica heterodoxa, disidente y crítica de la cultura e ideología oficial de la España tradicional, va a sintonizar estrechamente con el pensamiento de la burguesía reformista”, confirma José Antonio Ferrer Benimeli en su libro La masonería.
Así que no resulta extraño que las logias florecieran en nuestro país en aquellos periodos en los que se disfrutaba de mayores libertades políticas. Y para muestra, el caso del Sexenio Revolucionario (1868), una época en la que se aprobó la Constitución de 1869, que permitió la libre asociación, reunión, prensa o expresión. Fue la Edad de Oro de esta sociabilidad, confirma Yván Pozuelo. “Si bien no se puede afirmar que todos los masones de la época fueran republicanos, sí eran defensores de las libertades y de la democracia”, subraya Ferrer Benimeli. De hecho, la mencionada organización vivió un importante florecimiento, que se mantuvo en muchas provincias hasta finales del XIX.
Una presencia masónica que resurgió durante la Segunda República –a partir de 1931–, un momento en que las garantías constitucionales volvieron a adquirir vigor. De hecho, “la caída del dictador Primo de Rivera fue saludada por los diferentes grupos masónicos con manifiestos de alegría y esperanza”, explican los historiadores. En este contexto, “la Gran Logia Española, al proclamarse la República, envió telegramas a 44 Obediencias de Europa y América, en los que pedía que dichas masonerías hicieran servir su influencia para que los gobiernos reconocieran el nuevo régimen”.
El problema de la dictadura. Con la llegada del franquismo, la efervescencia masónica fue erradicada de raíz. Las logias sufrieron “una época de persecución y sistemática destrucción”, debido a la idea del contubernio “judeo–masónico–comunista”, que se constituyó como una suerte de conspiración que buscaba erosionar los cimientos de España. Este mito “resultó ser, en buena medida, legitimador de un régimen [el franquista] que, a fin de cuentas, había partido de una sublevación militar. La sospecha de masonizante resultaba ser un arma arrojadiza en medio de este panorama”, confirma María José Lacalzada en El imaginario de la propaganda franquista sobre la llamada masonería femenina. En definitiva, se trataba de “una animadversión de Franco en contra de los masones y la masonería, por razones políticas y por ser un asiduo fiel católico, apostólico y romano”, indica Yván Pozuelo.
Así, la dictadura impulsó diversas iniciativas legales en contra de la sociabilidad. El primer decreto se sancionó el 15 de septiembre de 1936, declarándola “contraria a la ley”, mientras que sus miembros se consideraron “criminales de rebelión”. El hostigamiento no finalizó aquí. El 21 de diciembre de 1938, Franco decretó que “todas las inscripciones o símbolos de carácter masónico fueran destruidos o quitados de los cementerios de la zona sublevada en un plazo de dos meses”.
Al mismo tiempo, aquellos que estaban iniciados, y que no tuvieron la oportunidad de huir del territorio franquista, “fueron asesinados o fusilados”. De hecho, los fascistas consideraron la pertenencia masónica como un “delito de lesa Patria”. Tras el establecimiento del gobierno dictatorial, continuó la producción legislativa contra la fraternidad, de la mano de la Ley de Responsabilidades Políticas, aprobada en 1939 y que colocaba “fuera de la ley” a “todas las logias masónicas”. Un año más tarde, el 1 de marzo de 1940, se dictó la Ley para la represión de la masonería, comunismo y demás sociedades clandestinas, en la que las agrupaciones masónicas fueron acusadas de “todos los males acaecidos en España”, desde la pérdida del imperio colonial a las diferentes conflagraciones producidas en territorio español.
De acuerdo a dicha normativa, “toda propaganda que exaltara los principios o beneficios de la masonería era castigada con la incautación de bienes y la pena de reclusión mayor”. Los masones, además de las sanciones económicas, “quedaron definitivamente separados de cualquier cargo del Estado, corporaciones públicas, entidades subvencionadas, empresas concesionarias, gerencias y consejos de dirección de las mismas”. Igualmente, se decretó “su inhabilitación perpetua para los referidos empleos, así como su confinamiento o expulsión”.
La reaparición iniciática. En la actualidad, la masonería ha vuelto a ser legal en nuestro país. Lo es desde el regreso de la democracia y la aprobación de la Constitución de 1978. Es cierto que la Carga Marga, a propuesta de Manuel Fraga, prohíbe las asociaciones secretas (artículo 22.5). Sin embargo, y como señalan los propios iniciados, las logias son discretas. No buscan la secrecía, por lo que no tienen ningún tipo de problema en cumplir la ley e inscribirse en los registros oficiales.
“Los masones guardan secretos sobre sus ritos, sus signos y sus miembros, pero la masonería no es secreta. En todo el mundo se conoce la ubicación de sus sedes. Muchas grandes logias y orientes tienen librerías, museos, webs, redes sociales y abren sus templos a las visitas de quienes quieren conocerlos”, explica el escritor Pavel Gómez. “Es cierto que sus reuniones rituales se llevan a cabo a puerta cerrada, reservadas solo para sus miembros. Nada diferente a lo que ocurre en muchas otras entidades legales”.
En cualquier caso, en España el Tribunal Supremo ya estableció en 1979 que la masonería no es una sociedad secreta y obligó al Ministerio del Interior a inscribir a sus instituciones en el Registro Nacional de Asociaciones. Una circunstancia que ha permitido el regreso de los masones en el exilio y la conformación de nuevos talleres, que realizan sus trabajos en libertad. De esta forma, nuestro país ha querido reconciliarse con una sociabilidad que no ha sido tan mala como nos han querido contar. Se ha deseado saldar cuentas con ella.
Al fin y al cabo, esta fraternidad no se alza como “ese mito donde sólo se ve maldad, intriga y contubernio”, concluye José Antonio Ferrer Benimeli. “El único fin de esta entidad es hacer mejores, a través de la iniciación, a los que ya son buenos. La masonería no es motor de la historia, aunque muchos masones sí lo son”, complementa Pavel Gómez del Castillo.
La vivencia masónica. Pero, en realidad, ¿qué significa para un masón pertenecer a la orden? “Se trata de una de las experiencias más relevantes de mi vida. En cierto sentido, se puede comparar a hacer el Camino de Santiago. Es una vivencia transformadora, que exige un esfuerzo personal, un combate con uno mismo, pero que haces en compañía de otras personas con las que te sientes hermanado”, asegura Pavel Gómez.
“La palabra hermano se utiliza en muchos contextos. En ninguno he sentido que era tan real como en la masonería. Todo aquello que nos separa en el mundo –la ideología, las costumbres, el idioma, el color de la piel, la religión, la clase social– se desvanece en las logias”, añade Gómez del Castillo. En definitiva, “la hermandad me ha dado las herramientas que me han permitido pulir la piedra que soy cada día, para parecerme un poco más al ciudadano que me gustaría ser. Si soy mejor persona es porque soy masón”.
Fuente → elasombrario.publico.es
No hay comentarios
Publicar un comentario