Héctor A. González Pérez
La historia de la CNT en la transición está salpicada por mitos de notable envergadura que deben desterrarse para entender mejor el pasado
Domingo, 15 de enero de 1978, Barcelona. Dentro de la campaña que la CNT mantiene contra los Pactos de La Moncloa, firmados el 25 de octubre de 1977 por las principales fuerzas políticas del país y respaldados por los sindicatos mayoritarios, la confederación convoca una manifestación a la que acuden aproximadamente unas 10.000 personas. Todas las valoraciones coinciden en señalar la convocatoria como un éxito de afluencia, pero también en términos cualitativos, ya que la movilización ha contado con la presencia de militantes y cuadros de CCOO. Parece que la CNT puede erigirse como polo de referencia para aquellos militantes obreros que desean ir un paso más allá en el rechazo social que los acuerdos generan en la clase trabajadora.
Dentro de la manifestación se encuentra un pequeño grupo de jóvenes que se integra en un piquete defensivo con varios cócteles molotov, preparados para ser usados como herramientas disuasorias ante eventuales cargas policiales. Finalizada la convocatoria sin altercados, dicho grupo opta por abandonar la zona y no participar en la improvisada marcha contra la cárcel Modelo para exigir la libertad de los presos. Junto a ellos se encuentra un hombre mayor, cercano a los 50 años, conocido en los bajos fondos como el Grillo. En el mundo libertario, en el que se mueve desde hace unos meses, se le conoce con el sobrenombre de el Viejo Anarquista, un supuesto militante de acción. Nada más lejos de la realidad. Se trata de Joaquín Gambín, confidente policial reclutado en la cárcel y que desde principios de 1977 se mueve en el entorno cenetista. Sus compañeros barceloneses, con los que lleva días conviviendo y militando, desconocen la realidad.
Al acercarse a la conocida sala de fiestas Scala, local de moda de la burguesía catalana y escenario de un programa de variedades de RTVE, Gambín exhorta y presiona a sus acompañantes para que lancen los cócteles molotov contra el establecimiento, al que define como un símbolo de la opresión del pueblo. Seis artefactos incendiarios son lanzados contra la puerta. Los jóvenes desaparecen rápidamente del lugar. Poco tiempo después salta la noticia: hacia las 13:15 horas del domingo la discoteca Scala ha sido pasto de las llamas a causa de un incendio que, además, se ha cobrado la vida de cuatro trabajadores (Ramón Egea, Bernabé Bravo, Diego Montoro y Juan Manuel López), de los cuales al menos dos de ellos son afiliados a la CNT. La policía inicia las investigaciones bajo la hipótesis de un atentado, que en un primer momento no parece muy claro si es obra de anarquistas, del FRAP o del PCE(i).
Al día siguiente, 16 de enero, se producen las primeras detenciones y comienzan los problemas para la CNT: seis jóvenes militantes anarquistas (María Pilar Álvarez, Xavier Cañadas, José Cuevas, Rosa López, Arturo Palma y María Valeiras) son detenidos, interrogados según las costumbres de la época y enviados a prisión. Otros tres (Carlos Egido, José Miguel Maluquer y Miguel Romero) son puestos en libertad. El día 19 serían detenidos y encarcelados dos anarquistas más (María Teresa Fabrés y Luis Muñoz). A ello hay que sumar la orden de busca y captura contra Joaquín Gambín, quien, sin embargo, no sería localizado por la justicia hasta mucho tiempo después.
Una vez desatada, la ofensiva policial no cesó en varios días
Una vez desatada, la ofensiva policial no cesó en varios días y 15 militantes más fueron detenidos mientras se sucedían los registros de domicilios particulares y sedes sindicales y anarquistas. La prensa se sumó a la campaña y, más allá de la profusa cobertura informativa, algunos titulares, como: “Fueron los anarquistas”, “Un comando anarquista, presunto autor del atentado contra Scala”, “Siete miembros de la CNT autores del atentando contra la Scala” o “Un comando anarquista autor del atentado”, emplearon el vocabulario habitual utilizado para referirse a organizaciones terroristas como ETA. Estas noticias atacaban directamente al anarquismo y sus organizaciones y estaban basadas en la nota de prensa emitida por la Policía el día 17, en la que se señalaba a la CNT como instigadora directa de los actos violentos.
El mismo día de las detenciones la CNT catalana se desmarcó del atentado, lo que desencadenó fuertes tensiones internas a raíz del debate sobre la necesidad y conveniencia de asumir a los detenidos o no. La confederación condenó el acto y manifestó “su condolencia por la muerte de cuatro compañeros, al mismo tiempo que manifiesta su indignación por el brutal atentado que acabó con sus vidas”. Desmintió a su vez la existencia de un brazo armado y realizó una defensa incondicional de los detenidos, denunciando el montaje y catalogándolo como una operación planificada contra el anarcosindicalismo.
Mientras los detenidos iniciaban un largo y complicado periplo por las cárceles españolas a la espera de un juicio que tardaría casi tres años en celebrarse, los servicios jurídicos y la militancia articularon la campaña de defensa. Una de sus líneas de trabajo desde las detenciones y hasta la celebración de la vista fue la denuncia del caso Scala como un montaje policial inducido por un infiltrado que formaba parte de una campaña más amplia, de una guerra sucia contra el anarquismo, tanto en su vertiente política como legal. Se apuntaba a Gambín como un agente provocador sobre ciertos cenetistas y se exigía su presencia en el juicio. La confederación mantenía que los servicios secretos habían orquestado un plan para incendiar la sala de fiestas y hacer cargar con la culpa a la CNT, única organización que se oponía al proceso de pacto social. Informes y testigos de los acontecimientos que respaldaban esta versión desaparecieron en extrañas circunstancias, lo que vino a suscribir la tesis del complot.
De nada sirvió la campaña de denuncia, las exigencias de libertad de los encausados, las innumerables y espectaculares acciones de solidaridad o las reuniones institucionales mantenidas. Tampoco la defensa jurídica, que ponía en entredicho toda la versión policial, logró los ansiados frutos. Con Joaquín Gambín en paradero desconocido para las autoridades, entre los días 1 y 3 de diciembre de 1980 se celebró la vista contra los acusados, de los cuales siete fueron condenados, seis de ellos a elevadas penas de prisión.
El montaje
Como cabía esperar, las denuncias sobre el montaje y las incongruencias sobre el origen del fuego y sus consecuencias, así como la petición de que Gambín declarase en el proceso, cayeron en saco roto. Sin embargo, una detención en Valencia en 1981, mientras portaba varias maletas con armas y explosivos, reabriría la causa y sometería a juicio al confidente. Durante el proceso, Gambín manifestó ser un infiltrado policial en los medios anarquistas, actividad que venía desarrollando desde su reclutamiento en prisión, a principios de 1977, y que se había traducido en diversas operaciones policiales, siempre relacionadas con la violencia. En lo relativo al caso Scala, reconocía haber animado a los jóvenes a realizar acciones violentas y haberlos delatado con posterioridad a la policía, al percatarse de los efectos de tal acción y ser conocedor de los autores materiales, pero negaba haber participado en el atentado, haber enseñado a los condenados a fabricar artefactos incendiarios y estar presente durante el lanzamiento de los cócteles. Sin embargo, tanto la fiscalía como el juez consideraron que sí había animado a los cenetistas a elaborar los cócteles molotov y que, más aún, les había enseñado cómo fabricarlos y los había transportado a la manifestación en su coche. La condena final fue de 7 años de prisión.
Gambín manifestó ser un infiltrado policial en los medios anarquistas
De esta manera quedaba acreditado judicialmente que, al menos, el atentado contra la sala Scala había estado inducido por un infiltrado policial que exhortó a los condenados a elaborar los artefactos incendiarios y utilizarlos contra algún inmueble, si bien ni el fiscal ni el juez tuvieron intención de llevar el caso más allá, buscando a las personas que habían reclutado y dado órdenes al Grillo e investigando cómo y por qué este se dedicaba a ofrecer armas y explosivos de manera sistemática en el entorno libertario.
El mito
El caso Scala coincidió en el tiempo con el inicio de una importante crisis interna en la CNT y con el reflujo de las expectativas de cambio en las luchas sociales. Entre mediados de 1977 y diciembre de 1980 las propuestas asamblearias del movimiento obrero fueron derrotas organizativa, laboral, política y legalmente. Las movilizaciones se tornaron defensivas y, en lugar de exigir derechos laborales y políticos, empezaron a pelear por el mero mantenimiento del empleo. La confederación, por su parte, sufrió una paulatina parálisis interna a causa de una fuerte crisis que desembocó en una escisión. Tanto el anarcosindicalismo como el anarquismo perdieron durante ese periodo el “discreto encanto” con el que habían contado el quinquenio previo. La necesidad de dotar de un relato explicativo a esta frustrante e inapelable derrota estuvo en el origen del “mito del Scala”.
“Sobre el terrorismo, hemos tenido en Barcelona cuatro sucesos, dos de ellos muy relacionados: el asesinato de don José María Bultó y el de don Joaquín Viola; y otros hechos también terroristas con origen muy distinto: uno, el del ‘Papus’, en el que parece que estaban implicadas personas pertenecientes a grupos ultra; y el del ‘Scala’, en el que están los movimientos libertarios. Yo diría que de todos ellos a mí el que más me preocupa en este orden de cosas es este último; porque realmente ahí hay un cierto origen de los movimientos libertarios que circulan en Barcelona desde siempre. Es una amenaza que puede ser importante para la convivencia pacífica en Barcelona […] Y me preocupa especialmente esa acción de los grupos anarquistas porque siempre ha sido una acción desestabilizadora de la convivencia pacífica en Barcelona”.
Estas declaraciones del ministro de la Gobernación, Rodolfo Martín Villa, efectuadas en Televisión Española el 31 de enero de 1978, se erigen como el epicentro de la argumentación cenetista a la hora de buscar un sentido a la derrota y descomposición anarcosindicalista. Con ellas se encontraba además un hilo del que tirar para encontrar a los responsables del montaje. Sería el propio ministro, que como ya hemos visto en el imaginario libertario es el responsable último de todos y cada uno de los problemas del anarcosindicalismo español, quien estaría detrás de la organización del atentado y sería así porque a este le preocupaba más el auge del movimiento libertario en Cataluña que cualquier otro problema de orden público.
El eco de estas palabras corrió como la pólvora, pero su difusión no fue literal, sino la siguiente: “El propio ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa […] se une personalmente al coro de la campaña, declarando que el verdadero peligro para la transición no es la ETA, sino el Movimiento Libertario”. Esta modificación de las palabras del ministro, realizada a finales de los años ochenta, es la que dio carta de naturaleza al mito del caso Scala, según el cual el Estado habría organizado un gran montaje contra el anarquismo para frenar su pujanza, ya que la CNT y el movimiento libertario habían demostrado ser más peligrosos para el nuevo régimen que cualquier otro actor político, incluida la propia ETA, tal y como había llegado a declarar, ni más ni menos, que el propio ministro de la Gobernación. Para finalizar, el mito concluye con que el montaje fue un rotundo éxito y que, tras el atentado, la CNT perdió gran parte de su afiliación debido a la asociación del anarquismo con actividades terroristas. Este hecho habría acabado traduciéndose en el aislamiento social de sus organizaciones. Es literalmente imposible acercarse al caso Scala –incluso a la CNT en la transición– sin que aparezcan en escena las declaraciones de Martín Villa, el movimiento libertario y ETA.
La historiografía cae en el mito
Los historiadores, tanto académicos como militantes, han tendido a dar por bueno el caso Scala como un factor de primer orden para explicar el declive de la CNT, y no tanto por ser el casus belli que desatase una serie de enfrentamientos internos en Cataluña, sino por considerar válidas, de manera un tanto acrítica, las valoraciones que las fuentes secundarias realizaron sobre el Scala y sus consecuencias. La inmensa mayoría de investigadores ha optado por considerar el caso Scala como un elemento que contribuyó decididamente a proyectar una imagen negativa de la CNT hacia la sociedad y que provocó su descrédito ya desde los primeros momentos, algo que irremediablemente afectó a sus cifras de afiliación y a su proyección como sindicato.
El caso Scala es un episodio tangencial en la historia de la CNT de la transición
Aceptar la hipótesis del caso Scala como un elemento que desestabilizó y provocó la contracción del anarcosindicalismo entra en contradicción con los estudios locales y regionales que algunos historiadores han llevado a cabo. Hasta ahora solo Antonio Rivera ha representado una excepción a la norma, al considerar que, por un lado, la estrategia y dinámica represiva contra la CNT fue similar a la ejercida contra otras organizaciones de la izquierda radical y, por otro, al mantener que la CNT se vio constantemente asociada a este tipo de noticias relacionadas con actividades ilegales y terroristas, tanto antes como después del atentado, merced a su propia dinámica interna.
El caso Scala es un episodio tangencial en la historia de la CNT de la transición y como tal fue vivido por la organización. A pesar de que se ha repetido hasta la saciedad que la CNT sufrió una debacle organizativa tras este suceso, la realidad contradice dicha afirmación y nos remite a dinámicas mucho más generales, en las que la confederación sale incluso mejor parada que otras organizaciones.
El mejor ejemplo a este respecto lo ofrece la obra colectiva CNT: ser o no ser. La crisis de 1976-1979. Este texto publicado en 1979 analizaba y diseccionaba, con una asombrosa clarividencia, las causas de la crisis interna y social que la CNT estaba padeciendo desde su reconstrucción y hasta unos meses antes del V Congreso. En los nueve capítulos del libro, escritos por militantes de diferentes sensibilidades confederales, apenas sí se encuentran dos referencias sobre el caso Scala y estas distan mucho de lo que se ha dicho de este suceso con posterioridad.
La historia de la CNT en la transición está salpicada por mitos de notable envergadura que deben desterrarse para entender mejor el pasado. Sacar de la ecuación argumentaciones construidas ad hoc durante un proceso de enfrentamiento interno y que tenían por fin legitimar y deslegitimar a unos y a otros es una condición imprescindible no ya para que avance la historia, sino para que lo hagan las organizaciones, las ideologías y las sociedades. Comprender el pasado tal y como fue ayuda a comprender el presente en los mismos términos, aunque sea en una parcela tan pequeña como es la del anarcosindicalismo.
-----------
Extracto del libro El Caso Scala y otras leyendas del anarcosindicalismo durante la transición (Catarata, 2023).
Fuente → ctxt.es
No hay comentarios
Publicar un comentario