Desencanto y polémicas de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil
Desencanto y polémicas de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil / Ignacio Fontes

La guerra romántica, idealista, antifascista y de poetas terminó siendo “una mierda de guerra, como todas”, en palabras de un corresponsal británico. O “Ninguna guerra es agradable e incluso la guerra revolucionaria es bastante fea”, en las del poeta inglés John Cornford 
 
Los habíamos dejado, a los interbrigadistas, saliendo de España tras haber ofrecido un generoso tributo de sangre –de un 25% a un 33% de bajas– y una brillante hoja de servicios en su haber, desde la temprana y providencial defensa de Madrid en 1936, rechazando a las tropas golpistas en las puertas, a batallas decisivas en el Jarama, Guadalajara, Brunete, Belchite, Teruel, Aragón, la ofensiva del Ebro... 
 

El 28 de octubre de 1938 las Brigadas Internacionales desfilaron por las calles de Barcelona por última vez en un homenaje presidido por el presidente de la Republica y el del Consejo de Ministros, Manuel Azaña y Juan Negrín, respectivamente, acompañados por más de 250.000 ciudadanos agradecidos y en el que Dolores Ibarruri, 'La Pasionaria', les dedicó una emotiva despedida: “¡Madres! Cuando los años pasen y las heridas de la guerra se vayan restañando, cuando el recuerdo de estos días dolorosos y sangrientos se esfume en un presente de libertad, de paz y de bienestar (...) hablad a vuestros hijos de estos hombres de las Brigadas Internacionales. Contadles cómo, atravesando mares y montañas, llegaron a vuestra patria como cruzados de la libertad, a luchar y morir por la libertad y la independencia de España, amenazados por el fascismo alemán e italiano. Lo abandonaron todo: cariños, patria, hogar, fortuna, madre, mujer, hermanos, hijos…, y vinieron a nosotros a decirnos: ¡Aquí estamos! Vuestra causa, la causa de España, es nuestra misma causa, es la causa común de toda la humanidad avanzada y progresista. No os olvidaremos y cuando el olivo de la paz florezca, entrelazado con los laureles de la victoria de la República Española, ¡volved!”.

Les hubiera encantado volver, sin duda, desencantados como se iban de lo vivido. Unos, de la injerencia soviética de férreo estalinismo; muchos, de la política, la organización militar, la inexperiencia de las tropas republicanas y la utilización de técnicas anticuadas propias de la I Guerra Mundial, como criticó Ernest Hemingway en sus crónicas para la agencia North American Newspaper Alliance. “¿Hubo jamás un pueblo como éste, cuyos dirigentes hubieran sido hasta tal punto sus propios enemigos?”, se pregunta en su novela sobre la Guerra Civil española ¿Por quién doblan las campanas?.

También se marcharon desencantados por el desarrollo de la guerra: habían llegado para luchar contra la amenaza fascista que consideraban que destruiría la cultura y sería el fin de la libertad de pensamiento y de la literatura, y se iban cuando era una realidad que se imponía. “En aquel árido cuadrado, aquel fragmento desgajado/ de la ardiente África, tan crudamente soldado a la ingeniosa Europa”, escribió Wystan Hugh Auden.

W. H. Auden ya era un poeta reconocido en Gran Bretaña cuando, cercano a las izquierdas británicas, decidió incorporarse a la Guerra de España, pues aunque sería un soldado “condenadamente malo”. ¿Cómo podría hablar de y por España y los españoles sin alistarse? El destinado a inscribir su nombre en la gran poesía anglosajona del siglo XX, con William Butler Yeats, Thomas Stearns Eliot, Dylan Tomas, William Carlos Williams, Ezra Pound...

Tres veces candidato al premio Nobel de Literatura, sólo estuvo siete semanas en la Guerra de España. Antes de la constitución formal de las BI, trató de enrolarse como conductor de ambulancia, una fantasía bastante común en ciertos caracteres, que él sublimaba como “a mercy for the wounded”, una bendición para los heridos, pero la Spanish Medical Aid Committee, la unidad sanitaria británica de voluntarios, lo rechazó debido a su escasa pericia como chófer –Auden dirá que por no ser del Partido Comunista–, en Valencia, tras un intento de 'ver la guerra' yendo al frente en burro, el animal lo licenció de una coz.

Y, de vuelta a Madrid con un grupo de comunistas británicos, le hicieron ver que los voluntarios distinguidos como él servían mejor a la causa leal haciendo propaganda que regando con su sangre los campos de batalla y lo animaron a emplearse como traductor y en tareas propagandísticas y publicitarias en artículos y emisiones radiofónicas del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y para el semanario londinense New Statesman.

Su experiencia en “el corazón de España”, Madrid para W. H. Auden, le resultó ambivalente: por un lado, le emocionó el heroísmo popular y de los milicianos madrileños y, por otro, le decepcionó la violencia de su furia insensata contra el clero y la religión. De manera que aceleró su vuelta a Inglaterra a las siete semanas de llegar, en vez de los cuatro meses que había previsto para una primera visita a España, que nunca repitió. “Sentía que 'debía' ir”, escribió a un amigo, pese aunque el papel del poeta en la sociedad no es implicarse directamente en la política, “en un periodo crítico como el nuestro, creo que debe tener un conocimiento directo de los principales eventos políticos”. El poeta como un testigo de su tiempo al que los acontecimientos lo obligaban a implicarse, a “correr el riesgo”.

De vuelta a Gran Bretaña, en un solo mes escribió “de y por España y los españoles”, Spain 1937, un poema en una plaquette de cinco páginas que editó Faber & Faber, en cuya sección de poesía oficiaba el gran maestro de la generación poética anglosajona inmediatamente anterior a la suya,  T.S. Eliot. De alguna manera, Eliot hizo al revés el camino que luego transitaría Auden: estadounidense nacionalizado británico, convertido al anglicanismo y monárquico conservador, aun sintiendo afinidad por los traidores españoles, dicho sea en sus palabras, la crueldad de sus actuaciones le impedía apoyarlos públicamente, aunque, desde luego, tampoco lo hiciera por la República. Pero era el editor de Auden y debió parecerle que el combativo opúsculo tenía suficiente calidad poética para publicarlo, más cuando los beneficios que originara la edición se destinaban a incrementar la ayuda sanitaria a los interbrigadistas.

Orwell vs. Auden

En general, la crítica recibió con admiración el gran poema épico que Auden compuso en febriles estancias –el influyente economista John Maynard Keynes (Cambridge, Cambridgeshire, 1883-Firle, East Sussex, 1946) lo saludó como un poema que habla “por muchos corazones caballerosos”–, en el que, con el tono moral característico de su poesía, avisa que la civilización peligra por el avance del fascismo en Europa, del que la Guerra de España es el siniestro laboratorio experimental: “¡Intervén!”, grita al mundo, “¡Oh!, desciende como una paloma, como papá furioso/ o apacible ingeniero, ¡pero hazlo!”.

Un espíritu acaso más libre que el de ambos poetas, el autor y el editor de Spain 1937, el del escritor y periodista George Orwell, aunque la calificó como “una de las pocas cosas decentes que se han escrito de la Guerra de España”, hizo una contundente crítica política a Auden. Como testigo y como escritor, tenía autoridad para decirlo, para apreciar el poema y singularizarlo en la creación literaria y periodística de un asunto del que creía que todo el que lo abordaba lo hacía con espíritu partidista, pero su insobornable espíritu libertario no dudó en acusar de estalinista ese terrible verso de Spain 1937.

Militante del Partido Laborista Independiente, un partido socialista británico radical y no tibiamente socialdemócrata como el Labour Party, Orwell fue de la primera hornada de brigadistas que se enrolaron en la Guerra de España y aunque el que luego sería célebre autor de Rebelión en la granja (1945) y de 1984 (1949) ya había escrito y publicado algunos libros, no fue a España como otro intelectual 'preocupado por su tiempo' sino como soldado, más como el poeta John Cornford que como el poeta Wystan Hugh Auden, es decir, a combatir. Con 32 años, llegó a Barcelona y se alistó en las milicias del Partido Obrero Unificado Marxista (POUM), un partido obrero marxista revolucionario, trotskista y, por tanto, antiestalinista. Orwell fue testigo y casi víctima de la represión despiadada –unos 400 muertos sólo en Barcelona– del POUM y del anarcosindicalismo en las conocidas como Jornadas de Mayo, Sucesos de Mayo o Hechos de Barcelona, que enfrentaron a sus militantes con el gobierno de la República entre el 3 y el 8 de mayo de 1937.

Unos días después de la matanza, el 20 de mayo, fue gravemente herido en el cuello en el frente de Huesca y, además enfermo de tuberculosis –de lo que moriría trece años después–, Orwell se refugió en Marruecos, tanto para recuperarse como para evitar convertirse en víctima de la República por la que había ido a luchar. Ahí empezó a redactar Homenaje a Cataluña (Homage to Catalonia, 1938), un fresco que recuerdo apasionante –lo leí en 1970, cuando apareció la primera edición en castellano (Ed. Ariel, Barcelona)–; una gran decepción escrita con un emocionante estilo desapasionado: “Costaba mucho pensar en aquella guerra con la misma actitud ingenua e idealista que antes”, dice tras las Jornadas de Mayo, cuando su primera impresión había sido muy otra: “Se tenía la sensación de haber entrado súbitamente en una era de igualdad y de libertad. Los seres humanos trataban de comportarse como seres humanos y no como engranajes de la máquina capitalista”.

Para Orwell, “decir la verdad es un acto revolucionario”, que ejerce en privado –en carta a un amigo: “Casi todos nuestros amigos y conocidos están en la cárcel (...) sin que pese sobre ellos ninguna acusación excepto la de ser sospechosos de trotskismo. Cuando me marché estaban ocurriendo las cosas más terribles, detenciones masivas, heridos arrastrados fuera del hospital y arrojados a la cárcel, gentes apretujadas en repugnantes guaridas (...), presos golpeados y muertos de hambre” (julio de 1937)– y en público: “(...) El POUM era sin duda el más débil en número de todos los partidos revolucionarios, y su supresión no atañe, sino relativamente, a pocas personas (...) Sin embargo, su supresión es, como síntoma, muy importante. En primer lugar, muestra claramente al extranjero lo que ya era evidente a ojos de algunos observadores en España: que el actual Gobierno tiene más puntos de semejanza que de diferencia con el fascismo. Lo que no significa en modo alguno que no valga la pena luchar contra el fascismo más abierto de Franco y Hitler. En cuanto a mí, ya había comprendido desde mayo la tendencia fascista del Gobierno, pero no por eso dejé de ir de nuevo voluntario al frente, como hice” (“Eye-witness in Barcelona” –“Testigo en Barcelona”–, Controversy, agosto de 1937).

Desde esas premisas, se entiende la acusación de Orwell a Auden  por manchar su poema épico con un principio propio del nazismo y del estalinismo, en el verso citado. A Auden le pareció ‘injusta’ la crítica, pero no hay dudas de que lo zarandeó: al incluir Spain 1937 en su libro Another Time (1940), sustituye el aciago “necessary murder” por un funcionarial “fact of murder”, una manera de aludir al asesinato como algo inherente al hoy del poema, propio e inevitable en la guerra, probablemente un juego de palabras con la expresión fact of life, la realidad de la vida, lo que está en la naturaleza de las cosas. Pero tampoco quedó convencido, así que, tras haber edulcorado el verso, terminó por repudiar su Spain 1937 entero, no volvió a publicarlo nunca y prohibió que se incluyera en las antologías de su obra...

Dos hechos, uno por cabeza, califican moralmente a ambos a autores: Auden, homosexual que se exilió en Berlín en 1935 para vivir con su pareja fuera de la asfixiante homofobia británica, se casó con Erika Mann, hija de Thomas Mann, actriz y ella misma igualmente homosexual, para que, con pasaporte británico, pudiera escapar de la persecución nazi.

El coherente Orwell, que se inspiró en el famoso e infame MI5 (Military Intelligence, Section 5: Domestic intelligence, hoy Security Service), el servicio militar de espionaje de los propios ciudadanos británicos, para el Big Brother de su profética novela 1984 –como Rebelión en la granja es un retrato satírico del sistema soviético–, en 1949, ya gravemente enfermo de la tuberculosis que lo mataría al año siguiente, entregó a una amiga suya que trabajaba en el MI5 –y por la que supo que los espías de Su Graciosa Majestad llevaban doce años detrás de él– una lista de treinta y siete escritores y artistas que consideraba estalinistas, desde el director del New Statesman, Kingsley Martin, a Charlie Chaplin... Nunca renunció al socialismo democrático que lo animó toda su vida y se dice que tal innoble chivatazo obedeció tanto al deseo de ayudar a su amiga espía y correligionaria como a su profunda convicción de que el comunismo estalinista era un peligro tan real para Europa como lo habían sido el franquismo para España, con éxito, y el fracasado nazismo para Alemania.

En la Guerra Fría, La CIA no dejaría de aprovechar las disidencias para, como parte de su cruzada anticomunista, desmontar la idea de la guerra civil española como una guerra romántica, idealista, antifascista y de poetas.

Farewell a las Brigadas Internacionales

En los discursos de despedida a los brigadistas, Juan Negrín les expresó el agradecimiento del pueblo español: “El Gobierno de la República reconoce a los internacionales que tan bravamente han luchado con nosotros, que ya puede decirse que son connaturales nuestros, el derecho a reclamar, una vez terminada la guerra, la ciudadanía española... España será siempre una patria vuestra. Y los españoles, vuestros hermanos”.

En enero de 1996, el Congreso de los Diputados dio un primer paso para cumplir la promesa de la II República Española al conceder la nacionalidad española a los interbrigadistas, con la condición, que pocos aceptaron, de renunciar a su propia nacionalidad. Finalmente, en diciembre de 2007, en el 68º aniversario de su salida de España, la Ley de la Memoria Histórica reconoció a los brigadistas la nacionalidad española por carta de naturaleza, sin exigirles renunciar a la suya; muchos supervivientes solicitaron su pasaporte español.

En memoria del poeta John Conford, cuyos restos reposan en algún campo anónimo de Lopera, Jaén, una estrofa del poema A Margot Heinemann, que le escribió a su amada poco antes de entrar en combate en Huesca:

“Y si la mala suerte acaba con mi fuerza

dentro de una fosa mal cavada,

acuérdate de todo lo mejor;

no olvides que te amaba“.

Honor y gratitud.


Fuente → eldiario.es

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