¡A todos los españoles! (Antonio Machado, escritos sobre La Guerra)
¡A todos los españoles! (Antonio Machado, escritos sobre La Guerra)
Extractado por Federico Rubio Herrero

 

Más de una vez he dicho, y nunca me cansaré de repetirlo, que mi ideario político se ha limitado siempre a aceptar como legítimo solamente el gobierno que representa la voluntad del pueblo, libremente expresada. He de añadir que la palabra «pueblo» no tiene para mí una marcada significación de clase: Del pueblo español forman parte todos los españoles. Por eso estuve siempre al lado de la República española, en cuyo advenimiento trabajé en la modesta medida de mis fuerzas y dentro de los cauces que yo estimaba legales. Cuando la República se implantó en España, como una inequívoca expresión de la voluntad política de nuestro pueblo, la saludé con alborozo y me apreste a servirla, sin aguardar de ella ninguna ventaja material. Si ella hubiera venido como consecuencia de un golpe de mano, como imposición de la astucia o de la violencia, yo hubiera estado siempre enfrente de ella. Sé muy bien que dentro de una república se plantean problemas mucho más hondos que el estrictamente político -son ellos de índole económica, social, religiosa, cultural, en suma-, y que dentro de esa república caben ideologías no sólo diversas sino hasta encontradas. Pero por muy honda y enconada que sea la lucha, la República conserva su legitimidad mientras la voluntad del pueblo, libremente expresada, no la condene. 

Por eso cuando un grupo de militares volvió contra el legítimo Gobierno de la República las armas que de él había recibido para defenderla de agresiones injustas, yo estuve sin vacilar al lado del Gobierno desarmado. Sin vacilar, digo, y también sin la menor jactancia; porque creía cumplir un deber estricto.  Los profesionales de las armas no eran ya el ejército de España; el ejército de España era entonces para mí aquel que el pueblo hubo de improvisar con los mejores de sus hijos, un ejército tan débil e insuficientemente armado por fuera como fuerte y superabundantemente  provisto por dentro de razón y energía moral. Improvisado, digo con los mejores de sus hijos, y no vacilo en añadir: Con un pequeño grupo de voluntarios propiamente dichos, de hombres abnegados y generosos que venían a España, sin la más leve ambición material, a verter su sangre en defensa de una causa justa.

Pronto, se inició el hecho monstruoso de la invasión extranjera. De un modo subrepticio y cobarde, la invasión se produjo y fue tomando cuerpo y realidad innegable a medida que el tiempo avanzaba. Dos pueblos extranjeros habían penetrado en España para disponer de su destino futuro y para borrar por la fuerza y la calumnia su historia pasada. En el trance trágico y decisivo que hoy vivimos no puede haber dudas ni vacilaciones para un español. Ya no le es dado elegir bando ni bandería. Ha de estar necesariamente con España y en contra de los invasores.

Se nos ha calumniado dentro y fuera de España, diciendo que nosotros también servimos una causa extranjera; que trabajamos por cuenta de Rusia. La calumnia es doblemente pérfida, pero tan grosera que no ha podido engañar a nadie que no sea perfectamente imbécil. Porque todos saben (están hartos de saber) que Rusia, ese pueblo admirable que renunció a su imperio para liberar a sus pueblos, no atentó nunca a la libertad de los ajenos y que no tuvo jamás la más leve ambición territorial en España. Esto lo saben todos, aunque muchos disimulen ignorarlo.

España no es una invención de la diplomacia extranjera o la resultante de tratados de paz más o menos ineptos. Lleva siglos de historia propia, perfectamente definida por su raza, por su lengua, por su geografía, por su historia y su aportación a la cultura universal. No dudéis un momento que traiciona a su Patria quien se niega a defenderla contra la invasión extranjera.

Fuente: Federico Rubio Herrero (Cronología mundial durante seis meses inquietantes, enero-junio de 1938)  


banner distribuidora