‘El abismo del olvido’ explora cómo España se ha enfrentado a una búsqueda de desaparecidos sujeta a los vaivenes políticos
Todo empezó cuando, en 2009, Terrasa entrevistó a Pepica Celda, la última persona en recibir una subvención para hacer una exhumación en virtud de la Ley de Memoria Histórica, durante la legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero. “El Gobierno ya estaba en funciones, porque se habían convocado elecciones, y Mariano Rajoy ya había anunciado que no habría ni un euro más para memoria histórica si ganaba”, sostiene Terrasa en la entrevista concedida por ambos autores a este diario: “Ella tenía todo muy claro y sabía en qué tumba del cementerio de Paterna está enterrado su padre”, prosigue el periodista. “Finalmente consigue los permisos, consigue un equipo de arqueólogos, abre esa fosa, y aparecen 12 cuerpos, con 12 botellas de farmacia, dentro de las cuales hay unos papeles en los que, en algunos casos, todavía se lee el nombre de algunos fusilados. Fue una sorpresa, un mensaje inesperado”. Rodrigo Terrasa comenzó a alumbrar la idea de que en aquellos hechos había una buena historia que merecía ser contada por Paco Roca, con el que le unía una relación de amistad. “Veía muy claro que tenía muchos elementos para ser un buen cómic de Paco”, asegura: “Yo, en realidad, lo que quería es que lo hiciera él solo. Pero al final decidimos hacerlo juntos”.
Paco Roca recuerda aquellos momentos: “Ya habíamos colaborado en páginas de El País Semanal o Cambio 16, y siempre estaba ahí la idea de hacer algo más largo, encontrar el momento. Pero cuando Rodrigo empezó a contarme esta historia yo debía de andar liado con Regreso al Edén, por lo que no me encajaba”, comenta el dibujante: “Después, en un momento en el que no tenía ningún proyecto en marcha, retomé la idea de trabajar con Rodrigo. Me envió más información y me di cuenta de que, efectivamente, la historia prometía mucho. Por un lado, iba por un camino que me gusta, y por otro trabajaba una época que acababa de tratar en Regreso al Edén y para la que tenía mucha documentación, no necesitaba mucho tiempo de inmersión. Todo cuadraba bastante”.
El tabú de las fosas
Fruto de una colaboración muy orgánica, en la que Terrasa se encargaba de la documentación y las entrevistas y Roca del guion y el dibujo —“siempre en contacto y comentando todo tipo de detalles”, según el dibujante—, El abismo del olvido afronta una cuestión delicada, que suele suscitar mucha polémica. Lo primero fue comprenderlo a un nivel personal. “En mi visión nada creyente, me costaba entender la importancia de desenterrar los restos para los familiares. Por qué una mujer como Pepica Celda dedica toda su vida a sacar esos huesos me resultaba muy difícil de entender”, confiesa un Roca que, una vez que el proyecto avanzaba, entendió que las familias “solo quieren lo más sencillo del mundo”. “Enterrar a nuestros seres queridos de una forma digna es algo que aparece con las primeras civilizaciones. Necesitamos un ritual, un momento de despedida, llorar a nuestros seres queridos. Eso es lo que quiere Pepica”, desarrolla el autor: “Es un símbolo. Y negarlo es muy doloroso: lo vimos durante la pandemia, cuando un montón de gente perdió a sus familiares y no se pudo despedir. Un día estaba vivo y al siguiente lo entierran o lo incineran. Esto es lo que sufrieron también aquellas familias tras la Guerra Civil”.
Ambos autores consideran que este deseo no responde a motivaciones políticas, aunque los políticos hayan instrumentalizado el asunto. “No se puede entender que alguien, por razones políticas, pueda tener como prioridad estar en contra de esto: es de ser mala gente”, sentencia Roca. Terrasa, por su parte, recuerda aquella primera entrevista con Pepica Celda, que coincidió con la campaña electoral. “Había políticos del Partido Popular diciendo que había gente que solo se acordaba de sus familiares cuando había subvenciones —rememora—. Yo estoy muy acostumbrado al lenguaje político, pero aun así me parece muy fuerte el contraste entre este tipo de mensajes y lo que te cuenta alguien como Pepica”. El periodista recuerda la reacción de la mujer cuando le preguntaba por estas acusaciones de querer revancha: “¿qué revancha? Revancha la suya que mataron a mi padre en el 40. Yo lo único que quiero es sacarlo de ahí”, le respondía. Un mensaje “radical pero sencillo”, valora Terrasa, quien considera que la sociedad han escuchado debidamente estas demandas. “El relato, por otra parte, te aleja mucho de la bronca y de los discursos absolutamente ridículos de los políticos”, afirma. “Si todo el mundo pudiera escuchar la historia de Pepica, nadie pensaría que tiene ningún tipo de intencionalidad política más allá de recuperar los huesos de su padre para ponerlos junto a los de su madre y llevarle unas flores el día de Todos los Santos”.
Los autores también apuntan a las particularidades de las exhumaciones en la Comunidad Valenciana, donde ambos residen. “En estos años, los Gobiernos progresistas han exhumados muchas fosas”, asegura Roca. “Y no ha habido ningún tipo de cisma social; la gente ni se ha enterado, de hecho. Al final quien se opone no sabe ni por qué lo hace, solo asume el mantra de los políticos, aquello de que reabre heridas. Me gustaría que alguien me lo explicara. ¿Qué herida se reabre por exhumar una fosa? La herida se abre cuando se pone en un programa electoral que no se va a permitir”, reflexiona el autor de El invierno del dibujante (2010). Rodrigo Terrasa, autor de un ensayo sobre la corrupción del PP valenciano —La ciudad de la euforia. Una hipótesis de la mafia (2021)— aporta más detalles. “El primer acuerdo del PP y Vox en las últimas autonómicas incluye acabar con las leyes que atacan la reconciliación en asuntos históricos. Se llega a tal punto de perversión del lenguaje que resulta que abrir una fosa ataca la reconciliación”, lamenta.
La imposible equidistancia
Como en otros cómics de Paco Roca, el relato sobre unos individuos está inserto en su contexto histórico. En este caso, El abismo del olvido afronta la polarización sobre la Guerra Civil con un ejercicio de honradez: sin ocultar su posición y su simpatía por las víctimas del franquismo, los autores no omiten las ejecuciones del otro bando. “Se dice que todos hicieron cosas malas durante la guerra, pero nosotros queríamos ir más allá: de acuerdo, pero estamos hablando de un momento en el que ya había acabado la guerra. Son los muertos de la represión”, matiza Roca. El dibujante, curtido ya en varias obras que le exigieron muchas lecturas y reflexiones, considera que a veces se tiende a justificar la represión del bando con el que se simpatiza. “Nosotros no queríamos ocultar nada, pero sí intentamos diferenciar y explicar los motivos de cada bando. La represión republicana, de hecho, se concentra en tres meses, y alguien tuvo que hacerla”, dice. Sin embargo, introduce un argumento muy importante para entender las diferencias. “Una parte de los fusilados republicanos tendría delitos de sangre, porque esa violencia tuvo que ejercerla alguien, pero lo que sucede es que la justicia franquista no era legítima ni buscaba esclarecer los hechos: solo pretendía cumplir con una cuota de ejecutados”, afirma Roca. En el cómic, también se muestra un problema ya irreparable, tal y como afirma Terrasa: “Cuando hablábamos con historiadores, nos explicaban la cantidad de fosas que quedan por descubrir o que están ocultas bajo el desarrollo del país en los últimos 40 años, carreteras, centros comerciales… Esas fosas jamás se podrán abrir. Es muy frustrante comprobar cómo ese manto del olvido ha impregnado todo”.
Para ambos autores, resulta inexplicable la posición de determinados partidos políticos en la cuestión de la memoria histórica. “Sería tan fácil como que el PP se presentara en las exhumaciones y rindiese honores a los asesinados, por cuestiones humanitarias”, opina Roca. “Si eres demócrata, condenas una dictadura. Pero todo se polariza, y aunque la derecha no puede defender abiertamente la dictadura, la justifica diciendo que la República había dado un golpe de Estado antes. Se pervierte todo para no posicionarte. Esto lo explicaba muy bien el historiador Gutmaro Gómez Bravo: se ha establecido una secuencia lógica por la cual la República nos lleva a la dictadura, pero hay que romper con eso”. Terrasa, por su parte, reflexiona acerca del tratamiento que se da en España a los lugares de memoria. “Al final del cómic mostramos el momento en el que visitamos el paredón donde se fusiló a las víctimas. Hoy es un vertedero. Ves los agujeros de los disparos en la pared, rodeados de basura. En cualquier país civilizado allí habría un memorial, pero aquí es un sitio en el que los chavales van a hacer botellón”, se lamenta el periodista.
Un héroe anónimo
Además de la historia de Pepica Celda, en El abismo del olvido tiene una gran importancia la figura de Leoncio Badía, maestro de izquierdas condenado a trabajar como sepulturero de “los suyos”, como le dijeron sus represores, que se jugó la vida para dar un trato más humano a los cuerpos de las víctimas, permitir a las viudas darles un último adiós e incluso guardar algún recuerdo. Las pequeñas botellas que identificaban a los cuerpos en la fosas fueron responsabilidad suya. “Estaba ya fallecido cuando empezamos a trabajar en el cómic —recuerda Terrasa—, y tuvimos que reconstruir su historia a partir de las conversaciones con su hija, Maruja”. Badía dejó una gran huella en Paterna por sus actos: “Mientras estábamos haciendo la entrevista, se nos acercaban descendientes de fusilados y nos contaban, emocionadísimas, que estaban muy agradecidas a Leoncio, que guardaban fragmentos de la ropa de sus familiares en casa gracias a él. Nos dimos cuenta del valor de lo que había hecho”, explica el periodista.
A nivel narrativo, “el personaje es una suerte”, afirma Roca. “Es muy contemporáneo, leía a los clásicos, y tenía una sensibilidad muy elevada. Por eso hemos tenido que rebajar la idealización y bajarlo al suelo un poco para que fuese creíble”, continúa. El dibujante también reflexiona sobre la naturaleza de los recuerdos y su poso de verdad, uno de los temas de sus obras anteriores. “Maruja nació cuando su padre ya no era enterrador, y él nunca hablaba de esa época. Todo lo que sabe sale de su madre, que alguna vez se lo contó. Por eso hay que tomar con pinzas la historia”. Pero, pese a todo, es rotundo: “Lo que Leoncio hacía era una cuestión humanitaria, él no era un guerrillero ni un revolucionario. Hizo lo que cualquiera haría en circunstancias normales, pero en un momento en el que implicaba jugarte la vida”.
Fuente → eldiario.es
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