Ana Faucha murió junto a los muros de la prisión sin cumplir el sueño de ver a su hijo y abrazarle por última vez
Así podría haber sido Ana Faucha, la madre coraje que cruzó el país para ver a su hijo por última vez.
Marcos Ana, el poeta español antifascista considerado el preso político del régimen que más tiempo pasó en prisión, escribió una triste historia que poco se ha conocido. Es la historia de Ana Faucha, una viejecita del sur de España, cuyo único objetivo en el poco tiempo de vida que le quedaba, era ver a su hijo preso por el franquismo en la fría cárcel burgalesa de Valdenoceda.
Se prometió así misma que antes de morir, tenía que lograr ver a su hijo vivo, aunque solo fuera unos instantes. Ana carecía de recursos y medios, era pobre y mayor y por ello, pedía limosna. Fue una “madre coraje” contra los bárbaros que provocaron la Guerra Civil.
Ana Faucha, mayor y pobre, peregrinó centenares de caminos a pie
Ana contó las duras vicisitudes sufridas por esta madre en busca de su hijo durante la travesía de la geografía española, de sur a norte. Ana Faucha, mayor y sin recursos económicos, peregrinó centenares de caminos y sendas a pie, movida por el deseo de que le dejaran ver a su hijo. Solo eso, pero no se lo permitieron. Un día de frío y gran nevada, apareció, aterida y muerta de cansancio, al lado de su hijo en prisión.
La imagen es tremenda: Una madre acurrucada, yacía al lado de un camino cercano a los muros del penal, cubierto por la nieve y agarrando un paquete de comida que quería entregar a su hijo. Fue hallada en un camino helado, casi a las puertas de la cárcel en la que, poco antes, le habían impedido ver a su hijo. Dolor por ello, cansancio por el duro periplo, agotamiento, muchísimo frío y hielo burgalés, añadido a su avanzada edad, hicieron que, como un pajarillo, muriese sin lograr su inmenso deseo de abrazar por última vez a su vástago.
Decide ir en busca del hijo, a pie y desde el otro lado de España
La historia se inicia cuando su hijo es encarcelado. Ocurrió en algún momento entre los años de 1936 a 1943. Ana decide ir en busca de él y a pie, desde el otro lado del país, comienza a andar en dirección a la prisión, donde se hallaba encarcelado su único hijo. Es el ejemplo del inmenso amor que una madre siente por su hijo, mucho más en momentos de dificultad y privado de libertad. Su imagen siempre se asocia a un paquete que siempre portaba asido a ella y que esperaba haber hecho llegar a su hijo. Eran comida y alimentos que pedía por los pueblos por los que transitaba, ya que Ana era pobre, no tenía recursos. De todo lo recaudado, Ana guardaba lo mejor para dárselo a su hijo cuando llegase el ansiado momento de encontrarse con él.
Desde el sur a tierras burgalesas
Aunque se desconocen muchos datos sobre ella, se sabe que era de una zona del sur de España, donde comenzó su viaje. Y que era pobre, muy pobre. Se dejó guiar por los trazados del ferrocarril caminando en paralelo a los raíles del tren y así, golpe a golpe, paso a paso, pueblo a pueblo, cruzó España hasta llegar a tierras burgalesas.
“Usted no puede ver a su hijo porque está chapado en una celda de castigo”
Tampoco se sabe la duración del viaje, si fueron semanas o fueron meses los que tardó en llegar a su destino en la cárcel de Valdenoceda, al norte de la provincia de Burgos. Lo cierto, es que esta mujer, mayor, agotada, sin recursos, logró su objetivo y llegó a las puertas de la prisión. Tras acercarse a la ventanilla de entrada a la prisión y preguntar por su hijo, el funcionario, tras comprobar la documentación que tenía sobre los reclusos, le dijo: “Usted no puede ver a su hijo porque está chapado en una celda de castigo”.
Un golpe letal para esta viejecita y madre agotada
Es imposible y atroz imaginarse el rostro de la madre. Tras haber cruzado España y sufrir las penalidades que sufrió, ahora, en la meta final, le decían que no podría ver a su hijo cuando lo tenía tan cerca porque “está chapado en una celda de castigo”. Un doble y enorme dolor para Ana. Por un lado, le impedían verlo, por otro, estaba “castigado”. Horrible y cruel, casi sádico, le rajó el alma y le llegó como un navajazo directo al corazón. Un golpe letal para esa viejecita y madre agotada y extenuada.
Cuadro del pintor gallego José Otero Abeledo inspirado en la historia de Ana Faucha en 1963
Intentó verlo todos los días, varias veces
Pero Ana no se resignó y persistió en su empeño. Durante una semana,
cada día, hasta su fallecimiento, se acercaba varias veces a la ventanilla de comunicaciones de
la cárcel de Valdenoceda rogando que le permitieran ver a su hijo. La
respuesta era la misma negativa siempre. Una y otra vez, hasta cuatro
veces al día, Ana recibía idéntica contestación que no era otra que no
dejarle pasar. A pesar de ello, esta madre coraje insistía y siempre se
la podía ver en torno a los aledaños de la prisión, con gritos de
ruego por ver a su hijo, golpeando con sus manos los muros de la
prisión.
“Ana se había muerto como un pajarillo sin verle por última vez”
Y llegó el último día de esperanza de poder estar unos instantes con su hijo y el del final de la vida y búsqueda de Ana. Fue la triste mañana en la que cerca de los muros de la prisión, en un camino lleno de fría nieve, un vecino de Valdenoceda halló el cuerpecito de una mujer mayor, acurrucada y abrazando el paquete que siempre le acompañó y en el que guardaba los mejores alimentos que recibía de la gente, para dárselos a su hijo preso. No pudo ser, el viaje le pasó factura; la desnutrición, su edad y el frío, hicieron el resto. Ana Faucha, una madre coraje. Como escribió el periodista y escritor burgalés Rodrigo Pérez Barredo, “Ana se había muerto como un pajarillo sin verle por última vez”.
Era necesario contar su historia como un ejemplo de amor
De esta historia apenas existe documentación, más allá de la narración de Marcos Ana y un bellísimo reportaje de Pérez Barredo. Pero como narra el escritor burgalés de forma emotiva y magistral, “Era necesario contar su historia, por la lección de vida, por el ejemplo de amor. Para que no caiga sobre ella -sobre todas ellas- el manto oscuro del olvido. Ana, gracias por haberme desvelado siguiendo tu rastro de niebla. Gracias por haberme estremecido. Aunque no te haya encontrado. Aunque quizás no hayas existido nunca”.
Fuente → elplural.com
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