Quizás pensaron que el goteo sistemático de atrocidades y muertes en Palestina acabaría por insensibilizar al indignado e invisibilizar el crimen por reiteración y aburrimiento. Cada día relatando lo mismo, cada día en un escenario distinto de ese pequeño tablero que es Palestina. Hoy en Jenin, ayer en Hebrón y todos los días en Gaza, en barrios con nombres que a los pocos segundos ya no recuerdas, y con cifras que confundes por acumulación de datos. ¿Han sido cien muertos esta vez en solo un bombardeo, o eso pasó ayer?
Las guerras también se libran en el plano emocional, no solo contra quienes resisten bajo las bombas sino contra quienes alzan su voz desde la distancia, impotentes, como nos sentimos cuando nos resistimos a que la indolencia se instale también en nosotros ante tanta barbarie. Pero esta vez les está costando mucho erosionar ese frente, desgastar a quienes siguen protestando, pues carecer de toda humanidad o administrarla según convenga pudo hacerles creer que nos acabaríamos acostumbrando al genocidio y terminaríamos callando. Pero no somos como ellos ni queremos serlo, y por eso hoy insistimos una vez más en hablar de Palestina.
Resulta que el comercio internacional se ha visto amenazado por un grupo de personas que ha tomado parte contra este genocidio. Los hutíes yemeníes protestan contra la matanza que está perpetrando Israel en Palestina bloqueando el paso de barcos en el estrecho de Bab al Mandeb, que conecta con el canal de Suez. El secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, sin que se le escapara la risa, calificó ayer los ataques hutíes de "imprudentes y peligrosos" y añadió que "violan el derecho internacional". Violar el derecho internacional, dice. Cuesta no continuar este párrafo sin insultar. Respiro. Seguimos.
Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, se sumó a estas palabras y a esta indignación, y dice que la Unión Europea se está coordinando con sus socios ante estas amenazas contra la paz y la seguridad. El comercio antes que la vida. La paz y la seguridad es para la UE que Israel siga adelante con la limpieza étnica sin ser molestado, más allá de algún tímido reproche cuando la sangre salpica demasiado y nuestros gobernantes piden moderación a la hora de matar. Porque lo que amenaza nuestra paz es el barco bloqueado, el comercio impedido, no el genocidio en marcha con nuestros vítores y nuestras bombas. Las mercancías siempre tuvieron más derechos y menos fronteras que las personas. Las balas valen más que los cuerpos que matan, como dijo Galeano de los nadies, que son y siempre han sido para Occidente quienes no se pliegan ni son útiles para sus intereses.
Más allá de la ética y la humanidad que algunos nos negamos a perder ante este nuevo episodio genocida, no podemos obviar las consecuencias que tendrá en un futuro en el tablero global, y por extensión, en nuestras propias vidas. La implicación de otros actores regionales y la pérdida de confianza de los propios israelíes y de sus aliados en su proyecto colonial ante los sucesivos fracasos en lo político, lo militar y lo moral es ya una realidad. Una debacle que tratan de eclipsar bajo una lluvia de plomo y fuego contra Palestina, a pesar de vender semejante destrozo como una victoria. Y el desgaste de la retórica y la propaganda occidental ante lo insostenible en un mundo cada vez más multipolar y menos dependiente de quienes hasta hoy se creían dueños.
España está en el ajo desde el principio, desde que legitima la masacre israelí, su apartheid y su proyecto colonial, hasta hoy sumándose, aunque sea por extensión de la UE y la OTAN, a este movimiento en el Mar Rojo capitaneado una vez más por EEUU.
Por mucha realpolitik que quieran vendernos sobre compromisos y alianzas internacionales, de nuevo somos parte del genocidio. Algunos consideraron suficientes las palabras de Pedro Sánchez para calmar la conciencia de quienes ven cada día cuerpos de palestinos desmembrados, porque a la derecha le picó y Netanyahu se enfadó. Pero en realidad solo sirvió para escenificar una queja, una miserable queja sin ninguna consecuencia, sin nada más que una cortina de humo mientras tras el telón se seguía comercializando armamento con Israel.
España es cómplice de un genocidio. Nuestro gobierno así lo está demostrando, y quienes sostienen este gobierno, también lo son. El Gobierno aprobó ventas de armas a Israel por 9,2 millones de euros en 2022. Las mismas armas que hoy despedazan a niños palestinos, que destrozan hospitales y escuelas. Esto eclipsa cualquier declaración que pueda hacer el presidente o sus ministros sobre lo preocupados que están por la cantidad de muertos en Gaza. Da igual el adjetivo que le ponga y las sugerencias que le haga al gobierno israelí. España sigue y seguirá participando de este genocidio, y seremos arrastrados una vez más por nuestros gobernantes a cualquier escenario que nos impongan los EEUU.
Esta es la realidad, es nuestro servilismo y nuestra complicidad que siempre se disfraza de compromisos y alianzas por un bien superior, por una democracia que se defiende y se refuerza ante la barbarie, dicen. Y es, como siempre, dejarnos arrastrar por los Estados Unidos e Israel para estar todavía más metidos en el conflicto. Díganme qué valores se defienden en esta reiterada y criminal política exterior que se disfraza de derechos humanos para proteger intereses económicos. Sean honestos y digan claro que las vidas y las muertes solo importan cuando las podemos usar en nuestro beneficio.
Fuente → blogs.publico.es
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