Relaciones afectivo-sexuales, un término de la policía franquista
Relaciones afectivo-sexuales, un término de la policía franquista
Miguel Vagalume, Señora Milton

El término afectivo-sexual se utiliza a menudo sin conocer su origen: fue el nombre que la policía aceptó para unas jornadas en 1972. El motivo de la censura era que el término sexual, a secas, no podía permitirse. 
 

En el Estado español hemos heredado muchas cosas de la dictadura franquista y del pensamiento reaccionario de los últimos doscientos años, desgraciadamente. Hay muchas de esas herencias que son más obvias, pero hay otras que se han ido quedando en nuestro entorno y las vemos como parte natural de nuestra vida cotidiana sin saber su origen. Nos hemos acostumbrado a ver las placas de los edificios de protección oficial con simbología falangista, a escuchar un himno que se tararea pero que en realidad tiene una letra encargada en 1928 durante la dictadura de Primo de Rivera (que, aunque no sea la letra “oficial”, sí es muy real en la cabeza de mucha gente conservadora). O a llamar “divorcio exprés” a lo que no es más que un divorcio de mutuo acuerdo. Este tipo de divorcio fue bautizado así por la Conferencia Episcopal Española, que consiguió retrasarlo hasta 2005 a pesar del daño que causaban los divorcios hasta entonces, como reconoce la exposición de motivos de la misma ley: “Sirvan sólo a modo de ejemplo los casos de procesos de separación o de divorcio que, antes que resolver la situación de crisis matrimonial, han terminado agravándola o en los que su duración ha llegado a ser superior a la de la propia convivencia conyugal”.

Otra de esas herencias a la que nos hemos acostumbrado es una expresión cada día más común y que solo tenemos en nuestro país: afectivo-sexual. Esperemos que contar su origen y los problemas que puede acarrear ayude a que se reemplace por otros términos que no problematicen cuando se cree que sirve para evitar confusiones.

El origen

En el libro Sexualidad, Psiquiatría y Cultura, coordinado por Ángel Luis Montejo, se recoge con mucho detalle todas las anécdotas que provocaron el nacimiento del término afectivo-sexual a finales de la dictadura franquista. Yo había oído la historia por primera vez durante el máster de sexología de la Universidad de Alcalá de Henares (INCISEX), así que siempre que puedo recuerdo lo problemático que es ese término.

Para contar la anécdota en instagram me documenté leyendo el artículo que había escrito en 2020 Ana Fernandez en la web de la AEPS (Asociación Estatal de Profesionales de Sexología).  Ahí pude averiguar que la anécdota aparecía en una publicación de Efigenio Amezua, uno de los sexólogos más importantes del Estado español, y que también había sido contada por el médico Enrique Arango, que había participado en las jornadas de educación sexual que dieron origen a todo el problema. Yendo a la fuente original me podía asegurar de contar correctamente el nacimiento del concepto “afectivo-sexual”.

Lo publiqué en Instagram creyendo tener ya todos los datos y fue entonces cuando, desde Insexcoop, dejaron un comentario explicando con detalle la anécdota tal como se menciona, literalmente, en el artículo  Sexología y salud sexual. Crítica a una salud sexual en crisis y aportaciones saludables desde la sexología. El texto, escrito por Manuel A. Franco Martín y José Ramón Landarroitajauregui Garay, que me valió para buscar el libro mencionado, comprarlo y transcribir el artículo. Así nació:

“Las jornadas de educación sexual o ¡qué!

En el año 1972 se pretendía organizar unas jornadas de educación sexual en Madrid. Los organizadores solicitaron el preceptivo permiso a la Dirección General de la Policía. Fue denegado. La razón: “sexual” era un término impropio por inmoral y escandaloso. Sugirieron entonces “Educación familiar”. Segundo intento: “Educación familiar y sexual”. Segunda denegación y segunda sugerencia, y esta vez dos propuestas: “Educación afectiva” o “Educación para el amor”. Tercer intento: “Educación afectiva y sexual”. Tercera denegación y tercera sugerencia. Y así incontables veces, hasta que los incombustibles organizadores consiguieron el preceptivo permiso para las que finalmente fueron “Jornadas de educación familiar, afectiva y psicosexual”.

Es decir, lo que se habría llamado “educación sexual” (tal como se debería seguir llamando) acabó escondiendo la palabra “sexual” detrás de todas las palabras posibles… por recomendación de la Dirección General de Policía.

El sexo y el afecto

Una vez terminada la dictadura no hubo una transición tampoco en las ideas respecto al sexo, heredando esa visión miope de la censura: una cosa es lo sexual y otra muy diferente, lo afectivo, como se dejaba ver tras las sugerencias de la policía.

Eso no hizo más que enredarse con esa división del ser humano aún más antigua: el cuerpo y el alma, lo carnal y lo espiritual, el pecado y la virtud. Una dicotomía muy bien aprendida después de siglos de educación católica y unas décadas de moral nacionalcatólica.

Y así nos pareció de lo más normal hablar del sexo por una parte y del afecto por otro, como si fueran cosas independientes. Es algo habitual creer que la palabra sexo solo se refiere a los genitales, pero explicar que no es así necesitaría de más espacio.

Valga, para resumirlo, una cita de Amezua de 2006:

“El sexo no es un hecho natural. No viene dado por la naturaleza. El sexo es una creación de los seres humanos: hecho a su medida, por ellos y para ellos. Esto es lo que quiere decir que el sexo es un valor. Un valor no se improvisa, no surge de la nada. Un valor se diseña y se construye, se cuida y se cultiva”.

Por supuesto que todo el mundo sabe que se puede intentar separar ambas cosas, “sexo” y “afecto”. Porque a veces los encuentros entre dos personas (o más) no van buscando a un quién, sino solo un qué: una experiencia, una práctica concreta (cuerdas, azotes, una orgía, que sea en público, explorar…). Pero las veces que, sobre todo, se va buscando un qué, no quiere decir que no nos afecte, que no nos emocione, no nos agrade o desagrade con quién sucede y que eso deje una sensación y unas emociones. La vivencia siempre es completa, integral.

Toda interacción humana, por el solo hecho de ser humana, nos afecta de alguna manera. Ese suspiro, esa sonrisa o esa cara de disgusto, esas ganas al abrazarnos o esa frialdad, esa sensación que nos ha dado de que estaba deseando irse… Eso no significa que, como si fuera inevitable, haya que hablar de esas emociones. A veces el acuerdo (o la dinámica en que se deriva, si nadie las menciona) es no hablar de ellas, de esos sentimientos, para no vulnerabilizarnos y, así, no empezar a vincularnos  con la otra persona, a quién, a lo mejor, solo queremos ver durante unas horas, en una fiesta, o en una experiencia concreta.

La otra forma de intentar separar lo inseparable es poner el foco en la duración, en el  tiempo durante el que se comparte esa intimidad. Decir que un encuentro de unas horas no tiene por qué convertirse en un encuentro durante un fin de semana, ni que deba llevarnos a aparecer a la semana siguiente con la maleta en la puerta de nuestra pareja y de ahí a una relación de unos meses, un proyecto de años o el comienzo de una vida en común con todos los hitos típicos de las relaciones más tradicionales…

Sin duda, sería agotador pensar que la primera conversación con alguien es siempre el primer paso potencial que nos va a llevar al altar, la convivencia o ser pareja. Pero la cuestión, más allá de esas falsas dicotomías (sexo-afecto, sin compromiso-con compromiso, etcétera), es que siempre hay expectativas. Si solo vamos a vernos durante unas horas, tenemos la expectativa de que no se vaya después de media hora. O de que le apetezca estar un rato más de lo inicialmente previsto. O de que le apetezca un beso más. O unos minutos más. No significa que, si existen expectativas, haya que cumplirlas. Pero el hecho de no hablar de ellas, no quiere decir que desaparezcan. Están siempre ahí.

El problema de esa visión dicotómica del ser humano en “sexo” y “afecto” es que nos hace creer que podemos separar lo que es indivisible, además en un campo donde nos hacemos tan vulnerables como ese en el que compartimos nuestra intimidad con personas que nos importan mucho.

Esa visión dicotómica (sexo-afecto, cuerpo-alma, corporal-espiritual, corporal-emocional, físico-mental etc) no habla de lo humano. Habla de conceptos enfrentados tal como solemos hacerlo con otras muchas ideas (paz-guerra, amor-odio, etcétera). Separar los genitales de los afectos no es una forma realista de aproximarse a los seres humanos.

¿Cómo es una visión más humana de la sexualidad? La visión integral de la sexualidad. La que tiene en cuenta todas las facetas que afectan a la sexualidad humana. Y son infinitas. Son toda nuestra biografía, todo lo que nos ha afectado (conscientemente o no) durante toda nuestra vida. Todo lo humano. Todo lo que nos sucedió, lo que nos está sucediendo, lo que deseamos y lo que creemos que nos puede suceder, siempre en interacción permanente con nuestro entorno, con quienes tenemos alrededor, con lo que sucede a nuestro alrededor.

Educación integral en sexualidad

“La UNESCO, organismo internacional que marca las directrices en materia de educación, habla de Educación Sexual Integral o Comprensiva, según se traduzca”, cuenta Ana Fernández en su artículo “El error afectivo-sexual”.

Es decir, la anécdota de 1972 y la sugerencia de la policía nos llevó a creer que era buena idea utilizar “afectivo-sexual” en lugar de educación sexual integral (ESI), que es la terminología que se usa internacionalmente. También mencionado a veces como educación integral en sexualidad, o EIS, recoge de manera mucho más amplia lo que se cree abarcar con el término “afectivo-sexual”.

Se puede leer más sobre la educación sexual integral en la web de la UNESCO. Vale la pena resaltar qué incluye esa educación integral en sexualidad según dicha institución. Como se puede ver, va mucho más allá de los genitales.

“La educación integral en sexualidad, o EIS, es indispensable para la salud y el bienestar. Una educación en sexualidad de calidad incluye una educación sobre los derechos humanos, la sexualidad humana, la igualdad de género, la pubertad, las relaciones sexuales y la salud reproductiva.

La EIS se configura como un proceso de enseñanza y aprendizaje basado en planes de estudios que versa sobre los aspectos cognitivos, psicológicos, físicos y sociales de la sexualidad. Su propósito es dotar a la infancia, a la adolescencia y a la juventud de conocimientos basados en datos empíricos, habilidades, actitudes y valores que les empoderarán para disfrutar de salud, bienestar y dignidad; entablar relaciones sociales y sexuales basadas en el respeto; analizar cómo sus decisiones afectan su propio bienestar y el de otras personas; y comprender cómo proteger sus derechos a lo largo de su vida y velar por ellos”.

Nota del autor posterior a la publicación del artículo: En realidad, la primera vez que se publicó la anécdota del nacimiento de la expresión “afectivo-sexual” fue en el libro La Teoría de los Sexos, de Efigenio Amezua en 1999 (pag. 75, bajo el subtítulo “Lo psico-sexual”): Años más tarde, en 2005, tal como comento en el artículo, se comentará la anécdota en Sexología y salud sexual. Crítica a una salud sexual en crisis y aportaciones saludables desde la sexología. escrito por Manuel A. Franco Martín y José Ramón Landarroitajauregui Garay, pero sin citar la fuente original.


Fuente → pikaramagazine.com

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