Miralles recopila la «represión olvidada» de franquismo y extrema derecha contra el carlismo / Pello Guerra
Elementos de la extrema derecha atacan con pistolas y porras a los carlistas en la explanada de Iratxe en los actos de Montejurra de 1976. (AJCC/‘UNA REPRESIÓN OLVIDADA’)
La «represión olvidada» ejercida por el franquismo y la extrema derecha contra el carlismo es el eje del libro publicado por Josep Miralles Climent con la editorial Txalaparta, con Montejurra 1976 como máxima expresión del empeño por acabar con ese partido.
Este trabajo viene a completar la obra ‘La rebeldía carlista. Memoria de una represión silenciada. Enfrentamientos, marginación y persecución durante la primera mitad del régimen franquista (1936-1955)’, del mismo historiador y publicada en 2018 por la editorial Schedas.
Miralles recuerda en su último libro que «desde el primer momento del golpe de Estado contra la República, el carlismo mayoritario, seguidor de don Javier de Borbón Parma y Fal Conde, se opuso primero a la política militar y después al dictador». De tal manera que «durante 40 años, el carlismo fue víctima de una persecución unas veces dura y otras menos dura, pero constante que heredó la monarquía impuesta por el dictador, temerosa de que el carlismo, con Carlos Hugo –el hijo de don Javier– a la cabeza, pudieron perjudicar a la consolidación del nuevo régimen monárquico-franquista».
Javier de Borbón Parma, en 1937 junto a varios seguidores y militares. (Félix MAIZ/FOTOTECA DE NAFARROA)
Una
represión que, como reconoce el autor, «no es igual» a la que, tras la
guerra del 36, se ejerció contra la izquierda y los republicanos que
perdieron la guerra, pero que se aplicaba a un «movimiento popular» que
«formó parte de los alzados contra la Segunda República».
Pese a
esa condición, el franquismo persiguió al carlismo de Javier de Borbón y
su hijo Carlos Hugo porque «no quiso renunciar a sus valores para
diluirse en un partido filo-fascista como fue FET y de las JONS» y al
que unas veces el régimen «le dejaba hacer», mientras que otras «lo
reprimía de forma inmisericorde».
Miralles recuerda que durante
la época franquista, el carlismo vivió una evolución al pasar de
defender «una monarquía tradicional» a promover «unos planteamientos
socialistas y autogestionarios que, según sus propios criterios,
pretendían enlazar con las raíces populares de un carlismo defensor de
los fueros, usos y costumbres de los distintos pueblos de las Españas».
‘Una
represión olvidada’ arranca en el período entre 1955 y 1965, época en
la que el carlismo adoptó «una política de no beligerancia» hacia la
dictadura, a pesar de que «la inercia antifranquista radical continuaba
teniendo sus partidarios».
Pese a la semi-tolerancia en la que se
encontraba la Comunión Tradicionalista, «las detenciones eran
constantes» y la situación legal de la prensa carlista era «muy
confusa», con publicaciones clandestinas y otras legales, y tanto unas
como otras estaban «sometidas a vigilancia».
Primera aparición de Carlos Hugo en el acto de Montejurra de 1957. (MONTEJURRA/‘UNA REPRESIÓN OLVIDADA’)
La
persecución hacia el carlismo afectó incluso a Javier de Borbón Parma,
que terminó aceptando el título de rey en 1956, lo que le valió su
expulsión del Estado español, donde ya Juan Carlos de Borbón, nieto de
Alfonso XIII, se perfilaba como sucesor de Franco.
La misma
situación viviría el príncipe carlista Carlos Hugo, que fue expulsado
por primera vez tras aparecer públicamente en el acto de Montejurra de
1957. Lo mismo les sucedería en los siguientes años a otros miembros de
la familia real carlista.
Esa circunstancia y la «renovada
oposición al régimen» en los años 60 generaron «una mayor radicalización
del carlismo y que los timoratos fueran abandonando el partido, porque
la situación cambió sustancialmente y la espiral de acción y represión
fue tomando cuerpo», señala Miralles.
Oposición en diferentes ámbitos
La
oposición del carlismo a la dictadura se plasmó en diferentes ámbitos.
Uno de ellos fue el universitario, donde destacó el papel de la
Agrupación de Estudiantes Tradicionalistas, que se enfrentaba al
Sindicato Español Universitario, vinculado a Falange. La AET «sería la
vanguardia de un carlismo que cambiaría de estrategia política», aunque
prácticamente desapareció en torno al año 1970 para ser sustituida por
el Frente Estudiantil.
Tambien en el terreno sindical figuró el
Movimiento Obrero Tradicionalista, fundado hacia 1963. Cuando dejó de
funcionar a finales de esa década, «los obreros carlistas fueron
formando los llamados Comités Obreros Carlistas, que continuaron
trabajando en el seno de CCCOO».
Pintadas carlistas a favor de su rey Javier y de Carlos Hugo. (AJCC/‘UNA REPRESIÓN OLVIDADA’)
Pero
también hubo un carlismo «armado y radical», encarnado por los Grupos
de Acción Carlista (GAC), que llegaron a practicar la luchar armada, y
la Fuerzas Activas Revolucionarias Carlistas (FARC), «de carácter más
teórico en una línea filomarxista».
Los primeros fueron fundados
entre 1965 y 1968, y se «radicalizaron hasta llegar a practicar la lucha
armada –aunque sin provocar muertos– desde posiciones ideológicamente
más avanzadas o de izquierdas».
A partir de 1970 tomaron contacto
con ETA-pm «para recibir información sobre explosivos». Tras apropiarse
de los que había guardados en un polvorín en Burgos, volaron la
terminal del oleoducto de la base naval de Rota y la rotativa de ‘El
Pensamiento Navarro’ por «la derechización» del medio después de que
«los que ostentaban ilegítimamente las acciones del diario habían
decidido no revertirlas a la organización carlista».
Además
llegaron a asaltar bancos, como ocurrió con una sucursal del Banco
Central en el barrio iruindarra de Arrotxapea el 15 de octubre de 1973.
Algunos
de sus miembros terminaron en «cárceles españolas y otros se vieron
obligados a exiliarse». Los GAC se dan por desaparecidos desde 1973,
aunque varios de sus integrantes siguieron actuando por su cuenta hasta
poco después de aprobarse la Constitución de 1978.
Por su parte,
las FARC se crearon hacia 1970 y no llegaron a practicar la lucha
armada, pero «fueron perseguidas igualmente y también sufrieron algunas
detenciones».
La Guardia Civil intercepta autobuses que iban a Montejurra en 1958. (AJCC/‘UNA REPRESIÓN OLVIDADA’)
Montejurra, una tensión in crescendo
Uno
de los momentos de más tensión entre el carlismo y la dictadura se
vivía con la llegada de las celebraciones en Montejurra, en las que se
mostraban más abiertamente las diferencias entre ambos. En 1968, el
Gobierno Civil de Nafarroa ya advertía de que «habría mano dura contra
los manifestantes».
Las tiranteces se dispararon tras la
expulsión de Carlos Hugo en diciembre de 1968 y tuvieron su reflejo en
los actos de Montejurra del año siguiente, cuando se quemó una imagen de
Franco en el templete de la plaza de los Fueros de Lizarra tras ser
robada en el Ayuntamiento de la ciudad del Ega.
Pocos meses
después, el 22 de julio de 1969, Juan Carlos de Borbón se convertía
oficialmente en sucesor de Franco, lo que generó un profundo rechazo en
la dinastía carlista y que se agudizaran «los ataques al príncipe
designado por Franco».
Las celebraciones de 1971 fueron escenario
de un plan «político-mediático» de la dictadura para «destruir el
carlismo o al menos debilitarlo y dejarlo en su mínima expresión», tras
haber abandonado «los principios de la Tradición» y haberse hecho
«marxista», según el régimen.
Para lograrlo, las autoridades
franquistas barajaron dos opciones: disolver e ilegalizar a la Comunión
Tradicionalista y procesar a su junta, o una solución ‘B’ a desarrollar
en tres frentes: pasar al Ministerio Fiscal los escritos de la junta por
si encontraba delitos, una amplia campaña propagandística sobre el
«desviacionismo» de la misma y apoyo a los carlistas dispuestos a
desplazar y sustituir a los dirigentes favorables a Javier de Borbón
Parma. Finalmente, el régimen se decantó por esta segunda opción.
Miralles
destaca que «la culminación de este proceso de intentar la destrucción
del carlismo tuvo su continuidad con el Gobierno del nuevo régimen de la
monarquía franquista, tal y como se vio en los sucesos de Montejurra de
1976».
En este caso, el autor se hace eco de los
últimos documentos hechos públicos sobre lo sucedido ese año y que
fueron mostrados por el Partido Carlista el pasado mes de enero. En
los mismos se confirma que el Estado español diseñó un plan para
reventar la cita tradicionalista para defender al entonces rey español
recurriendo a Sixto de Borbón Parma, que se oponía a la línea promovida
por su hermano Carlos Hugo, y a mercenarios de extrema derecha de diferentes países.
Documentos
hechos públicos por el Partido Carlista que acreditan la implicación de
los aparatos del Estado en Montejurra 1976. (Iñigo URIZ/FOKU)
Al
respecto, indica que en vista de que el «tradicionalismo residual,
inoperante y timorato que se quería resucitar» a través de Sixto no
había conseguido «acabar con un Partido Carlista muy activo», finalmente
«se recurrió a la agresión pura y dura con mercenarios internacionales
refugiados y protegidos en España por el Estado o sus cloacas».
La
llamada ‘Operación Reconquista’ se saldó con dos carlistas muertos «por
disparos de la ultraderecha, Aniano Jiménez Santos y Ricardo García
Pellejero, además de gran cantidad de heridos de bala».
Miralles
añade que la persecución al Partido Carlista continuó en 1977, cuando no
pudo presentarse a las elecciones estatales convocadas el 15 de junio
al no haber sido legalizado. Su legalización llegó menos de un mes
después, el 10 de julio, aunque el devenir del partido vino condicionado
por la dimisión de Carlos Hugo como su líder tras no conseguir el acta
de diputado por Nafarroa en los comicios de 1979. Su renuncia dejó a la
formación huérfana de «un líder encarnado en la dinastía proscrita». El
partido siguió adelante, pero con «una militancia mermada, desanimada y
todavía hostigada».
Así finaliza el recorrido a la historia
reciente de un carlismo que sufrió durante la dictadura «agravios y
represiones» que fueron «desde el simple insulto hasta la muerte». Así
sucedió en el último caso con Mikel Totorika, que en enero de 1976 fue
sorprendido mientras pintaba letreros de Euskadiko Karlista Alderdia
(EKA), «fue detenido por la Guardia Civil y murió tres días después».
Entre
estos dos extremos «se produjeron toda la gama de casos represivos:
seguimientos, injurias, amenazas, censuras, multas, detenciones,
torturas, juicios, consejos de guerra y cárcel». E incluso «atentados
contra dirigentes carlistas –y militantes–», que «no cesaron con el
advenimiento de la democracia».
Un trato dispensado por la
dictadura, «la monarquía que la heredó y la extrema derecha», y ejercido
durante cincuenta años, como recoge el libro ‘Una represión olvidada’.
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