Enrique Del Teso
Los republicanos no debemos desentendernos del Rey. Ser ateos nos lleva a no ir a misa, pero ser republicanos en un estado monárquico no puede llevarnos a ignorar, por falta de fe, a la Jefatura del Estado
Todos los ritos pueden resultar chistosos, por la mecanización de la conducta de mucha gente a la vez. El problema no es el acto en sí, que no fue más recargado que muchos otros. El problema es el coro mediático, las columnas y editoriales en que la prensa ortodoxa, como parte del ritual, se explaya sobre la Princesa y la democracia. Una sarta de ñoñeces, topicazos y banalidades llenaron los periódicos hasta completar, con el acto en sí, un cuadro empalagoso, reaccionario y, en efecto, algo chistoso. «Uno siente que se lo merece», se lee en diarios de gran tirada, que recogían voces arrobadas oídas entre la gente sencilla que asistía al acto. No me extraña que el CIS no pregunte sobre la monarquía. Solo viéndola uno siente que lo merece, quién necesita sondeos ni votaciones para lo que está a la vista.
Todos los actos de confirmación de la monarquía reafirman los valores republicanos, aunque solo sea por haber sacado el tema. Víctor Guillot arrancó su columna sobre este asunto con una oportuna e inteligente cita de Pío Baroja, que podemos tunear para la ocasión. No se trata de si en una república hay o no hay trepas, usureros y corruptos, sino qué ecosistema es más fértil para esas andanzas. Hablemos claro. Las derechas en todas partes están atacando a la democracia. Quieren una sociedad con la morfología de la democracia, pero vaciada de derechos sociales y controlada por poderes económicos y fácticos. Quieren una oligarquía y una población superviviente a granel. El punto ideal sería que la plebe olvidara sus penas con el fútbol, los toros y la contemplación embelesada de la alta sociedad y su encanto. Esto también está pasando en las repúblicas. Pero, viendo los fastos monárquicos del martes y los cantos edulcorados de la prensa, viendo cómo se desliza la idea de que se está ganando el trono por sus propios méritos, viendo todo esto, resuena con fuerza la reflexión de Baroja: ¿dónde medra más fácil ese modelo de desagregación social, en la corte monárquica o en el estado republicano? ¿Dónde es más fácil que en la corte deambulen, desagüen y se blanqueen socialmente las oscuridades de la Iglesia, las altas finanzas corsarias y los oligopolios depredadores? El problema es el que apunté antes. Reafirmar la monarquía es sacar el tema y, ya que sale el tema, pues hay que volver a decir estas cosas otra vez. Si hasta volvieron a sacar lo de que está muy preparada.
Pero nada está fuera de contexto. Sánchez es un estratega sagaz. Una vez dijo Enric Juliana que la lucha política es una lucha entre técnicos de iluminación. Nuestra mente está hecha para navegar las circunstancias según vienen. No se recrea en nuestra sabiduría para dar brillo a los momentos. Trabaja rápido y sucio, no pensamos con lo que sabemos sino con lo que está más a mano. Los mejores técnicos de iluminación son los que se arreglan para iluminar aquello con lo que quieren que pensemos. Y Sánchez quería que pensáramos en la investidura, la amnistía y el nuevo ciclo político tomando como materiales de pensamiento los actos de la jura de la Princesa, con el oropel que afirma la solidez de España, con una Leonor joven que encarna la promesa de una España unida y confiada en sí misma. Una gran técnica de iluminación. Los mejores técnicos de iluminación son los que marcan qué asuntos son los que deben brillar y cuáles deben quedar en la oscuridad. Pero también son los que, cuando algún asunto va a brillar inevitablemente, saben poner o apartar sus cosas de ese relumbrón. El baño de normalidad, seguridad y futuro que iba a acompañar la mayoría de edad de la Princesa era el mejor material para pensar en la amnistía. La derecha se enfurruña. No es fácil colocarle a la Princesa que no será reina porque no habrá España sobre la que reinar, ni quedarán españoles a quienes pedir que confíen en ella, según el augurio de Ayuso. Hasta Coalición Canaria sopesa subirse a la ola del nuevo tiempo. Las derechas rugieron odios y los más embestidos, mujeres y catalanes, determinaron su derrota. Y fuera de ese odio no tienen discurso articulado.
Los fastos monárquicos involuntariamente ayudaron a normalizar dos normalidades. Una es la de abordar el cisma social de Cataluña y otro el de pedir cuentas a la Iglesia por sus crímenes (¿o, según el DRAE, no son crímenes todo eso que hicieron? ¿O no fue una actuación estructural la de amparar esos cientos de miles de crímenes?). De paso, si cogemos carrerilla, a ver si ponemos también en orden el asuntillo de las cuentas eclesiales.
Mirando por la mirilla del cuadro del martes se ve algo que tiene que ver con Felipe VI y Cataluña. La fractura civil provocada en Cataluña y la fractura emocional entre Cataluña y España por los sucesos de 2017 es muy seria. Es una bomba que se puede activar en cualquier momento. Es un tema de estado. Se necesita política y eso, en cualquier dialecto en que se pronuncie la palabra «política», implica diálogo y comunicación. Lo que intuyó Sánchez es que un pico de protagonismo de la monarquía podía ayudar a asimilar como normal que el problema de Cataluña fuera un asunto político, con los componentes normales de la política. Y esto nos lleva a 2017 y Felipe VI. Los republicanos no debemos desentendernos del Rey. Ser ateos nos lleva a no ir a misa, pero ser republicanos en un estado monárquico no puede llevarnos a ignorar, por falta de fe, a la Jefatura del Estado. Los republicanos tienen que estar en el debate de lo que el Rey debe y no debe hacer, y en el debate del provecho público que puede tener la figura del Rey. ¿Qué hubiera ocurrido en 2017 si Felipe VI llama a una conversación en la Zarzuela a Puigdemont y Rajoy con él? Quién se podría negar. No hay nada inconstitucional en ello, ni extralimitación de funciones. Por el carácter simbólico del Rey, por esa supuesta neutralidad que le atribuye la ley, es un personaje especialmente bien dotado para hacer de anfitrión en desencuentros. La foto de aquel encuentro hubiera sido un muy apreciable servicio público. En lugar de eso, su aportación fue el discurso del 3 de octubre. Los que proponían como solución «a por ellos», aquellos que representaban el chiste aquel de para qué vamos a discutir por esto si podemos arreglarlo a hostias, quedaron encantados con el soberano. Cuestión de opiniones, pero hay algo que no es opinable. A partir de aquel 3 de octubre la Corona desapareció como actor político en la cuestión catalana y territorial general. No se recuerda aquel día como el día en que el Rey salvó la democracia o la unidad de España. Ni siquiera se forjó una patraña oficial al respecto. Sencillamente ya nadie lo recuerda. El principal cometido de Felipe VI era dar la sensación de que la monarquía podía servir para algo. No llegó al trono en el trance de salir sin sangre de una dictadura (más allá de la que vive Mario Vaquerizo, ese indomable), no tenía hoja de servicios. La coincidencia de los fastos de Dña. Leonor con la amnistía y la sensación de que lo primero normalizaba lo segundo nos susurra que nuestra monarquía no está diseñada para ser útil y que lo real, de regalis (derivado de rex) y lo real, de realis (derivado de res) no encajan porque nadie lo pretende.
Xosé Luis Barreiro recordó un día que el fundamento de la monarquía era la tradición, es decir, la pereza. Como consejo para monárquicos, yo diría que no desaprovechen la pista. El martes hubiera sido más convincente trasladar a la población que mantengamos la monarquía para no tener que levantarnos del sofá.
Fuente → nortes.me
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