Sin embargo, las posibilidades son muy escasas. La falta de apoyo militar por parte de las democracias europeas pone en clara desventaja a los republicanos frente a los enemigos, que cuentan con la ayuda de la Alemania nazi y la Italia fascista. Ante tal situación, la estrategia parece clara: el jefe del Estado Mayor, el general Vicente Rojo, y el presidente de la República, Juan Negrín, coinciden en la necesidad de establecer la lucha en un espacio escarpado que limite cualquier inferioridad militar. El entorno del Ebro es el lugar elegido.
La discreción, clave en el éxito operativo
Los preparativos se llevan a cabo con la mayor prudencia. La madrugada del 25 de julio, las tropas republicanas empiezan a cruzar el río por diferentes puntos situados entre las localidades tarraconenses de Benissanet y Amposta. Las principales unidades que participan en la operación son el V Cuerpo del Ejército, a las órdenes del teniente coronel Enrique Líster; el XII Cuerpo del Ejército, dirigido por el teniente coronel Etelvino Vega; y el XV Cuerpo del Ejército, a cuyo mando estaba el teniente coronel Manuel Tagüeña.
Todas ellas, en conjunto, forman el Ejército del Ebro, que queda al mando de un coronel de milicias que se había destacado en la defensa de Madrid, Juan Modesto. En total van a intervenir en la operación cerca de 100.000 hombres, aunque las cifras difieren según las fuentes. En la otra orilla del río, el general franquista Juan Yagüe lidera el Cuerpo de Ejército Marroquí. Alrededor de 40.000 efectivos van a ser los encargados de defender este sector del frente. Al menos hasta que lleguen los refuerzos.
Una logística muy bien planificada
Pasan apenas unos minutos de la medianoche. No hay luna y los soldados que atraviesan el río no son descubiertos por la luz. Para atravesar el caudaloso Ebro se reúnen decenas de barcazas que trasladan a los soldados de una orilla a otra. Entre ellos están también los ingenieros encargados de construir las pasarelas que permitirán agilizar el avance de tropas y materiales a través del río. El bando franquista cuenta con aviación poderosa y más artillería, por lo que la rapidez y el factor sorpresa son casi los únicos aliados de los atacantes.
La irrupción pilla desprevenidas a las unidades sublevadas. Las informaciones que aseguraban que se estaba preparando una posible acción de envergadura no han sido tenido en cuenta. Empieza la batalla del Ebro.
El inicio de los enfrentamientos
Las maniobras de distracción que buscan frenar la reacción franquista son parte clave de los primeros momentos del ataque. Una de ellas, en la zona de Amposta, lleva a la XV Brigada Internacional a cruzar el río, destrozar puentes y cortar la línea ferroviaria. Decenas de soldados republicanos son aniquilados por los defensores. Otra, entre las localidades zaragozanas de Fayón y Mequinenza, alcanza el éxito esperado.
Gabriel Jackson describió en su libro La República española y la Guerra Civil cómo se desarrollan esos primeros días de operaciones y algunas de las estrategias de los republicanos: durante el día, estos utilizan “toda su artillería aérea para obligar a los aviones nacionalistas a volar alto”. De esta forma, y aprovechando también la “estrechez de los objetivos”, logran salvar los puentes. Mientras, la mayoría de los hombres y aprovisionamientos cruzan el Ebro por la noche.
Tiempo de reacción franquista
Los mandos militares sublevados entienden que se encuentran ante un ataque a gran escala. No tardan en reaccionar. Franco ordena el traslado de soldados que están luchando en Valencia y Andalucía para recuperar el terreno que se está perdiendo. Los aviones de la Legión Cóndor atacan sin descanso a los pontones republicanos para evitar el paso de soldados y suministros. El ejército al mando de Yagüe ofrece una resistencia recia en los puntos donde ya han conseguido atrincherarse tras la sorpresa inicial.
Una de las acciones que ocasiona mayores problemas a los asaltantes es la apertura de las compuertas de los embalses de Camarasa y Tremp, ubicados en la provincia de Lleida. La fuerza del agua provoca una crecida del río que se lleva por delante las construcciones, a los soldados y el valioso material que trasladan estos.
Avance hasta Gandesa… y guerra de desgaste
El mayor avance republicano se produce por el centro del frente. El ejército republicano penetra cuarenta kilómetros hacia el interior, llegando a capturar a 4.000 soldados enemigos. El avance se detiene en Gandesa, un municipio de la comarca de la Terra Alta tarraconense en donde logran atrincherarse las tropas de la 50.º División franquista. En torno al Puig de l’Àliga (cota 481) se desatan terribles combates que causan numerosas víctimas. Es bautizado como el “Pico de la muerte”.
Los ataques son incesantes, pero la llegada de refuerzos de refresco de los sublevados y su superioridad en fuerza aérea y artillería provocan que, poco a poco, se detenga la ofensiva republicana. También influye su escasez de medios técnicos. Comienzan a cambiar las tornas. Llega la guerra de desgaste.
Empieza el contraataque
Una vez frenadas las embestidas republicanas, el ejército de Franco entiende que es el momento de recuperar el terreno perdido. El 6 de agosto se lanza a reconquistar en el norte, la zona entre Fayón y Mequinenza. El 11 es el turno de tratar de recuperar la cadena de montañas formada por la sierra de Pàndols, en el sur del frente.
Los combates y contraataques de uno y otro bando son terribles. La resistencia es extrema. A los efectos de la metralla en una zona rocosa, donde construir refugios y trincheras es misión casi imposible, se suman los estragos de las altas temperaturas y las dificultades para la recepción de suministros.
Los éxitos franquistas se suceden, no sin ciertas dificultades por la vigorosa defensa republicana, en especial en la zona central del frente. Más de 300 aviones, apoyados por las fuerzas de intervención aérea de la Alemania nazi y la Italia fascista, tienen mucho que ver en la progresiva recuperación de territorios. Sus bombardeos son incesantes.
Una vez que los aparatos han causado daños graves en las fuerzas republicanas, llega el momento de que la artillería haga su trabajo y se ocupe de recobrar las zonas ocupadas. Con las escasas fuerzas que mantienen, los republicanos tratan de contraatacar durante la noche. Sin tiempo para el descanso.
Franco llega al campo de batalla
El cansancio hace mella y los combates cesan completamente a finales de agosto. Sin embargo, la llegada de Franco a la zona, instalando su puesto de mando en el Coll del Moro, un punto estratégico de 483 metros de altura, situado en Gandesa y desde donde puede observar los avances de las tropas, reactiva los combates. El 3 de septiembre, las fuerzas sublevadas lanzan un ataque que les permite conquistar el pueblo de Corbera d’Ebre y suavizar el cerco a Gandesa.
Los bombardeos de los franquistas continúan. También los ataques de su artillería. Han recuperado el control de la batalla. Sin embargo, los avances son mucho más lentos de lo esperado. La obstinada resistencia republicana desespera a Franco, que ve cómo en tres meses de combate su ejército solo ha logrado penetrar ocho kilómetros en un frente de más de 30 kilómetros de longitud.
Los Acuerdos de Múnich: un golpe para la República
Fuera del campo de batalla, la realidad internacional asesta un inmenso golpe moral a los intereses de la República. El 30 de septiembre, los jefes de gobierno de Alemania, Italia, Reino Unido y Francia se reúnen en Múnich y reconocen el derecho del Tercer Reich a anexionarse la región de los Sudetes, perteneciente a Checoslovaquia.
Este acuerdo entre las potencias democráticas y las fascistas rompe toda esperanza de que un enfrentamiento abierto entre los dos bandos pueda llevar a Francia y Reino Unido a ofrecer apoyo militar al gobierno republicano. La perspectiva de un vuelco en la Guerra Civil pasaba por la resistencia hasta que llegara la ayuda extranjera. Con este pacto, dicha posibilidad se desvanece.
Llega el final de la batalla
Mientras, en el campo de batalla, los temporales de lluvia acaecidos a finales de septiembre y mediados de octubre complican la situación de las tropas, agotadas tras una lucha interminable. A finales de ese mismo mes, el asalto de la sierra de Cavalls y la frágil resistencia republicana hacen patente que el final de la batalla del Ebro está cada vez más cerca. El 2 de noviembre, la sierra de Pàndols es recuperada por los sublevados.
Durante los días siguientes se sucede la recuperación de los pocos puntos que quedan en poder de los republicanos: El Pinell de Brai, Miravet, Benissanet o Móra d’Ebre. La suerte de la batalla del Ebro está echada. Probablemente también la de la guerra. Como explicó Raymond Carr en España: de la Restauración a la democracia, Vicente Rojo recordaría con pesar lo vivido por su ejército en aquellos últimos días: “Fue una fuga desordenada, una de las muchas de las que tuve que ser testigo”.
El repliegue de las tropas republicanas es un hecho, y el día 16 de noviembre los últimos defensores de los terrenos conquistados meses atrás cruzan el puente de Flix. Regresan a la orilla del Ebro desde la que habían comenzado su ambiciosa acometida. Pero no vuelven todos. La batalla del Ebro provocó la muerte de más de 20.000 hombres y más de 50.000 heridos. Fue el enfrentamiento más sangriento de una Guerra Civil que apenas ocho meses después llegaba a su fin.
Fuente → lavanguardia.com
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