«¡España, España! ¡Bandera, bandera!» — Agente Provocador
«¡España, España! ¡Bandera, bandera!»
David Bizarro

«¡Hay que quemar Ferraz!». «¡La Constitución destruye la Nación!». «¡Viva Cristo Rey!». «¡Los borbones a los tiburones!». Analizamos las reivindicaciones de la ultraderecha ante la sede del PSOE en la calle Ferraz de Madrid desde una perspectiva histórica, mitológica y estética.

 

«Esta bandera roja y gualda es la que está en el corazón de la inmensa mayoría de los españoles». Con estas palabras justificó el general Franco el golpe de Estado del verano de 1936, escenificado en Sevilla en torno a un paño, coincidiendo con la festividad de la Virgen de los Reyes, patrona de la ciudad. Las banderas que dominaron las escenografías de masas del franquismo, siempre presentes ondeando al viento, y en el centro de este mar de colores, la enseña nacional de origen monárquico, en contraposición a la tricolor oficializada por el gobierno de la II República. «Cuando se ha pasado toda una vida con una enseña, con una religión y con un ideal, esos no pueden destruirse, eso no pueden variarse, porque sería lo mismo que si quisiéramos quitar a Dios de los altares».

La simbólica izada de bandera corrió a cargo del infame Queipo de Llano, quien años atrás había colaborado con la instauración de un gobierno contra el que se habría de sublevar. Lejos quedaba su admiración hacia Fernández de la Bandera, el regidor hispalense que fuera clave en el fracaso de la Sanjurjada en 1932, y que fue celebrado como un héroe en toda España. En el transcurso de un acto de homenaje en el Palacio de Cristal del Retiro de Madrid, al subir al estrado para recoger el aplauso general, Queipo de Llano le levantó el brazo como si de un campeón de boxeo se tratara. Al general no le temblaría el pulso para ordenar su ejecución junto a Blas Infante, cuatro años después, el mismo día del aniversario del frustrado alzamiento.

«Al izarse la bandera el entusiasmo de la multitud fue indescriptible, desbordándose la multitud que coreaba frenéticamente los vivas a España gritados por el glorioso general Queipo de Llano —recoge con entusiasmo la crónica del ABC— En este instante besaron frenéticamente la bandera los generales Franco, Queipo y el alcalde de Sevilla, Sr. Carranza, y el fundador de la Legión, general Millán Astray, al que se dieron muchos vivas». Pese a reconocer que «no hay pluma capaz de describir el momento», el periodista intenta expresarlo en los siguientes términos: «Lágrimas, escalofríos, corazones latiendo aceleradamente y un grito de todas las gargantas: España, España, España, única, grande, libre». Con todo, la adopción del emblema nacional fue rápida y generalizada. Los monárquicos, poco atentos a sutilezas, la abrazaron con fervor, dado que era la única enseña posible para ellos. Tampoco hubo inconveniente por parte de los falangistas, al considerarla connatural a la utilización de la suya propia, máxime cuando su bandera había ondeado en el acto de reposición de Sevilla. Por su parte, los carlistas todavía enarbolaban la bandera blanca con la Cruz de Borgoña o la bicolor, de manera alternativa, tomando como símbolo la Cruz de Santiago, el Corazón de Jesús y el águila bicéfala.

Una manifestante en la calle Ferraz. FOTO: EFE / J.P.GANDUL

Para Eric Fromm, «los métodos de propaganda política tienen sobre el votante el mismo efecto que los de la propaganda comercial sobre el consumidor, ya que tienden a aumentar su sentimiento de insignificancia. La repetición de eslóganes y la exaltación de factores que nada tienen que ver con las cuestiones discutidas, inutilizan sus capacidades críticas». Esto tiene que ver con el poder del mito, cuya capacidad de no ser discutido, de ser aceptado por el mismo hecho de serlo, coacciona y persuade a la vez para legitimar su poder. Y lo hacen a través de cánticos o consignas que aspiran a conferirle un cuerpo sonoro con el que representarse. Como en toda ceremonia, existe cierta liturgia. El enorme potencial narrativo de la música como parte del discurso ceremonial culminó en la adopción de un himno nacional establecido por decreto el 27 de febrero de 1937. Resulta llamativo que se decantaran precisamente por La Marcha de los Granaderos, concebida para unificar y reglamentar los “toques de guerra” tras el reinado de Felipe V. Junto a ella, en el citado decreto quedaban reconocidos como “cantos nacionales” los himnos de la Falange, el Oriamendi carlista y el himno de la Legión. Y todos ellos «debían ser escuchados en pie como homenaje a la Patria y en recuerdo a los gloriosos caídos por ella en la cruzada».

la falangista Isabel Peralta realizando el saludo romano y sosteniendo una bandera con la Cruz de Borgoña durante las protestas en ferraz.

A pesar de su evidente carga monárquica, Franco pretendió desde el primer momento desvincular de su significado original a la Marcha Real, forzando el consenso y convirtiéndolo en el himno español. Sin embargo, la Falange Española de las JONS, con sus primeras espadas Ramón Serrano Suñer, Dionisio Ridruejo y Eugenio Vegas y Pilar Primo de Rivera a la cabeza, nunca reconocerían como tal más que el Cara al Sol. La letra fue escrita en una taberna vasca de Madrid entre tragos de chacolí y lomos de bacalao, al alimón por varios intelectuales vinculados al Movimiento, como Agustín de Foxá, José María Alfaro, Pedro Mourlane, Jacinto Miquelarena, Rafael Sánchez Mazas y el propio Ridruejo, reunidos en torno a la figura de Jose Antonio en una noche de cierta ebriedad, humo y exaltación. Una patria que se proclamaba al fin indivisible, negando la posibilidad de cualquier separatismo o descentralización; imperial, refiriéndose al periodo más glorioso de la historia de España cuando se gobernaba América, parte de Europa y por la aspiración africanista de Franco; y no sometida a influencias extranjeras, en referencia a la supuesta conspiración judeomasónica, comunista e internacional a la que estaba sometida España por parte las democracias europeas, la Unión Soviética y los EE.UU.

Si te dicen que caí y volverán banderas victoriosas. láminas FALANGISTAS de Carlos Saenz de Tejada (1940)


El poder del mito, cuya capacidad de no ser discutido, de ser aceptado por el mismo hecho de serlo, coacciona y persuade a la vez para legitimar su poder
 

«Cuando un guiri me pregunte que significa la expresión española "tener cojones", le enseñaré esta foto de los diez hombres y mujeres de Leiza, Navarra: un pueblo de 3.000 habitantes donde la mitad vota a Bildu». Al viralizar la imagen a través de sus redes sociales, el escritor y académico de la lengua Arturo Pérez-Reverte, omite que además son militantes de la organización ultraderechista que participó en la llamada Operación Reconquista de Montejurra, un plan comandado por el gobierno de Arias Navarro en mayo de 1976 para reventar la celebración de la tradicional romería del movimiento carlista por considerarla un “acto subversivo” contra Juan Carlos I. Acudieron a la cita miembros de Unión Nacional Española (UNE), el partido de Gonzalo Fernández de la Mora, y de la recién fundada Comunión Tradicionalista, que agrupaba por entonces a los seguidores de Sixto Enrique de Borbón-Parma, además de un nutrido grupo de miembros de la ultraderecha española de diferentes grupos políticos, así como un importante conjunto de neofascistas italianos, franceses y argentinos.

"El hombre de la gabardina”, el oficial retirado del ejército, José Luis Marín García-Verde QUE disparÓ mortalmente a Aniano Jiménez EN MONTEJURRA (1976). FOTO: ARCHIVO GARA.

«El enfrentamiento no debió pasar de la garrota de campo, considerando un hecho desgraciado el disparo de la Campa», afirmó el gobernador civil Ruiz de Gordoa en un documento recientemente desclasificado que confirma la connivencia del por entonces vicepresidente y ministro de Gobernación, Manuel Fraga Iribarne. Se enfrentaron, dicen en otro texto “dos bandos con boinas rojas”, considerándose ambos carlistas. «Hubo insultos, palos y piedras. Ráfagas de ametralladora y tiros de pistola. Dos muertos y un montón de heridos». Con la Ley de Amnistía de 1977, se cerró en falso el capítulo de las responsabilidades, por más que Ricardo García Pellejero y Aniano Jiménez Santos consten para la Audiencia Nacional como víctimas del terrorismo desde 2003. «No tengo ideología, lo que tengo es biblioteca», acostumbra a jactarse Pérez-Reverte. Pues leamos la nota que el 14 de mayo, Fraga envió a su amigo Ruiz de Gordoa junto a las credenciales que distinguieron con la Gran Cruz de Isabel la Católica. «Un cordial saludo de tu buen amigo, quien de nuevo te agradece los muchos y difíciles servicios prestados», se despedía el ministro. 

Irrumpe así la estética militarista como rúbrica del discurso épico y del miedo con el que apabullar a las masas. Militares, milicias uniformadas al estilo fascista (con camisa negras que inspiraban temor y respeto pero que al mismo tiempo resultaban elegantes), saludos y antorchas eran partes de un todo que buscaba el sometimiento mediante la respuesta primaria del miedo. En ese sentido, las ordenanzas de la Legión ya contemplaban desde 1920 la austeridad de su indumentaria que «tenderá principalmente a ser práctico, cómodo, vistoso y económico», y Falange pusieron de moda las camisas «de color azul mahón, entero, serio y proletario», a la que añadieron correajes militares y una corbata negra, en señal de luto por la muerte su líder en noviembre de 1938.

En cambio a Franco, que siempre sintió una especial predilección por lucir el uniforme de general en el que siempre llevaba prendida la Laureada de San Fernando, no le gustaba vestir de civil en público, aunque a partir de los años sesenta se vio obligado a hacerlo a menudo para suavizar su imagen. Sus apariciones en periódicos, revistas y noticiarios buscaron retratarlo en actitudes más familiares o practicando sus aficiones favoritas: la caza y la pesca. «Los progres pobres, esos de los que viven los progres ricos, no han estado en una estación de esquí en su vida y no conocen el poder de una Helly Hansen —compartió recientemente May Lopez Bleda de Castro en su perfil de Instagram— No saben lo que es la rasca de una montería, pero aún peor, no han madrugado en su vida». A pesar de su elevado precio, la marca noruega se convirtió a finales de los noventa en la favorita de los jóvenes de clase trabajadora del Norte de Inglaterra, que solían pasar bastante tiempo en la calle a pesar del frío y húmedo invierno. Pero a medida que se popularizó a nivel mundial, las dos HH de su logotipo pasaron a identificarse con Heil Hitler entre grupos neonazis de toda Europa.

Neonazis de Hacer Nación participan en una nueva manifestación contra la amnistía, frente a la sede del PSOE en Ferraz (Madrid). FOTO: EFE/ Sergio Perez

La mitología sobre la que se construyeron las identidades plurinacionales de España se proyectó en una representación gráfica para garantizar la convivencia, como en un sigilo mágico.
 

Como propietaria de su propia línea de ropa dirigida al «amante de todo lo que huela a heterosexual y a testosterona rojigualda. Macho sin complejos, transgresor, rebelde, amante de las mujeres, valiente y guapo», la joven emprendedora representa un lucrativo modelo de negocio que capitaliza la moda como símbolo reaccionario, ya sean gorras con lemas trumpistas o chaquetas vestidas de manera simbólica por una ultraderecha que se reapropia de la marca. Por más provocativas que parezcan sus declaraciones, sabe de lo que habla. Se impone un nuevo outfit de colores neutros, pantalones caqui y fachaleco, gafas de sol, estilo conjuntado y siempre tres botones desabrochados, como cantaban Carolina Durante. Pulseras con cadenitas múltiples, la bandera de España, hilos y abalorios. Se echan el país a modo de capa sobre los hombros y el mundo por montera, coreando el «que te vote Txapote» sobre los acordes del Seven Nation Army de The White Stripes.

Cuentan que fue el transcurso de una de sus clases de derecho político en la Universidad de Granada, cuando Fernando de los Ríos hizo un boceto en la pizarra del ramillete de flechas entroncadas con un yugo presente en la heráldica de los Reyes Católicos, concluyendo que «si algún día hubiese fascismo español, este podría ser el emblema». Y fue precisamente uno de sus alumnos, Juan Aparicio López, quien acabaría proponiéndolo junto a los colores rojo y negro para la bandera y el lema «España, una, grande y libre», cuando participó en la fundación de las JONS. Ante las reticencias iniciales de Ramiro Ledesma y Onésimo Redondo, que identificaron el yugo como símbolo de sumisión, Aparicio apeló a su significación de la unidad nacional y la disciplina. «Repongamos en el escudo yugo y haz —zanjó Sánchez Mazas— Si el yugo sin las flechas resulta pesado, las flechas sin el yugo corren peligro de volverse demasiado voladoras».

«¡No es una bandera franquista! —replica con indignación una manifestante— ¡Es el águila de los Reyes Católicos!». Basta con echar mano al Decreto 470, promulgado el 3 de febrero de 1938, para corroborarlo: «El águila que en él figura no es la del imperio germánico, al cabo exótica en España, sino la del evangelista San Juan, que, al cobijar bajo sus alas las armas españolas, simboliza la adhesión de nuestro Imperio a la verdad católica, defendida tantas veces con sangre de España». Al ser preguntados sobre la presencia de enseñas preconstitucionales frente a la sede socialista de Ferraz, los juristas dudan que se pueda aplicar la Ley de Memoria Histórica para sancionar a los manifestantes. Bien sea por falta de una voluntad política real o por la ausencia de atestados policiales que acrediten las vulneraciones e identifiquen a los responsables para abrirles un expediente, lo cierto es que las imágenes de la última semana hablan por sí mismas. Amparándose en «la grandeza de una democracia» que se levantó sobre los cimientos de la propia dictadura y, según dicen, implica que se respeten «ideologías antidemocráticas», la ultraderecha española sigue actuando con total impunidad.

Es el fruto envenenado de una Transición que permitió una democracia de derecho, aunque fuera de baja intensidad. Ante los conatos de rebelión y el ruido de sables, el ex-falangista Adolfo Suárez pactó con una oposición sometida y condicionada, ilegal hasta 1977, una serie de imposiciones innegociables: la monarquía, la bandera de los vencedores de la guerra civil, un himno sin letra y el olvido de los crímenes franquistas. Se hicieron reformas sin modificar lo sustancial para no irritar al Ejército, y se cambiaron los símbolos para que, como en El Gatopardo de Lampedusa, todo siguiera igual. Y aquel ejercicio de funambulismo político para hilvanar el tránsito hacia la democracia que, si bien se vendió como para “contentar a todos”, a la hora de la verdad solo benefició a los de siempre. Así fue como el escudo nacional conservó los símbolos imperialistas de los Reyes Católicos que Franco hizo suyos en 1938 y 1945. Se conservó el cuartelado de los cinco reinos (León, Castilla, Aragón, Dos Sicilias y Granada), pero también el águila de San Juan, el yugo, las flechas y el lema Una, grande, libre.

Sobre el escenario, el vigués Tony Lomba, se llevaría la mano a los genitales para entonar el estribillo: «¡España, España, bandera, bandera! Un respetito al yugo y las flechas, ¡pues se monta la guerra!». Las modificaciones eran tan nimias, que costaba diferenciar el nuevo escudo del utilizado por el régimen, hasta ser regulado por en 1981. Y de nuevo, más de cuarenta años después, nos topamos de bruces con la sacrosanta unidad de la Nación. En la bandera oficial, el blasón está dividido en cuatro partes, denominadas cuarteles, cada una de ellas ocupada por un escudo de armas de un reino histórico de España. En la fila superior, un castillo dorado hace alusión al Reino de Castilla, custodiado por un león rampante de color púrpura que representa al Reino de León. Abajo, la senyera del Reino de Aragón se alinea con la cadena de oro que representa al Reino de Navarra, en referencia a la batalla de las Naves de Tolosa de 1212, en la que según la tradición Sancho VII, el Fuerte, consiguió romper el cerco que los musulmanes consiguieron tender encadenándose los unos a los otros. Casi se diría que la mitología sobre la que se construyeron las identidades plurinacionales de España se proyectó en una representación gráfica para garantizar la convivencia, como en un sigilo mágico.


Adolfo Suárez pactó con una oposición sometida y condicionada una serie de imposiciones innegociables: la monarquía, la bandera de los vencedores de la guerra civil, un himno sin letra y el olvido de los crímenes franquistas.
 

Cae la noche sobre Ferraz y abundan las banderas agujereadas en uno de sus extremos a la altura de la franja amarilla que emulan las revueltas contra el gobierno comunista de Hungría en 1956. También los rumanos recortaron el escudo para rebelarse contra el régimen socialista de Ceausescu en 1989, logrando su caída y posterior fusilamiento. Y en los albores de los años 90, muchos alemanes del Este hicieron lo propio con la bandera de la República Democrática, impuesta por la Rusia soviética, durante la celebración de la caída del muro de Berlín. En el caso español, esa patria agujereada no solo expresa el desapego hacia una monarquía parlamentaria, sino que afianza un rencor mucho más arraigado e intenso.

El 12 de abril de 1977, Manuel Fraga, ya como secretario general de Alianza Popular, calificó la legalización del Partido Comunista de España como «un verdadero golpe de Estado, grave error político, farsa jurídica y quiebra a la vez de la legalidad y la legitimidad». Y tan solo un año más tarde, quienes ahora se escudan en la Constitución se abstuvieron de aprobarla. Recién iniciada su vida política y al poco de iniciar su carrera como inspector de Hacienda en Logroño, el joven José María Aznar compartía «la desconfianza de una enorme masa de españoles en el buen funcionamiento del sistema democrático». En un artículo publicado en el diario Nueva Rioja el día 23 de febrero de 1979, el futuro candidato a la presidencia del Gobierno de España calificó al referéndum que aprobó la Constitución como «una charlotada intolerable», aprobada a toda prisa, «sin debates relevantes, en grandes bloques sobre los que existía un previo acuerdo. Si ya había acuerdo ¿de qué sirve el debate? Este fue el primer atentado al Parlamento».

Por las redes circula una nueva bandera inspirada en el hastag de Noviembre Nacional: dos ‘N’ entrelazadas por una cruz que evocan la iconografía nacional socialista de las SS y al símbolo rúnico del Batallón Azov, grupo neonazi asociado al ejército de Ucrania. Sus portadores aseguran que su objetivo principal es defender la cristiandad, alineándose junto a un grupo de universitarios católicos que rezan el rosario. «España es cristiana y no musulmana», chillan. Los lemas y consignas del franquismo se construyeron a grito pelado y en trinomios, abrazando el simbolismo teológico de la Trinidad que lo entroncaba de manera directa con la Iglesia Católica Apostólica Romana. Por norma general, brotaban como respuesta coral de la multitud al final de un discurso, en un juego efectista y rutinario que cerraba el acto y que permitiría que la audiencia se dispersara. El dirigente clamaba «¡España!” tres veces, y la multitud vociferaba sucesivamente «¡Una!”, «¡Grande!”, «¡Libre!”.


«¡España, España, bandera, bandera! Un respetito al yugo y las flechas, ¡pues se monta la guerra!»

La proclama de «¡Viva Cristo Rey!» ya se había escuchado durante la sublevación mexicana conocida como Guerra Cristera contra el gobierno, entre 1926 y 1929, y evocaba el último grito de los fusilados en la retaguardia republicana, habitualmente asociado con otros lemas patrióticos: «¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España!». Durante los últimos años del franquismo y en plena la transición democrática, sería reivindicada por la organización de extrema derecha, Guerrilleros de Cristo Rey. «No servimos más que para las cosas altas y grandes -pretendió justificar el poeta, meapilas y antisemita José María Pemán- Por eso cuando decimos “Arriba España”, en esas dos palabras, a un tiempo, resumimos nuestra Historia y ciframos nuestra esperanza. Porque lo que queremos es que España vuelva a “su sitio”: al sitio que la Historia le señala. Y el sitio es ese: “Arriba”. Es decir, cerca del espíritu, del ideal, de la fe... Cerca, sobre todo, de Dios».

Jorge de la Rosa Degrelle, BISNIETO DEL NAZI LEON DEGRELLE, en una protesta en Ferraz.

De este modo, la dictadura instrumentalizó el aparato religioso, impregnando su plomizo discurso de continuas alusiones a los mitos fundamentales de la Cruzada e imbuyendo a su Caudillo (por la Gloria de Dios) de un aura mesiánica que trascendió al imaginario colectivo, hasta el punto en que todo intento de cuestionar la legitimidad del franquismo implicaba un atentado contra la divinidad misma. Cosa muy distinta ocurría con la horda roja y atea y la masonería internacional, intercambiables a día de hoy por el feminismo, el colectivo LGTBIQ+ y la agenda 2030. Por eso, no debería extrañarnos que otra manifestante asegure que «La Virgen en Fátima dijo que si rezábamos el Rosario se paraba la Primera Guerra Mundial. El Rosario es el arma más poderosa que existe, ninguna arma es tan poderosa como el Rosario, de tal manera que nosotros, con el arma más poderosa que el cielo nos ha concedido, estamos rezando en vez de dar gritos e insultando, que no sirve para nada».


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