Cuando estalla el golpe militar el 18 de julio de 1936 –primero hecho que desencadenará la posterior organización del maquis–, la situación de la mujer en España está en un proceso de mejora inicial pero sustancial. La proclamación de la II República el 14 de abril de 1931 comporta un reconocimiento de los derechos de las mujeres que se irán desarrollando en los siguientes años. El primero en reclamarse y proclamarse es el del sufragio femenino, sin embargo, seguirán otros como el del divorcio y el del aborto, aunque este último sólo reconocido en Cataluña, pero que sin duda implicaba a uno primer paso para su reconocimiento en todo el estado. La presencia de las mujeres en la esfera pública también se va incrementando durante los años de la República, hay figuras femeninas que consolidan trayectorias profesionales y al mismo tiempo sirven de referente a las siguientes generaciones. Queda mucho por hacer, la cultura patriarcal está fuertemente impregnada en la sociedad, pero las mujeres visualizan una posibilidad real de caminar hacia la igualdad.
En ese contexto, cuando el 19 de julio se reacciona contra el golpe de estado, las mujeres se implican directamente. La amenaza a perder las conquistas logradas es real y también ellas saldrán activamente a defender a la República. Los primeros días se organizan las milicias populares, que contarán con las mujeres, y las interpelarán directamente para que formen parte igual que los hombres, también en el frente empuñando las armas. Constatan este hecho tanto los carteles que aparecen estos los días de guerra, donde hay un llamamiento específico a las mujeres a alistarse en el ejército popular, como la respuesta que éstas tienen, que queda patente en las listas de inscripciones por a formar parte de los primeros destacamentos que se envían al frente.
Sin embargo, esta organización de los primeros meses, muy pronto habrá un cambio respecto a la participación de la mujer en la guerra. En octubre de 1936 el ministro socialista Largo Caballero promulga un decreto en el que se expulsa a las mujeres del frente. A partir de entonces la imagen de la mujer miliciana será el equivalente de la prostituta y se le acusará de propagar enfermedades venéreas que debilitarán a la tropa. La mujer, por tanto, quedará relegada a la retaguardia y, mientras se elabora un retrato heroico y viril del hombre soldado, el de ella será aquél que la sitúa como única responsable de los cuidados. En un contexto de exaltación bélica, los roles de género quedan perfectamente definidos y el resultado es que la figura femenina en la guerra desaparece o se le da un papel discreto como auxiliar, siempre supeditado al macho. A pesar de que la realidad puede ser diferente y la participación de la mujer, como sujeto con conciencia política, será fundamental en el desarrollo de diversas tareas imprescindibles en el combate contra el fascismo, el relato que se impone y que perdurará hasta el actualidad es que la resistencia al franquismo es heroica desde una concepción viril, donde lo primordial es la lucha armada y los principales protagonistas son los hombres. En el mejor de los casos, las mujeres aparecerán como colaboradoras. Esta visión se consolida con la reconstrucción histórica del maquis o guerrillero en España.
La lucha guerrillera contra el franquismo tiene dos momentos que explican quien forma parte. Primeramente, se nutre sobre todo de desertores de las filas franquistas, hombres que cuando estalla la guerra se encuentran en territorio dominado por los golpistas y son movilizados forzosamente en sus filas, así que en cuanto pueden, escapan y pasan a combatir como guerrilleros. Pero habrá una segunda ola de incorporaciones durante los años 1946 y 1948, cuando la presión sobre el maquis provoca que enlaces y otras figuras que viven dentro de una normalidad aparente se vean en riesgo de detención y den el paso a la clandestinidad. Si bien en un primer momento son mayoritariamente hombres, porque únicamente éstos forman parte del ejército de Franco, quienes ingresan en una primera ola al movimiento guerrillero, en el segundo período las razones para involucrarse son las mismas en hombres y mujeres, y por tanto la incorporación es más diversa. También hay muchas personas que forman parte del maquis por razones de parentesco -hermanos y hermanas, padres y madres, hijos e hijas, compañeras-, y también aquí el motivo es igual para hombres y mujeres.
La organización en el maquis se conforma de tal forma que se reproducen los roles tradicionales de género. A la mujer se le encargan tareas de cuidado —hacer la comida, lavar la ropa, cuidar a los enfermos— y logísticas —intercambio de documentación, enlace entre guerrilleros y organización—, mientras que al hombre se le entrega el arma y se 'le responsabiliza de las acciones militares. Pero más allá de este reparto tradicional de tareas, ¿cuál es el marco cultural que considera más heroico y valiente disparar un arma que atender a un guerrillero herido escondido en su casa? La represión recayó duramente sobre hombres y mujeres, todas las personas involucradas en la guerrilla eran fuertemente represaliadas, al margen de las labores que llevaran a cabo. Pero el relato que la historiografía ha desarrollado ha situado la acción armada como centro de la resistencia al franquismo, y especialmente el maquis, dejando como secundarias las acciones que forzosamente deben darse para que la acción principal pueda llevar cese a cabo. Esta categorización de hechos ha construido un discurso histórico patriarcal y androcéntrico que conlleva no abarcar el fenómeno en toda su dimensión y complejidad. Es necesaria, por tanto, la incorporación de una perspectiva feminista que redimensione las diferentes tareas dentro de la organización del maquis y considere a las mujeres también sujeto de represión, con conciencia política y con voluntad propia para luchar contra el franquismo. Las mujeres del maquis todavía hoy se las considera que pertenecen al movimiento por razón de parentesco: como hermana, hija, madre, compañera. Se da una politización de los afectos. Esta reducción de las causas de ingreso de las mujeres en la guerrilla significa la anulación de su conciencia política.
Desde ministros como Federica Montseny a milicianas como Lina Ódena, tenemos ejemplos de mujeres con plena conciencia política que historiadoras feministas han situado como merecen. Pero más allá de trayectorias individuales, hay que cambiar también los relatos que sólo responden a una lógica patriarcal que menosprecian otras formas de lucha que no son las de la violencia directa, así como de otros protagonistas que no son los que más gritan o los que históricamente se han reivindicado. Un conocimiento global y riguroso del fenómeno requiere una aproximación feminista que haga emerger una narrativa histórica menos heroica y más humana y transversal.
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