El fascio de las Ramblas. Los orígenes catalanes del fascismo español
 
El fascio de las Ramblas. Los orígenes catalanes del fascismo español

Xavier Casals Meseguer
Enric Ucelay-Da Cal
 


Introducción. El primer fascismo español, una historia de tres ciudades

Si el fascismo español tiene un himno, este es sin duda el «Cara al sol» falangista. Estrenado en 1936, su estrofa inicial reza así:

Cara al sol con la camisa nueva,
que tú bordaste en rojo ayer,
me hallará la muerte si me lleva
y no te vuelvo a ver.

Pero el primer caído «cara al sol» no fue un falangista, sino un poeta e intelectual considerado el padre de la independencia de Cuba: José Martí. Murió en Pinar del Río el 19 de mayo de 1895 luchando contra una columna española, pese a ser hijo de un valenciano y una tinerfeña emigrados a la isla. Señala el historiador John Lawrence Tone que Martí fue temerario al querer demostrar que podía luchar con las armas igual que con sus textos:

Se aproximó a los españoles armado tan solo con una pistola y montado en un caballo blanco: las ráfagas de rifle le hirieron de muerte tirándole al suelo.

Su muerte tuvo «aroma de suicidio» y añade que, al parecer, Martí tuvo «premoniciones de su muerte», visibles en esta estrofa de sus Versos sencillos (1891):

No me pongan en lo oscuro, a morir como un traidor.
Yo soy bueno, y como bueno moriré cara al sol.

Según el hispanista Hugh Thomas el himno falangista se inspiró en estos versos. Pero los relatos de su creación atribuyen esta estrofa del himno al fundador de Falange Española (FE), José Antonio Primo de Rivera, y a dos escritores del partido, Agustín de Foxá y José María Alfaro, lo que hace plausible que conociesen los versos de Martí. Este hecho no es menor porque apunta a un sustrato mal conocido del fascismo español: su influjo cubano, tema de este ensayo que comporta una revisión profunda de este fenómeno político.

Las JONS, constituidas el 10 de octubre de 1931, a partir de la fusión del grupo liderado por Ramiro Ledesma Ramos —fundador del semanario La Conquista del Estado— con las Juntas Castellanas de Acción Hispánica de Onésimo Redondo Ortega y La Traza, liderada por Alberto Ardanaz (foto: Archivos de la Historia)
 
El falangismo como único fascismo español: una visión problemática
 

En general, los estudios del mismo, más allá de centrarse en algunas individualidades, orbitan en torno al falangismo y las dos entidades previas que confluyeron en él. Una fue el semanario La conquista del Estado, impulsado por Ramiro Ledesma y que vio la luz en Madrid en marzo de 1931 (el mes previo a la proclamación de la Segunda República). La otra fue Libertad, otro semanario que se editó en junio de aquel año en Valladolid promovido por Onésimo Redondo y cuyo núcleo editor constituyó en agosto unas irrelevantes Juntas Castellanas de Actuación Hispánica (JCAH). En octubre ambos grupos se fusionaron en las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS). Dos años después, en octubre de 1933, José Antonio Primo de Rivera creó un ente rival, la citada FE. Como falangistas y jonsistas eran exiguos, estos se fusionaron en febrero de 1934 en FE de las JONS. Estas siglas fueron marginales hasta que en la primavera de 1936 conocieron una gran afluencia de seguidores. Ya en plena Guerra Civil, en abril de 1937, Franco unificó a FE de las JONS con la otra gran fuerza de la derecha, el carlismo, y creó el partido oficial de su régimen: Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS).

Acabada la Guerra Civil en abril de 1939 e iniciada la Segunda Guerra Mundial en septiembre de aquel año, las expectativas que Franco depositó en el triunfo del Eje favorecieron la fascistización del régimen a través de FET y de las JONS hasta agosto de 1942 de la mano de Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco. Entonces el retroceso de las fuerzas del Eje forzó al dictador a adoptar un funambulismo político para sobrevivir a la victoria aliada de 1945. En este marco FET y de las JONS, desde 1967 llamada Movimiento Nacional (o «Movimiento»), conoció un letargo del que ya no salió hasta su disolución en abril de 1977. Devino así el paraguas político de tres generaciones de españoles y españolas (estas últimas en la Sección Femenina).

Paradójicamente, esta asociación del fascismo español con el falangismo la originó este último. En los años treinta asumió su conexión con ascendentes italianos y tras la derrota del Eje quiso proyectarse como una especificidad hispánica. A inicios de los años sesenta del pasado siglo, el historiador estadounidense Stanley G. Payne examinó la «falangística» (las obras emanadas del universo falangista, desde memorias a textos políticos) y asumió su visión del «fascismo español» y su estudio la convirtió en una opción comparable al fascismo italiano y al nazismo alemán, con pautas de análisis ya muy elaboradas. Payne posteriormente profundizó en el estudio del fascismo y devino un experto en el tema. Como resultado, el trabajo pionero de Payne sobre Falange codificó los parámetros del fascismo español de estudios posteriores, que lo asociaron al falangismo de forma indeleble.

Ceremonia de fusión de Falange Española y de las JONS celebrada en el Teatro Calderón de Valladolid el 4 de marzo de 1934, en la que intervinieron Primo de Rivera, Julio Ruiz de Alda, Onésimo Redondo, Ramiro Ledesma Ramos y Emilio Gutiérrez Palma (foto: El Norte de Castilla)
 

Pero esta visión del fascismo español, desde nuestra óptica, plantea problemas diversos. Uno es cronológico: hace del fascismo una realidad tardía en España al remitir a los años republicanos, y los partidos o entes previos susceptibles de ser vinculados al mismo se catalogan como precursores. Otro problema es geográfico, ya que Madrid es el único centro irradiador de fascismo, con Valladolid como escenario secundario como baluarte de Redondo y sus JCAH. Por último, esta visión del fascismo infravalora su proximidad con la derecha más radical o «fascistizada» y su pugna por un mismo espacio político. Pero para sus coetáneos los falangistas, la «derecha fascistizada» y la derecha en general a menudo carecían de lindes ideológicas diáfanas, pues eran un continuo de límites internos borrosos, señala el historiador Paul Preston:

[.. ] Durante toda la República, los líderes de cada grupo derechista habían intervenido en los mítines de los otros, siendo, normalmente, bien recibidos. Se reservaba espacio en la prensa de los diversos partidos para incluir informes favorables sobre las actividades de los rivales. Todos los sectores de la derecha compartían la misma determinación de establecer un Estado corporativo y de destruir las fuerzas efectivas de la izquierda. […] Había, por supuesto, diferencias de opinión […]. No obstante, rara vez iban más allá de disensiones sobre la táctica […]. Estos grupos raramente rompieron su unidad en el Parlamento, en tiempo de elecciones o […] durante la guerra civil […]. Es más, no era raro […] pertenecer a una o más de estas organizaciones, y en algunos casos a todas ellas.

Esta dificultad de trazar límites la ilustra el Partido Nacionalista Español (PNE), calificado de «pseudofascista». Su líder y creador fue el médico valenciano José Mª Albiñana, que creó la formación en abril de 1930, tres meses después de concluir la dictadura que Miguel Primo de Rivera estableció en 1923, con la expectativa de erigirse en su albacea político. Su divisa era la del primorriverismo caído, «Religión, Patria, Monarquía». A ello añadió su lema, «España sobre todas las cosas, y sobre España inmortal, solo Dios». Entre octubre y noviembre de 1930 adoptó el «saludo brazo en alto, [la] camisa azul [celeste], [el] escudo con yugo, flechas y águila bicéfala, [y la] cruz de Santiago». Moduló un españolismo combativo (su himno se tituló «España inmortal») y se definió como una «hermandad hispánica de acción enérgica». Su portavoz fue La Legión y su milicia fueron los Legionarios de España, su «avanzada guerrillera». Cabe pensar que para sus seguidores militar en FE o en este partido dependió más de su presencia en un lugar concreto que de su doctrina. Ateniéndonos a lo expuesto, consideramos difícil negar el carácter fascista del PNE.

En este marco, sostenemos una visión substancialmente distinta del fascismo español, pues convenimos que este fenómeno tuvo sus raíces en Cuba, afloró y se configuró en la Península por vez primera en Barcelona entre 1919 y 1923 y tuvo ecos y reverberaciones en Madrid entre fines de 1922 e inicios de 1923. Ello fue así por varias razones que desplegamos a lo largo de este ensayo y apuntamos al lector a continuación de modo orientativo.

José María Albiñana (segundo por la izquierda), en una reunión con miembros del Partido Nacionalista Español (foto: El Independiente)
 
Las raíces cubanas del fascismo español: militarismo y españolismo
 

España solo puso fin a su condición imperial en 1975 (con el abandono del Sahara occidental en plena agonía de Franco) y este hecho marcó su evolución mucho más de lo que parece. En el caso del fascismo español juzgamos determinante la importancia de La Habana en el proceso de su conformación, pues en la España decimonónica era su tercera ciudad más importante (después de Madrid y Barcelona) y en ella tuvieron lugar dos procesos clave en el tema que nos ocupa.

Uno fue la concentración de poder que conoció el titular de su Capitanía y que le convirtió en virtual «virrey» de la isla con el apoyo de sus élites propeninsulares (opuestas a toda reforma que alterase el statu quo de Cuba) que formaron una suerte de «Corte» en torno al capitán general. Asimismo, este dispuso de una milicia civil que las citadas élites promovieron y lideraron, el llamado Cuerpo de Voluntarios. Este se creó en 1855 para luchar contra el «separatismo» (que incluyó a cubanos autonomistas e independentistas) y contra posibles revueltas de esclavos. Los voluntarios, que iban uniformados y armados, profesaron un nacionalismo intransigente que les convierte en precursores del futuro fascismo peninsular.

En 1869 acaeció la conjunción organizada de estos tres elementos: Capitanía, élites y los voluntarios. Entonces, quien era capitán general desde enero, Domingo Dulce, quiso introducir reformas y ampliar el marco de libertades de Cuba siguiendo órdenes del gobierno, pero topó con la oposición de las élites citadas. Estas urdieron un complot contra este militar mediante el capitán general que le precedió, Francisco Lersundi, y el Cuerpo de Voluntarios. Así, en mayo Lersundi asedió la Capitanía con cientos de voluntarios y forzó a Dulce a renunciar a su cargo al carecer de fuerzas para imponerse. Como este renunció a sus poderes de forma reglamentaria, el cambio de titular de Capitanía fue legal y pacífico. Desde entonces las élites mencionadas actuaron con autonomía de Madrid y solidificaron sus lazos con Capitanía, mientras los voluntarios reprimieron a reformistas e independentistas cubanos a sus anchas.

Esta experiencia antillana, apenas conocida en la narrativa de la historia de España, fue decisiva tanto en la evolución del militarismo español como en la del fascismo porque configuró un artefacto político-militar singular que denominamos «Capitanía cubana». Tal expresión alude a la asunción del poder civil por Capitanía de forma dictatorial, con el apoyo de las élites locales y una milicia civil auxiliar. Esta última, que en Cuba encarnaron los voluntarios, reflejó ya el limitado espacio político que el militarismo español dejaría al desarrollo del futuro fascismo en la Península. De hecho, la definición de «militarismo» presume que los oficiales del Ejército han de predominar sobre los políticos civiles.(20) Ello fue así porque el Ejército se autoerigió en garante del orden establecido ante toda amenaza «separatista» o revolucionaria y quiso monopolizar el patriotismo.

El otro proceso que se desarrolló en Cuba e interactuó con el anterior fue que allí afloraron tanto el nacionalismo español exacerbado como los nacionalismos centrífugos peninsulares. De este modo, la llamada Guerra de los Diez Años (1868-1878) contra los insurrectos de la isla hizo cristalizar un autodenominado «españolismo» que asimiló nación e imperio (concibió a la Península y a sus dependencias de Ultramar como un todo indivisible) que reclamó una adhesión «incondicional» contando con el apoyo de Capitanía.

Voluntarios de La Habana, retratados por Valeriano Domínguez Bécquer en la revista La Ilustración de Madrid (1870). Fuente: Wikimedia Commons.
 
Cataluña en el espejo de La Habana: ¿Una «segunda Cuba»?
 

Tras la pérdida de Cuba en 1898, la pauta de ocupación castrense del poder civil de la «Capitanía cubana» se exportó a la Península y arraigó en Barcelona. Allí los militares procedentes de Ultramar creyeron hallarse ante la misma amenaza bifronte de La Habana: el «separatismo» (encarnado por el catalanismo emergente) y la revolución (el temor al obrerismo organizado substituyó al que infundían las revueltas de esclavos). De este modo, a partir de los problemas de orden público, Capitanía empezó a asumir competencias civiles en detrimento del gobernador civil, en un proceso que tendría su inicio en la huelga general de 1902.

Por esta vía, entre 1919 y 1923, cuajó una genuina «Capitanía cubana» en Barcelona. En ese periodo fueron sus «virreyes» de facto los generales Joaquín Milans del Bosch (capitán general de Cataluña entre septiembre de 1918 y febrero de 1920) y Severiano Martínez Anido (gobernador civil desde noviembre de 1920 hasta octubre de 1922). Milans expandió su poder al reprimir la agitación que el fin de la Gran Guerra en 1918 generó entre catalanistas y sindicalistas. La de los primeros se materializó en una campaña de demanda de autonomía en la que el Ejército vio un separatismo tan amenazador como el cubano. Y la de los segundos la estimuló el triunfo de la revolución bolchevique en 1917, que incentivó la radicalización del potente sindicato de cariz anarcosindicalista omnipresente en la zona metropolitana barcelonesa: la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Esta organización alumbró grupos de acción que generaron un pistolerismo endémico que Milans quiso contener con mano dura. Su actuación esbozó entonces una dictadura regional sin quebrar de forma oficial la legalidad (como en Cuba). Pero no la pudo consolidar al ser forzado a dimitir en febrero de 1920. Le substituyó como «hombre fuerte» Martínez Anido, quien durante su mandato (el «anidato») consolidó la autocracia en Cataluña que Milans perfiló. En consecuencia, ambos militares actuaron como los capitanes generales de La Habana: ocuparon el poder civil con apoyo de las élites locales y una milicia auxiliar, conformando una «Capitanía cubana» en Barcelona.

Fuente: Mundo Gráfico 23 de octubre de 1918
 
De los Voluntarios de La Habana al «Fascio de Las Ramblas»
 

En este escenario, la milicia auxiliar de esta «Capitanía cubana» surgió de modo espontáneo o se improvisó sobre la marcha, de modo que desempeñaron su rol en Barcelona cuatro actores distintos entre 1919 y 1922. Primero, entre fines de 1918 e inicios de 1919 lo hizo una Liga Patriótica Española (LPE), que practicó el «escuadrismo» contra el catalanismo. Al estallar una intensa conflictividad social a partir de febrero de 1919, la LPE se esfumó y desempeñó tal función el Somatén, una milicia civil que actuaba como cuerpo auxiliar de orden público. Pero el protagonismo creciente de los grupos de acción del cenetismo requirió que desarrollasen la función de milicia auxiliar otros actores: primero fueron grupos parapoliciales conocidos como la «banda negra» y desde 1920 ejerció este rol el llamado Sindicato Libre. Así las cosas, veremos cómo la LPE y el Libre, amparados por Capitanía, encarnaron el primer fascismo barcelonés.

Hemos designado a este último como «Fascio de Las Ramblas», una expresión que fue acuñada en 1931 por ámbitos de izquierda para aludir de forma irónica a una organización fascista que supuestamente organizaba Ramón Sales, el dirigente del citado Sindicato Libre. Sales anunció la creación de tal milicia el 11 de abril de ese año a bombo y platillo, pero sus declaraciones posiblemente fueron un globo sonda o un farol político. Pese a su inexistencia, hemos escogido esta expresión para designar al fascismo barcelonés inicial porque Las Ramblas fueron un escenario y escaparate a la vez de las primeras tramas fascistas barcelonesas. Y es que en este bulevar primero se enfrentaron catalanistas y españolistas de la LPE. Después Las Ramblas fueron un espacio de eclosión del pistolerismo. Los matones de ambos sindicatos (Libre y CNT) se reunían en sus cafés y sus grupos de acción actuaron en buena medida en la zona marcada por esta arteria: el casco antiguo y la zona que sería conocida como «barrio chino». También Las Ramblas reflejaron la importancia de los militares que mediaron en aquel universo de choques entre cata- lanistas y españolistas, libres y cenetistas. Sus centros coronaban simbólicamente el principio y el final de Las Ramblas: el Casino Militar estaba al principio, en la plaza Cataluña, y la Capitanía al final, en la zona próxima al mar. De ahí, pues, la idoneidad de esta metáfora como título del presente ensayo.

Ramón Sales Amenós en diciembre de 1919, en un acto de homenaje al general Severiano Martínez Anido
 
Un fascismo de primera generación y otro de segunda
 

Ateniéndonos a lo hasta aquí expuesto, partimos de las premisas siguientes: que la emergencia y la evolución del fascismo en España fue inseparable de la del militarismo del siglo xx (por lo que es necesario estudiar la configuración de ambos de forma simultánea); que ambos fenómenos tuvieron sus orígenes en la Cuba decimonónica, pero también los marcaron las campañas militares de Marruecos; que su configuración y eclosión tuvo lugar en la Barcelona del periodo 1919-1923, caracterizada por una conflictividad política y social intensa con un poderoso tema identitario de fondo; y que en su desarrollo interactuaron de forma compleja propuestas fascistas de Barcelona y, en menor grado, otras de Madrid.

En este aspecto, podemos establecer que el fascismo español tuvo dos etapas distintas: una monárquica inicial y otra posterior republicana o accidentalista en cuanto al régimen político. La primera (1919-1923) es el tema de este estudio y lo podemos calificar como un «fascismo de primera generación», caracterizado por tener su epicentro en Barcelona, un discurso y una práctica política acuñada en Ultramar (aunque tamizada por Marruecos), un carácter esencialmente organizativo y una elaboración ideológica muy escasa. Simplificando, tuvo tres plasmaciones sucesivas. La primera fue la mencionada LPE anticatalanista entre fines de 1918 e inicios de 1920. Le sucedió el Sindicato Libre, constituido a lo largo de 1919 y que emergió en 1920 y combatió con las armas a la poderosa CNT. Por último, a fines de 1922 se formó el grupo La Traza, que salió a la luz a inicios de 1923. Sin embargo, este fascismo barcelonés no puede estudiarse por sí solo, ya que tuvo una compleja relación e interacción con propuestas surgidas en Madrid, que también recoge esta obra, y que pasaron por la confluencia del africanismo militar, encarnado por la Legión (oficialmente Tercio de Extranjeros), y los sectores del llamado maurismo que conocieron una deriva autoritaria.

En cambio, el fascismo que podemos considerar de «segunda generación» tuvo su epicentro en la capital española y Valladolid, a la vez que se articuló esencialmente en torno a la ideología. Se singularizó por tener expresiones políticas republicanas y ambiciones intelectuales que reflejaron el influjo de las vanguardias literarias. Estas le transmitieron la convicción de que la «Nueva Cultura» que habían forjado debía demoler y substituir a una cultura burguesa juzgada decadente. Reflejaron este fascismo los mencionados grupos de Ledesma y Redondo que confluyeron primero en las JONS y luego con la FE de José Antonio Primo de Rivera y originaron FE de las JONS. En este marco, el PNE de Albiñana sería un grupo de transición entre ambos fascismos.

Para comprender la importancia de esta dimensión urbana de las iniciativas fascistas, especialmente en el fascismo de «primera generación» es esencial tener en cuenta que existe un trasfondo de «guerra de ciudades» en la que la dicotomía Madrid-Barcelona tiene un papel esencial, en la medida que, si la capital de España será el centro oficial del país, Barcelona, su capital económica e industrial carente de un poder político en consonancia, actuará como el «anticentro» por excelencia del país. Esta tensión entre centro y «anticentro» será un vector del «Fascio de Las Ramblas».

Presidentes de los Sindicatos Libres de Barcelona en 1922 (foto: La Acción/Wikimedia Commons)
 
¿Pero qué es el fascismo? Un recorrido por territorios pantanosos
 

Llegados aquí, es imperioso abordar una cuestión pantanosa: ¿Qué entendemos por fascismo? La pregunta no tiene una respuesta satisfactoria al faltar un acuerdo académico sobre cómo definir tal concepto. Ello es así porque no existe un fascismo monolítico, atemporal e inmutable, sino una pluralidad de movimientos de rasgos similares y diferentes a la par. Tal realidad supone cuatro grandes problemas para disponer de una definición operativa.

Un primer problema radica en que el fascismo combina diversos estilos políticos que lo hacen acreedor del reconocimiento como algo nuevo: explora una «tercera vía» entre marxismo y liberalismo, entre derecha e izquierda (asumiendo la crítica del liberalismo al comunismo y la del comunismo al liberalismo); asume el papel del Estado como ente rector de la sociedad (de forma semejante al comunismo); plasma una forma nueva de representatividad política que pasa por un líder carismático que interpreta la «voluntad nacional»; adopta una cultura nueva, en la que confluyen una crisis del racionalismo —que comporta la exaltación de una mística ultranacionalista de combate— y las vanguardias artísticas. A ello se añade que es la única ideología de los siglos xix y xx que asume su demonización. La actitud de los fascistas es fácilmente reconocible: «Sí, somos malos… ¿y qué?». Todo ello es difícil de aprehender en una única definición.

Un segundo problema es sobre qué tipo de movimiento fascista ponemos el foco. No es lo mismo el primer fascismo, de orígenes relativamente nebulosos, que aquel ya crecido y ávido de poder. Y menos aún el ya instalado en el poder y el que está en la oposición. En este aspecto, se suele identificar el fascismo (como movimiento y/o doctrina) con la época de entreguerras (aproximadamente el periodo 1919- 1945), percibido como un fenómeno político europeo en su esencia y que expresaría una larga «guerra civil europea». Un tercer problema es su variedad de manifestaciones, que dificulta las definiciones homogeneizadoras. Así, el historiador germano Ernst Nolte aludió a que

«un asombroso enlace de tendencias particulares y universales resulta evidente en todo movimiento fascista».

Finalmente, un cuarto problema, derivado de los anteriores, es que los expertos ofrecen una variedad de enfoques que hace muy difícil disponer de una definición funcional. De este modo, por poner algunos ejemplos, el destacado historiador italiano Emilio Gentile ha enfatizado la forma política, el partido fascista, en el caso italiano en concreto como fuerza paramilitar o partido-milicia. En clara contraposición, el británico Roger Griffin ha formulado una tesis que aborda el fascismo como expresión de un «nacionalismo palingenético». Su discurso y su potencial atracción de masas dependen así de la capacidad de crear un «renacimiento nacional», que sería su componente ideológico fundamental. Sin él, según Griffin, no hay auténtico fascismo. Por descontado, no podemos olvidar la aproximación del propio Payne, que establece una tipología de rasgos con una reflexión sobre sus antecedentes. Hay otras muchas propuestas, suficientes para requerir una ordenación de carácter enciclopédico.

Propaganda de los Sindicatos Libres: su encarnación persigue al anarquismo, el separatismo, la masonería, el comunismo y el judaísmo (imagen del blog de Xavier Casals)
 

Para resumir, el fascismo es una ideología y a la vez una práctica que combina acción con pensamiento, que ilustra el lema «Libro e moschetto, fascista perfetto» («libro y mosquete, fascista perfecto»). Pero se trata de un pensamiento único, decidido desde arriba, dictado supuestamente por un jefe carismático, omnímodo e infalible: «Il Duce ha sempre ragione» («El Duce siempre tiene razón»). Se remarca así el énfasis del fascismo en la participación y, por extensión, en la obediencia. Pero todo ello no es más que un modelo idealizado. La realidad política siempre es más compleja y contradictoria, por lo que —volviendo al principio— es sumamente difícil disponer de una definición satisfactoria de este fenómeno.

En este apartado de definiciones también es necesario aludir al concepto igualmente difuso de populismo. Aquí lo hemos empleado para designar una estrategia de movilización especialmente visible en el discurso regeneracionista de inicios del siglo xx y que crea una dicotomía maniquea entre el «pueblo sano» y las élites corruptas para movilizar al primero contra las segundas. Sin embargo, el concepto de populismo tampoco tiene una definición clara y unívoca. Y aunque hoy es omnipresente en los medios de comunicación, su significado resulta bastante confuso. Como sucedió con el fascismo más maduro, cuesta a los estudiosos entender qué elementos son propiamente de la izquierda o de la derecha. En realidad, el término nació en la Rusia zarista, con los llamados naródniki (de narod, pueblo) durante la segunda mitad del siglo xix. Pero la misma palabra en inglés, populism o People’s Party, designó un partido electoral estadounidense las últimas dos décadas decimonónicas. Como palabra política ya casi olvidada, analistas académicos la utilizaron para describir la actuación de movimientos que combinaban partido y sindicatos en Latinoamérica, sobre todo (aunque no solamente) en Brasil y Argentina en la primera mitad del siglo xx. También hay quien lo empleó para examinar la política de izquierdas y el autonomismo en Cataluña en el periodo republicano y de la Guerra Civil (1931-1939). Otros estudiosos, notablemente el historiador hispano-francés Carlos Serrano, han considerado que la figura del intelectual regeneracionista Joaquín Costa, protagonista relevante de nuestra obra, era de neta raigambre populista. Y si antes del siglo XXI se empleó este vocablo para dar sentido al prefascismo, hoy sirve principalmente para señalar la pujanza del posfascismo.

Así las cosas, este ensayo se centra en reconstruir las raíces, eclosión y trayectoria del primer fascismo español. Por tanto, definir esta experiencia primeriza plantea un reto similar al que afrontó Nolte —el investigador antes citado— al analizar los orígenes del fascismo francés, que asimiló a un grupo que mencionamos en la obra: Action Française (Acción Francesa, AF). Esta entidad se constituyó en 1899 y su líder carismático fue el escritor e intelectual Charles Maurras (1868-1952), cuyo acendrado nacionalismo surgió del cultivo de la lengua provenzal. Su ideario fue concomitante al del carlismo en España: defendió una monarquía tradicional, antiparlamentaria, antiliberal, descentralizada y recurrió a la violencia. Nolte justificó su inclusión aludiendo a que la AF es «la primera agrupación política de cierta influencia y rango intelectual que conlleva innegables rasgos fascistas». Además, «aparece al mismo tiempo que las demás formas tardías del antiguo movimiento contrarrevolucionario, el legitimismo francés y el realismo, pero resultan evidentes ciertos rasgos modernos que no pueden derivarse de esta tradición», sin que su monarquismo la alejara del fascismo.

Pues bien, esta misma cuestión que Nolte esbozó es la que plantean los colectivos y grupos analizados en la obra y solo podemos definirlos a medida que los analizamos: surgen parejos a movimientos contrarrevolucionarios decimonónicos, lo que facilita la confusión entre «lo nuevo» y «lo viejo», pero presentan rasgos modernos que los desvinculan de ellos y, estudiados en una dimensión territorial, conforman un juego de oposiciones que permite percibirlos como un todo con sentido político propio. Así, intentar dotar de una definición que incluya a colectivos mencionados como la LPE, La Traza, el Sindicato Libre o una unidad militar como la Legión es una empresa ardua y difícil en estas páginas liminares. Por consiguiente, invitamos al lector a constatarlo a partir de la exposición desplegada en la obra. No obstante, en relación con este primer fascismo aquí tratado, tanto en Barcelona como en Madrid, podemos enfatizar tres ideas.

Conferencia de Jaime Bordas, presidente de la Liga Patriótica Española de Barcelona, sobre la «autonomía integral», en el Teatro del Centro (Madrid) (foto: ABC, 31 de diciembre de 1918)
 

Una primera idea es que en él primó la acción por encima de la reflexión. Fue un fascismo casi ágrafo, cuya escasa teorización se improvisó sobre la marcha y quizá ni ambicionó elaborarla. De este modo, originó manifiestos y prensa en el mejor de los casos, pero no abultadas disquisiciones teóricas impresas. Se caracterizó por articular organizaciones agresivas o de encuadramiento combativo de sus seguidores y sus entidades reflejaron la idea de formar un «ejército privado» capaz de actuar con virulencia ante formaciones opuestas dentro de la sociedad civil. Fue tan escasa su preocupación por dejar su huella que, como verá el lector, su evolución solo se puede reconstruir en la mayoría de los casos examinados de forma parcial y, a menudo, con fuentes secundarias (memorias, prensa, informes policiales o diplomáticos). De hecho, el vínculo con el fascismo fue públicamente invisible en algunas iniciativas, como el Sindicato Libre o el núcleo madrileño que preparó una «marcha sobre Madrid». Sabemos que este nexo existió, pero sus protagonistas se cuidaron mucho de ocultarlo.

Una segunda idea relevante es su encaje político singular en un marco monárquico. En este aspecto, el fascismo, que per se es republicano, surgió y creció en una Europa de monarquías. Ello planteó un problema de compatibilidad cuando el fascismo emergió en Italia. Allí, en marzo de 1919, Benito Mussolini creó un movimiento socialista belicista, filo-nacionalista y nacional-republicano. Usó el término italiano fasci (haz), entonces de moda (por el recuerdo de los Fasci Siciliani dei Lavoratori en 1889-1894) para designar una unión política o social, un fascio ( fasci en plural). Pero, como observó el lúcido conservador catalán Francesc Cambó en un ensayo de 1924, Mussolini recibió apoyo masivo de monárquicos (exmilitares, estudiantes, clases medias), hizo de los Fasci una llamada al unitarismo nacional y pudo desarrollar su movimiento en el seno de la Corona, llegando al poder en 1922. Su triunfo inspiró a otras figuras inquietas en el socialismo que ambicionaron adquirir protagonismo al margen de las casillas establecidas. En España, sin embargo, los primeros fascistas no tuvieron necesidad de buscar fórmulas ingeniosas, pues veremos que hubo una rica diversidad de herencias ideológicas en el conjunto de la derecha a las que recurrir. La Monarquía dominó aquí el escenario y las experiencias o iniciativas que podemos vincular a un primer fascismo casaron monarquía y república sin grandes reflexiones, aunque no sin disonancias.

Una tercera y última idea es que este estudio, más que poner el foco en comparar dinámicas españolas y europeas, refleja cómo un conjunto de factores impulsó el deseo de crear un espacio «reformador» en la derecha, pero (al contrario de lo que sucedió en Italia) carecía de antecedentes de izquierdas. De este modo, ante el sindicalismo de contorno revolucionario que encarnó la CNT y un recién inventado separatismo catalanista que giró en torno al político Francesc Macià, surgieron los colectivos mencionados que los combatieron y conformaron el «Fascio de Las Ramblas». A la vez, la marcha sobre Roma —que llevó a Mussolini al gobierno en octubre de 1922— suscitó conatos de fascismo en Madrid que interactuaron con los de la capital catalana.

Junto a la dificultad de ofrecer una definición de fascismo, la obra presenta otra en lo que se refiere a su aspecto narrativo. Con el fin de conjuntar en nuestra exposición elementos muy diversos (de carácter territorial, militar o político) hemos creado un relato que resalta las dinámicas que convergen en determinados temas abordados para facilitar su lectura. Tal opción quizá puede proyectar la idea de que partimos de una visión teleológica en la que todo lo expuesto lleva a un desenlace único: la irrupción del primer fascismo. Pero si tal teleología se refleja en la obra hasta cierto punto, ello no es una convicción, sino una opción de redacción. Igualmente, el hilo conductor del relato es un artefacto político-militar, la «Capitanía cubana», cuyo protagonismo puede convertirla en deus ex machina que explica «todo», cuando tampoco es así. Como en toda obra, hay que optar por recursos narrativos y elementos conductores del relato y la «Capitanía cubana» en este caso es central.

Miembros del Somatén en formación durante la visita de Alfonso XIII a un pueblo del Alt Penedès (foto: Biblioteca Nacional de España)
 

Somos conscientes de que nuestras decisiones en lo que se refiere a términos conceptuales y narrativos son problemáticas, pero juzgamos modestamente que también lo son las tesis dominantes sobre el fascismo apuntadas: ¿Es una solución óptima para el estudio del fascismo crear un gran cajón de sastre analítico donde todos los fenómenos, grupos y tendencias políticas que no casan con el falangismo y presentan componentes fascistas son etiquetados como «protofascistas», «prefascistas» o «pseudofascistas»? ¿Es viable una historia del fascismo español centrada en Madrid con una discreta conexión vallisoletana? ¿Nada puede decirse de Barcelona y su conflictividad social cuando —como veremos— el célebre intelectual marxista italiano Antonio Gramsci señaló que esta urbe alumbró un fascismo que precedió al de Mussolini?

¿Es asumible un estudio del fascismo español con su discurso imperial sin incorporar precisamente el influjo de esta dimensión imperial? Desde nuestra perspectiva, debe efectuarse un esfuerzo por renovar la visión y percepción del fascismo español. Y en este marco, por descontado, no pretendemos tener la «verdad», pero juzgamos que existen algunas certezas que deberían tenerse en cuenta. Por consiguiente, no esperamos que el lector o lectora suscriba todas nuestras tesis o reflexiones, pero sí que este ensayo le estimule a repensar el cada vez más «viejo siglo XX» con una mirada nueva. Lograrlo sería nuestra mayor satisfacción.

Para desarrollar los argumentos apuntados, la obra se estructura en veintisiete capítulos. Los once primeros no tienen un orden cronológico estricto y plantean cuestiones de distinta naturaleza para comprender el desarrollo del «Fascio de Las Ramblas». En cambio, los siguientes trazan un desarrollo lineal del tema. Queremos subrayar que este libro es un ensayo interpretativo, por lo que determinados temas están muy desarrollados y otros solo apuntados. Asimismo, como algunas cuestiones son transversales, hemos reiterado informaciones en distintos capítulos para facilitar su lectura. Igualmente, hemos incorporado anexos con jefes de gobierno, capitanes generales de Cataluña y gobernadores civiles barceloneses, así como una relación de textos. Para terminar, testimoniamos nuestro agradecimiento a todos los expertos que nos han facilitado copias de sus trabajos cuando se las hemos solicitado, aunque no siempre los hemos podido incorporar a la obra por los cambios que ha experimentado durante su redacción, que ha durado cuatro años. Merecen también nuestro especial reconocimiento los autores cuyas obras abordan los temas tratados y que hemos empleado de forma recurrente, pues sin ellas este libro no habría sido posible. Aunque en algunos casos podamos discrepar de sus tesis, no por ello cuestionamos su valor, incluyendo en primer lugar las monografías de Payne, que aún hoy son referentes insoslayables. Queremos hacer una mención especial a la generosidad de Soledad Bengoechea y Marcel Gabarró, a la lectura del manuscrito de Lluc Casals y sus sugerencias, así como al estimulante interés en la obra de Anna Casals. Por último, ha sido indispensable en la confección de la obra la atención de los archivos, hemerotecas y bibliotecas consultados, especialmente el del servicio de biblioteca de la Facultat de Comunicació i Relacions Internacionals Blanquerna, de la Universitat Ramon Llull.

Miembros de la Unión Patriótica de Valladolid (foto: El Norte de Castilla)


Índice

Mapa de Barcelona, 1930 (detalle)

Introducción. El primer fascismo español, una historia de tres ciudades

  1. Regeneracionismo y fascismo: Costa contra Costa
  2. La Habana: fragua del españolismo y de la «Capitanía cubana»
  3. La sombra de la «Capitanía cubana» en la Península: Weyler y Polavieja
  4. De Ultramar a África: la forja del militarismo español
  5. El carlismo: el potencial subversivo de un movimiento de orden
  6. El maurismo: una derecha caudillista sin caudillo
  7. Barcelona, el «anticentro» de España
  8. El orden público: la rampa hacia la «Capitanía cubana»
  9. La conversión de Cataluña en una «segunda Cuba»
  10. El lerrouxismo o el primer «partido españolista» de Cataluña
  11. Barcelona, capital del militarismo: la lenta irrupción de las Juntas de Defensa
  12. La confrontación de obreros y patronos y el origen de la «guerra social» metropolitana
  13. La bancarrota del sindicalismo católico
  14. Un ímpetu jaimista nuevo: «La Trinchera»
  15. La Liga Patriótica Española o el primer «Fascio de las Ramblas»
  16. Milans del Bosch y la huelga de La Canadiense: la creación de la «Capitanía cubana» de Cataluña
  17. La «Capitanía cubana» contra la CNT
  18. El desafío de la «Capitanía cubana» al gobierno: la campaña pro-Milans
  19. La creación enigmática del Sindicato Libre
  20. El legado de Milans del Bosch: el origen del «Fascio de Las Ramblas»
  21. El virreinato de Martínez Anido, preludio de la dictadura de Primo
  22. El Sindicato Libre bajo Anido: ¿un fascismo proletario?
  23. Mussolini visto desde Madrid: de la Legión de Millán-Astray a la Legión Nacional de Delgado Barreto
  24. Mussolini visto desde Barcelona: «La Palabra», el Libre y La Traza
  25. El golpe de Estado de Primo o el salto al vacío hacia una «Capitanía cubana» estatal
  26. La derrota del «Fascio de Las Ramblas»
  27. Valladolid y la Unión Patriótica de Castilla ganan la partida

Conclusiones. Dos fascismos y cuatro dictaduras

Anexo I. Relación de capitanes generales de Cataluña,

Jefes de gobierno de España y gobernadores civiles de Barcelona

Anexo II. Selección de textos

Fuente: Conversación sobre la historia, Introducción e índice del libro El fascio de las Ramblas. Los orígenes catalanes del fascismo español. Barcelona, Pasado & Presente, 2023.

Portada: Joaquín Milans del Bosch (foto: ABC)


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