El día que murió el franquismo
El día que murió el franquismo
Patricia Castro 
 
Cada vez que en este país se toman decisiones contrarias a la opinión de la derecha más rancia y carpetovetónica, parece que otra guerra civil esté a punto de estallar, pero la sociedad hace mucho tiempo que se emancipó de “salva patrias de andar por casa” que ven enemigos de España en los lugares más insospechados.

 

La doble moral de este país es muy curiosa. La derecha española niega la amnistía a gente que no cometió asesinatos ni torturas, y que siempre mantuvo un discurso y una práctica pacífica dentro de la ilegalidad; eso les parece horrible. En cambio, no parecen tener ningún problema con los asesinos y torturadores franquistas que se beneficiaron de la amnistía de 1977 y que nunca han sido molestados. Ya sabemos que hay dos tipos de españoles, aquellos que se lo merecen y esos otros a quienes la españolidad se les aplica como si fuera un castigo. Urnas y papeletas contra carniceros y asesinos. A diferencia de los asesinos y torturadores del franquismo, muchos responsables del procés han tenido que pasar por la cárcel o han sufrido condenas relativamente duras, con graves repercusiones económicas y sociales. Cuando llegue la amnistía, muchos ya habrán pagado por lo que hicieron.

La democracia también es saber frenar a tiempo

Lo que estamos viendo estos días en Madrid es la muerte del franquismo. Los franquistas nunca habían llegado a este grado de esperpento, al menos no a estos extremos. Si partimos de la base que Nulla aesthetica sine ethica, la representación de la extrema derecha española nos dice cosas muy conectadas con VOX. Son una caricatura de lo español eterno. No son inofensivos y sus ataques frontales contra la democracia son alarmantes, pero desde un punto de vista ideológico están vacíos, ya muy fuera de lugar y de nuestro tiempo.

La derecha y la extrema derecha tienen miedo. Miedo de perder el país. Cuando la derecha dice que quiere a España, lo que quiere decir es que la quiere para ellos. Cualquier realidad que los aleje del control absoluto del Estado, de un Estado que han patrimonializado durante mucho de tiempo, se la tomarán como una ofensa personal, porque siempre han considerado España como su cortijo particular. La quieren, sí, pero porque es suya y de nadie más, y serían capaces de matarla si no la pudieran controlar. Por eso han convertido unas elecciones generales en un plebiscito, porque hay demasiado en juego. No les quedan muchas oportunidades para detener muchos de los cambios que se están produciendo y ya se han producido en España.

La derecha se siente amenazada por una democracia que no controla

Todo esto conecta con el lenguaje y la actitud de la extrema derecha, representada por PP y VOX, durante la investidura. Es frentista, esencialista y no tiene ningún problema socavando la democracia y negando la legitimidad a cualquier gobierno que no sea el suyo. Lo que más les horririza es que todos los procesos y pactos que se llevan a cabo para formar gobierno están sujetos a la legislación vigente, es decir, son legales; y si no lo son, tenemos una judicatura y un Tribunal Constitucional que no dudarán en poner remedio. Pero ni siquiera este estado de derecho les basta, necesitan estar por encima del bien y del mal, decir quién es un buen o un mal español, y quién tiene derecho a ser presidente más allá de los resultados democráticos. Por eso la derecha miente sin complejos, con impunidad. Basta ver hasta dónde han llevado el discurso contra la investidura, y qué están haciendo organizaciones afines como Hazte Oir, con su autobús forrado con una imagen de Pedro Sánchez manipulada para que parezca un Hitler de marca blanca, o las muñecas hinchables como supuestas ministras del PSOE en las protestas de Ferraz.

La derecha ha perdido la credibilidad para representar la moderación

¿Podemos confiar en gente que nunca ha necesitado —o querido— pedir perdón? ¿Que heredaron el poder de un régimen nacionalcatólico y nunca han necesitado —o querido— dar explicaciones? ¿Podemos confiar en gente que cree que pactar y ceder es vergonzoso? ¿Podemos confiar en los que ponen la democracia bajo sospecha cuando no ganan, se sienten ultrajados, y nos hacen sufrir a todos las consecuencias de su derrota? Debemos tener muy claro que somos ciudadanos, no rehenes de los deseos del Partido Popular o de sus secuaces de VOX. Tenemos agencia propia.

No nos pueden defender ni representar unos partidos y unas personas que dejarían a la mitad del país sin voto, quizás incluso les retirarían la nacionalidad y nos quieren a todos quietos, mudos y con miedo. ¿Cómo pueden seguir pensando que con el odio podrán resolver los problemas que tenemos y los que vendrán? No podremos solucionar esta crisis múltiple sin mucha generosidad, amplitud de miras y capacidad para llegar a acuerdos.

En Barcelona llevamos ropa de abrigo para recordar que hace tiempo, a estas alturas del año, era otoño, una estación que a causa al calentamiento global casi ha dejado de existir. El problema de verdad, lo que nos afecta a todos, es el colapso climático, no que en el Congreso de los diputados haya gente que pueda hablar en catalán, o que unos centenares de catalanes puedan evitar castigos peores de los que ya han sufrido.


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