No decimos nada nuevo al afirmar que la Barcelona del primer tercio del siglo XX era una ciudad reivindicativa y muy despierta. Era la ciudad de la cual Ossorio y Gallardo dijo que tenía la revolución siempre a punto, si había ambiente, estallaba, si no, se replegaba a la espera del momento oportuno. Revueltas y enfrentamientos eran cotidianos y bien conocidos por los barceloneses. El estallido de la Primera Guerra Mundial vino a exacerbar el descontento social y las acciones delictivas aumentaron hasta alcanzar el paroxismo ante la tolerancia e, incluso, la protección de personas muy influyentes. Aquellos años fueron tiempos de dinero fácil, de vidas poco claras, de situaciones nada fáciles o que no había problemas en encontrar quien las complicase para que fuera difícil pedir responsabilidades. Fueron años en que la sangre se vendió barata y hubo apadrinamientos vergonzosos.
Por otro lado poco se podía esperar de un estado que era débil, que tenía dificultades para hacer cumplir sus órdenes incluso al ejército, la principal institución que lo hubiera tenido que defender y proteger. Esto es a lo que se enfrentó el gobierno cuando aparecieron las Juntas de Oficiales de 1916 y 1917 y las Juntas de Suboficiales de 1917, la desobediencia de las fuerzas armadas, o, al menos, una parte de ellas. En este contexto de autoridad relajada, de impunidad, de oportunidades para quien tuviera pocos escrúpulos, se desarrolló uno de los fenómenos más criminales que se han vivido en Barcelona, el pistolerismo. Al tiempo que los barrios populares se llenaban de inmigrantes en busca de una oportunidad haciendo crecer las desigualdades ya tradicionalmente abismales. Estamos, pues, en una de aquellas urbes que calificaríamos de peligrosas. A pesar de lo cual, Barcelona no dejó de ser la que venía siendo desde hacía más de un siglo, una población industrial, los principales intereses de la cual estaban relacionados con los problemas de los obreros y los problemas de los patronos.
Hacía tiempo que los obreros se venían organizando y ahora habían fundado una sindical obrera, la CNT (Confederación Nacional del Trabajo), el sindicato hegemónico en Barcelona. La Confederación se estructuraba en Confederaciones de ámbito regional. En 1918 la Confederación Regional de Cataluña convocó un congreso en el barrio de Sants. El congreso sirvió para presentar una nueva generación de dirigentes, Seguí, Piera, Pestaña… También para dar de baja a elementos que no venían de la cultura libertaria como Joaquín Bueso. Para adoptar oficialmente la “acción directa” como táctica de lucha. Por supuesto, para organizarse en sindicatos de ramo o industria, el famoso Sindicato Único. Todo eso pasaba cuando los atentados y amenazas a propietarios e industriales habían conseguido desencallar algún que otro conflicto laboral y sirvió de acicate para que aumentaran. A estos atentados los patronos contestaron a su vez con ataques a los sindicalistas. La espiral creció. Era una nueva forma de violencia que se añadía a los ya tradicionales atentados con bombas y petardos típicos del siglo XIX. Esta cultura de enfrentamiento e intransigencia no era exclusiva de las relaciones obreros-empresarios. Una confrontación similar la hallaremos en la campaña que la Lliga Regionalista hace en 1918 pidiendo el Estatuto de Autonomía y cada día, en la Rambla y Ciutat Vella encontramos enfrentamientos entre partidarios del Estatut y los llamados unionistas que acababan casi siempre a palos e, incluso, con disparos, en enero de 1919, sí, justo un poco antes de que se iniciase la huelga más icónica de cuantas huelgas vivió Barcelona aquellos años, la Huelga de La Canadiense.
Cambios producidos por la guerra
Los años de guerra europea exacerbaron buena parte, mejor dicho, todas las tensiones que desde siempre ya eran habituales en la ciudad. En primer lugar hubo un aumento significativo de población, se pasó de los 607.179 habitantes en 1914, a 710.335 en 1920.[1] Es importante señalar que el crecimiento vegetativo (la diferencia entre las personas que nacen y las que mueren) fue constantemente negativo, es decir, las muertes superaban a los nacimientos en la ciudad. La necesidad de mano de obra, sumada al déficit demográfico, crearon las condiciones perfectas para que hubiera una llegada masiva de emigrantes a una población que ya tenía una gran experiencia en la acogida de personas originarias de otros lugares pero que nunca se había enfrentado a una oleada de esas dimensiones.
Buena parte de los recién llegados encontraron trabajo pero no todos lo consiguieron. Muchos mal vivieron de la caridad, ocupados en faenas marginales o cayeron en la pequeña delincuencia. Buena parte de estas experiencias fueron recogidas en trabajos y novelas, muchos de ellos escritos por personas de la CNT. Eran obras de carácter moralista que denunciaban el destino de algunos de estos inmigrantes. Una muestra de estos escritos la tenemos en la novela que Ángel Pestaña publica en 1926, Inocentes, y otras similares, todas escritas con el doble propósito de denunciar la situación y enviar un mensaje moral a los trabajadores. Más significativa de la saturación de candidatos a un puesto de trabajo es la información que da Aron Cohen,[2] cuando cita una nota del Gobernador civil de Barcelona que se publica en el Diario oficial de la Provincia de Murcia pidiendo que no vayan más obreros a buscar trabajo a Barcelona porque todos los puestos están cubiertos. A pesar de la nota, los inmigrantes continuaron llegando a la ciudad porque, según Mercedes Vilanova, Barcelona se presentaba en el imaginario de los futuros emigrantes “como paraíso y tierra de promisión. Porque en ella hierve la vida y hay trabajo para todos”.[3] Las llegadas no se detuvieron ni siquiera con el final de la guerra, como sería de esperar, al contrario, el ritmo se mantuvo y todavía aumentó, sobre todo la corriente de quienes venían de Murcia o Almería. En el caso de Almería es preciso hacer notar que el período coincide con el cierre de múltiples minas de la zona, que han dejado de ser rentables. Un proceso que ya se ha iniciado en 1914 y que libera mano de obra. Ni la crisis de 1920 ralentizó el flujo.
Este fenómeno impactó en la vida de la ciudad. No he encontrado datos que lo confirmen, pero creo muy posible que el flujo de tanta mano de obra debió de influir en los salarios. Siempre se ha afirmado que éstos aumentaron durante el período bélico, aunque no al mismo ritmo que lo hicieron los precios de las subsistencias y me parece muy plausible que una causa estuviera en el excedente de mano de obra. Ángel Smith, basándose en las cifras que ofrece Manuel Escudé Bartolí, quien era responsable del censo de la ciudad de 1917 y años sucesivos, dice que, por término medio, un obrero de Barcelona trabajaba 244 días al año, lo que representa que estaba en el paro el 33% del tiempo.
La ciudad cambió social y físicamente. Los barrios del centro tradicionalmente obreros, mantuvieron su carácter, pero los recién llegados se establecieron más allá de lo que habían sido sus confines históricos. Barrios como Sants, Hostafranchs, Les Corts… estaban recibiendo las grandes fábricas que abandonaban el espacio de dentro de la muralla. La oleada llegaba hasta Collblanc, ya en Hospitalet y, por el otro lado de Barcelona, a Santa Coloma, Badalona… En los barrios históricos siempre habían convivido inmigrantes recientes con obreros barceloneses e, incluso, con clases acomodadas. Ahora, paralelamente, la burguesía se estaba desplazando al Ensanche o a San Gervasio, Pedralbes…, los emergentes barrios acomodados. Al mismo tiempo que la inmigración reciente ya no encontraba vivienda en el centro ni aún añadiendo los edificios que dejaba libres la burguesía y buscaba nuevos lugares donde instalarse.
Una característica nueva es la disociación entre lugar de trabajo y lugar de residencia. Hasta aquel momento el trabajo solía hallarse cerca del lugar donde el trabajador residía y los desplazamientos eran cortos. Ahora, cada vez con más frecuencia, el trabajo estaba lejos de la vivienda. Al mismo tiempo, el transporte era caro y estaba dirigido básicamente a satisfacer las necesidades de la pequeña y mediana burguesía, si bien, en aquellos años, se iniciaba un proceso de democratización de los tranvías y empezaban a circular los primeros autobuses. Significativamente, ya se estaban construyendo algunas líneas de metro. Sin embargo, la separación espacial lugar de trabajo/lugar de residencia no era común a toda la clase obrera, la movilidad quedaba reservada a los habitantes de las periferias, aquellos que tenían menos cualificación profesional. Los obreros cualificados continuaban viviendo cerca del trabajo, en el barrio. La división se había instalado también en el seno de la clase obrera. No son, por tanto, una casualidad las protestas contra el Marqués de Foronda, propietario de la compañía de tranvías. Por otro lado es necesario mencionar aquí, cómo en algunos movimientos de protesta, se hacía bajar a los usuarios, que se consideraba burgueses, de los tranvías. Por ejemplo, en la huelga de subsistencias de 1918, y, a menudo, quemaban los vehículos. La distancia entre el hogar y la fábrica era un agravio añadido pues suponía un aumento de la jornada laboral.
No tenemos datos fiables de la formación académica de los inmigrantes, aún así creemos que no es demasiado arriesgado suponer que esta era escasa y que la mayoría debían de ser analfabetos. De hecho, el mismo Ayuntamiento de Barcelona abona esta impresión porque en el Anuario Estadístico correspondiente a los años 1918, 1919 y 1920, al referirse al analfabetismo, subraya la situación de los inmigrantes y compara el analfabetismo del Distrito III, con pocos inmigrantes y que no permanecen mucho tiempo en esa localización, un 23%, con el 44% que hay en los distritos VI y X, de mayoría forastera. Según el Ayuntamiento, los recién llegados representaban el 40% de la población barcelonesa. Con todo, hay mejoras en la situación porque, según Mercè Tatjer,[4] en 1900 el analfabetismo afectaba al 49,5% de los habitantes de la Ciudad Condal y solo el 25% de los que vivían en la Derecha del Ensanche. El Anuario no se limita a dar cifras, comenta y apunta soluciones. Distingue entre “analfabeto absoluto”, aquel que nunca ha ido a la escuela, y el “analfabeto por desuso”, que sería aquel que ha estado deficientemente escolarizado. En cuanto al “analfabeto por desuso” aporta una interpretación interesante. En primer lugar considera que la primera causa está en los frecuentes cambios de domicilio, un fenómeno que, dice, “padecen nuestras masas obreras singularmente las que habitan barriadas extremas”. La extrema movilidad de la población no es la única razón para la deficiente escolarización de niños y jóvenes. Otra razón de peso es que no hay unos programas unificados y cada centro ofrece los que más se acercan a su ideario o a las capacidades del profesorado que, por otro lado, cambia constantemente. Una circunstancia que, como se nos informa, contrasta con las de las familias acomodadas que, además de poder pagar un colegio de más prestigio, ofrecen a sus hijos más estabilidad en todos los niveles.
Físicamente, Barcelona también cambia. El proceso ya se había iniciado antes, pero se completará en estos años. De acuerdo con Mercè Tatjer, entre 1910 y 1920 todas las grandes empresas abandonaron la ciudad histórica por nuevas áreas industriales como Sant Martí de Provençals, Sants… donde el precio del suelo era más barato y era más fácil ampliar la industria. Los edificios de Ciutat Vella se transformaron en casas-fábrica donde la producción se diversificó aunque sin alcanzar un papel relevante en el conjunto de la ciudad.
Estos cambios fueron acompañados por transformaciones en la composición social. El lado derecho de las Ramblas, donde residía la población más acomodada, perdió habitantes porque se fueron a zonas nuevas y más elegantes y porque, la abertura de Vía Layetana trajo como consecuencia la desaparición de multitud de casas y el cambio de usos con la aparición de establecimientos comerciales, domicilios de empresas y nuevas viviendas de carácter burgués. El resultado fue un desequilibrio todavía más agudo en la capacidad económica de los barrios. Siempre, siguiendo los datos que ofrece Mercè Tatjer, vemos que la distribución de la contribución muestra esta brecha económica: la contribución media por habitante era del orden de 9,5 ptas. En este promedio encontramos grandes diferencias, mientras que hay barrios como la Derecha del Ensanche que llegan a pagar una media de 55,1 ptas. de contribución, en la Barceloneta encontramos barrios que no llegan a las 2 ptas. El resultado es que barrios que agrupaban tan solo el 9,04% de los habitantes de Barcelona, acumulaban el 35,56% de la riqueza mientras que el 74% restantes de la población tan solo disfrutaban del 74%. Estas diferencias sociales seguramente que también se pueden traducir al aspecto sanitario.
A pesar de que el Anuario ofrece datos muy rigurosos sobre la salud de la ciudad, no da cifras sanitarias separadas por barrios. No obstante, podemos pensar que los distritos obreros debían de ser los más afectados por todo tipo de enfermedades y que en las epidemias sería el momento en que las desigualdades se harían más evidentes. En 1914-1915 hay una epidemia de tifus que deja 2.267 muertos y 24.472 afectados. El tifus se presenta como endémico y cada año encontramos casos siendo los militares los más afectados por el mismo. La gripe española no tuvo la misma importancia en Barcelona que en otros lugares y, con todo, afectó a 38.242 personas de las cuales 6.126 fallecieron.[5]
Estamos, por lo tanto, ante una ciudad donde las desigualdades estructurales han crecido y donde, también, se han hecho más evidentes. La ostentación del lujo que se desarrolló en esos años de guerra y que se hace ver en nuevas costumbres, aficiones a vicios como el juego (ilegal pero que se practicaba con la benevolencia y protección de la policía) y consumo de bienes suntuarios. Es una situación nueva que tiene su reflejo en la economía: en el inicio del período había en Barcelona 3 fábricas de coches, al final nos encontramos con 6 y lo mismo ocurre con el número de coches particulares, en 1915 circulaban 1.281 coches privados y 362 motocicletas. A la altura de 1920, hay 2.597 coches y 640 motocicletas. Es un ejemplo que demuestra lo que siempre se ha dicho, que la guerra fue una magnífica ocasión para el enriquecimiento de España, Cataluña y Barcelona en particular, muy especialmente Barcelona, tal y como coinciden una mayoría aplastante de historiadores. Una prosperidad que no casaba bien con las situaciones de penuria y paro forzoso de las que hemos hablado antes. Especialmente en el barrio que acogía la porción más importante del ocio barcelonés, el Distrito V (el Raval) donde convivían los cabarets (modalidad de espectáculo que llega a Barcelona al estallar el conflicto) más lujosos de la ciudad, con los inmigrantes que buscan trabajo. El dinero fácil modificaba la fisonomía del barrio que era esencialmente obrero y donde, ahora, se ofrecía a sus habitantes la posibilidad de ganar más dinero “buscándose la vida” que yendo al taller de “toda la vida”. El cambio lo retrata bien Emili Salut en su libro Viver de revolucionaris, al informarnos que en la calle Robadors, calle estrecha y corta, existían 5 academias de baile. A ellas debían acudir personas a las que resultaba difícil encontrar trabajo o que veían que no salían adelante con un salario que a duras penas llegaba para cubrir las necesidades más perentorias en medio de una inflación galopante o, simplemente, que creyesen que era una camino más fácil para conseguir una vida libre de preocupaciones económicas y que también se presentaba como más “glamurosa”. Es posible que este contraste que ofrecía el Raval, un escaparate lleno de claroscuros, sea lo que explica que allí empezara la protesta más importante de las vividas en Barcelona por el coste de las subsistencias, un movimiento que paralizó la ciudad durante 15 días, que aglutinó a obreras y burguesía pequeña y mediana y que sacó a la calle a más de 25.000 trabajadoras.
Los precios y la calidad de los productos que se vendían fue una de las causas que más motivaron la movilización. Ángel Smith destaca mucho este factor, poco presente en otras investigaciones y, de hecho, en la huelga de subsistencias, protagonizada por las mujeres, y a la que nos hemos referido en el párrafo anterior, fue una reivindicación tan importante como la carestía de carbón y de productos básicos. Es un ejemplo de cómo nuevos valores empezaban a tener un papel importante en las reivindicaciones sociales.
Otros cambios se estaban produciendo. Aquí encontramos una diferencia entre la postura de Ángel Smith y la de otros historiadores, en concreto, con la de José Luis Oyón. José Luis Oyón mantiene que las diferencias de poder adquisitivo, cultura y aspiraciones dentro de cada uno de los sectores de la clase obrera, se mantienen inalteradas a lo largo de todo este período, cruzan la Dictadura y llegan hasta la Segunda República. Difiere Smith en este punto quien considera que en estos años se inicia una proletarización de los artesanos y obreros especializados que alimentará un malestar creciente en un amplio sector de la clase obrera que verá reducidas sus expectativas al disminuir su sueldo y, con él, su estatus social. Creo que Smith debe aproximarse más a la realidad porque, en estos años hay un proceso de cambio en buena parte de la industria, especialmente en la construcción con la introducción de nuevos materiales que simplifican el trabajo que puede ser realizado por personas sin preparación convirtiendo en obsoletos oficios tradicionales. Esto pasa, por ejemplo, con los vidrieros, se está mecanizando la producción y los buenos bufadores ven reducidas sus salidas profesionales. Otros aspectos de la vida económica también están cambiando. Las dificultades para importar carbón debido a la guerra, aceleraron el traspaso a la electricidad tanto de empresas como de hogares. La producción se diversificó en nuevos sectores o aceleró la implantación de sectores ya existentes. Cuando la guerra terminó, el sector textil había perdido peso en la economía de Barcelona. Todas estas transformaciones llevaron a la aparición de nuevas profesiones que no substituyeron los puestos de trabajo que ofrecían las antiguas y, en consecuencia, no eran capaces de reemplazar numéricamente a la antigua aristocracia obrera, es decir, los antiguos artesanos eran mucho más numerosos de lo que lo eran los nuevos profesionales.
Todos estos cambios económicos no son totalmente nuevos, ya se venían produciendo desde finales del siglo XIX. También desde finales del siglo XIX las empresas se están transformando. Las características de los nuevos negocios hacían que fuera necesario más capital y un mercado más amplio. Más complejidad, en definitiva. Las empresas pequeñas, familiares, el mercado de las cuales se reducía a un territorio relativamente pequeño, iban perdiendo influencia en la economía y también poder. Este nuevo mundo exigía nuevos sindicatos. En mi opinión, este es el sentido de la fundación de la CNT, un sindicato fuerte que aglutinase a todos los trabajadores, de todos los ramos para alcanzar una posición fuerte ante el empresario, un empresario, no se ha de perder de vista, que ya contaba con recursos mucho más grandes que los que ofrecía anteriormente un territorio mucho más limitado. La culminación de este nuevo sindicato fue la fundación del Sindicato Único en el bien conocido Congreso de Sants de 1918. Para esa fecha, los empresarios ya habían tomado la delantera porque en 1914 habían creado la Confederación Patronal Española.
Nunca las relaciones entre obreros y empresarios han sido una balsa de aceite. Creo que las diferencias son profundas, se hallan en un concepto del mundo radicalmente diferente. Mientras que para los propietarios la empresa era una gran familia en la que cada uno tenía un papel a desarrollar para la buena marcha de esta y la obligación del trabajador era hacer que el negocio prosperase y contribuir al engrandecimiento de la familia, es decir, la empresa, los trabajadores veían la empresa como un lugar en el que se dejaban la vida y, a cambio, recibían poco retorno. Para decirlo sin tapujos, era un lugar donde se les explotaba, una explotación que todavía era más evidente en la ciudad cosmopolita en que se había transformado Barcelona, que hacía una ostentación obscena de su riqueza, donde cualquier fantasía era posible para quien tuviera el dinero y los medios necesarios.
Los industriales en general y los catalanes en particular, encajaron muy mal que unas personas se agrupasen en sindicatos y hablasen de lucha de clases y que reclamasen sus derechos como el derecho a trabajar un número limitado de horas y no tener jornadas infinitas. No, la creación de la CNT y, unos años después, usar la herramienta que significó el Sindicato único, no gustó nada a los empresarios y, muy especialmente a los empresarios catalanes.
Todavía menos gracia les hizo cuando el nuevo invento, el sindicato único, demostrara su eficacia en la huelga de La Canadiense. Es difícil ignorar la importancia que este hito tuvo en los sindicalistas. La huelga ha quedado en el imaginario colectivo de Barcelona, no solamente de cenetistas y trabajadores. También ha dejado un recuerdo imborrable en las clases acomodadas y la ciudadanía en general. No obstante quiero volver a subrayar que el paro llegó cuando el Régimen de la Restauración vive inmerso en un proceso de desprestigio y descomposición difícil de igualar. El momento más crítico se produjo en 1917, cuando militares, políticos y obreros lo habían desafiado con acciones límite. Todos los conflictos se habían cerrado en falso. Los tres conflictos tendrán su papel, pequeño o grande, en este nuevo desafío.
En 1917, los trabajadores tomaron una decisión que puso extremadamente nerviosa a la Patronal. Esta decisión fue juntar las fuerzas de los sindicatos mayoritarios, UGT y CNT para convocar conjuntamente la que ya era la segunda huelga general en toda España. El posterior deterioro de las relaciones entre ambas sindicales, debió de apagar momentáneamente las alarmas, pero se volvieron a encender en este momento.
La huelga de “La Canadiense” aceleró la descomposición de las relaciones entre la Patronal y los sindicatos. Las presiones sobre el gobierno de Romanones fueron terriblemente fuertes. Las hicieron incluso, Francia e Inglaterra por medio de sus embajadores mientras que la burguesía se empleó a fondo.
Desde noviembre de 1918, la Lliga Regionalista había puesto en marcha una campaña pidiendo el Estatuto de autonomía y las peleas y trifulcas entre jóvenes partidarios del Estatuto y los llamados “unionistas”, eran continuas. Pocos días había que no se produjeran incidentes en las Ramblas que acababan con carreras, golpes e, incluso, disparos.
Paralelamente, la CNT también seguía con su campaña de divulgación del sindicato único con la voluntad de aumentar la sindicación de los obreros y su militancia, en algunos momentos con métodos un tanto conminatorios. Al mismo tiempo había crecido la actividad reivindicativa con una oleada de huelgas sin precedentes, 84 cuando en 1917 no pasaron de 55. Este es el pretexto que usó el gobernador civil, González Rothwos, para decretar el estado de guerra el 18 de enero y encarcelar a todo el Comité de la CNT. Ninguna influencia parece que tuvieron las alteraciones del orden público a causa del Estatuto por más que el gobernador hablase de alteraciones del orden público en su decreto. Cuando poco después se inició la huelga de la Canadiense y el conflicto se extendió, la Lliga olvidó sus aspiraciones autonomistas y presionó implacablemente para que se pusiera fin al movimiento a cualquier precio. Recurrió al Capitán General del momento, Milans del Bosch, y, a partir de aquel momento insistió ante el gobierno para que nombrara a Martínez Anido, que era gobernador miliar, gobernador civil de Barcelona.
La alarma ante toda la situación era compartida por las Juntas de oficiales y suboficiales las cuales ya en el mes de febrero mantienen un contacto con Primo de Rivera, Capitán General de Valencia por aquellas fechas, para proponerle que encabece un golpe de estado. Las Juntas de oficiales y suboficiales habían surgido en Barcelona, su principal objetivo era de tipo corporativo, reclamaban equiparar el mecanismo de ascensos con los militares que prestaban sus servicios en Marruecos. A esta demanda añadían otras más políticas como acabar con el caciquismo. Quizás por esta razón, a veces, se los ha querido presentar como un grupo progresista. No las considera así Moreno Luzón porque, dice, en realidad sus tendencias eran muy autoritarias y se inclinaban ya en 1919, por la solución de un “cirujano de hierro”, que también había reclamado Joaquín Costa.
El gobierno Romanones, en cambio, era más partidario de la negociación y de calmar a los obreros con medidas de carácter social. Romanones aprobó la ley de las 8 horas pero sus medidas tenían la voluntad de ir más allá y se hablaba del retiro obrero, que se acabó aprobando, y otras. Proyectos, en definitiva, que no eran compartidos en absoluto por la burguesía y a los que se oponía con todas sus fuerzas.
Mucho se ha hablado del estado de debilidad en que quedó la CNT tras la huelga de la Canadiense y, especialmente, después de la huelga general que se declaró sin apenas solución de continuidad. Igualmente es habitual contextualizar la actuación de la CNT en el marco revolucionario de aquel 1919 en una Europa donde no hacía ni medio año que se había fusilado al zar y se había consolidado un gobierno revolucionario de los comunistas soviéticos. Una Europa que apenas se empezaba a recuperar de la guerra y donde los aires revolucionarios habían soplado con fuerza en Alemania y habían acabado con los espartaquistas Rosa Luxemburgo y Karl Liebnecht. Una Europa que estaba a punto de vivir el “Biennio Rosso” en Italia (el primer consejo de fábrica se constituyó en Turín en agosto de 1919). Todos estos acontecimientos eran conocidos por los obreros y también por la Patronal. Pienso que impactaron mucho más en las fuerzas conservadoras que en las fuerzas sindicales y obreras y que aquellas los usaron como coartada sin ningún escrúpulo.
La reacción de los empresarios a la huelga fue inmediata e implacable ni tan siquiera esperaron a la resolución del conflicto de La Canadiense, el 12 de marzo constituyeron una Federación Patronal de Barcelona, que reactivó el somatén y demostró su disconformidad con la ley que establecía la jornada universal de 8 horas diarias de trabajo y, lo que es más significativo, se dirigió hacia los militares en busca de refugio a sus reclamaciones. Unas reclamaciones que se habían impregnado de rencor y reclamaban compensaciones por la humillación a la que los había sometido la CNT. En el mes de febrero Severiano Martínez Anido había tomado posesión del cargo de gobernador militar y, desde ese momento, como ya se ha dicho, la Patronal reclamó con insistencia para que se le nombrará gobernador civil de Barcelona hasta que lo consiguieron. Las consecuencias de la huelga de la Canadiense fueron tremendas, independientemente de las apariencias de triunfo que le daban los acuerdos a los que se había avenido la Compañía. La vida de la ciudad se degradó, la violencia que siempre estaba presente, ahora alcanzó uno grado difícil de superar con la agudización que suponían los atentados enmarcados dentro del fenómeno del pistolerismo.
Muchos autores hablan del pistolerismo como de un fenómeno que se desarrolla a partir de 1918, otros lo sitúan en 1919. En realidad el primer asesinato de este tipo ya se había dado antes. Lo que sí es cierto es que la actividad de los pistoleros aumentó en 1919. Es un fenómeno muy ligado a la guerra y el espionaje, especialmente el alemán, que en Barcelona tuvo uno de sus polos de acción. Con frecuencia se considera la muerte del empresario Josep Albert Barret el comienzo de este período, un crimen que se pone en el haber de la CNT. En realidad es un crimen que casa mal con los objetivos anarquistas y autores como Ángel Smith o Moreno Luzón, insisten en que fue inspirado y financiado por el espionaje alemán. En la ejecución participa un sindicalista, es cierto, pero habría sido planeada por el tenebroso inspector Bravo Portillo y el dinero habría salido de las finanzas alemanas. Es algo plausible cuando lees la opinión de Pestaña, el cual alaba la figura de Barret. Lo que es indudable es que en los años posteriores a la huelga de La Canadiense, los atentados llegaron a su punto máximo. Los empresarios contestaron a los ataques anarquistas con sus propios atentados con la particularidad de que ellos tenían más medios y facilidad para cometerlos. No era tan solo un problema económico, es que encontraban más “comprensión” y facilidades por parte de las autoridades, especialmente cuando la burguesía consiguió que se nombrara a Martínez Anido gobernador civil.
El período en que Martínez Anido fue gobernador civil se cuenta entre los más negros que ha vivido Barcelona y las consecuencias, pienso, que fueron de largo alcance. No toca desarrollarlo aquí pero una de las derivaciones fue el apuntalamiento de los grupos radicales que desde siempre habían existido en el obrerismo y que, ahora, se veían moralmente justificados por la intransigencia, tanto de la patronal como del gobierno, y que consiguieron mucha ascendencia dentro del mundo anarcosindicalista. La tarea de “eliminar obreros” a la que se dedicaban los pistoleros pagados por la patronal se vio complementada por la aplicación perversa de la ley de fugas que acabó con la vida de muchos trabajadores hasta el punto que los presos se negaban a ser liberados en plena noche. Este cuadro deprimente, de falta de seguridad y terror, todavía se ha de completar con la aparición de un nuevo sindicato, el Sindicato Libre, los Libres.
Los Libres se fundaron el 10 de octubre de 1919 y en poco tiempo el sindicato llegó a los 100.000 afiliados. Aunque durante años se hablo de que un militar estaba detrás de su fundación, lo cierto es que fue la iniciativa de unos cuantos obreros, alguno de ellos había pasado por la CNT, como Ramón Sales, su principal impulsor, y todos estaban más o menos relacionados con el carlismo. Lo que parece incontestable es que contó con la simpatía de burguesía y autoridades con las que debió de colaborar en más de una ocasión. Al menos así fue en el atentado contra Pestaña en agosto de 1922. En aquella ocasión los gastos corrieron a cargo del empresario Muntadas y los ejecutores eran sindicalistas del Libre.[6] Cenetistas y libres iniciaron una guerra no declarada a lo que se unió el lock-out que declaró la Patronal pocos días después de la fundación del Libre, el 3 de noviembre. La Federación Patronal declaró dos lock-outs sucesivos, sin solución de continuidad, que en total duraron ochenta y cuatro días y que llevaron a la población obrera de Barcelona a situaciones extremas. El cierre patronal solo se acabó después de la intervención del jefe de gobierno. Cuando acabó, las relaciones entre obreros y empresarios se habían envenenado hasta un punto en que el diálogo se hacia imposible.
Una muestra del hartazgo que produjo esta situación de violencia e inquietud en la sociedad catalana la proporciona indirectamente el atentado de Ángel Pestaña. Al día siguiente de los hechos, se convocó una huelga general en Manresa y todo el mundo paró, incluso los militantes del Libre en un acto que interpreto más como una protesta ante una situación que se había vuelto insostenible que como auténtica devoción por la víctima. El atentado también supuso un punto de inflexión en la política de inhibición cómplice con la situación barcelonesa desde la dimisión de Romanones. Por primera vez en todo este tiempo, el jefe de gobierno, Sánchez Guerra, contradijo al todopoderoso gobernador civil y le exigió que los matones, que hacían guardia en la puerta del hospital donde estaba ingresado Pestaña, con la intención de rematarlo, desapareciesen de allí. Un par de meses más tarde, Martínez Anido se preparó un atentado contra sí mismo. La intención era acumular todavía más poder y conseguir autorización para que el ejército interviniese en la represión de los sindicalistas. Descubierto el engaño, Sánchez Guerra lo hizo dimitir con gran disgusto de las juntas militares muy afines a Martínez Anido y a su visión, compartida por la burguesía catalana, de una solución que acabase con el sistema político de la Restauración y pusiera el poder en manos de los militares.
Tras la dimisión de Martínez Anido la situación en la ciudad mejoró. El número de atentados de los sindicalistas disminuyó. No obstante, en enero, Félix Graupera, que en aquel momento era Presidente de la Federación Patronal, sufrió un atentado del que salió ileso, aunque murió su chófer. Pocos días después parece que algunos pistoleros siguieron a Salvador Seguí con la intención de dispararle. Las muertes de Seguí y la de su amigo “Peronas» se retrasaron un par de meses, pero en marzo los mataron. Con todo parecía que la voluntad era destensar las relaciones entre burguesía y CNT solo que mayo de 1923, los carreteros declararon una huelga que hizo pensar y mucho en la que se había vivido cuatro años antes en la Canadiense.
La huelga la iniciaron los descargadores de carbón en el puerto el 2 de mayo y, 12 días después, se unieron todos los carreteros y estibadores. Era el inicio de un conflicto que iba a durar dos meses, hasta el 12 de julio. El sindicato mayoritario en el puerto era la CNT o, como había pasado a ser conocido, el sindicato único. Durante las seis primeras semanas no se pidió la solidaridad de otros sectores pero paralizar el transporte es paralizar una ciudad. A la huelga se unieron los basureros y, durante 2 semanas, la salud de Barcelona se vio seriamente en entredicho. Salvar la situación requirió la colaboración de más de una institución y, por supuesto, la intervención del estamento militar con el Capitán General, Primo de Rivera, al frente[7]. Sin embargo el problema solo se solucionó cuando Puig y Cadafalch, President de la Mancomunitat, ofreció sus efectivos para recoger las basuras que llenaban las calles.
Poco a poco los efectos del paro fueron llegando a casi todas las industrias, primero del Pla de Barcelona, pronto a las fábricas del resto de Cataluña. A la altura del 6 de julio se habían visto obligados a parar el 75% de los obreros textiles del Pla de Barcelona y el 25% de los del resto del Principado por falta de materias primas y carbón. Durante todo este tiempo Barcelona no se vio desprovista de alimentos, aunque las dificultades para mantener los suministros eran evidentes y constituían una preocupación para las autoridades. En algún momento no hubo carne porque no había podido llegar el ganado. De todas maneras, la situación se pudo contener, aunque el miedo estuvo presente y parecía que se iban a cumplir los peores presagios, cuando en julio pescateros y panaderos amagaron con sumarse al conflicto.
El incidente que dio pie al conflicto fue el despido de dos estibadores afiliados a la CNT. Este fue el detonante aunque no fuera la causa real. En realidad el 18 de mayo parece que ya hay un acuerdo para su readmisión lo que ocurre es que había más reclamaciones, más agravios, pactos no respetados. Los obreros harán referencia constante a las bases firmadas en su día con el gobernador Carles Bas. Dos puntos parecían innegociables, la jornada de 60 horas semanales y entrar todos los carreteros a las 6 de la mañana con indiferencia de la distancia a la que estuviese la cuadra del puerto y que este tiempo quedase incluido dentro de la jornada laboral. Tan intransigentes fueron los patronos para aceptar estas reclamaciones como lo fueron los obreros en renunciar al movimiento. No obstante, llama la atención, y mucho, la condición exigida de trabajar 60 horas semanales porque hacía 4 años que la jornada laboral en España era de 8 horas diarias, o sea, 48 horas semanales. ¿Dónde había quedado el tan reivindicado lema de 8 horas para dormir, 8 para trabajar y 8 para el estudio?
No fue esta la única huelga declarada en aquellas semanas. También hubo paros en obras tan emblemáticas y significativas para Barcelona como las obras para la Exposición de las Industrias Eléctricas, que acabaría siendo la Exposición Internacional del año 1929, o la construcción de las líneas de metro. A mitad de junio se convocó una huelga en la Catalana de Gas y Electricidad donde la mayoría de sus empleados estaba afiliado al Sindicato Libre. Todas estas situaciones se producen en un escenario de caos del orden público porque a lo largo de estos dos meses justos que dura la huelga apenas he contado más de tres días sin que se produjera su correspondiente atentado a lo que a partir de junio se añadirán noticias frecuentes de atracos.
Tampoco ayudaba al sosiego general que el 17 de mayo, tres días después de que se generalizase el paro, Fernando González Regueral, exgobernador de Vizcaya que se había distinguido por su crueldad, fuera asesinado por un grupo de anarquistas ni que el 4 de junio se diera muerte al cardenal Soldevila de Zaragoza. La preocupación era general y la prueba la tenemos en la creación del “Comité de Actuación Civil”, inspirado por Rafel Campalans y del que formaba parte la CNT. El Comité era una iniciativa para acabar con el terrorismo sin embargo no tuvo éxito, miembros del Comité recibieron amenazas por cooperar con la CNT, hecho que decidió a la CNT a anunciar su retirada el 3 de junio ante la ineficiencia para combatir el terrorismo.
Al mismo tiempo el gobernador civil intentaba mediar en la situación con los mismos resultados negativos. Para entonces Patronal e industriales ya habían empezado a desfilar por el despacho del Capitán General, Primo de Rivera, o se dirigían directamente al gobierno reclamando solucionar la situación que se estaba viviendo. El 6 de junio, Fomento interpeló al gobierno en un tono que no admitía duda sobre las medidas que reclamaba y de forma clara se refería a la capacidad de Barcelona para tomar sus propias decisiones:
Si los gobiernos no se sienten con capacidad para extirparlas [les acciones terroristas], dése [sic] a nuestra ciudad una organización adecuada para que sea ella misma la encargada de realizar la obra de paz social a que tiene derecho, dotándola de las facultades y de las prerrogativas necesarias para hacerlo, pues es un crimen no hacer ni dejar hacer lo necesario para restablecer el imperio de la ley y el orden social tan gravemente perturbado durante tantos años[8]
No quiero profundizar en el papel que desarrolló la patronal catalana a lo largo de todos estos años si bien me parece importante citar lo que dice González Calleja a propósito de esta huelga:
La huelga de transportes que paralizó Barcelona en mayo-julio de 1923, y que arrojó un saldo de 22 muertos y 32 heridos, puso de manifiesto los extremos de intransigencia a que habían llegado las partes en litigio, sobre todo la Federación Patronal, de la que se sospechaba que había acentuado su inflexibilidad para precipitar la intervención de Primo contra la voluntad negociadora del Gobierno. De ahí la creciente implicación del Marqués de Estella en los problemas de orden público, sobre todo cuando la dimisión de Gobierno civil hasta la toma de posesión del periodista liberal Francisco Barber el 5 de junio. El capitán general actuó de mediador en la creciente rivalidad entre civiles y militares, trató en vano de arrancar del Gobierno la declaración de estado de guerra y dictó medidas tranquilizadoras para las clases propietarias, como la vigilancia diurna del Ejercito en los bancos, actividad que de noche realizó el Somatén”[9]
El nuevo gobernador tampoco tuvo demasiado éxito. La falta de sintonía entre gobernación y Capitanía era muy grande y, finalmente, tanto gobernador como Capitán General fueron llamados a Madrid. Solo se reintegró en su cargo el Marqués de Estella. El Sr. Barber presentó su dimisión al tiempo que Primo de Rivera aprovechó su viaje para hablar con los generales Soler, Losada y Gil que conspiraban para derrocar el régimen liberal. Barber fue sustituido por Portela Valladares. Éste, al llegar a Barcelona, envió un informe destacando el aislamiento en que se encontraba el poder civil en la ciudad.
A principios de junio los patronos habían presentado unas bases en las que aceptaban la jornada de 60 horas semanales aunque los obreros habrían de trabajar las que hiciera falta y las que sobrepasaran de las 60 horas pactadas se les pagarían como horas suplementarias. Adoptaban de esta manera el acuerdo al que se habían llegado en Marsella más o menos por las mismas fechas con los trabajadores portuarios. La hora de entrada, en cambio, no aceptaban ni por activa ni por pasiva que fuera igual para todos los carreteros, sería fijada por cada empresa. Las bases iban precedidas por un preámbulo que definía perfectamente la mentalidad de los jefes. En él defendían que aceptar las condiciones del sindicato era poner a Barcelona en una situación de desventaja frente a los demás puertos del Mediterráneo. Además, hacían un juicio que ponía al descubierto unos miedos absolutamente exagerados pues afirmaban que lo que estaban persiguiendo los obreros era “subvertir el orden establecido para repetir aquí la trágica experiencia moscovita”.
El comité de huelga aceptó todas las propuestas menos la flexibilidad en la hora de entrada. Se mantuvo firme en su reivindicación de fijar la hora de entrada igual para todos los carreteros con indiferencia de donde tuviera la cuadra la empresa. La huelga se mantuvo y los carros que circulaban habían de hacerlo protegidos por las fuerzas del orden público que desde el principio quería decir policía, guardia civil y el ejército por más que no se hubiera declarado el estado de guerra.
El conflicto entró en un punto muerto. Los primeros días de julio mostraron la fatiga que había entre los obreros y algunos carros empezaron a circular al tiempo que en el puerto se reanudaba parte de la actividad. Entonces la CNT intentó extender el conflicto involucrando a pescateros y panaderos, aunque con poco éxito. El 13 de julio, la CNT firmaba las bases presentadas por la patronal hacía ya casi un mes y que suponían un retroceso respecto a las condiciones conseguidas cuatro años antes. La realidad es que era una claudicación y ponía en evidencia el debilitamiento del sindicato anarcosindicalista.
De todas maneras, la violencia continuó. La burguesía siguió insistiendo en sus exigencias de un poder fuerte que pusiese fin al desorden y “controlase” a los obreros. Al margen de todo este movimiento un nuevo factor entró en juego. La rivalidad dentro del ejército entre africanistas y junteros entró en un “stand by” en el momento en que el jefe de gobierno, el marqués de Alhucemas, quiso depurar responsabilidades en el interior de las fuerzas armadas por los hechos de Annual y así los junteros se aproximaron al Capitán General[10]. La realidad es que en aquel momento había más de un grupo que conspiraba para hacer caer no solo el gobierno, querían hacer caer el régimen, querían “regenerar” España y acabar con el estado de corrupción de la Restauración. En los meses de julio y agosto, Primo viajo mucho entre San Sebastián y Barcelona pasando por Zaragoza, donde estaba Sanjurjo, explicando sus intenciones. El golpe ya estaba decidido pero, según González Calleja, fue finalmente el homenaje a Casanovas del 11 de septiembre que protagonizaron Acción Catalana, PNV y galleguistas el que precipitó el golpe entre el 12 y el 13 de septiembre de 1923.
Conclusión
El Desastre de Annual tuvo un peso importante en la decisión de Primo de Rivera de dar el golpe que lo llevó al poder el 13 de septiembre, indiscutiblemente,. Es un lugar común afirmar que este se decidió cuando se prevé que el Informe Picasso va a aportar pruebas de la responsabilidad que había tenido el rey. Sin querer negar esta circunstancia en su totalidad, se comprueba que el informe afectaba a muchos colectivos además del monarca que estaban interesados en que sus resultados no salieran a la luz, muy concretamente al ejército. Las fuerzas armadas se hallaban divididas y la guarnición de Barcelona encabezaba una de las facciones[11], pero ante la posibilidad de quedar sometidas por el poder civil olvidaron sus diferencias.
La crisis de Annual llegó cuando el Régimen de la Restauración estaba completamente desacreditado. Cataluña y más concretamente Barcelona, fueron los lugares donde más fracasos se recogieron y no es casualidad. Desde el último tercio del siglo XIX, la sociedad barcelonesa estaba desarrollando unas dinámicas que la diferenciaban notablemente del resto del Estado y muy especialmente la brecha se ensanchó en los años de la guerra europea. El aumento de población exigió una transformación urbana, la creación y consolidación de nuevos barrios con nuevas dinámicas y nuevas necesidades. Este crecimiento se hizo casi exclusivamente con población inmigrada que acudía atraída por la necesidad de mano de obra, que tenía la evolución industrial y capitalista de la ciudad. Nuevas empresas de nuevos sectores se habían instalado en Barcelona, representaban nuevas formas de inversión y de producción. Ante esta nueva organización empresarial eran necesarias nuevas formas de organización obrera que superasen los viejos sindicatos societarios.
Todas estas transformaciones exigieron cambios de mentalidad y de relación entre los distintos grupos sociales y, también, cambios en el régimen político. Estas transformaciones generaron tensiones que se vieron enmascaradas por el estallido de la guerra europea que sumergió al mundo en una coyuntura del todo excepcional. Al acabar el conflicto las tensiones seguían ahí, solo que se habían intensificado con la coyuntura extraordinaria que supusieron los años de guerra, que no facilitaron el marco necesario para que tuviesen lugar. La transformación que vivió Barcelona en un contexto de negocios fáciles y la proliferación de personajes con vidas poco claras sentó las bases para la corrupción, las soluciones rápidas y la violencia. Si, además, pensamos que la Restauración y su régimen parecían agotados y carecían de capacidad para enfrentarse a las profundas reformas que eran necesarias, vemos que había muchas probabilidades de que se produjese la tormenta perfecta.
La demostración de fuerza del sindicato que fue la Huelga de la Canadiense espantó terriblemente a la burguesía que profundizó en prácticas que venían de antes. La burguesía podía haber buscado un pacto pero, ofendida, consideró las mejoras sociales que preparaba el gobierno y la jornada de las 8 horas como una injuria. Las represalias en forma de lock-out fueron desmesuradas, despreciaron el poder civil ignorando a los gobernadores civiles y exigiendo la implicación del poder militar y no dieron cumplimiento a la jornada de 8 horas, como ha quedado demostrado al hablar de la huelga de los carreteros. La voluntad de dar la espalda al poder civil era compartida por el poder militar, si bien este no compartía las aspiraciones de autonomía de una buena parte de la burguesía, aspecto que esta no dudo en obviar en aras de “domesticar” a los obreros. El gobierno y el estado no tenían capacidad para recuperar el control, durante todo este período se acabó imponiendo la voluntad de la burguesía y del ejército por encima de la voluntad del gobierno excepto en el caso de Martínez Anido.
Tampoco los principios anarquistas facilitaban una relación fluida con el Estado del cual abjuraban. Con todo los anarcosindicalistas mostraron más buena voluntad en las Comisiones Mixtas creadas por el gobierno en 1920 con el objetivo de ser un un punto de encuentro entre obreros y patronos que los empresarios. Con todo no se puede obviar que estas comisiones acabaron siendo inspiración para los Sindicatos Verticales de franquismo. La creación de los Libres desato una guerra entre ambas formaciones. Los Libres, por su parte, gozaron de la benevolencia y la protección de autoridades y empresarios. Muchos obreros abandonaron la CNT y entraron a formar parte de los libres disgustados por las coacciones que recibían para pagar la cuota, pero al final, ambas formaciones utilizaron tácticas similares, los Libres aspiraban a desplazar a todas las otras sindicales igual que lo pretendían los cenetistas.
Por su parte, la Confederación estaba dividida entre los partidarios del sindicalismo revolucionario y aquellos que querían una actuación más contundente y se implicaron en actos terroristas. La Patronal se implicó decididamente en atentados y terrorismo y, al final, las víctimas obreras superaron claramente a las víctimas patronales y empresariales. Mala posición para buscar un consenso entre patronos, gobiernos y obreros.
Xavier Casals y Enric Ucelay-Da Cal consideran que en esos años se produce un fenómeno de características fascistas en el que las Juntas Militares y el Sindicato Libre eran dos de sus patas y contraponen el poder de Capitanía frente al gobierno de la Mancomunitat pero la Mancomunitat, cuya labor fue ingente, no pasaba de ser una Diputación y entre sus funciones no se encuentran las de controlar el orden público. Creo que la confrontación es con el Gobierno civil al que de continuo se menosprecia y que, al fin y al cabo, es la representación del Gobierno. Sin duda los años que van de 1919 a 1923 vieron manifestaciones que se acercaban peligrosamente al fascismo, sobre todo en su reclamación de un “cirujano de hierro” y su recurso a la violencia. Al final, lo que unía a todas las tendencias antigubernamentales era el deseo de acabar con la CNT que representaba la antítesis del “obrero soñado”[12]
Sin duda el resto de España veía con mucha preocupación lo que ocurría en Barcelona, especialmente cuando a partir de mayo de 1923 salimos casi a atentado diario a lo que hay que sumar petardos, bombas y atracos, modalidad en ascenso a partir del mes de junio, y con un gobierno incapaz de controlar la situación.
Al final, todo el mundo quería acabar con el gobierno. El poder civil estaba exhausto e inoperante, incluido el rey y, muy probablemente, sobre todo el rey, que enseguida se apuntó a la justificación del peligro comunista como excusa para el golpe de estado.
Bibliografía
ALÍA MIRANDA, Francisco: La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Paradojas y contradicciones del nuevo régimen, 2023
BALCELLS, Albert: El Sindicalismo en Barcelona, 1965
CASALS MESEGUER, Xavier y UCELAY-DA CAL: El Fascio de las Ramblas. Los orígenes catalanes del fascismo español, 2023
EALHAM, Chris: La lucha por Barcelona. Clase, cultura y conflicto. 1988-1937, 2005
GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo: El máuser y el sufragio. Orden público, subversión y violencia política en la crisis de la Restauración (1917-1931), 1999
GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo: Nidos de espías: España, Francia y la Primera Guerra Mundial, 1914-1919, 2014
IBARZ, Jordi: “Els efectes de la Gran Guerra en l’obrerisme barceloní” en Barcelona Quaderns d’Història, 26 (2020) págs. 29-50
MORENO LUZÓN, Javier: El rey patriota. Alfonso XIII y la nación, 2023
Notas
[1] Anuari de Barcelona. 1920. Sin los suburbios. Hay que decir que no he encontrado los datos de los años 192, 1922 ni 1923
[2] COHEN, Aron: “A propósito de algunos medios sociales de emigración: los mineros del sur de España”, El cinturón rojinegro: Radicalismo cenetista y obrerismo en la periferia de Barcelona (1918-1939) / coord. por Juan José Gallardo Romero, José Luis Oyón, págs. 47-68.
[3] VILANOVA, Mercedes: “Fuentes orales y vida cotidiana en la Barcelona de entreguerras” Vida obrera en la Barcelona de entreguerres; Barcelona, 1998, CCCB, pàg. 133
[4] TATJER MIR, Mercè: “Els barris obrers del centre històric de Barcelona” a Vida obrera en la Barcelona de entreguerres; BCN, 1998, CCCB
[5] IBARZ, Jordi: “Els efectes de la Gran Guerra en l’obrerisme barceloní” en Quaderns d’Història, nº 26, 2020, pàgs. 29-50
[6] GIMÉNEZ, Sergio: “Guerra sucia y terrorismo de Estado: el atentado contra Ángel Pestaña /25-8-1922)” en SER HISTÓRICO https://serhistorico.net/2023/08/23/guerra-sucia-y-terrorismo-de-estado-el-atentado-contra-angel-pestana-25-8-1922/ y de LERA, Ángel Mª: Ángel Pestaña. Retrato de un anarquista, 1978 [consultado el 31 de agosto de 2023].
[7] Miguel Primo de Rivera había sido nombrado Capitán General de Cataluña el 15 de marzo de 1922
[8] La Vanguardia, 6 junio 1923
[9] GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo: El máuser y el sufragio. Orden público, subversión y violencia política en la crisis de la Restauración (1917-1931), CSIC, “Biblioteca de Historia”, 1999, pág. 222
[10] En realidad las Juntas Militares habían pasado a ser “Comisiones Informativas” en enero de 1922. En noviembre de ese mismo año las Cortes aprobaron la disolución de las “Comisiones Informativas”. El uso de “junteros” quiere simplificar las diferencias que continuaron existiendo entre africanistas y militares que servían en la Península.
[11] No hacía mucho que se habían disuelto las Juntas pero me aventuro a creer que las rencillas y los intereses encontrados seguían vivos.
[12] El obrero soñado” es el título de un libro de José Sierra Álvarez publicado en 1998 en que habla del paternalismo empresarial en Asturias. José Sierra: El obrero soñado. Ensayo sobre el paternalismo industrial (Asturias 1860-1917).
Fuente: Conversación sobre la historia
Portada: manifestación tras el asesinato de Salvador Seguí y Francesc Comas en marzo de 1923 (foto: archivo de El Periódico de Catalunya)
Fuente → conversacionsobrehistoria.info
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