La preservación de la memoria histórica a través de relatos verbales y su perduración en “memoriales”. El caso de Llerena (Badajoz).
La Memoria que conservó los datos para completar las lagunas de la Historia
Tras la ocupación de Llerena por los rebeldes se desató una feroz represión que se llevó por delante la vida de más de cuatrocientas personas. Parte de ellas acabaron en la fosa del arroyo Romanzal, como nos contó José Franco y que luego pudimos confirmar. Nos decía que la fosa era grande, ancha, los tiraban allí y los enterraban, que podía tener 7 u 8 metros de largo y 3 o 4 de ancho. Había muchas personas: “no echaban nada, salía la grasa de las personas por fuera, yo lo vi, cuando los taparon iban echando y enterrando, iban apilando como a las sardinas, en diferentes días”. Apuntaba José Franco que los mataban, echaban, tapaban y volvían a echar. “de profundidad puede tener dos metros, yo vi los cuerpos, había una mujer que decían “La Maltrana” y otros que decían “los Cachichis” que están allí también. Yo vi los cuerpos y los conocía, tenía 12 años”.
Decía José Franco que los cuerpos estaban corrompidos, pero se podía reconocer a las personas: “había dos fosas llenas de gente, también estaba allí “La Galla”, era alta, delgada, muy alta. En el puente Romanzal, de la familia de “los Cachichis”, mataron al padre y al hijo, también al Quebrao”. Explicaba que a éstos los mataron en el Puente Romanzal: “en el puente, cuando mataron a unos, las manos llenas de sangre se quedaron grabadas en el puente, eso lo vi yo, estuvieron allí muchos años. Como cosas de chiquillos iba a verlo, no me daba miedo, fueron muchas más gentes a verlo”. Él, como niño, no tenía miedo, en cambio: “de los familiares no se arrimaba nadie, hacían guardia los soldados. No dejaban verlo, pero yo, por ser “excusao” (curioso), yo fui y lo vi. Los cuerpos estaban destrozados”.
Encarna Ruiz nos contaba que durante años ella, junto con
otros familiares de víctimas, como la familia de los “Maltrana” (de
Rafael Maltrana, dirigente obrero) y otras personas, visitaban el
lugar. Encarna tenía depositados en una pequeña caja de cartón algunos
huesos que encontró desperdigados en la zona. Hermenegildo López nos
explicaba que él y su padre también los vieron en la zona del arroyo
Romanzal. Recordaba este testimonio la cruz existente para señalar la
ubicación de la fosa y cómo ordenaron quitarla las autoridades
franquistas para no identificar el lugar. Nos decía que quien puso la
cruz fue Agustín Viejo, pues también allí había sido asesinado su hijo,
Fernando Viejo Hernández, y un amigo de éste, procedente de Sevilla.
Fructuoso Durán Álvarez, nacido en 1936, conocido como “Fortu” o “Mascotilla” nos relató que su tío, Manuel Álvarez, estaba cuidando ganado, vio cómo llevaron a los detenidos, que luego fueron fusilados y más tarde quemados. Él memorizó y guardó el lugar exacto donde se produjeron los hechos. Manuel ignoró que su madre estaba en aquel grupo hasta que llegó a casa y habló con su padre quien le dijo que entre los fusilados estaba su madre, Gabriela Soriano Flores. Fue el día 2 de septiembre de 1936 cuando fusilaron y quemaron a ese grupo de personas en el arroyo Romanzal. El día 6 de septiembre de 1936 hubo otra tanda de fusilamientos en el mismo lugar.
Fue el día 2 de septiembre de 1936 cuando fusilaron y quemaron a ese grupo de personas en el arroyo Romanzal. El día 6 de septiembre de 1936 hubo otra tanda de fusilamientos en el mismo lugar
Manuel Álvarez tenía catorce años cuando fusilaron a su madre. Él contó que a las siete de la mañana fue un camión, ya estaba la zanja de la fosa abierta, los pusieron en fila y según iban disparando, iban cayendo. Había veinte hombres y once mujeres. La información de un testigo directo de los hechos fue fundamental para localizar el sitio exacto con la ubicación de las dos fosas: Manuel se lo contó todo a su sobrino “Fortu”, y le dijo que para localizar la fosa: “coge el puente del arroyo Romanzal, mide entre 90 y 100 metros, en el lugar donde hace una curva el arroyo, y allí está la fosa”. Así fue, fuimos en octubre de 2004 con “Fortu” y otros familiares junto con Cayetano Ibarra Barroso, el arqueólogo Hipólito Collado Giraldo y algunos operarios del ayuntamiento de Llerena para hacer unas primeras catas con el objetivo de localizar si la información que situaba allí la fosa era cierta o no. Contamos los pasos y cuando la excavadora dio la primera palada, comenzaron a salir huesos humanos… Allí estaban sesenta y nueve años después.
La importancia de los testimonios orales y la información que aportan para la reconstrucción del proceso represivo y la atención a las víctimas
Los testimonios orales forman parte de esa “memoria histórica”, de la individual y de la colectiva, de la información que no aparece recogida en los documentos oficiales que elaboró la dictadura franquista para justificar su existencia. Estos testimonios orales aportan aquello que se trató de ocultar pero que el recuerdo de sus familiares conservó a la espera de que llegara el momento para poder devolver a la memoria colectiva. Estos testimonios aportan información muy valiosa y son herramientas de investigación para completar esa parte de la historia, especialmente para casos como este de localización de fosas o del estudio del sistema represivo de la dictadura franquista. Datos como los apodos de personas aportados por los testimonios, nos han permitido encontrar sus nombres y apellidos e identificar a las mismas.
Como señala F. Espinosa, esta historia de Llerena, al igual
que las de otros cientos de casos similares, tiene su origen en el
asesinato de unas cuarenta personas en septiembre de 1936 y su
ocultación en una fosa común cercana al pueblo de Llerena (Badajoz);
luego pasarán siete décadas, primero marcadas por el silencio impuesto
por el terror y después por el olvido pactado en la transición. Todo el
mundo sabía dónde estaba el lugar y lo que había dentro, como sabía
que en determinado trozo de la parcela no había que labrar la tierra.
La mayoría de los familiares murieron con el dolor de no haber dado
sepultura digna a sus muertos.
Hubo que esperar a 2005: sesenta y nueve años para que un grupo de familiares, con historiadores y arqueólogos pusieran en marcha un proceso para excavar y completar aquellas lagunas que había ocultado la historia oficial. Para Espinosa: “Esta es la gran victoria del franquismo: haber logrado ocultar sus orígenes criminales hasta muchos años después de su desaparición como régimen político, lo que demuestra que, pese a la muerte del dictador y a la transición política, fue tanto lo que pervivió del sistema anterior que se garantizó su perpetuación en ciertas cuestiones clave”. (F. Espinosa, prólogo en Llerena 1936. Fuentes orales para la recuperación de la Memoria Histórica, Olmedo Alonso, A. 2010).
Por su parte, para el investigador Daniel Palacios, este tipo de procesos de búsqueda de víctimas de la represión, su exhumación y reinhumación en un memorial construido al efecto, no se trataba de simples “entierros dignos”. Son lugares donde pueden acudir sus familiares y amigos a rendir un recuerdo y homenaje pero, además, reconociendo en ellos genuinas expresiones populares de conciencia histórica. Se trata de una particular escritura de la historia, que comenzó, en muchos casos, con un gesto sencillo, pero trascendente: el de llevar flores al lugar donde estaba la fosa común o poner una señalización, a veces unas simples piedras o una cruz (que era retirada por las autoridades franquistas). Se trataría de unas prácticas como resultado de una lógica cultural que proviene de la antigüedad, de respeto y reconocimiento a “los muertos” y su relación con “los vivos”. El gesto de sepultura como “escritura” dotaría tanto a los muertos de un lugar y a los vivos de un referente físico y del cumplimiento para con ellos del “deber hacer” en el presente y en el futuro, para este autor: “Se insertaron en la sociedad como partes fundamentales de la construcción social del duelo y de una cultura de la derrota” (Palacios González, D. De fosas comunes a lugares de memoria. La práctica monumental como escritura de la historia, 2022).
El proceso de reconstrucción de la memoria colectiva
Tras la muerte del dictador, Francisco Franco, la memoria que había permanecido oculta o por lo menos silenciada, comenzó a poco a poco a salir a la superficie. La gente conservaba vivo en el recuerdo los lugares donde todavía yacían sus familiares y compañeros. Sentían que había llegado el momento de reparar aquella infamia tras tantos años de dolor y silencio.
En los años treinta del pasado siglo XX, Llerena contaba con unos 10.000 habitantes, era cabeza de partido judicial y una de las principales poblaciones del sur de la provincia de Badajoz. Una localidad agrícola con una acumulación de la propiedad de la tierra en manos de unos pocos terratenientes, con su producción de cereales, garbanzos y aceite. En la base económica era importante la ganadería, algunas minas ya casi sin producción, la fabricación de tejidos, la destilación de aguardientes y contaba con una importante industria cervecera. A su vez, el cruce de las líneas férreas instalado en esta localidad, generaba un importante número de empleos, tanto en las tareas del ferrocarril como en las auxiliares. Todo ello había contribuido a la consolidación de un potente movimiento obrero en sus diversas tendencias: republicanos, socialistas, anarquistas y un pujante núcleo del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), que tenía en Llerena el más importante fuera de Cataluña.
Tras el golpe de Estado de los militares el 17 y 18 de julio de
1936, Llerena se mantuvo inicialmente, al igual que la provincia de
Badajoz, en zona republicana. Los mayores terratenientes, al corriente
de la intentona, habían huido de la ciudad, muchos a la vecina Sevilla,
en los días previos puesto que algunos de éstos estaban comprometidos
con los sublevados. A pesar de que no hubo muertes por la represión
republicana, la entrada de los rebeldes el 5 de agosto de 1936 fue
seguida de una auténtica carnicería.
Como justificación de los asesinatos, se intentó crear una teoría basada en las supuestas muertes a consecuencia de la represión republicana, que sin embargo, no existió en esta localidad. Parece que excepto algún exceso verbal y amenazas, los sesenta y tres presos de derecha no fueron maltratados. En cambio, la estrategia de terror de los sublevados tenía su origen en el hecho de que la ocupación de la provincia de Badajoz fue encomendada a las tropas rebeldes del ejército del sur bajo el mando de Queipo de Llano, quien se comportó como dueño y señor en toda la zona de Andalucía y la provincia de Badajoz que controlaron sus fuerzas. Ya en sus primeras disposiciones, al ocupar Sevilla, amenazó con la “Pena de Muerte” a quien no acatara sus órdenes. En Llerena se aplicó esta misma norma.
Las tropas sublevadas en su avance por la provincia de Badajoz
Los rebeldes, procedentes de Sevilla, en su avance por la provincia de Badajoz, con el objetivo de enlazar con la provincia de Cáceres, ya bajo control rebelde, decidieron tomar Llerena por la importancia estratégica de esta ciudad, como nudo de comunicaciones por ferrocarril en la línea Sevilla-Mérida, y, por otro lado, con Córdoba. Contaba también con una importante vía de comunicación por carretera y con una numerosa concentración de milicianos que podía amenazar el avance de los sublevados por la carretera principal en dirección a Mérida. Conocido esto, Castejón, al mando de una parte de la columna principal, básicamente formada por legionarios de la 5ª Bandera y un Tabor de regulares desgajados de la columna que dirigía Yagüe, la conocida como “La columna de la muerte”, se encaminó para ocupar Llerena.
En estas circunstancias se produjo un hecho fundamental que
debilitó la defensa de la ciudad, fue la deserción de la Guardia Civil
cuyos componentes de los pueblos cercanos habían sido concentrados en
Llerena para la defensa de la legalidad republicana. Estos guardias,
conociendo el avance de los golpistas desde Sevilla, mediante engaño,
convencieron a un grupo de milicianos de Llerena, formado por entre 28 y
30 personas, para que fueran con ellos, supuestamente, a volar un
puente para evitar el avance de la columna rebelde. Por el camino los
guardias detuvieron y desarmaron a los milicianos que fueron entregados
a Castejón, quien inmediatamente mandó fusilarlos.
Posteriormente, un segundo camión con otro grupo formado por unos 36 milicianos y un vehículo ligero salió por la mañana el día 5 de agosto para volar el puente, por cuanto el anterior grupo no había vuelto y se desconocía qué había pasado. Estos fueron interceptados por la avanzadilla de la columna rebelde y también tuvieron el mismo fin: fueron fusilados. Al parecer solo pudieron escapar algunas personas, una de ellas, Rafael Maltrana Galán, Antonio Ruiz del Castillo, además de Romualdo Rodríguez Beza, este último según las noticias recogidas en el periódico La Batalla (editado por el POUM), del 2 de septiembre de 1936, donde aparece su testimonio de los sucesos acaecidos con la voladura del puente y la traición de la Guardia Civil de Llerena.
Al parecer solo pudieron escapar algunas personas, una de ellas, Rafael Maltrana Galán, Antonio Ruiz del Castillo, además de Romualdo Rodríguez Beza
La Columna al mando de Castejón, a la que se
habían unido los miembros de la Benemérita de la comarca, y una vez
fusilados buena parte de los milicianos que defendían Llerena, tenía el
terreno despejado para la ocupación de la ciudad. Aun así, las milicias
obreras hicieron frente a los rebeldes para evitar que ocuparan
Llerena. Los últimos milicianos resistían en el campanario de la
iglesia de la Granada en el centro de la ciudad de Llerena. Para
doblegar a los defensores tuvieron los franquistas que asaltar la
iglesia y provocar un incendio que causó graves daños, hechos de los
que luego acusaron a los republicanos de “haber quemado la iglesia”.
De la magnitud de la represión que se desencadenó tras la ocupación, da cuenta la cifra de las más de cuatrocientas personas que perdieron la vida en los primeros meses. Son cifras mínimas de las que hemos logrado obtener datos, pero que sin duda es aún mucho mayor, baste como muestra señalar que de los cerca de dos mil detenidos de la “Columna de los 8.000” (los refugiados republicanos de los pueblos que intentaban llegar a zona gubernamental a través de Llerena), sólo hemos encontrados unos pocos inscritos en el registro civil de defunciones, aunque todos los testimonios hablan de una cifra muy alta de personas de este grupo fusiladas en las tapias y las fosas del cementerio. Es evidente que solo una parte de las muertes quedaron registradas en los documentos oficiales, el resto es a través de los testimonios de los familiares y de otra documentación, a través de la que hemos podido completar ese listado que no es definitivo.
Los trabajos para la apertura de la fosa del arroyo Romanzal
“Fortu”, junto con Mary Castilla, Rafaela Esteban, Carmen Pereira y otras familias, fueron quienes más se empeñaron para la apertura de aquellas fosas. Los trabajos de apertura y excavación se iniciaron en el mes de julio de 2005 en el lugar conocido como “arroyo Romanzal” en las afueras de Llerena, en la carretera de Llerena hacía Higuera de Llerena. Las fosas se encontraban a poca profundidad y es posible que bien por los animales, por alguna crecida del arroyo o por el simple efecto de la erosión o de la labranza de la tierra, alguna parte de los restos aparecieron en la superficie en años anteriores. La excavación estuvo dirigida por la arqueóloga Laura Muñoz Encinar y, posteriormente, por Francisco J. García Vadillo, contando con la colaboración del profesor y Paleopatólogo de la Universidad de Extremadura, Diego Peral Pacheco. En el proyecto de excavación e investigación participaron un grupo de jóvenes voluntarios/as, dirigido por el historiador, Ángel Olmedo Alonso, dentro de la actividad “Campo de Trabajo para la recuperación de la memoria histórica de Llerena”. Esta actividad estuvo organizada por la ARMHEx (Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura y la, por entonces, Dirección General de Juventud de la Junta de Extremadura.
Entre los restos encontrados en la excavación estaban numerosos objetos personales tanto de hombres como de mujeres y algunas medallas de carácter religioso, agujas de coser y objetos personales. En un bolsillo de una de las personas apareció un mechero de los antiguos de “mecha” envuelto en un trozo de papel con un texto de un periódico que trataba sobre temas obreros. Fueron recuperados los cuerpos completos y otros incompletos de cerca de cuarenta personas.
Represión sobre las mujeres
Una de las cuestiones que más llama la atención con respecto a la represión franquista en Llerena es el alto número de mujeres que fueron fusiladas. ¿A qué se debía aquella especial crueldad para con este colectivo? Uno de los testimonios que recogimos, el de Julián Núñez Galindo, nos daba alguna pista. Él nos explicaba y veía, muy sorprendido, la organización establecida por el Comité de Defensa Antifascista de Llerena en los días que organizaba la resistencia de la localidad. La guerra desencadenó profundos cambios sociales que se habían producido desde la huida de los terratenientes más importantes de la ciudad, el abandono de sus tierras y la consiguiente colectivización de parte de esos bienes que pasaron a mano de las organizaciones obreras para su administración y atender las necesidades de la defensa de la ciudad y la llegada de refugiados de otras localidades.
Para Julián, aunque era niño por entonces, le resultaba curiosa la nueva forma de gestionar la localidad por lo novedoso del asunto: “al almacén de la Merced, llevaban borregos, aceite, de tó... allí se repartía. Aquello era jauja... solo ir a por la ración, y te la daban”. Pero como el propio Julián contaba, todas aquellas personas que se habían “significado” en aquellas tareas con las organizaciones obreras y republicanas: “luego costó a la mayoría (a los que habían estado en La Merced) pasar miedo y todo lo que Dios quiso... a muchos no los mataron... pero los llevaron a la cárcel”… (Julián hace un silencio, dejando entender que la mayoría fueron fusilados): “lo que se hacía en el almacén era pesar, comprar..., bueno... comprar no se compraba nada. Allí se tenía para dar de comer a los milicianos, que estaban en las Escuelas” (donde estaba el cuartel de milicias). “El Comité de Defensa tenía dos o tres pastores, traían ovejas de las Condesas. Decían: matar 10 ovejas, cerdos... y las mujeres de los milicianos repartían. El producto era pesado y repartido. (...) algunas mujeres que participaron en aquello luego fueron asesinadas, como “La Pava” y la madre del municipal, (Mª del Señor Manzano Durán) la madre de Encarna Ruiz y “La Pajarita” pues despachaban también en La Merced”.
También se produjeron “asaltos y saqueos” en los domicilios de
los grandes terratenientes, cuyo producto iba a parar al almacén
colectivizado. Las organizaciones obreras hablaban de estos hechos como
“expropiaciones” o “socialización de la riqueza”, en cambio, en los
procedimientos judiciales franquistas se acusaba a los participantes en
aquellos hechos de asaltos, pillaje, saqueos o robos contra la
propiedad privada. El abandono de sus propiedades por parte de las
grandes familias de terratenientes había desmoronado el antiguo sistema
de organización social basada en la contratación de obreros por los
encargados de los propietarios para trabajar sus tierras a cambio de un
salario. Aquel grito de “Tierra y Libertad”, se veía al alcance de la
mano, por primera vez la clase obrera sentía que era dueña de su vida.
Las teorías igualitarias y las prácticas organizativas proclamadas
desde décadas por las organizaciones obreras pasaban a ser una
realidad, aunque fuera de forma tan efímera, el trabajo y la
experiencia organizativa de tantos años, había permitido que la ciudad
siguiera funcionando en unas circunstancias tan duras.
Por
su parte, el papel de la mujer se transformaba, desempeñando las
tareas de control y redistribución de alimentos. Aunque con una débil
presencia aún en el tejido asociativo local, la mujer formaba parte de
ese proceso de cambio y más tarde, tras la ocupación de Llerena por los
rebeldes, ese compromiso explicaría la represión sobre aquellas
mujeres. Un caso muy conocido fue el de Josefa Fernández Catena “La
galla”, apodo que tenía por su carácter fuerte y de ideas
izquierdistas. Al parecer el cura quería dar la extremaunción a las
personas que iban a ser fusiladas en el Romanzal, y al poner el
crucifijo para que lo besara, esta mujer le pegó una patada “en sus
partes” y el cura le dio con el crucifijo en la cara rompiéndole los
dientes para luego ser fusilada junto con el resto del grupo con el que
iba. Según los testimonios orales recogidos, “La galla” estaba
embarazada. El relato de los sucesos fue difundido por los que
participaron en el pelotón de fusilamiento, pues al llegar al pueblo se
jactaban de cómo habían bajado los humos a persona tan altiva. Según
el registro civil de Llerena, un documento oficial, “La galla” murió el
02/09/1936 por “choque con la fuerza pública”… como para fiarse de lo
que cuentan algunos documentos “oficiales”.
Eran mujeres que habían osado desafiar las normas de la parte de la sociedad conservadora pagarían por ello con su vida. Este intento de cambio social quedaría tempranamente truncado con la entrada de los sublevados y la posterior represión sobre aquellas personas que, por haber participado en aquellas luchas, ser familiares o simpatizantes, fueron asesinadas como fórmula para exterminar aquellas ideas y volver al régimen anterior. Más de veinte mujeres fueron fusiladas y “desaparecidas” en fosas clandestinas. Otras muchas sufrieron prisión y el estigma de ser “familia de rojas”.
Encarna Ruiz nos contaba cómo duró años y años la presión
social sobre los vencidos, ella, siendo adolescente, de familia de
izquierda y socialista, había participado como “abanderada” en las
manifestaciones obreras del primero de mayo. Encarna era la que iba al
frente abriendo la marcha. Tras la entrada de las tropas rebeldes, el
terror y la represión desatada nos contaba: “yo estaba siempre en
casa, no salía nunca. Mi padre salía poco. Trabajaba la tierra, en la
fábrica. Yo no salía por miedo, se metían conmigo, me decían “puta y
roja”, me insultaban. Después de matar a mi madre... Presionaban.
Después de matar a mi madre los vecinos no venían, no se podía entrar
en casa de nadie, no se podía ni llorar... no podía ni llorar, te
cogían... Me trajo mi suegra. Yo entré y vi el cuadro (la situación que había en casa por el suceso),
estaba mi suegra: ¡Por Dios…! me decía,... ¡no llores!, ¡no llores!
¡Que te cogen y te matan! No pudimos celebrar el duelo, ni nosotros, ni
nadie. Se mataban, se enterraban donde fueran y ya está. La mayoría de
la gente no sabe ni dónde están sus muertos. No podíamos mostrar la
pena de ninguna manera”.
De la familia de Encarna Ruiz, mataron a su madre, María Morgado y a su tía, Encarnación Morgado, que estaba embarazada y cumplida para dar a luz. Según dijeron las nuevas autoridades franquistas, la criatura nació muerta, aunque nadie de la familia pudo comprobarlo y siempre se quedaron con la duda si vivió y se la pudieron haber entregado a otra familia de derechas.
La familia Laguna-Fernández Grandizo
Hubo otras muchas familias de Llerena que fueron también muy duramente represaliadas, como la familia Laguna-Fernández Grandizo. María Fernández-Grandizo pasó dos años en la cárcel. Nos contaba su hijo Manuel Laguna y su nieta Alicia Laguna, que la represión de la dictadura la fue dejando cada vez más sola a María. En agosto de 1936 fusilaron a su padre, y en noviembre a su marido. La vida de María (1901-2003) estuvo condicionada por los sucesos a partir de julio de 1936 y por su profesión en la farmacia en Llerena “análisis gratuitos para enfermos pobres”, anunciaba en su publicidad. Luego, su traslado a Madrid para poder estar con sus hijos.
Con la guerra, la vida de María Fernández-Grandizo poco tuvo
que ver con la que había tenido hasta ese momento. Su padre, Pablo
Fernández-Grandizo, había sido abogado y proclamó la II República desde
el balcón del ayuntamiento de Llerena, junto con Juan Simeón Vidarte,
siendo nombrado Pablo como presidente de la Comisión gestora municipal
republicana. Posiblemente era masón, al igual que otras personas
influyentes de Llerena. Tras el golpe de Estado y la ocupación de
Llerena, sería acusado por haber sido dirigente obrero y republicano
junto con Juan Simeón Vidarte, Santiago Chabarri Montero, Zacarías
Laguna Fernández-Mogena y otros.
Pablo Fernández-Grandizo, junto con su esposa, Soledad Martín, escritora y mujer de ideas progresistas, regentaban una imprenta que había tenido una gran importancia en la difusión cultural y las ideas de izquierda a través de la publicación de libros, folletos y periódicos de carácter obrero o progresista. Aunque había abandonado la primera línea política, renunció a ser alcalde de la candidatura republicano-socialista, Pablo era un hombre de izquierda moderada, del partido de Manuel Azaña y firme defensor de sus ideales. Por todas estas cuestiones, fue fusilado por los rebeldes. Según el testimonio de Micaela Muñoz, que nos contaba cómo mataron a su abuelo, Antonio Sánchez, éste iba amarrado junto con Pablo Fernández-Grandizo.
De sus bienes, sacaron provecho algunos de los nuevos
dirigentes falangistas de Llerena que se repartieron los libros y
enseres de su despacho, además de la famosa imprenta y el material de
papelería y oficina que tenían en la tienda. Así, por “Orden del sr.
Comandante militar de Badajoz y del sr. Teniente Coronel primer Jefe
de la Guardia Civil de dicha capital para la incautación de la imprenta
de D. Pablo F. Grandizo e informado los sres. Gestores (de la corporación municipal franquista de Llerena)
del asunto, acordaron, por unanimidad, utilizar dicha imprenta con
carácter municipal, encargando a D. Francisco Ramón de la gestión de
cuanto con anterioridad se relaciona”. En realidad, no dejaba de
ser una excusa para desmantelar la imprenta. Las maquinarias y los
utensilios de la imprenta fueron vendidos (o malvendidos).
Pablo Fernández-Grandizo Niso no había querido huir de Llerena, a pesar de que había tenido oportunidad y sabía que estaban fusilando a todos los republicanos destacados. Un día se presentaron en su casa dos falangistas, él sabía cuál era su fin, fue fusilado en Llerena el 17/08/1936. Según testigos, sus últimas palabras fueron “Viva la República”. Su muerte fue inscrita al año siguiente, el 08/05/1937. La causa de la muerte en la inscripción en el registro civil, el habitual ocultamiento de los hechos, en realidad, un asesinato, que era inscrito como “choque con la fuerza pública”, como si hubiera muerto en un enfrentamiento armado, cuando era falso a todas luces y según todos los testimonios. Pablo contaba con 61 años, era natural de Brozas (Cáceres) y vecino de Llerena. No se sintieron satisfechos con arrebatar su vida, el Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas en Cáceres, sentenciaba el 14 de mayo de 1941: “debemos condenar y condenamos al expedientado, ya fallecido, vecino de Llerena, PABLO FERNÁNDEZ GRANDIZO, a que satisfaga al Estado por vía de indemnización, como responsable político, la cantidad de MIL PESETAS”. Era la continuidad de la represión sobre su familia y un castigo postmortem, con una cantidad muy elevada que tuvo que pagar su viuda.
Meses después, Zacarías Laguna Rodríguez-Mojena, marido de María Fernández Grandizo, fue también asesinado el 7 de noviembre de 1936. Un disparo a sangre fría de un militar acabó con su vida en Ronda (Málaga) según contó años después a María un sacerdote que estuvo presente. También su muerte fue inscrita en el registro civil de Llerena al año siguiente, después de la muerte, el 12/05/1937, haciendo constar como causa, el habitual “choque con la fuerza pública”. Zacarías tenía 34 años, era abogado, natural de Madrid y vecino de Llerena. Había sido gobernador civil de la provincia de Badajoz, puesto para el que había sido nombrado por el gobierno republicano el 06/03/1932. Los enseres que dejó a su esposa fueron: una maleta con las cartas que durante meses no pudo enviar a su mujer, una pluma estilográfica y un texto “para los peques cuando sepan leer”.
Tras la muerte de su padre y su marido, María se empeñó siempre en preservar la memoria de sus familiares. Se trasladó a Madrid en 1945 para estar con sus hijos Manuel y Emilio. Sin embargo, en 1952 fueron detenidos madre e hijos por haber dado cobijo y asistir a algunas reuniones organizadas por su primo Manuel Fernández-Grandizo, conocido como “Munis”, miembro de un grupo de ideología trotskista de oposición a la dictadura franquista. María fue condenada a dos años de prisión, Emilio quedó en libertad y Manuel huyó de España, llegando a Francia en el maletero de un coche y luego a Méjico donde se exilió. La represión y la lejanía de sus familiares fueron haciendo mella en su ánimo, aunque María se preocupó por mantener el recuerdo de sus seres queridos a través de unas grabaciones que hizo para que sus descendientes conocieran la historia familiar. Hace poco, Manuel, junto con sus hijos, Alicia y Manuel Laguna Fernández-Grandizo vinieron desde Méjico para buscar sus raíces, recorrer las calles de Llerena, conocer a su gente y encontrarse con el pasado de su familia.
El recorrido por los “lugares de la memoria”
Todas estas historias quedan recogidas en las ubicaciones donde se desarrollaron estos acontecimientos. El recorrido por los “lugares de la memoria” de Llerena nos permite mirar con otros ojos y recorrer aquellos espacios y conocer otras historia que nos cuentan: la entrada de las tropas de Castejón procedentes de Sevilla “La columna de la muerte”; el uso del antiguo convento de “la Merced”, acondicionado en los primeros momentos de la guerra como almacén colectivizado donde trabajaban las mujeres y atendían a los refugiados; las “antiguas escuelas”, utilizadas como cuartel de las milicias obreras del Comité de defensa de Llerena; la Iglesia de Ntra. Sra. de la Granada, incendiada a consecuencia del asalto rebelde para acabar con los últimos milicianos y desde donde saltaron al vacío los últimos defensores, la imprenta “Grandizo”.
Otros como la zona donde se encontraban las instalaciones de “La Maltería”, la fábrica de cerveza y sus almacenes, utilizada junto con la antigua plaza de toros como improvisados centro de detención franquista. Allí fueron a parar muchos de los refugiados de la Columna de los “8.000", y donde las nuevas autoridades franquistas de los pueblos cercanos iban para llevarse y fusilar a sus vecinos por haber sido republicanos. Otro elemento que recopila una gran cantidad de información y lugar de referencia es el “Memorial” a las víctimas en el cementerio, inaugurado en 2007. Allí, con la asistencia de muchísimos familiares, se depositaron 37 cajas con los restos de las personas exhumadas de la fosa del arroyo Romanzal (2005) y en la que se inscribieron los nombres de las más de 330 personas, víctimas de la represión franquista, cuyos datos habíamos logrado averiguar tras las investigaciones llevadas a cabo. Estos lugares son también “testigos”, si sabemos leer y conocer estas “piedras”, son herramientas para conocer mejor nuestra historia y un recurso didáctico muy interesante para utilizar en el aula.
Conocer nuestra historia más reciente y el deber de “memoria”
Todo
esto forma parte de eso que se ha dado en llamar “memoria histórica”
como forma de atender a las víctimas y familiares del golpe de Estado y
la posterior dictadura franquista, desde el prisma de “verdad”,
“justicia” y “reparación”.
Tras la muerte del
dictador Franco, en muchos pueblos pensaron que había llegado el
momento de recoger los restos de los campos, llevar a cabo una digna y
discreta ceremonia de funeral, darles sepultura en los cementerios. El
acto del entierro “digno”, de una sepultura física en el cementerio
sirve como referente físico y de memoria para los familiares y el
resto de la sociedad. Responde a la necesidad de contar, tarde o
temprano, su experiencia para que las nuevas generaciones conozcan lo
sucedido y para no olvidar nunca. Estos memoriales nos hablan y son una
forma de leer una parte de nuestra historia. Al finalizar los
conflictos la sociedad necesita saber qué pasó, dar voz a las víctimas,
así como poner en marcha las medidas necesarias para un reconocimiento
social y de justicia para con todas ellas. Del mismo modo, es
imprescindible dar a conocer los hechos a quienes vivieron ajenos a
aquellas atrocidades.
La guerra civil y la posguerra dejaron una intensa huella en Llerena y en toda la sociedad española, marcando de una u otra forma a la mayor parte de las familias. Ya hemos dicho que más de cuatrocientas personas fueron asesinadas y “desaparecidas” en fosas clandestinas a consecuencia de la ocupación de la ciudad y la represión franquista. Algunas de las víctimas fueron milicianos de otras localidades; otros, refugiados de la “Columna de los ocho mil” procedentes de pueblos extremeños y andaluces. Estamos hablando de un mínimo de 440 personas las que fallecieron en Llerena o que siendo de Llerena murieron en otras localidades por motivo de la guerra y la dictadura. De ellas, 330 fueron como consecuencia de la entrada de las tropas franquistas en Llerena y de la represión posterior, a los que habría que añadir los presos republicanos muertos en la cárcel o fusilados.
Sin duda, la posguerra, el hambre y la dictadura fueron duras
para todos, pero para los vencidos fue mucho peor. Ha sido necesario el
paso de los años para que fuera posible la colocación de un monumento
en el cementerio de Llerena con los nombres de las personas fallecidas
de las que tenemos datos y el entierro en 37 cajas con los restos de
los cuerpos recuperados de la fosa del arroyo Romanzal. Esta tarea tuvo
su culmen el día 28 de abril del año 2007 con el homenaje y
reconocimiento público para quienes, de una u otra forma, sufrieron las
consecuencias de aquel levantamiento militar de julio de 1936 y la
larga dictadura franquista.
Encarna Ruiz Morgado y otros familiares estuvieron peleando toda su vida para encontrar a su madre y a su tía para que descansaran en un lugar digno. Encarna resumiendo su pensamiento sobre la “memoria histórica” y la reparación moral nos dijo antes de fallecer: “ya puedo morir tranquila, ya sé que los restos de mi madre están recogidos”. Y su memoria, añadimos nosotros. El Memorial en el cementerio de Llerena es prueba de ello. Así se lo transmitió a su hija, Mary Castilla, que tomó el relevo y ha continuado con esa labor. Mary aún tiene la esperanza de encontrar también a su abuelo, Antonio Castilla Jiménez, que pertenecía al sindicato ferroviario de la CNT en Llerena y desapareció durante la guerra. Mientras tanto, Mary Castilla, ya sin su madre, sigue acudiendo y cuidando el Memorial año tras año para que no se olvide todo lo conseguido después de tanta lucha.
Fuente → elsaltodiario.com
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