Primera parte de la entrevista a Carles Vallejo, militante antifranquista y sindicalista, que preside la Associació Catalana de Persones Ex-preses Polítiques del Franquisme y la Associació Memorial Democràtic dels treballadors de SEAT
Creciste en el seno de una familia proletaria, donde había libertad para hablar de las cuestiones sociales y políticas que, en otros hogares y en la calle, eran silenciadas, en aquella España franquista de los años cincuenta. ¿Cómo eran tus padres y que recuerdo guardas de aquella época?
Vivíamos en un espacio sin libertades públicas, pero en el seno de mi familia, en el ámbito privado, había libertad para hablar, y con esto no quiero criticar a las demás familias, porque, al final, era un modo de autodefensa, de practicar una amnesia para sobrevivir, y eran un 90% de la sociedad, donde no hubo transmisión familiar, sino silencio. Ahora, con la eclosión de la tercera generación, se han enterado de lo que le pasó al abuelo. Pero, en mi familia, se hablaba, se escuchaba la Radio Pirenaica por las noches, con las precauciones debidas, para que no lo supieran los vecinos.
¿Tus padres tenían algún tipo de militancia?
Mi padre si que tenía militancia, fue fundador de las Juventudes Comunistas de Madrid, antes de la fusión en las JSU, el era un trabajador del comercio, de zapatería, pero con inquietudes. Comenzó en el sindicalismo, curiosamente, católico, pero ante una actitud en una huelga, en la que jugaban el papel de esquiroles, se pasó a militar en la izquierda, en el sindicalismo de la UGT, y a nivel político en las Juventudes Comunistas, y después en las JSU. También estaba muy activo en el movimiento deportivo popular, en la Unión Cultural Deportiva Obrera, del área de Madrid y Castilla, hay varios trabajos de investigación que se han hecho al respecto del deporte proletario. Y, por ese motivo, cuando el gobierno del Frente Popular incautó el Madrid Foot-Ball Club, nombraron presidente a mi padre, para suplir la situación, porque los principales dirigentes se habían ido y se habían ido al enemigo. También estuvo organizando la Olimpiada Popular de Barcelona, como representante de la UCDO, del 19 de julio de 1936, y participó en los preparativos pero no se pudo realizar por el golpe de estado.
Participó también en la creación de las milicias del Quinto Regimiento, era Comisario Político de la Joven Guardia, y por eso, al implicarse más en los aspectos militares en la guerra, pasó la parte de responsabilidad deportiva en el Madrid y se incorporó al Ejército Popular, primero en la defensa del centro y acabó la guerra en el frente Extremadura. Fue detenido y encarcelado, primero en un campo de concentración, en Rota, y después en la cárcel de Sevilla, y pudo salir, aunque no le tocaba salir a él en libertad provisional, pero, como tú sabes, los comunistas siguen organizados hasta en el infierno, en los campos de exterminio, y aquí estaban organizados en las cárceles y en la de Sevilla tenían gente en la administración, haciendo papeles, y falsificaron una salida en libertad provisional, y por eso pudo escaparse mi padre. Y esto lo hacían con los que tenían más riesgos, y corrían el peligro de que les impusieran una pena de muerte.
Se lo jugó a cara o cruz, porque no podía volver a Madrid, porque era demasiado conocido, y le salió en la moneda Barcelona, y se vino aquí, en un tiempo clandestinamente, hasta que pudo arreglar su situación a través de contactos y de avales, que era lo clásico del momento. Porque mi padre era una persona muy justa, y cuando tenía responsabilidades militares él trató de frenar el descontrol en la retaguardia, para evitar la represión descontrolada, aunque fuera ejercida en personas de derechas, que no eran la quinta columna. Y ese tipo de actitud, hasta en su mismo pueblo, donde se presentó vestido de militar para parar los desmanes de la gente de los comités, al salir de la cárcel, pudo regularizar, cinco años después, su situación.
Se casó de mi madre, que era catalana, y se asentó en Barcelona, donde continuó militando, no en la vanguardia directa, porque las personas más sospechosas en el entorno urbano no eran las más idóneas para llevar el peso de la organización, porque rápidamente podían ser descubiertas, y se dedicó, en esta fase a la protección y a la solidaridad, a recoger dinero, a recoger personas que estaban de paso, o evadidas, y a tenerlas escondidas en casa.
Mi madre, que conoció a través de mi tío, que fue un compañero en el ejército, y era el contacto que tenía en Barcelona, venía de una familia de emigrantes murcianos, de los años 20, en la que hubo una gran emigración de Murcia y Cartagena, también con motivo de la Exposición Universal, de la construcción del metro. Mi madre era una niña durante la guerra, porque era diez años más joven que mi padre, y era de una familia de dos culturas distintas, su padre era socialista, de la UGT, trabajador portuario, y mi tío era de la CNT, del mundo libertario. Mi madre lo que sufrió más fueron los bombardeos, porque vivían en el Poblenou, que era muy industrial y de los más castigados por la aviación legionaria italiana, que salían de Mallorca a bombardear Barcelona, y eso fue un trauma para ella , como para tantas niñas de aquella época.
Después de casarse se instalan en este barrio, el Poblenou, y tienen que buscarse la vida, y mi padre, como tanta gente represaliada, tenía dificultad para entrar a trabajar como asalariado, incluso en las fábricas, porque habían los filtros, los certificados de buena conducta, los avales, y tuvieron que autoemplearse, y crear sus negocios, como hizo él, primero como representante de comercio, y después con una pequeña fabriquita textil, y mi madre, trabajando en casa con la costura, de modista.
Y en este ambiente familiar, donde se hablaba, donde hubo transmisión, no solo en el círculo familiar, sino también con las amistades de la familia, que todos venían del mundo de los combatientes del Ejército Popular y republicanos, unos socialistas, otros comunistas y otros anarquistas, con círculos de amistad y confianza, que se creaban, también tejiendo redes de solidaridad entre ellos, y cuando se encontraban hablaban de estas cosas, y yo escuchaba todo esto, y a mí me interesaba mucho, y a mi y a mis hermanas nos transmitió una serie de valores, que luego nos marcaron nuestra actitud como jóvenes y cómo adultos.
Muy joven, entras a trabajar en la fábrica de SEAT, y comienzas a militar en las comisiones obreras, aunque ya de estudiante, formas parte del Sindicato Democrático de Estudiantes. Además también te integras en las Joventuts Comunistes y, posteriormente, en el PSUC. Ahora no podemos ni imaginar lo que significa militar, en cualquier tipo de organización, durante la siniestra dictadura de Franco. ¿Que te llevó a esa militancia y en que consistía?
La inquietudes que tenías, de joven y de adolescente, eras consciente, incluso de niño, que había una duplicidad en tu vida, sabías que en casa podías hablar de unas cosas que en la calle no podías hacerlo, por lo que eras consciente de estar en un contexto hostil, y eso me causaba una sensación de apreciar la injusticia. Cuando escuchabas las noticias, mis padres me decían, quieren decir esto pero, en realidad, dicen esto otro, era una desencriptación de las noticias para saber realmente que transmiten, y eso es una clave que le explico a los jóvenes cuando leen la prensa “burguesa”, hay que leerla, pero sabiendo interpretar, como se transmiten las cosas, y eso lo mamé de niño, cuando los únicos medios públicos eran los franquistas, y luego la Radio Pirenaica, clandestina.
Esas inquietudes me llevaron a hacer algo, pero solo había lo que era del régimen, la Falange, el Movimiento, la OJE, la organización juvenil, la Sección Femenina, y luego la iglesia, que estaba en los primeros momentos del Concilio Vaticano II, los curas obreros, y entonces me impliqué en los movimientos Scout, primero, que eran de los pocos que no estaban controlados por el franquismo, y que fue una escuela de vida y de valores para bastantes jóvenes, y gran parte de la oposición al franquismo se forjó en estos ámbitos. Y luego estaban los Esplai, en las parroquias, que eran centros para organizar colonias, vacaciones, con los jóvenes, y en estos espacios también se hacía una labor cívica, y procurabas pasar películas de los circuitos clandestinos, organizabas debates, cine-forums. Eran espacios tolerados, por estar bajo el paraguas de la iglesia.
En estos espacios es donde tuve los primeros encuentros clandestinos, con el PSUC, donde primero me organicé en las Juventudes Comunistas, antes de entrar en el partido, y ya en la universidad en el seno del Sindicato Democrático de Estudiantes, y al empezar a trabajar, porque no pude acabar de estudiar Peritaje Industrial, por necesidades familiares, porque los negocios de mi padre no eran boyantes, porque no era una persona del régimen, y en el comercio tenías que pasar por la corrupción de los cupos, de las importaciones de materias primas, que estaban en manos de los falangistas, y eso era una ruina.
Así que empecé a trabajar en la SEAT, pero no por los filtros oficiales, porque era un trabajo especializado, pusieron un anuncio en la prensa y me presenté sin tener ninguna recomendación y me contrataron. Y ya entré organizado políticamente, de forma clandestina, aunque el ámbito de actuación en la SEAT, en el movimiento obrero, eran las comisiones obreras, que entonces no era un sindicato, sino un movimiento socio-político, ilegal, que trataba de salir a la superficie en el ámbito reivindicativo, no en el ámbito nominal, porque si decías que eras de las comisiones obreras ibas inmediatamente a la cárcel. No decías de donde eras, pero tratabas de mostrar tu inquietud en los problemas laborales, elaborar plataformas reivindicativas, recoger firmas, que era la manera de actuar las comisiones en la ilegalidad, y aprovechar los resquicios que daba el sistema y presentarte a las elecciones al Sindicato Vertical, que es lo que hicimos en SEAT.
La SEAT era una empresa militarizada, era el modelo del régimen que por todos los medios trataron de impedir que se desarrollara la conflictividad laboral. La propia estructura arquitectónica estaba diseñada como una empresa de control y vigilancia, con separaciones entre los talleres, era similar al urbanismo de los campos de concentración, pero en vez de barracones había talleres aislados, con rejas, para impedir la movilidad entre unos y otros, con un sistema de identificación visible con chapas. No teníamos tatuajes como en los campos de concentración, pero si teníamos unas chapas bien gordas puestas siempre en la solapa con colores y un número, porque no tenías un nombre, sino un número, una matricula, y según el color que tenía y la forma, visualmente sabían si estabas en el lugar que te pertenecía o no. Por lo tanto, los vigilantes, que la mayoría eran policías armados o guardia civiles jubilados, porque se jubilaban a los 50 años, te tenían controlado en todo momento. Luego había toda una estructura jerárquica de mando, en la que el presidente era un general de aviación, y los cargos intermedios eran, muchos de ellos, militares, de distinta graduación, según la responsabilidad. En los cargos intermedios también estaban militares de las maestranzas, donde había reparaciones de camiones o tanques, que eran militares, pero con un cierto conocimiento técnico. Si bien no era, oficialmente, una empresa militarizada, de facto lo era para controlar a todos, para que no hubiera ese estallido de conflictividad obrera.
La selección de personal era por recomendaciones de los curas de los pueblos, o del comandante del puesto de la guardia civil, o del falangista de turno, o del alcalde, que eran puntos para ser contratados, y si no los tenías no llegabas a la selección. También evitaban la contratación de obreros con experiencia industrial, que hubieran tenido experiencia democrática de antes de la guerra, como en el caso de los catalanes, por eso el noventa por ciento de la plantilla de SEAT era de fuera de Cataluña, y mucho trabajador venido del campo, que pasó directamente del campo a la industria, porque la del automóvil es una industria que requería trabajadores profesionales, técnicos, ingenieros, mecánicos, pero la inmensa mayoría de la plantilla, en el sistema fordista de cadenas de montaje, requería de trabajos repetitivos, que se hacían con trabajadores sin formación previa industrial, que, con un entrenamiento de un mes, pueden incorporarse a las cadenas de montaje. Es lo que decía Gramsci, el mono amaestrado, el trabajo en cadena, no en el ánimo despectivo, pero que el fordismo, en aquellos momentos, permitía, no solo en España, también en las grandes fábricas de Francia e Italia. En Italia la inmensa mayoría eran trabajadores meridionales, del sur, que, después de una formación determinada, se resistían a este tipo de trabajo, no eran la mayoría, pero algo menos de la mitad, después de estar 15 días en la cadena, no lo soportaban porque estaban acostumbrados a trabajar en espacios al aire libre. Pero los que aguantaban, podían trabajar en estos trabajos repetitivos, mecánicos, de las cadenas de montaje.
De la misma manera que no admitían trabajadores que hubieran trabajado fuera de España, ya entonces, sobretodo en los años 60, ya habían ido a trabajar a Francia bastantes trabajadores por motivos, sobretodo económicos, y algunos que pretendían regresar, claro, si habían trabajado en la Renault o en la Mercedes de Alemania, tenían experiencia en un país democrático no les admitían. Estos eran los grandes filtros.
Yo no tenía antecedentes, todavía, y me contrataron como traductor de italiano, porque la tecnología de la SEAT era sobretodo italiana, y eso me permitió, desde el primer día tener una movilidad interna en la fábrica, porque era un técnico, y eso hizo que asumiera la responsabilidad de la organización de la comisión obrera de SEAT, y lo estuve haciendo durante un años, hasta que me detuvieron.
En 1970, cuando llevabas un año trabajando en la SEAT, se produce tu primera detención, además en el contexto de un estado de excepción promulgado a raíz del Proceso de Burgos. Te llevan a la comisaría de Vía Laietana donde permaneces veinte días, y donde te someten a continuadas torturas. De repente, con veinte años, te encuentras con la cara más brutal de la dictadura. ¿Cómo describirías tu paso por los calabozos de Vía Laietana?
Es un tema difícil de verbalizar, muchos compañeros nunca han hablado de la experiencia, como en su día pasó, aunque no hay que comparar, con los supervivientes del holocausto, que fueron pocos los primeros en dar el testimonio, y si lo hicieron, como Primo Levi, fue después de una situación absolutamente traumática, y que veían la necesidad de que alguien tenía que explicar lo que aquello fue, y si no lo hacían ellos no pasaría a la historia y a la posteridad el crimen, a otro nivel claro.
La tortura es una experiencia tan traumática que pocos compañeros se han atrevido a dar el testimonio, y después de una larga temporada de militancia política o sindical, día a día, que hablamos de estos temas que para muchos eran secundarios, porque estábamos en la construcción de sindicatos, de movimientos, de partidos. Tampoco se puede achacar a una actitud deliberada de los partidos de la transición, es que yo mismo soy consciente de que, para mi, no era una prioridad, y ha sido después, cuando estas tareas han pasado a un segundo plano, cuando te has dado cuenta de que no podía ser que nuestra generación pásese página, que debíamos dar testimonio, y por eso me impliqué en el movimiento memorialista.
Pero no era deliberado, es que estabas en el fragor de la lucha del momento, y no tenías esa prioridad, eramos militantes de base o intermedios, y estábamos en la lucha por el empleo, los despidos, la amnistía laboral, pero bueno, esa fue una etapa, y en el caso mio, antes de jubilarme, me sumo, porque veo que la historia del movimiento obrero de la SEAT no había recambio generacional, y si nosotros no lo hacíamos nada, y no le explicábamos a los trabajadores jóvenes de donde veníamos, todo esto se olvidaría.
Empecé a implicarme desde el movimiento obrero, creamos una asociación que se llama Memorial de los Trabajadores de SEAT, y luego cuando se consolidó este trabajo, y ante un relevo generacional, la gente de la guerra se iba muriendo, me integré en la Comisión de Ex-presos políticos del franquismo de Cataluña, que actualmente presido. Y, en este debate, la generación de la guerra y del maquis habían ido dejando sus testimonios, pero la nuestra no.
Y de Vía Laietana se había hablado, porque la mayoría de la ciudadanía de los años 50, 60, a muchos los mataron y a otros los torturaron de manera brutal, y trataron de dejar escritas sus memorias, sus historias en publicaciones de la propia asociación, y ahí me impliqué yo, para transmitir también mi propia memoria y de mis compañeros.
Cuando me detienen y me llevan a Vía Laietana, en pleno estado de excepción , es el primer choque brutal, porque nosotros sabíamos que corríamos el riesgo de que nos cogieran y nos torturaran, y teníamos nuestros manuales de como resistir ante la tortura, pero nos preparamos para tres días, para las 72 horas, que era lo que preveía la propia legalidad franquista, y en situaciones normales, no de estado de excepción, ocurría así, y claro, resistir 72 horas es duro, pero tienes un horizonte temporal, que si aguanto hasta allí, ya está.
La peor tortura de todas era el tiempo indefinido en manos de los verdugos, y luego el estar aislado completamente en las celdas oscuras, que no sabes si es de día o de noche, pierdes la noción del tiempo, y luego con las continuas llamadas a interrogatorios, con la vuelta a la tortura, cada cuatro horas, según el ritmo que ellos escogían, día y noche, ¿te puedes imaginar lo que esto significa? Estás tú solo ante la represión del estado, porque no tienes ningún contacto con el exterior, ni con la familia, ni con los abogados, absolutamente aislado, y ellos hacen contigo lo que les viene en gana. La rueda, con golpes continuos, con una rueda de 7 u 8 sociales dándote patadas, tirándote al suelo, y después esposado, haciendo la gallina, en cuclillas, apretándote cada vez más las esposas, es muy doloroso, y la técnica de pegar en las partes blandas del cuerpo con los dedos rígidos que te dejaban todo amoratado.
Después jugaban al poli bueno y poli malo, en mi caso el que dirigía la unidad específica de persecución de los trabajadores de SEAT, era Genuino Navales, que luego fue comisario, era el mayor del grupo, y por un lado te golpeaba y te torturaba, pero por el otro lado había momentos que hacía un papel paternal, diciéndote que no valía la pena, que colaborase, que total el era un policía profesional, que cumplía con la legalidad vigente en el franquismo, y que lo sería caundo viniera la democracia. Me dijo, que el día que gobernaran los míos, el seguiría siendo un policía profesional, y esto verbalizado después de torturarme.
Tenían una visión no solo a corto plazo, los policías eran inteligentes, aunque los había muy brutos, en todos los sentidos, pero no debemos menoscabar la profesionalidad policial, tenían un buen sistema policial de investigación, de archivos, de aparato de delatores, de gente infiltrada. Hay que reconocer que hacían bien su trabajo, porque desmontaron continuamente muchas organizaciones. Es verdad, que después volvían a renacer y, poco a poco, también se fue aprendiendo a funcionar en la clandestinidad.
Esa fue la fuerza en el caso de SEAT, a pesar de que nos detenían continuamente, a las nuevas generaciones que íbamos saliendo, teníamos una estructura muy bien organizada clandestinamente, gracias al apoyo de la célula del movimiento obrero del PSUC, que era la que nos facilitaba el equipo de propaganda, las ciclostiles, y también una cierta coordinación que nos permitía subsistir.
Después te envían seis meses a la prisión Modelo, por asociación ilícita y propaganda ilegal. Chato Galante me contaba una vez que cuando lo enviaron a prisión, después de haber sufrido también la tortura, lo vio como una liberación, ¿tuviste tú la misma sensación al entrar en la cárcel?
Después de Vía Laietana, para nosotros los que hemos vivido esta experiencia, y esto lo hemos hablado con algunos compañeros y compañeras, ir a la cárcel era un alivio, nuestro objetivo era resistir, y en la cárcel se acababa la pesadilla de la tortura, pasaban a una privación de libertad, a unas condiciones muy malas de las cárceles de la época, pero la tortura se acababa, era otra situación, y eso te da la dimensión el alivio que supone frente a una situación tan bestia.
Después reflexionas y piensas en los traumas que te quedan, porque aquí, en este país nadie ha pensado en unas generaciones que han sufrido la tortura, como en otros países. Yo tuve que irme al exilio y recuerdo que los exiliados que vinieron después de mi, de América Latina, de Chile o de Argentina, en cuanto pedían refugio en Alemania o los países escandinavos, lo primero que les hacían era un tratamiento sicológico.
También hubo una actitud de “falso heroísmo”, pensar que lo habíamos superado, que fuéramos fuertes, pero la procesión la llevamos dentro, y las secuelas también. Es una cierta culpabilidad nuestras, también, de esta generación, de querer sobrellevar esta situación sin mostrar debilidades. Tengo compañeros que me lo han confesado en privado, y han sido altos dirigentes políticos y sindicales. Un día fuimos a hacer unas charlas y uno me contó que fue al dentista a que le hicieran unas extracciones, y lo sedaron para dormirlo, porque era una intervención de envergadura, y se lió a pegar voces, dormido, “no me pegueis”, y cuando se despertó el dentista le preguntó que le pasaba. Esto surgió del trauma de la tortura, pero nadie ha tenido en cuenta esto y también la culpa es de los que hemos vivido esto y no lo hemos digerido, no lo hemos podido verbalizar. Esto lo verbalizas a posteriori.
A mi me traumatizó pensar en esa persona que me torturaba, que era de la edad de mi padre, que se parecía a mi padre, incluso físicamente, que seguramente en su casa era un buen vecino, un buen padre de sus hijos, y de profesión era torturador. Eso te deja KO. Después, lo racionalizas, cuando has leído a Hannah Arendt, La banalidad del mal. Era un buen padre, un buen vecino, y trabajaba organizando la logística del exterminio, pero era una profesión, era un trabajo, y eso es algo que has de explicarlo, porque es una responsabilidad de cara a las nuevas generaciones, delante del ascenso de la extrema derecha y del post-fascismo. Banalizar la extrema derecha, la tortura, porque hay un consenso social de que la tortura es un mal menor, y que, ante el riesgo que puedan hacer más mal, es una herramienta, y así lo han verbalizado, Trump en su momento, y además dando cauces legales, ante el terrorismo islámico o aquí con ETA, y entonces vale la tortura. No, la tortura no puede valer, porque, en democracia, es inadmisible.
Por eso nosotros luchamos por recuperar la Vía Laietana como espacio de memoria, donde estaba el centro de la Brigada Político Social de Barcelona, y luchamos por que se transforme el agujero negro de la represión en un espacio de memoria del dolor que allí se sufrió, pero también como centro de interpretación de la tortura, de ayer, de hoy y de mañana. Desgraciadamente no solo del franquismo. En muchos países, en la inmensa mayoría del mundo, la tortura es normal, es habitual, desde Egipto a EEUU, y aunque en España no es habitual, también ha pasado y pasa, y eso es inadmisible, y por eso nuestra pelea por recuperar Via Laietana para la Memoria. La tortura es un delito de lesa humanidad y por eso hemos presentado también querellas. Es una experiencia terrible, y un trauma que llevan todas las personas que por ella han pasado, lo quieran reconocer o no, que no ha habido ninguna atención psicosocial, ya no digo de reparación, porque esto es irreparable.
No hay reparación, ni perdón, porque eso es imperdonable, pero si que hay necesidad de hacer pedagogía de la memoria, transmitir a las nuevas generaciones lo que esto supuso y, sobretodo, hacer un trabajo preventivo con esta deriva fascista, desde las escuelas, desde los centros de memoria pública y desde el trabajo de las asociaciones. Desgraciadamente, en las comunidades autónomas donde había comenzado este trabajo, ahora, están otra vez gobernadas por la derecha y la extrema derecha. Pero, bueno, aquí en Cataluña tenemos una buena experiencia, desde los primeros gobiernos del tripartito de izquierdas, hasta hoy, y se han ido consolidando estas políticas de Memoria.
No estás bajo tortura continua, como en la Dirección General de la Policía, y es generalizado, todos los que han pasado por estas circunstancias, te dirán lo mismo, que era un alivio ir a la cárcel. Aunque cuando hablas de las cárceles del franquismo, hay que contextualizarlo, sobretodo cuando hablas con los jóvenes. Cuando vamos a las escuelas, a algún compañero le tengo que decir, oye, vale que tu no lo pasaste tan mal en la cárcel, que entraste en una etapa buena, y te arroparon los presos políticos, te dieron clases, pudiste hacer incluso una carrera, pero yo estuve en las celdas de castigo, participé en huelgas de hambre, y esa memoria también la hay que transmitir. Eramos presos políticos, pero no nos daban un tratamiento especial, eramos delincuentes para ellos, y no estábamos separados de los presos sociales, y teníamos que luchar para que nos tuvieran un mínimo respeto como colectivo.
Salí en libertad provisional, me volvieron a detener, y a la segunda fue la vencida, porque ya no esperaba salir en libertad, era reincidente, y me dije: aquí te quedas, hasta que te juzguen, porque después de seis meses de cárcel todavía no me habían juzgado. Pero al mes y pico, sorpresivamente, me dieron la libertad provisional, porque ya se había generado una gran movilización, reclamando la readmisión de los despedidos y los encarcelados como yo. Había una gran movilización dentro de la empresa, que se realimentaba cada vez que había más represión.
En aquel momento, yo era el que quedaba en la cárcel, eral el “mártir”, la referencia para las huelgas, para las reivindicaciones, y, por un pacto no escrito, por aquello de a enemigo que huye puente de plata, porque eran conscientes de que yo, después de una petición fiscal de 20 años de cárcel, y después de una segunda detención, no me arriesgaba a quedarme e iría al exilio, como así fue, porque era muy costoso mantener cuadros en la clandestinidad, porque había que sostener económicamente también a la familia, mantener un piso clandestino y establecer unas mediadas de protección muy estrictas. Ya teníamos los cuadros de SEAT clandestinos, y no podíamos permitirnos otro más, por eso me fui a organizar la solidaridad internacional.
Fuente → nuevarevolucion.es
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