La larga y triste marcha hacia Santander. Memorias del miliciano Isidoro Andreu
La larga y triste marcha hacia Santander. Memorias del miliciano Isidoro Andreu XXII 
 
Continuamos con la publicación del documento de las Memorias de un Miliciano que inciamos con NACE UN REPUBLICANO. Memorias del miliciano Isidoro Andreu (I).  En él se recogen las vivencias del bilbaíno Isidoro Andreu, desde su incorporación al frente de Álava hasta la retirada por Cantabria y su caída prisionero en la plaza de toros de Santander

Pero nuestro olvido no la hacía desaparecer de la realidad y esta quedó patente cuando un día, ya avanzado el mes de Agosto, nuestra compañía recibió la orden de recoger los “petates”  y prepararnos para la marcha, nadie nos dijo hacia dónde, pero lo que si estaba claro era la ausencia de las camionetas, por lo que nuestro medio de locomoción volvía a ser el de “carretera y manta”. Nos pusimos a caminar por la que conducía a Castro Urdiales y en un alarde de optimismo pensamos que nos llevaban a descansar a ese bonito pueblo. Cuando llegamos a el y pasamos de largo, aquello nos dio mala espina y empezamos a preparar nuestro animo para lo peor, sobre todo, cuando comenzaron a adelantarnos convoyes de “gudaris” con las banderas plegadas que iban en la misma dirección que nosotros, pero mucho más rápidos. Seguimos la marcha y pasamos por Islares ya con el ánimo en los pies porque las noticias que se van filtrando entre nosotros son cada vez más inquietantes. Cuando nos pasa una camioneta con algún batallón del PNV el cabreo es general y tienen que escuchar cosas muy gordas, aunque todavía no sabemos cuál es el motivo de aquella discriminación tan irritante. Llegamos a Oriñon ya anocheciendo y comenzamos la subida al Pontarron de noche cerrada. Vamos en fila india, por ambos lados de la carretera y yo estoy tan agotado que hay momentos en que camino dormido y, cuando se para el compañero que llevo delante, me despierto al darme de narices contra su macuto. Una vez coronado el alto, nos internamos en un pinar, nos mandan despojarnos de mochila y mantas y nos reparten una ración de rancho frío, indicándonos que vamos a pasar allí la noche. Yo estoy tan agotado y tengo tanto sueño que extiendo mi manta y me quedo dormido en un santiamén.

Está amaneciendo cuando nos despiertan los rancheros con el sonido de sus cacerolas y nos reparten un reconfortante café con leche, acompañado de un chusco y de una abundante ración de galletas. Acabado el desayuno, todos de nuevo en marcha, dispuestos a seguir mientras nos respondan las fuerzas. Nadie quiere quedar despegado del batallón que, ahora más que nunca, es el núcleo que nos une y la única familia que nos queda y que puede darnos fuerza en las horas difíciles que todos presentimos cercanas.

Cuando pasamos por las cercanías de Laredo vemos que el acceso directo al pueblo esta tomado por fuerzas peneuvistas y el teniente ordena callar y pasar de largo hacía Colindres. Desde allí seguimos por Treto hasta Cicero, donde divisamos de nuevo el lúgubre convento de Monte-Hano que, hasta visto de lejos resulta inquietante. Por toda esta zona, cercana a Santoña, es ya evidente la concentración que se está haciendo de batallones peneuvistas y ya conocemos su renuncia a seguir combatiendo y su intención de entregarse con todo su armamento a las tropas italianas de Mussolini. Nuestros comentarios son irreproducibles, aunque todos sabemos que los “gudaris” no han hecho otra cosa que cumplir las ordenes que PNV ha dado al Euzko Gudarostea.

El Partido Nacionalista Vasco, en aras de un pragmatismo llevado hasta las últimas consecuencias, encierra en el baúl de los recuerdos todos los sueños e ilusiones políticas del fundador de la Patria Vasca. Todos aquellos viejos ideales basados y fortalecidos a través de un siglo de siembra tenaz y constante por el entramado político del PNV, todos los posibles objetivos de libertades futuras, de Estatuto Vasco como arranque de un futuro Estado Vasco, de la euzkaldizacion total del pueblo vasco, de su presencia en Europa como estado Libre y dueño de su destino, todo aquel hermoso castillo de naipes edificado y basado en la credulidad y fe en sus dirigentes, todos estos valores mucho más valiosos para el futuro de Euskadi que los Altos Hornos de Baracaldo, los derriba de un solo manotazo el Euzko Gudarostea. Con el pretexto insostenible de que los vascos no tienen por qué luchar fuera de Euskadi decide, de una forma que la historia juzgará, romper la baraja y abandonar el juego. Ordena a sus batallones abandonar sus posiciones y entregarse a los soldados italianos con todo su armamento; sin tener en cuenta para nada que, aquel armamento regalado graciosamente al enemigo, serviría para terminar de machacar a los combatientes vascos, no peneuvistas, que deciden seguir luchando por la dignidad y libertad de su pueblo.

El Euzko Gudarostea, al tomar aquella bochornosa decisión admitiendo la derrota del ejército vasco cuando la guerra no había hecho en realidad más que empezar, pretende proteger la vida de sus “gudaris” y no admite que ningún vasco muera fuera de los limites de Euskadi. Para el Euzko Gudarostea la vida de los combatientes de los batallones del PNV tiene más valor que la vida de los miles de vascos que luchaban en batallones republicanos, socialistas, comunista, Acción Vasca… defendiendo la República, si, pero también defendiendo al Gobierno Vasco y su Estatuto. Entre aquellos batallones no peneuvistas había miles de vascos, con la misma raza, aunque tuvieran distintas ideas políticas. Aquella rendición incondicional y humillante de los batallones que el Euzko Gudarostea controlaba deja en unas condiciones peligrosísimas a los vascos que deciden seguir luchando y muchos de ellos morirán defendiendo a Euzkadi en las montañas cantabras y asturianas. Luchan y mueren con la misma bravura racial de los vascos que estaban ya hacía meses combatiendo en el Puente de los Franceses, en la Ciudad Universitaria y en la Casa de Campo; de los vascos que siguieron luchando y muriendo en tierras catalanas y cuyo sacrificio culminó con la Victoria final de los que siguieron peleando para liberar Paris.

Todos aquellos vascos que combatieron y murieron fuera de Euzkadi tenían un ideal y una ilusión por la que morir. El Euzko Gudarostea y los políticos que lo controlaban demostraron que todos sus ideales eran pura política de campanario. Terminado este largo inciso, sigo el relato.

En nuestro batallón ya se empieza a conocer la gravedad de la situación en la que nos encontramos. Sabemos que nuestro objetivo era colaborar en la defensa de Santander, hasta la llegada de la flota Republicana que se encargará de escoltar los barcos en los que se evacuará a los batallones que se encuentran en la ciudad. A mí, que soy escéptico por naturaleza todo aquello me suena a cuento de hadas, pero en mi fuero interno comprendo que tengo quecreerlo, porque de lo contrario la alternativa es pasarme al enemigo o suicidarme, como ya han hecho algunos. Yo prefiero seguir creyendo en los cuentos de hadas.

Seguimos decididamente nuestro éxodo a través de las carreteras y de la campiña santanderina. Van pasando las horas y los kilómetros y continuamos nuestros caminos como modernos Judíos Errantes, alimentándonos de rancho frío para no perder tiempo y lo más odioso deaquel calvariosoportando, al pasar por los pueblos, las muecas burlonas y las sonrisas malignas de los lugareños, apiñados en las cunetas para gozar del espectáculo del ejército republicano en retirada.

Por fin, al caer la tarde, llegamos a las afueras de Solares, nuestra meta por aquel día; allí buscamos cada uno la cuneta más confortable para poder dormir aquella noche, que suponíamos sería la última de aquella pesadilla.

Al día siguiente, en cuanto aclaró lo bastante para pode caminar, ya estábamos otra vez en marcha pero el nuevo día nos reservaba una sorpresa poco agradable. No habíamos caminado más de una hora, cuando bordeando un pinar, oímos el inconfundible rugir del motor de un “caza”. Rápidamente el batallón se ocultó bajo los pinos pero el piloto ya nos había localizado y pasando sobre nosotros nos lanzó un lote de bombas incendiarias que en un momento convirtió el pinar en una hoguera. Salimos de él más rápido de lo que entramos y afortunadamente el piloto, satisfecho, siguió su viaje.

Aquel incidente acabó de espabilarnos y reanudamos nuestro caminar hacía Santander con mas celeridad que el día anterior, porque a la certidumbre de posibles hostigamientos desde el aire, se unía la noticia de “radio macuto” de que los italianos habían comenzado una ofensiva desde el puerto del Escudo.

Se decía que habían roto el frente santanderino y ahora avanzaban en dirección a Tórrelavega, cosa que, de ser cierta, podría suponer que todos nosotros quedáramos sin posibilidades de retirarnos hacía Asturias. Si no nos dábamos prisa, Santander podía convertirse en una inmensa ratonera para muchos batallones. Cuando al fin, llegamos a las proximidades de Astillero, la riada de milicianos mezclada con los civiles que huían de sus pueblos por temor a las represalias de los fascistas vencedores, era ya impresionante. La sensación de desorganización y derrota aumentaba según íbamos acercándonos a la capital santanderina.

Cuando entramos en la Avenida de Rusia, antiguo Paseo de Pereda, toda la zona portuaria era un verdadero caos. Miles de personas desesperadas trataban de encontrar un hueco en las pequeñas embarcaciones que todavía quedaban en los muelles, algunas de ellas tan sobrecargadas para salir a mar abierta que estaba claro cuál iba a ser el fatal destino de todos sus ocupantes. Nuestro batallón era de los pocos que demostraban aún un resto de disciplina y siguiendo las órdenes de nuestros oficiales, a los que todavía concedíamos nuestra confianza, nos situamos formados por compañías, en la primera línea del muelle de embarque. Allí depositamos nuestros macutos, nos sentamos a descansar, que falta nos hacía, y nos resignamos a esperar órdenes. Estaba claro, a la vista de lo que ocurría a nuestro alrededor, que lo peor que podíamos hacer era desconectarnos de nuestro batallón, único nexo de unión con la poca organización que aún podía quedar en el manicomio en que se había convertido Santander.

Allí, entre otras barbaridades cometidas por los descontrolados de siempre, se habían asaltado los almacenes de abastos y empezaban a verse paisanos y milicianos cargados de botellas de coñac, de anís, vermú… todo ello peligrosísimo en manos de irresponsables armados. Nuestro batallón y algún otro que aún conservaba un resto de disciplina, fueron los encargados de abortar lo que podía convertirse en un grave problema. Horripilaba la posibilidad de ver hombres borrachos, desesperados y armados hasta los dientes, por lo que nuestra misión consistió en recorrer las calles y requisar por la fuerza todas las botellas que pudiéramos, que a continuación eran rotas contra el bordillo de las aceras.

La importancia de aquella operación preventiva se notó enseguida porque hubo calles donde formamos verdaderas riadas de alcohol, que se hundían en las alcantarillas ante el “cabreo” ya inofensivo de sus portadores.

Pusimos también retenes de vigilancia en los almacenes asaltados, donde organizamos el reparto de víveres, principalmente conservas, hasta que se agotaron. Gracias a que yo metí en mi macuto algunas latas, pude soportar lo que ocurrió en los días siguientes.

Terminada nuestra misión volvimos al muelle donde se nos ordenó colocar todo nuestro armamento que consistía en fusiles y algunas ametralladoras, en la primera línea del muelle, sobre el agua, de forma que con un pequeño empujón, podrían lanzarse a ella. En el caso de que se convirtiera en realidad la noticia o bulo que circulaba entre los más optimistas, la posición de nuestras armas en el muelle sería la más apropiada para su embarque en el convoy anunciado.

Pasó la tarde en un maremagnum de noticias contradictorias y mientras los optimistas alargaban el cuello mirando hacia la bocana del puerto, convencidos de que en cualquier momento iba a aparecer la flota republicana, los pesimistas se hacían eco de los rumores que corrían sobre la caída y ocupación de Tórrelavega por los facciosos. A media noche nuestra situación quedó definitivamente aclarada cuando nuestros oficiales nos ordenaron quitar el cerrojo a los fusiles, guardarlos en las mochilas y tirarlos al agua al día siguiente. Se ordenó también a los servidores de las ametralladoras que las inutilizasen, y a continuación vino la orden definitiva: Todas las armas al mar. En unos minutos todo el armamento del batallón Meabe desapareció debajo del agua de la bahía de Santander. Con aquel “Hara-Kiri” simbólico quedó disuelto nuestro batallón y comenzó la desbandada en busca cada uno de su propia salvación. Esta dependía desde aquel momento de los antecedentes políticos personales.

Los tres mosqueteros sietecalleros que en realidad estábamos muy poco marcados por la política activa, decidimos seguir juntos y nos quedamos en el muelle, al socaire de un pabellón. Pusimos una manta en el suelo, nos tapamos bien juntos con las otras dos y nos dispusimos a dormir tranquilamente el sueño atrasado que teníamos. Pero no habíamos contado con la “quinta columna” santanderina que nos cortó el sueño al comenzar un “paqueo” inquietante desde los sitios más impensados. Nos disparaban desde las casas, especialmente desde las azoteas y los tejados y aunque los tiros eran de pistola, siempre había la posibilidad de recibir algún balazo, por lo que decidimos buscar algún sitio resguardado. No tuvimos que buscar mucho, porque encontramos un retrete público abierto y bien ocupado por unos cuantos milicianos que habían tenido la misma idea que nosotros. Como dentro estaba lleno y además olía que apestaba, nos quedamos en la escalera que nos servía de trinchera y de punto de observación, si asomábamos la cabeza con un poco de precaución.

Así pude localizar un piso alto de una casa de enfrente, desde donde se veían los fogonazos de los disparos. Yo no había tirado todavía el regalo de Puri o sea la pistola que me dio en Bilbao. Tenía todavía dos cargadores completos y pensé que aquel era el momento de utilizarlos. Saqué la pistola, esperé el próximo disparo del “paco” de enfrente y cuando surgió el fogonazo le disparé, uno tras otro, todo el cargador. No sabré nunca si le di o no pero de lo que estuve seguro fue que conseguí meter alguna bala en aquel balcón porque durante un buen rato no volvió a molestarnos.

Con estos escarceos bélicos pasamos el resto de la noche, pero antes de que alumbrase el nuevo día tuvimos que tragar uno de los momentos más duros de los que hasta entonces habíamos soportado. Cuando nos estábamos preparando para abandonar aquel lugar, ya casi vacío con la amanecida, sonó de pronto una violenta explosión en una de las cabinas del retrete y su puerta saltó en mil pedazos, dejando a la vista los restos sanguinolentos de lo que había sido un miliciano santanderino. Un compañero suyo nos confesó que, poco antes, ya le había dicho que antes que le cogieran se mataría. Y lo había hecho de forma expeditiva con una granada de mano.

Espantados ante lo que habíamos presenciado, comenzamos a deambular por las calles de Santander, donde, a pesar de lo temprano de la hora, notamos una animación y un movimiento de personal casi caótico. Se están juntando verdaderas multitudes de lo más heterogéneo, donde se mezclan grupos de milicianos de restos de batallones disueltos con civiles huidos de sus pueblos ante el avance de los rebeldes y que, atrapados en la ratonera de Santander, igual que nos ha ocurrido a nosotros, llevan reflejado en sus caras el pánico que les domina. Junto a todos estos perdedores angustiados, empiezan a ser más numerosos los vecinos de Santander partidarios de los franquistas, que siendo mayoría en esta capital, han estado agazapados desde el estallido de su Movimiento, esperando la llegada del ansiado momento del triunfo de los suyos y lo que es mas terrible, el momento de la revancha. Estos rostros exaltados y estos gritos cada vez más provocativos nos anuncian, mejor que un parte de guerra, que la vanguardia “fachi” está muy cerca de la ciudad. Yo me acuerdo en este momento de que llevo  encima cosas comprometedoras y que pueden ser peligrosas. Se lo advierto también a mis compañeros y los tres nos acercamos al muelle. Allí sacamos de nuestras carteras los carnés de la UGT de Ángel y mío y el de Acción Vasca de Jandro y, una vez hechos pedazos, los tiramos al agua junto a la famosa pistola de Puri. Yo me acuerdo en ese momento de que en la mochila llevo un jersey que me hizo mi madre de color granate y que mi hermana había complementado sobre tejiendo en el las letras UHP (Unios hermanos proletarios), que era un eslogan muy popular entre los milicianos y que si me lo pillan entonces me lleva directo al paredón más cercano. Se lo regalo a la primera mujer que pasa por allí y le advierto que quite aquellas letras. Me da las gracias con una media sonrisa y me dice que el jersey es demasiado bueno para quemarlo y que las letras son fáciles de quitar.

Algo más tranquilos reanudamos nuestro vagabundeo en espera de lo que pudiera ocurrir y lo que ocurre, a los pocos minutos, es algo inesperado y afortunado pues, de pronto, nos encontramos de frente con Carmele, la del bar Vicente de Barrencalle, quien va acompañada de otra vecina del barrio cuyo nombre no recuerdo. Nos abrazan muy cariñosamente y una vez al tanto de lo que nos ocurre, nos invitan a la casa donde están como refugiadas desde que escaparon de Bilbao. Allí nos preparan una comida que devoramos y a la que contribuimos con nuestras latas y pasamos unos momentos muy agradables con ellas.

18 ENERO 2022  NACE UN REPUBLICANO. (I) 18 FEBRERO 2022 COMIENZA EL DRAMA M (II) 18 MARZO 2022 YA SOY MILICIANO. (III) 18 ABRIL  2022   IV LLEGAN LOS FUSILES 18 MAYO 2022   V BAUTISMO DE FUEGO 18 JUNIO 2022   VI ENTRE BOMBAS Y DISPAROS 18 JULIO 2022    VII VISITA DE AMA EN LEKEITIO     18 AGOST0 2022              VIII LA FLOTA REPUBLICANA 18 SEPTIEMBRE 2022 IX LA MUERTE DE JOSÉ 18 OCTUBRE 2022 X DE REGRESO A BILBAO 18 NOVIEMBRE 2022 XI LA GUERRA: BATALLA DE VILLAREAL 18 DICIEMBRE 2022 XII ¿ DERECHO A COGER UNA PULMONÍA? 18 ENERO 2023  XIII VUELTA A CASA 18 FEBRERO 2023 XIV EL DURO INVIERNO DEL 36 18 MARZO 2023 XV SE ENSANCHA EL FOSO FRATRICIDA       18 ABRIL 2023    XVI EL PRINCIPIO DEL FIN 18 MAYO 2023   XVII  “ADIOS AL “BOTI” 18 JUNIO 2023   XVIII RETIRO Y MEDITACIÓN 18 JULIO 2023    XIX UNA DIARREA JUSTIFICADA 18 AGOST0 2023              XX LA AMENAZA DE SAN ROQUE 18 SEPTIEMBRE 2023   XXI UN TUNEL MUY HABITADO LA VOZ DE 18 LOS CAÑONES 18 OCTUBRE 2023 XXII LA LARGA Y TRISTE MARCHA HACIA SANTANDER NOVIEMBRE 2023 XXIII LA LARGA Y TRISTE MARCHA Perdida de Santander


banner distribuidora