
Rosario del Olmo (1904-2000) era comunista, como lo fue su hermana la actriz María Ángeles, con la que compartió profesión en la compañía de Matilde Romero, y se ignora por qué su imagen desapareció de la que se publicó junto al poeta.
Por algún motivo que se desconoce, una de las fotografías más
conocidas de Antonio Machado, realizada por Alfonso Sánchez en el café
Las Salesas de Madrid, siempre nos muestra al poeta con sombrero, con
las manos apoyadas en su bastón y sin la compañía de la mujer con la se
encontraba en ese momento en el café. Se trata de la periodista y
escritora Rosario del Olmo y el encuentro entre ambos tuvo lugar el 8 de
diciembre de 1933, al objeto de publicar la entrevista en el diario La
Libertad. Algo más de un mes más tarde, el 12 de enero de 1934, la
interviú se publicó en el citado periódico bajo el titular Deberes del
arte en el momento actual.
Por situar al lector
acerca del lugar de la cita, es de indicar que el viejo café Las
Salesas, situado en la actual calle del Conde de Xiquena, hacía esquina
con la plaza de las Salesas. Se trataba de un café popular y tranquilo,
que por su proximidad al Palacio de Justicia era muy frecuentado por
quienes asistían a los juicios y los periodistas. El establecimiento,
abierto de 1878, subsistió hasta 1945 y entre las tertulias que se
dieron cita en el mismo estaba la de Los salesianos, integrada por
ciudadanos de diversas ideologías, entre los que estaba el olvidado
hermano mayor de José Ortega y Gasset, el abogado y periodista Eduardo
Ortega y Gasset. El lema de la tertulia, según pude leer, era jamás se
riñe, sólo se discute sin violencia. Falta saber si se cumplía siempre.
El fotógrafo Alfonso dejó para la posteridad una instantánea de esta
tertulia, presidida por el periodista anticlerical Augusto Vivero,
fusilado por la dictadura franquista junto a las tapias del Cementerio
del Este en 1939.
De la fotografía en la que ha
sido amputada para las posteridad la imagen de Rosario del Olmo, que sí
aparece en el periódico, sorprende el elegante y buen aspecto que ofrece
don Antonio a poco más de cinco años de su fallecimiento y de las
últimas fotografías que se conocen de su existencia al final de la
guerra, en las que aparece ostensiblemente enfermo, poco antes de tomar
el camino del exilio. Con sombrero y corbata, Machado mantiene las dos
manos sobre la empuñadura de su bastón, mientras en el espejo se refleja
la borrosa presencia de un camarero. La joven periodista sonríe al
fotógrafo sin imaginar que con el tiempo será desalojada de la
instantánea.
En la larga introducción de la
entrevista, Rosario del Olmo se propone saber la opinión de los artistas
e intelectuales españoles ante un año recién estrenado (1934) que la
autora considera históricamente trascendental. En realidad sólo plantea
la colaboradora del diario La Libertad dos preguntas muy generales a su
prestigioso entrevistado. La primera se atiene al titular con la que la
interviú fue publicada en el periódico: ¿Cuáles cree que son los deberes
del arte en los momentos actuales? A lo que don Antonio responde
haciéndose otra pregunta:
“¿Tiene el arte deberes
que cumplir, tareas concretas que realizar semejantes a deberes? Yo no
me atrevo a afirmarlo, ni a negarlo tampoco. El arte ha proclamado
muchas veces su autonomía -continúa Machado- dentro de la totalidad de
la cultura, la absoluta libertad para producirse, el derecho de no
obedecer a ley alguna que no emane de él mismo. Si esta pretensión no es
vana, los deberes del arte serán deberes estéticos, muy difíciles de
definir y más aún de asimilar a los deberes propiamente dichos, que son
los morales. Pero el arte también ha estado muchas veces al servicio de
algo que no es el arte mismo. Los siglos de oro, en general, han sido
modestos. Lope de Vega se propuso divertir con sus comedias, no ya al
pueblo, sino al vulgo; Corneille y Racine escribieron para solaz de una
corte; Fidias consagró su arte al culto de una diosa local; Píndaro fue
un jaleador de loa atletas helénicos. En verdad, la independencia
absoluta del arte es un concepto romántico de la gran época de los
superlativos, que no fue -dicho sea de paso- específicamente artística.
La teoría posterior del arte por el arte ha acompañado a una producción
decadente. Digo todo esto para demostrarle que no soy un fanático de la
salvaje independencia del arte, y que su pregunta no me parece absurda,
aunque yo no acierte a contestarla de una manera rotunda. Por eso vuelvo
sobre ella: «¿Qué deberes tiene el arte en los momentos actuales?»
Acaso el deber del arte en los momentos actuales, como en todo momento,
sea el de ser actual. Si la actualidad del arte no fuera algo inherente a
su propia naturaleza, habría que imponérsela como un deber. Pero no hay
arte verdadero que no sea actual, es decir, de su tiempo, del tiempo en
que se produce”.
La segunda cuestión planteada
tiene un carácter aún más general pues Rosario del Olmo pretende que don
Antonio le ofrezca su opinión acerca de su tiempo, a lo que el poeta
contesta: “Para el artista, y, en general, para el hombre, los momentos
actuales tienen una enorme importancia, en cuanto son los que él
precisamente vive. Desde un punto de vista más objetivo, los momentos
actuales pudieran no tener la importancia que se les atribuye. Algunas
veces he pensado que acaso esta época nuestra, este primer tercio del
siglo XX, con su guerra mundial, sus conmociones sociales, etc., pudiera
ser una de las épocas más insignificantes de la Historia. '' ¿Qué pasa
hoy en el Mundo que tenga la importancia y la trascendencia de la
ciencia nueva de Galileo, de la reforma de Lutero, de las revelaciones
del Cristo, de las charlas de Sócrates con los jóvenes de Atenas?
Realmente, no sabemos todavía si ha pasado algo importante en nuestro
tiempo. Pero estas consideraciones, más o menos escépticas, no eximen al
artista de vivir su tiempo y aun de amarlo y sentirlo, profundamente.
En cuanto al arte moderno —tenga o no deberes concretos que cumplir—, es
muy posible que acabe por prescribírselos, aunque sólo sea para curarse
de sus inquietudes, un tanto hueras, y de su gran desorientación. Los
tiempos que corremos -afirma Machado- son más de disciplina que de
libertad, y esto ha de acusarse en el arte de alguna manera. La poesía
especialmente, ha de tender a des-individualizarse y a aceptar la norma
comunista -empleo esta palabra por ser de su agrado-, quiero decir de
comunión cordial entre los hombres. Porque pasó el tiempo del solipsismo
lírico, en que el poeta se canta y escucha a sí mismo. El poeta empieza
a creer en la existencia de sus prójimos y acabará cantando para
ellos”.
Tal como se desprende de la alusión del autor de Campos de Castilla a la ideología de su entrevistadora, Rosario del Olmo Almenta (1904-2000) era comunista, como lo fue su hermana la actriz María Ángeles, con la que compartió profesión por breve tiempo en la compañía de Matilde Romero. Mediados los años veinte inició sus colaboraciones en las revistas La Esfera, Blanco y Negro y Nuevo Mundo. Fue cronista de sucesos en el diario Heraldo de Madrid a finales de los años veinte. Fue en 1930 cuando ganó un premio literario convocado por el diario La Libertad le sirvió para colaborar en este periódico, trabajo que complementó con su participación en la revista Octubre, en compañía de la escritora María Teresa León.
Siguiendo
su militancia comunista, y ya durante la guerra, Rosario del Olmo
participó con sus crónicas en El Mono Azul, donde colaboraban entre
otras Rosa Chacel y María Zambrano, y también en Mundo Obrero. Con
motivo del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la
Cultura que se celebró del 4 al 18 de julio de 1937 en Valencia,
Madrid, Barcelona y París, la Alianza de Intelectuales Antifascistas
decidió editar tres obras, entre ellas La crónica general de la guerra
civil en la que colaboró Olmo al lado de María Teresa León, Luisa
Carnés, Matilde de la Torre y Dolores Ibárruri. La contribución de
Rosario del Olmo Mujeres en la lucha, desde la línea de fuego a la
retaguardia activa, retrata una serie de mujeres presentes tanto en los
hospitales como los frentes de batalla y víctimas de la violencia
cotidiana. Aspira a que el lector sienta esa violencia de la guerra. En
ese mismo congreso, al que asistió también Antonio Machado, fue delegada
española junto a María Teresa León, María Zambrano y Margarita Nelken.
Durante la guerra, Rosario del Olmo fue jefa de censura extranjera en
Oficina de Información y Prensa.
Detenida al
final del conflicto por la dictadura, se la condenó a doce años de
prisión en la cárcel madrileña de Ventas. Nada se sabe de su vida una
vez en libertad, tampoco si por su profesión, que no volvió a ejercer en
la España franquista, dejó algo escrito. Habiendo vivido veinticinco
años más desde la muerte del dictador, no encontraremos su nombre en
ningún medio de los que pretendieron reparar con artículos o entrevistas
los años de prisión y silencio a los que fueron sometidos quienes se
comprometieron con la defensa de la segunda República.
Rosario del Olmo falleció para sus conciudadanos mucho antes de que se le acabara la vida en Madrid a los 94 años de edad, como si a la amputación de su imagen en la fotografía con Antonio Machado le hubiera seguido una segunda amputación de su persona durante la dictadura y más allá de la transición democrática. Ella habría sido la más indicada para explicarnos por qué se la hizo desaparecer de la histórica fotografía.
Fuente → elsaltodiario.com
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