Orígenes del feminismo
Orígenes del feminismo
José Luis Ibáñez Salas

 

En 2011, el historiador español Juan Sisinio Pérez Garzón publicó un breve libro titulado Historia del feminismo, prologado por Amelia Valcárcel, filósofa española experta en ese asunto, el feminismo.

La propuesta feminista no surgió por generación espontánea, como nunca ocurre en las sociedades históricas, sino que está enraizada en los procesos de cambio propios de la modernización social, económica y política de los grupos occidentales desde el siglo XVIII. Esa emancipación pensada y buscada (y luchada) tiene sus propias peculiaridades: una ya se ha dicho, el feminismo “ha sido impulsado y protagonizado casi en exclusiva por mujeres”; otra es que “se ha desarrollado sin jerarquías internas”, al margen de las pautas de los partidos políticos o sindicatos nacidos desde el siglo XIX; y una tercera hace referencia al hecho de que “siempre se ha expresado de forma plural, puesto que es parte de la democracia, y porque su meta no es ser como los varones sino lograr que las mujeres sean las protagonistas de sus propias vidas, lo que implica necesariamente una pluralidad de perspectivas en ese camino de construcción de la igualdad social”. 
 

Desde la Antigüedad hasta la “modernidad que inauguraron la Ilustración y el liberalismo” hubo una constante a este respecto: “la misoginia y la subordinación de la mujer”. Aun así, existieron pequeñísimos “resquicios en ese pensamiento patriarcal de dominio sobre la mujer”. Y Pérez Garzón nos presenta esas voces minoritarias, cada vez más conocidas: a la primera de todas, en el siglo XV, Christine de Pizan; la escritora española del siglo XVI María de Zayas; la excepción masculina que fue el jovencísimo cura Poullain de la Barre, precursor así mismo de la propia Ilustración y autor en 1673 del libro De la igualdad de los dos sexos, “una obra en cuyo título se expresa la premisa que un siglo más tarde se convertiría en punto de arranque del feminismo”, el primero (hombre o mujer) en formular con rotundidad el principio incuestionable que dice aquello de que ‘la mente no tiene sexo’, defendiendo “la capacidad de la mujer para participar en la vida pública, intelectual y cultural”…

En el contexto de la Revolución Francesa, “la voz que formuló con mayor rotundidad la ruptura con el orden patriarcal fue la de Olimpia de Gouges”, a quien es habitual considerar la primera feminista de la historia. Un texto suyo reproducido en el libro es este:

"Mujer, despiértate; el rebato de la razón se hace oír en todo el universo; reconoce tus derechos. El poderoso imperio de la naturaleza ya no está rodeado de prejuicios, de fanatismo, de superstición y de mentiras. La antorcha de la verdad ha disipado todas las nubes de la necedad y de la usurpación. El hombre esclavo ha multiplicado sus fuerzas, ha necesitado recurrir a las tuyas para romper sus cadenas. Una vez libre, se ha vuelto injusto con su compañera. ¡Oh, mujeres! Mujeres, ¿cuándo dejaréis de estar ciegas? ¿Cuáles son las ventajas que habéis recogido en la revolución? Un desprecio más marcado, un desdén más señalado [...] Cualesquiera que sean las barreras que os opongan, está en vuestro poder el franquearlas; os basta con quererlo".


No cabe duda de que está en la base del feminismo, tal y como más habitualmente se le entiende en la actualidad, el hecho de que De Gouges lanzara hacia el futuro el reto de "dar a mi sexo una consistencia honorable y justa", a sabiendas de que en ese momento suponía "intentar lo imposible". Y todo eso integrando una propuesta programática que buscaba incluir en ella, estas son ya palabras de Pérez Garzón, “a los sectores más perjudicados por la desigualdad entre los que, junto a las mujeres, situaba a los esclavos negros, a los niños, a los parados y a los pobres”. Ella fue guillotinada en noviembre de 1793. El feminismo de la Revolución Francesa se quedó en los escritos de Olimpia de Gouges. Las mujeres seguirían sin tener reconocidos derechos y permanecerían con sus obligaciones de ser esposas y madres.

Mientras tanto, en Inglaterra… En 1792, la inglesa Mary Wollstonecraft publicó la otra “partida de nacimiento del feminismo”: Vindicación de los derechos de la mujer.

“Su principal aportación, tal y como ha subrayado Amelía Valcárcel, estuvo en catalogar como privilegio el poder que ejercían los hombres como si les correspondiese mandar por naturaleza. En consecuencia, esbozó dos ideas claves del feminismo, la primera, que el género no era lo natural sino el resultado de la educación y del aprendizaje, y la segunda, que había que establecer medios para compensar la supuesta inferioridad atribuida a las mujeres, es decir, implantar mecanismos de lo que hoy se llama discriminación positiva”.

En España, a mediados del siglo XVIII, ya Benito Jerónimo Feijoo publicó En defensa de las mujeres y Josefa Amar, en 1786, el Discurso en defensa del talento de las mujeres y de su aptitud para el gobierno y otros cargos en que se emplean los hombres.

Llegados al siglo XIX, Pérez Garzón traza un estado de la cuestión excelente, muy propio del maestro de historiadores que es, algo palpable a lo largo de todo el libro:

“Las transformaciones sociales producidas por la revolución industrial, junto con el despliegue de los principios de libertad e igualdad de las revoluciones liberales, se plasmaron en cuatro grandes movimientos sociales e ideológicos sobre los que se ha construido la cultura política de las sociedades occidentales: el liberalismo, el socialismo, el anarquismo y el feminismo”.

Cuán diferente este análisis histórico del que yo recibí en mis años de formación como historiador, cuando de todo lo anterior el feminismo estaba ausente el 95% de las ocasiones.


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