Dentro del elenco de los llamados a esa suerte de liderazgo que es la política, hay personas especialmente dadas al protagonismo cuando se trata de salirse de un guion más o menos sobrio y, en vez de ello, meterse en jardines muchas veces de difícil solución. Es verdad que no son ellas las únicas culpables, y que muchos de sus histriónicos argumentos, peculiares salidas de tono u ocurrencias que no resisten un análisis medianamente riguroso vienen de otro lado, de quien hace mercadotecnia en la política y su comunicación, sin la orientación de servicio precisa y pertinente. Y es que, no lo olvidemos, hay quien en todo esto juega una eterna partida de ajedrez, sin demasiado interés en el bien común ni con la orientación a resultados necesaria para que la tarea de gobernar, en cualquier ámbito, no se convierta en una cínica sucesión de huidas hacia adelante.
La actual Presidenta de la Comunidad de Madrid es, desde mi humilde punto de vista, uno de los elementos más representativos de tal situación en el momento que nos toca. Ella ha sido la mano que mece la cuna en procesos recientes de caída y descomposición de lo orgánico en su partido, y seguirá siéndolo en el corto y medio plazo. Y su verborrea no exenta de crudeza, simpleza y continua reconstrucción del relato que le conviene no deja de sorprenderme, tanto como a otros les encandila. En absoluto.
Lo último que le he oído es que Sánchez y sus aliados sólo buscan convertir a España en una “República federal laica”. Es la continuación de lo hablado sobre la necesidad de “derogar el sanchismo” y otros lemas memorables. Analicémoslo por partes. Y, para ello, empecemos por lo más fácil, que no es otro que el carácter laico del país. Algo que no es necesario ni tocar ni conseguir, porque ya es así. España, independientemente de la innegable tradición cristiana que pueda haber en su historia y fundamentos, es por suerte hoy un Estado laico, en el sentido expresado por el término según la Real Academia Española. Y este no es otro que el de “independiente de cualquier organización o confesión religiosa”. Claro. Así es y así debe seguir siendo, habida cuenta de que el Estado no deja de ser un contenedor donde han de caber todos los ciudadanos y ciudadanas, y es bien sencillo entender que hoy el país es un verdadero caleidoscopio cultural y confesional, donde las personas profesan aquella fe que ellos deciden, o ninguna. Fenomenal. ¿O lo preferiría ella de otro modo? Les aseguro que tengo unos cuantos amigos religiosos, por ejemplo, que entienden perfectamente que España sea laica, y que incluso lo refrendan con su voto.
Sigamos. “Federal”. Pues, en la práctica, ya lo es. Y creo sinceramente que convendría terminar de aclarar los límites de tal federalismo, sin complejos y buscando la máxima racionalidad y simplicidad, mejorando además la convivencia. No creo que haya mucha diferencia entre muchos estados federales y nosotros. Y tampoco creo que la vuelta atrás a un modelo más compacto fuese a mejorar la situación presente. Con todo ello sí, no me molesta nada el panorama de la España autonómica y tampoco una evolución de la misma a un panorama netamente federal, mucho más simple y más basado realmente en el respeto a tal diversidad y en la resolución de problemas, y no en su enquistamiento sistemático.
Y “República”... Bueno, si es usted de los que —como yo— no cree en los privilegios por razón de sangre, y se niega a defender el vector paterno-filial como garante de nada, no será usted monárquico. Yo he ido expresando esto mismo en este y otros periódicos desde hace más de veinte años, incluso cuando aquí se le reían las gracias a quien se ha exiliado en un país no democrático como colofón de su reinado y sus excesos. A mí lo que no me hace gracia es que se esté preparando ya a una nueva persona titular de los derechos sobre la Jefatura del Estado, y entiendo que una sociedad moderna ha de estar lista para, sin sobresaltos y de una forma natural y bien planificada, evolucionar a otra forma de provisión de tan alta Magistratura del Estado. ¿Una república? Bueno, sin añorar nada ni a nadie, y siendo conscientes del papel de cada cual en nuestra historia pasada, sí. A esa forma de Gobierno sin familias soberanas se les suele llamar repúblicas, y no pasa nada. Desde luego, prefiero una república moderna y bien organizada que una monarquía basada en la asimetría o los derechos de pernada.
¿España como República federal laica? Sí, claro que sí. Aunque haya quien lleve transmitiéndonos desde hace un tiempo que le “mola” más aquello de la “España una, grande y libre”...
Fuente → laopinioncoruna.es
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