Comunes y Propios
Comunes y Propios

José Torregrosa preso en el 1972 habla de los presos comunes durante su estadía en la cárcel de A Coruña 
 
“Me sorprendió el porte de dignidad que la mayoría de los comunes adoptaba frente al medio. Ni siquiera creo que fuera fingido. Podrían haber del nquido –y de manera variopinta– pero seguían siendo, a sus propios ojos, personas, sujetos de respeto y de Derecho. No pienso que considerasen sus delitos algo diferente de la moral social imperante allá afuera –la ley del más fuerte. No negaban ni pedían disculpas por sus faltas. Si acaso, se quejaban de los «males de mujer» que les trajeran a este lado de la jaula. Engañados por sus cantos de sirena, había invertido moro y oro en sus favores y las taifas se vinieron atrás en el último momento. Ceguera, y no otra cosa, les habría llevado a la agresión por obtener lo suyo, ganado a pulso tras tan grandes inversiones. 
 
No menos de notar era la presencia de algunas de ellas, mostrándose y demostrándose, desde una colina que dominaba el patio de comunes, a los hombres encerrados porque pudieran contemplarlas, diminutas por la ley de la distancia, pero sin reja alguna de por medio. 
 
Mostraban una educación –sobre todo, ante los políticos– incluso excesiva, en la que, de vez en cuando, se adivinaba una furia y un dolor contenidos: había que sobrevivir sin buscarse problemas. 
 
De ellos aprendí jerga y sentido de la autoestima a prueba de desastres. Uno de sus tópicos: «Me va a caer una que no voy a salir de aquí ni aunque se muera un papa en cada recuento», me parece una buena muestra del «humor desesperado» carcelario: echarle un par a las adversidades. 
 
Coincidí con varios delincuentes habituales ferrolanos. Algunos me conocían de mi trabajo en La Voz. Pedro el Limpiabotas, con su cara de niño bueno, se mostró especialmente cordial y comunicativo. 
 
Se presentía la existencia de un grupo de privilegiados; mejor dicho, de dos: los que lo eran con respecto a la dirección y los que lo eran en el entorno de la población reclusa. La inteligencia criminal–capacidad organizativa, valor, actitud rebelde frente a cualquier autoridad…– constituía el principal factor de prestigio y no la fuerza bruta. Es todo un dato esto… 
 
Nunca capté la existencia de mafia organizada. Ahora, eso sí: no se te ocurriera redimir con la puerta de la celda abierta. Podían dejarte hasta sin calcetines que llevaras puestos aquellos fantomas sigilosos y rápidos. El aprenderlo me costó cincuenta pesetas en dinero carcelario que tenía guardadas en un bolsillo del pantalón, mientras estaba sumido en una siesta. 
 
Circulaban profusamente las leyendas: visitas nocturnas a la sección de mujeres por parte de unos cuantos elegidos; celdas en las que se apilaban las botellas de champán y las revistas pornográficas… Ni la Comuna se libraba de ellas: cierto runrún aseguraba que los políticos disponíamos de un aparato de radio mediante el cual la «plana mayor» escuchaba Radio París y aun Radio Pirenaica… (En “Latidos de Vida y de Conciencia”, el libro de memorias de Rafael Pillado, aprendemos, entre otras muchas cosas, que el rumor estaba basado en hechos reales).Al parecer, las radios de galena circulaban también entre los comunes… 
 
En el apartado fugas, nadie, me parece, tenía medallas que colgarse, no obstante lo cual los recuentos eran una ceremonia cargada de tensión y de suspense… Era como si esperásemos que alguien no contestase al ser llamado… Siempre estuvimos todos, qué caramba… 
 
Se contaba el caso de cierto común que se divertía haciéndole la putada a un funcionario al que tenía de ojo: sin importarle el castigo subsiguiente, se escondía un par de horas, vete a saber dónde, para poner a la cárcel entera patas arriba y estropear el expediente del hombre que tenía que vigilarlo.”

José Torregosa, Cartas desde mi celda
 

Fuente → memoriadocarcere.com 

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