Casas Viejas: el legado de La Libertaria
Casas Viejas: el legado de La Libertaria

Entrevistamos a Rosa Pérez, nieta de María Silva La Libertaria , para encontrar la figura de esta mujer anarquista que vivió la masacre de Casas Viejas en 1933 y que posteriormente fue reprimida.

“Hija Mía, ¿sabes de quién desciendes? » La pregunta resonó en la clase y, durante unos segundos, todos los alumnos esperaron la respuesta del profesor. Pero el maestro, a pesar de que los ojos de Rosa exigían una explicación, siguió enseñando como si no hubiera dicho nada. La adolescente que acababa de ser operada del sexto dedo del pie tampoco recibió mucha más ayuda cuando regresó a casa. Al contrario, su madre se puso muy nerviosa y le hizo prometer que no le contaría nada al padre.

¿Quién fue Francisco Cruz? ¿Dónde se encuentra Casas Viejas? Rosa tenía cada vez más piezas, pero no podía armar el rompecabezas. Franco acaba de morir, pero el silencio impuesto por la dictadura durará unos años más. Capitán Rojas, Manuel Azaña, María Silva... Más nombres y más preguntas. “Tus abuelos eran muy buenos, por eso los mataron”, es una de las pocas frases que logra arrancar, casi en un susurro, de los vecinos mayores. Poco a poco pudo reconstruir los hechos, pero fue recién después de la publicación del libro Del crimen a la esperanza de Gutiérrez Molina que Rosa finalmente pudo conocer toda la verdad sobre su familia y la masacre de Casas Viejas.

Descendiente directa de Seisdedo (Seis Dedos), nieta de María Silva, La Libertaria , heredera de un sexto dedo y de un gen mucho más dominante: revolucionario. Rosa, destacada activista de las asociaciones conmemorativas, como sus antepasados ​​quemados en una cabaña por haber defendido la dignidad, no puede permanecer impasible ante la injusticia. Su voz se ilumina cuando habla de aquella trágica noche de 1933, pero se enciende aún más cuando constata que, casi un siglo después, la juventud andaluza no tiene futuro o que su hijo trabaja catorce horas al día como Seisdedos. No tira de los arados ni carga el carbón en grandes sacos, pero no tiene contrato ni seguro. Nada ni nadie podrá silenciarla, ni siquiera la mezquindad del alcalde socialista de San José del Valle que se niega a abrir fosas comunes. "Cada persona tiene un objetivo en la vida", repite varias veces durante la entrevista para justificar el tesón con el que dedica casi todo su tiempo a recuperar la memoria de los reprimidos. Su pueblo tiene la particularidad de haber sido asesinado por la República, perseguido por el fascismo e ignorado por la democracia.

La primera vez que visitó Casas Viejas comprendió hasta qué punto se había arraigado en la sociedad la frase “España no necesita hombres que piensen sino bueyes que trabajen”. Tuvo que recuperar el aliento cuando en el bar del pueblo le dijeron, sin saber quién era, que ya bastaba con revolver la historia de los muertos. Pero todavía está decidida a cavar los hoyos sembrados con la sangre de quienes llevaron hasta sus últimas consecuencias el ideal según el cual la tierra pertenece a quienes la trabajan. Y por mucho que les cuente, no puede evitar estremecerse cada vez que recuerda el calvario que sufrió su abuela, una de las pocas supervivientes de la masacre de Casas Viejas, cuando escapó bajo la protección de un burro asesinado por los guardias.

Pero ¿qué pasó realmente en este pequeño pueblo gaditano que precipitó la caída de Azaña? Este es uno de los episodios más crueles y sangrientos del último siglo.

Cansados ​​de trabajar de sol a sol y de no ver llegar la prometida reforma agraria, un grupo de jornaleros cenetistas decidió poner en práctica lo que García Oliver definió como "gimnasia revolucionaria" para impedir la consolidación de la república burguesa. En la madrugada del 11 de enero se proclamó el comunismo libertario en Casas Viejas y, pocas horas después, la Guardia Civil invadió la ciudad con una orden clara desde Madrid: acabar con la insurrección abriendo fuego sin piedad. El sanguinario Capitán Rojas tiene la tarea de ejecutar la orden. Seisdedos, un viejo carbonero acusado de ser el líder de la revuelta, resiste en una choza de paja con parte de su familia.

Esposada, tiene tiempo de oler el olor a carne quemada que impregna el pueblo durante varios días y de ver cómo los perros devoran los restos de sus seres queridos, una imagen que nunca olvidará.

Repelieron los primeros ataques, hasta que los guardias de asalto prendieron fuego a la precaria vivienda. Pero la represión no se detuvo ante este acto salvaje. Por eso las fotos de la masacre los muestran tirados en el suelo.

Repelieron los primeros ataques, hasta que los guardias de asalto prendieron fuego a la precaria vivienda. Pero la represión no se detuvo ante este acto salvaje. Por eso las fotografías de la masacre muestran a jornaleros tirados en el suelo, vestidos y no quemados, contradiciendo la versión oficial de la República que afirmaba que todos los muertos habían caído durante el asalto a la cabaña. A la mañana siguiente, las tropas arrestaron y fusilaron a doce personas más "y si hubiera sido por Rojas, hubiera quemado todo el pueblo". Tuvieron que convencerlo de que no lo hiciera”, dice Rosa. El resultado de la masacre, además de las muertes, fue la presencia de dos viudas con once hijos a su cargo.

El pequeño Sidonio pasa a llamarse Juan y es bautizado a la fuerza. Comienza la represión de la nueva generación. Aunque Francisca se niega a exiliarse, como hacen algunos de sus primos, pronto se da cuenta de que Paterna no es un lugar seguro. Un acontecimiento le hace comprender esto. Cuando Juan tenía sólo cinco años, fue atropellado por un coche conducido por un falangista que intentaba "suprimir el linaje para siempre". El niño se recuperó de sus heridas y creció en las fincas donde su tía trabajaba desde el amanecer hasta el atardecer. Aquí Juan aprendió a leer y escribir, pero también a guardar silencio. De los muchos derechos perdidos, la privación de la memoria ha sido particularmente dolorosa. Como tantos otros niños del bando perdedor, los labios de Juan estaban sellados. Rosa nunca supo nada de su familia por boca de su padre, pero este humilde electricista no necesitó palabras para transmitir el legado de Seisdedos. Prefería el ejemplo. Cada cumpleaños, su casa se llenaba de regalos anónimos. Eran muestras de agradecimiento de sus vecinos, a quienes nunca quiso cobrar por los múltiples servicios y trabajos que les prestaba. “Él siempre decía que eran pobres, que no podía preguntarles nada. Mi madre se enojaba y le decía que al final éramos los pobres, pero él era incapaz de hacerles pagar”, recuerda Rosa, que aprendió otra lección de su padre, la de plantar árboles frutales en las acequias para que las personas que no tienen recursos pueden comer y, cuando están saciadas, los pájaros pueden alimentarse solos. “Ser honesto cuando tienes cubiertas tus necesidades es más o menos sencillo. Lo complicado es ser honesto cuando te falta de todo, y mi familia siempre ha sido honesta”, afirma esta gaditana que, antes de la muerte de su padre, logró recuperar al menos parte de su identidad robada. En su documento de identidad figuraba como fecha de nacimiento el 18 de julio, otra sutil humillación. Casi sin fuerzas para levantarse, Juan pudo completar los papeles necesarios para cambiar de identidad y morir en paz: “Un guardia civil nos admitió que siempre nos habían vigilado, incluso en democracia”, dice Rosa, que mira el pasado sin perder de vista el futuro. “No le tengo miedo a la derecha y a su resurgimiento, porque ya sabemos lo que proponen; Tengo bastante miedo de la izquierda enmascarada. Mi abuela dio su vida para ganar derechos laborales que estamos perdiendo. Hoy todavía hay caciquismo y miedo a expresarse”, afirmó.

La Libertaria, que se había escondido en casa de un familiar después de pasar dos días en la montaña, también fue detenida y trasladada a la prisión de la cercana localidad de Medina Sidonia. Esposada, tuvo tiempo de oler el olor a carne quemada que invadió el pueblo durante varios días y de ver cómo los perros devoraban los restos de sus seres queridos, una imagen que nunca olvidará. Tras las rejas, La Libertaria conoce a Juan Miguel Pérez Cordón, quien se convertirá en su pareja sentimental y el primero en informar de los hechos de Casas Viejas en el periódico de la CNT. Tras la liberación de La Libertaria, apodada así porque había abofeteado a un guardia que la criticaba por llevar un pañuelo rojo y negro, el matrimonio se instaló en Madrid. Sólo estuvieron unos meses en la capital, pero muy intensos, durante los cuales entraron en contacto con importantes figuras anarcosindicalistas como Federica Montseny. Sin embargo, el nacimiento de su hijo les obligó a regresar al sur, a Paterna, donde les sorprendió el estallido de la guerra civil. Juan Miguel decidió huir emprendiendo un largo viaje a pie hasta Cartagena, mientras María se quedó en casa con el pequeño, porque se suponía que la persecución sólo afectaba a los hombres. “Esta decisión probablemente pesó sobre mi abuelo hasta el momento de su muerte, poco antes del final de la guerra”, explica Rosa. Apenas unos días después del levantamiento militar, La Libertaria fue encarcelada y, junto a otros compañeros como Ana Castejón, fue purgada, desollada y llevada a la puerta de la iglesia para que el cura expulsara al demonio comunista que residía. El 24 de agosto fue ejecutada, pero sus restos aún no han sido encontrados. Pero antes de ser asesinada por las tropas fascistas, tuvo tiempo de entregar a su hijo a su cuñada Francisca.

Raúl Canales

Illustration de El Bellotero | Extrait du journal CNT, nº 435


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