17 y 18 de Julio de 1936 – Sangre de España (1986)
17 y 18 de Julio de 1936 – Sangre de España (1986) – Ronald Fraser
 

La historia se desarrolla de tal manera que el resultado final siempre surge de los conflictos entre muchas voluntades individuales, y cada una de ellas se convierte a su vez en lo que es por una serie de condiciones particulares de la vida. Así pues, hay innumerables fuerzas que se entrecruzan, una serie infinita de paralelogramos de fuerzas, que dan lugar a una resultante: el acontecimiento histórico. Éste, a su vez, puede ser considerado como el producto de un poder que opera en su conjunto inconscientemente y sin voluntad. Porque lo que cada individuo quiere es obstaculizado por todos los demás y lo que surge es algo que nadie pretendía. Engels a Joseph Bloch, Londres, septiembre de 1890

¿Quién construyó la Tebas de las siete puertas?
En los libros encontrarás nombres de reyes. ¿Los reyes levantaron los trozos de roca?
Y Babilonia, muchas veces demolida ¿Quién la levantó tantas veces?
En qué casas de Lima reluciente de oro Vivieron los constructores?
La tarde en que se terminó la Muralla China ?¿donde fueron los albañiles? …Tantos informes. Tantas preguntas.. Preguntas de un obrero que lee (Bertolt Brecht)


Todos los días hay manifestaciones callejeras. ¿Qué significan todos esos vivas gritados por las multitudes? Significan la muerte. Muerte para el adversario; ultraje y persecución para el adversario. ABC, editorial monárquico (Sevilla, 4 de marzo de 1936)

No confíes en nadie. En los momentos supremos de la historia, los líderes siempre aconsejan moderación y disciplina. El fascismo es la criminalidad sistematizada de las castas poderosas. Sólo puede ser vencido destruyendo las bases de la sociedad capitalista. Solidaridad Obrera, CNT (Barcelona, 2 de junio de 1936)


El gobernador civil dijo a los periodistas que no tenía noticias que comunicar. No se autoriza ninguna información sobre movimientos militares. Defensor de Córdoba, Católica (Córdoba, 17 de julio de 1936)


 

Viernes, 17 de julio

MADRID

Recién recibido de Tetuán, Marruecos español, el telegrama, con sus banales felicitaciones de santo, iba firmado Fernando Gutiérrez.

Contó las cartas, diecisiete, y se apresuró a pasar el mensaje al general Mola en Pamplona: el ejército en Marruecos se levantaría a las 17.00 horas.

MELILLA (Marruecos español)

El teniente Julio DE LA TORRE, de la Legión Extranjera española, miró a sus compañeros; vio que ellos también habían visto a la policía armada en el exterior. El teniente coronel Seguí, jefe de la conspiración en Marruecos, que estaba dando las últimas órdenes, se interrumpió a media frase. En el silencio momentáneo, los conspiradores se dieron cuenta de que habían sido traicionados.

Los oficiales cargaron sus pistolas y prepararon granadas de mano. Mientras el coronel Gazapo hablaba con el teniente de policía en la puerta de la sala de mapas, el teniente DE LA TORRE saltó al teléfono.

-‘Preséntate inmediatamente con algunos legionarios a la Comisión de Límites’, le dije a mi sargento en el puesto cercano. ‘Estamos en peligro’. …

El miedo a la traición ya les había hecho adelantar la hora del levantamiento a esa noche. ¿Y ahora?

En pocos minutos, el sargento y unos ocho legionarios irrumpieron en el patio, donde sólo vieron policías armados. Hubo un momento de indecisión.

-Salí de un salto, empujando a los que estaban en la puerta. Mi corazón latía desbocado, mi cuerpo temblaba. ‘¡Tened fe en mí! ¡Cargad! ¡Apunten! grité, mirando a mis hombres. En momentos así se manda con los ojos más que con la voz. Los legionarios apuntaron sus fusiles a los policías; mi pistola apuntó directamente al corazón del teniente de policía. En nuestros ojos vieron nuestra determinación. Uno de los policías, con cara de terror, dejó caer su fusil. Teniente, no dispare. Tenemos familia’.

¡Ríndanse! Tirad las armas».

Lo hicieron. Ni nosotros ni ellos podíamos imaginar todas las consecuencias de nuestra primera victoria. Después de eso, no tardamos mucho en capturar la ciudad. Hubo un poco de resistencia, pero la gente huyó cuando trajimos más tropas…

MADRID

En el tórrido calor de la tarde, tan agobiante como la situación política de la última semana, los periodistas parlamentarios se reunieron en las Cortes, en receso, en busca de noticias. Mientras hablaban, apareció inesperadamente la figura de Indalecio Prieto, el líder socialista. ‘La guarnición de Melilla se ha sublevado’, dijo escuetamente. Los periodistas corrieron a las cabinas telefónicas. Algunos intentaron llamar a Melilla. La respuesta fue: «La línea está cortada».

En su despacho, Alfredo LUNA, director de un periódico y republicano moderado, escucha sorprendido las palabras de su reportero. No se había dado cuenta de la gravedad de la situación. ¡Qué mal! Peor aún, ¡qué error del gobierno no haberse dado cuenta, no haber tomado las precauciones adecuadas!

A medida que cerraban los centros de trabajo, decenas de jóvenes comunistas y socialistas, ahora fusionados en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), se presentaban en sus secciones locales. Un oficinista de 25 años, Pedro SUAREZ, llevaba muchas semanas sin dormir en casa.

Él y los demás miembros de las milicias antifascistas obreras y campesinas, las MAOC (Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas), estaban en servicio activo. Todo el mundo sabía que se iba a producir el levantamiento’. Tenían algunas pistolas, nada más. Pero incluso desarmados estaban preparados, noche tras noche, durmiendo en los bancos de sus sedes locales.

En la casa del pueblo socialista, Tomás MORA, miembro del comité nacional de la UGT, dio la noticia a otros dirigentes sindicales y del partido socialista. Pero decidieron no anunciarlo en la gran reunión cultural que MORA estaba a punto de inaugurar para no alarmar a la gente.

Tampoco apareció la noticia en los periódicos al día siguiente; el gobierno republicano aplicó una censura total. Nuestros lectores pensarán que vivimos en el mejor de los mundos posibles», refunfuñó un periodista. Nadie se lo creerá», replicó otro. La falta de noticias oficiales siempre hace que la gente se crea cualquier rumor».

Sábado 18 de julio

SEVILLA

Al amanecer amaneció caluroso. Una brisa del este refrescaba las calles mientras Rafael MEDINA se dirigía al café Sport de la calle Tetuán. Su cuñado, capitán del ejército del aire, había sido enviado a casa bajo arresto domiciliario unas horas antes por disparar contra un avión enviado desde Madrid para bombardear a los militares insurgentes en Marruecos; él y el capitán Vara del Rey lo habían derribado en tierra. Dispuesto a morir por sus ideales, su cuñado acababa de escapar y regresó al aeródromo de Tablada.

Las calles estaban casi desiertas: la calma antes de la tormenta que ahora debe estallar, pensó. Las cosas no podían seguir así. El asesinato de Calvo Sotelo a principios de semana, «en el que había tenido algo que ver el gobierno del Frente Popular», era el golpe definitivo.1
El ejército no iba a esperar más.

Al salir a la calle, recordó lo que había dicho su padre al pasar junto a un grupo de jornaleros en el campo poco antes. Al ver el rencor y el desprecio con que miraban el coche, su padre comentó: «Rafael, desgraciadamente todo esto no tiene solución».

Tampoco lo había. Los de arriba, los terratenientes, no lo habían entendido; se habían negado a seguir el ejemplo de su padre en la creación de industrias en el pueblo, en la distribución de la tierra entre los jornaleros del pueblo. Los de abajo estaban llenos de envidia. Era comprensible. El resultado fue el mayor odio imaginable entre clases, una ruptura total entre los que se llamaban a sí mismos de derechas y de izquierdas. En ningún lugar las diferencias sociales eran mayores que aquí, en Andalucía. La izquierda estaba preparando una revolución, dirigentes comunistas extranjeros estaban entrando en el país, según él; mientras que los que tenían medios del otro lado se estaban marchando. Estaba al borde de la guerra de clases.

Entró en el café. Su amigo, el rejoneador Pepe ‘El Algabeño’, estaba esperando; el levantamiento de Sevilla iba a tener lugar esa noche o a la mañana siguiente. El general Queipo de Llano iba a dirigirlo.

-¡Queipo! Un republicano, un hombre que había conspirado contra el rey, que había combatido a José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange a la que yo pertenecía desde la victoria del Frente Popular en las recientes elecciones. ¿Qué forma tomaría el golpe bajo su liderazgo? No me gustaba cómo sonaba, ni tampoco a Pepe …

SAN SEBASTIÁN

El gobernador civil levantó la vista al entrar en el despacho. Cómo, ¡otra vez usted! ‘Claro’, contestó el funcionario de la CNT, ‘se supone que eres el árbitro de la huelga de pescadores, y he venido a ver qué haces al respecto’.

Miguel GONZALEZ INESTAL, uno de los pocos funcionarios sindicales anarcosindicalistas remunerados a tiempo completo, era secretario de la federación regional norte de sindicatos de pescadores de la CNT. Sus afiliados de Pasajes, el gran puerto pesquero cercano a San Sebastián, llevaban en huelga desde mayo para exigir salarios más altos y mejores condiciones de trabajo. Por un momento, él y el gobernador Artola, republicano de izquierdas, discuten sobre la huelga; por las expresiones del gobernador, GONZALEZ INESTAL empieza a darse cuenta de que aún no lo sabe.

-‘Creo que usted no debe estar enterado de lo que acaba de ocurrir’. ¿Qué es eso, qué ha pasado?» «Los militares se han sublevado en Marruecos. Se ha declarado el estado de emergencia». No me lo creo», gritó. ¿Por qué no coges el teléfono y lo averiguas? … ‘

Cuando el gobernador cogió el teléfono, se anunció la presencia del comandante militar de San Sebastián. Llegó un comandante de Estado Mayor, de vacaciones en la ciudad vasca, e instó al gobernador a tomar medidas inmediatas para evitar que se levantara el cercano cuartel de Loyola. ‘Soy de derechas, pero he jurado lealtad a la república’.

-¿De qué lado está la CNT? «¿De qué lado está la CNT?» «Del lado de todos los que se oponen al alzamiento», le contesté. «¿Y la huelga de pescadores?» «Se desconvocará inmediatamente. Señor gobernador civil -dije, dirigiéndome a Artola-, lo primero que debe hacer es retener aquí al comandante militar como rehén». Vi que no le gustaba la idea; era un hombre débil. Me di la vuelta. Su mujer se me acercó. Debes animarle a resistir. Haz todo lo que puedas, mi marido es muy pasivo, no se da cuenta de la gravedad de la situación’. Hizo una pausa. Veo que es un hombre decidido. Utilice su teléfono, haga lo que sea necesario’. Fui al teléfono y llamé a la sede de mi sindicato. Les dije a los muchachos que se prepararan para los problemas que estaban a punto de producirse. Al otro lado de la línea las voces sonaban complacidas…

SEVILLA

La noticia recorrió la ciudad en un santiamén. León MARTIN, mecánico, se enteró en el garaje donde trabajaba. El ambiente era tenso desde hacía semanas; todo el mundo sabía que algo iba a ocurrir. Pero cuando ocurrió, fue tan rápido que pilló a todo el mundo por sorpresa». Intentó reunir a los noventa miembros de la sección local de la CNT, de la que era secretario. Juntos se dirigieron al cuartel de la guardia de asalto en la Alameda2.

-¡Armas! Armas!», gritaba la gente. Éramos cientos fuera del cuartel; pero no conseguimos armas. Algunas patrullas de guardias de asalto salieron a las calles, acompañadas por algunos civiles con pistolas, pero ¿qué podían hacer? …

Después de almorzar en un hotel del centro, el general Queipo de Llano se puso el uniforme y se dirigió al cuartel general de la división. Al no encontrar más que oposición verbal, arrestó al general Villa-Abrille y tomó el mando. Repitió el procedimiento en el cuartel de infantería contiguo. Al ordenar que el regimiento desfilara, se encontró con que tenía 130 hombres a sus órdenes; las vacaciones de verano habían mermado la fuerza efectiva del ejército en Sevilla como en otros lugares. Ordenó a un capitán que marchara a la ciudad al frente de sus hombres para proclamar el Estado de Guerra.

En el suburbio de Ciudad Jardín, Juan CAMPOS, ebanista, oyó disparos; no estaba seguro de quién disparaba ni por qué. Salió hacia el centro.

Tenía tiempo libre, su fábrica de muebles trabajaba tres días a la semana. Como tantos otros, mis patronos boicoteaban la república; sólo daban trabajo cuando querían». En el edificio del gobierno civil, se encontró con una multitud que clamaba por armas, pero no se repartía ninguna. Se oyó un grito llamando a la gente a dirigirse al depósito de artillería del Paseo de Colón, junto al río.

-Nos pusimos en marcha, 2.000 personas por lo menos. Las divisiones que habían sacudido a las organizaciones obreras de Sevilla ya no contaban, recuerda Francisco CABRERA, hijo de aparcero, que pertenecía a las juventudes comunistas. No nos armaban porque las autoridades republicanas temían más a la clase obrera que a los militares. Los comunistas no compartíamos la confianza del gobierno en que el levantamiento podría ser sofocado en veinticuatro horas. Las órdenes del partido eran que todos los militantes acudieran a Sevilla…

Queipo se había movido con rapidez; un capitán de ingenieros con sesenta hombres había recibido la orden de tomar el depósito de artillería donde se almacenaban 25.000 fusiles. Los obreros fueron recibidos a tiros; los hombres cayeron al suelo, heridos y muertos. El resto se dispersó.

El ebanista, miembro del partido socialista, se retiró a la casa del pueblo; encontró la sede socialista desierta. Un capitán de la guardia de asalto vino a buscar a los dos diputados socialistas. Se había convocado una huelga general, dijo, se les necesitaba. Pero no aparecieron.

-Se quedaron en casa -y allí los encontraron los militares. Ningún dirigente de partido o sindicato mostró el menor sentido de liderazgo cuando llegó el momento…

De vuelta a la Plaza Nueva, en el centro, se encontró con grupos que gritaban: ‘Todos los trabajadores a sus barrios’. Qué error, reflexionó. La gente debería quedarse para defender el centro de la ciudad. Pero hicieron suyo el grito y empezaron a marcharse a los barrios obreros del oeste y del sur, al otro lado del río.

-La clase obrera sevillana no era el proletariado organizado de Barcelona, se lamenta León MARTÍN. Faltaba cohesión, faltaba conciencia. Sevilla estaba subdesarrollada, la clase obrera incluía un enorme número de subproletarios. Si la pigmentación de nuestras pieles hubiera sido diferente, habríamos sido negros…

La escasez de soldados de Queipo se suplía con cañones; no había dificultad en meter una pieza de campaña en el centro. Unos pocos disparos y los guardias de asalto de la central telefónica de la plaza principal se rindieron. A continuación, el cañón se dirigió contra el Hotel Inglaterra, detrás del cual se encontraba el edificio del gobierno civil.

Ignacio CAÑAL, abogado falangista, avanzó por la plaza hacia el hotel. Se dio cuenta de que muy pocos civiles se habían unido al levantamiento; no más de veinticinco o treinta en las primeras seis horas. Por supuesto, la mayoría de sus compañeros falangistas seguían en la cárcel, pero él esperaba más voluntarios. Un proyectil silbó sobre su cabeza, atravesó la pantalla del cine al aire libre instalado en la plaza, atravesó la ventana de un hotel y explotó en el edificio del gobierno civil…

-Dirigidos por un mayor de artillería corrimos hacia el edificio. El gobernador y otras autoridades bajaron las escaleras con las manos sobre la cabeza. De un modo extraordinario, todos los acontecimientos parecían muy ordinarios, totalmente provincianos…

De vez en cuando tenía que frotarme los ojos para convencerme de que no estaba soñando», escribió Queipo más tarde. En pocas horas, había tomado el centro de la cuarta ciudad más grande de España, la Sevilla «roja», en un golpe que sólo había contado con el apoyo previo de dos comandantes y un puñado de capitanes con los que ni siquiera había hablado. Media hora después de la toma de la emisora, Queipo realizaba su primera emisión.

‘Sevillanos’: ¡A las armas! La patria está en peligro y, para salvarla, algunos hombres de espíritu, algunos generales, han asumido la responsabilidad de ponerse al frente de un movimiento de salvación que triunfa en todas partes.

El Ejército de África se dispone a cruzar a España para participar en la tarea de aplastar a este gobierno indigno que ha resuelto destruir España para convertir el país en una colonia de Moscú.

Sevillanos: La suerte está echada, es inútil que la escoria resista. Legionarios y tropas marroquíes están en camino hacia Sevilla, y cuando lleguen cazarán a estos alborotadores como animales salvajes. ¡Viva España! ¡Viva la República!

MADRID

A lo largo del día, el gobierno emite dos comunicados en los que llama a la calma y asegura a la nación que «nadie, absolutamente nadie» de la península se ha sumado a la sublevación. Se rumorea que el gobierno está a punto de dimitir. Los partidos socialista y comunista emiten una declaración conjunta de apoyo al gobierno liberal republicano, pero llaman a la clase obrera a prepararse para luchar en las calles. ¿Con qué? El gobierno se negó a armar al pueblo.

El capitán Urbano ORAD DE LA TORRE, oficial de artillería retirado, bajó al depósito de artillería. No tenía sentido quedarse en el ministerio de la guerra; el lugar era caótico, pensó; Casares Quiroga, primer ministro y ministro de la guerra, estaba en un estado de colapso, incapaz de tomar decisiones. En el depósito, estaba hablando con el comandante, el teniente coronel Rodrigo Gil, socialista como él, cuando le avisaron de que los obreros se disponían a tomarlo por la fuerza en busca de armas.

-¿Qué hago? preguntó Rodrigo Gil. Sólo quedan 500 fusiles y no hay munición’. Reparte los fusiles que tengas y diles que esperen a que lleguen las municiones’. Salí en un camión para decir a los trabajadores que tuvieran paciencia, que las armas iban a llegar. Luego cogí los fusiles y, en la esquina de la calle Atocha, los repartí a quien me enseñara un carné de militante de izquierdas. No sabía quiénes eran -podían ser bandidos y asesinos-, pero en aquel momento había que armar al pueblo…

Esa misma tarde se habían entregado más armas, otros 4.500 fusiles, principalmente a miembros de la milicia antifascista de obreros y campesinos dirigida por los comunistas. Había diez veces más fusiles almacenados en el depósito, todos sin cerrojo. Durante los dos últimos años, debido al temor a un asalto popular a los arsenales militares, los fusiles y los cerrojos se habían almacenado por separado. Unos 45.000 cerrojos estaban ahora apilados en el cuartel de la Montaña, cerca del antiguo Palacio Real. Sólo unas horas antes, el oficial al mando del regimiento de infantería del cuartel se había negado a obedecer una orden firmada por el presidente del Gobierno de entregar los pernos. En consecuencia, se consideró que el cuartel de la Montaña, en pleno centro de Madrid, se había sumado a la sublevación; tenía la clave del armamento generalizado del pueblo.

NAVARRA

Al ponerse el sol, cuatro campesinos carlistas3 en mangas de camisa yacían en la cuneta vigilando la carretera de Pamplona. Hacía calor. Tres de ellos llevaban pistolas y el otro una escopeta. Su jefe, Antonio IZU, había estado segando trigo en la granja familiar aquella mañana y no se había enterado del levantamiento hasta llegar a casa. Al encender la radio, se enteró de que la revuelta del ejército en Marruecos había sido aplastada. No obstante, Esteban Ezcura, terrateniente local y comandante requeté del valle de Echauri, había ordenado a Izu y a los demás que vigilaran y detuvieran cualquier coche.

En el cuartel general carlista de Pamplona esperaba Mario OZCOIDI, capitán de requeté. Aquella mañana había llegado un mensaje del general Mola y él, el único oficial de requeté disponible, se había apresurado a acudir al cuartel general. Mientras esperaba a que Mola, el principal planificador de la sublevación, terminara de hablar con el recién nombrado comandante de la guardia civil en Pamplona, conocido por su lealtad a la república, salió el propio Mola y dijo: «Tenemos que acabar con este cabrón». OZCOIDI se apresuró a regresar, planeando arrestar, o matar si era necesario, al oficial de la guardia civil, que estaba a punto de llevar a sus hombres al sur, a Tafalla, en el río Ebro, para resistir la sublevación.

-De repente, oí disparos desde el cuartel de la guardia civil. No sabíamos qué había pasado. Pero pronto la noticia corrió como la pólvora: los guardias habían matado a tiros a su comandante cuando intentaba que abandonaran el cuartel…

No había pasado ni un solo coche por la carretera en toda la noche. Antes de abandonar la guardia, IZU se presentó ante su comandante; Ezcura le dijo que preparara a sus hombres a primera hora de la mañana y se dirigiera a Pamplona en el autobús local.

-Ahora estamos en guerra -me dijo-. Ah, qué bien’, le contesté. Y me fui a casa muy contento. No dormí en toda la noche, pensando en la que íbamos a armar…

MADRID

Por la noche, el gobierno dimitió. Se formó un nuevo gobierno, presidido por Martínez Barrio, líder de Unión Republicana, el partido más a la derecha dentro del Frente Popular. El presidente de la República, Manuel Azaña, había querido la formación de un gobierno nacional, de comunistas a republicanos de derechas, para aplastar el alzamiento militar. Los socialistas, presionados por Largo Caballero, líder del ala izquierda del partido, se negaron a participar y pidieron que el pueblo se armara. El gobierno surgido a última hora de la tarde estaba compuesto exclusivamente por republicanos, en general más a la derecha que los del gabinete saliente.

La Puerta del Sol se llenó de gente, que había estado inundándola durante toda la tarde y la noche, gritando pidiendo armas. De repente, Julián VAZQUEZ, un sastre comunista, vio aparecer una figura en un balcón del Ministerio del Interior. Se hizo el silencio, todos esperaban. Empezó a leer en voz alta la lista del nuevo gabinete, y al hacerlo se oyó un grito, luego un grito repetido de boca en boca.

-‘¡Traición! Traición! El ambiente era explosivo. Si nos hubieran dado armas en ese momento habríamos sido capaces de conquistar el mundo…

A un maestro republicano de izquierdas, Régulo MARTINEZ, el nuevo gobierno le pareció una medida prudente. Los militares se levantaban al grito de «muerte al comunismo»; he aquí un gobierno que les demostraría que no existía tal amenaza. Pero el pueblo se tomo mal la noticia.

-Incluso los miembros de mi propio partido -el partido de Azaña- empezaron a romper sus carnets de afiliación. Las masas querían venganza, revolución. Dejaron a un lado la prudencia; el coraje y la resolución estaban a la orden del día…

VALLADOLID

El levantamiento estaba destinado a triunfar aquí, el corazón del catolicismo castellano, cuna de las fascistas JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista), escenario de su unificación con Falange Española sólo dos años antes. Los falangistas, encerrados en las celdas que parecían los corrales donde se encierra a los toros antes de soltarlos en la plaza, oían los gritos de «fascistas, asesinos» desde más allá de los muros de la prisión. ¿Irrumpiría la turba? ¿Serían ellos los primeros y desgraciados mártires de la sublevación?

Tomás BULNES, abogado socio de Onésimo Redondo, cofundador de las JONS, había conseguido convencer a un celador para que dejara la puerta de la celda sin cerrar. Pero la precaución resultó innecesaria. Los carceleros empezaron a mostrarse más alegres; uno de ellos informó a los falangistas de que tropas del regimiento de caballería Farnesio y guardias de asalto estaban tomando posiciones en las calles. Entonces supimos que los militares se habían sublevado».

Antes del amanecer, los militantes falangistas fueron liberados por un grupo de jóvenes falangistas, armados por los militares. ‘¿Para qué te vas?’, preguntó el director de la cárcel a Alberto PASTOR, un campesino falangista que había sido encarcelado tras una pelea en su pueblo natal. ‘Mañana, de todos modos, volverás a estar aquí’.

-Pero no me detuve a escuchar más. Por fin había llegado el momento esperado…


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