El “fascismo” era esto
El “fascismo” era esto
Rubén Ramos 
 
Privatizaciones, bajo el eufemismo de “colaboración público-privada”, “libertad” de que la gente con los bolsillos llenos de pasta haga lo que le dé la gana, ampliaciones ad infinitum de conciertos de educación y sanidad, rebajas de impuestos… ¿Les suena? ¿Era esto el fascismo? ¿O es el capitalismo de amiguetes al que nos tienen más que acostumbradas los vientos neocons en todo el mundo?

 

Ya lo tenemos aquí. Tras varios años planeando sobre nuestras cabezas, sembrándose en rojigualdas manifestaciones anticatalanas, creciendo entre arengas de barra de bar, regándose en posts de redes sociales y comentarios de noticias de las versiones digitales de los medios, abonándose por el miedo a okupas, menas y bandas latinas… Al fin la ultraderecha ha conseguido tocar marro y entrar en el Gobierno de Aragón. Pantalla desbloqueada. Antes lo fue pisar la suave textura de las moquetas institucionales, algo que lograron tras el hundimiento del PP en 2018. Desde allí y desde entonces condicionaron el debate público, hasta el punto de derechizarlo como ni siquiera hubieran soñado. El momento en el que han sido capaces de dirigir políticas de verdad es este. Ahora podemos calibrar lo que nos espera.

¿Y qué nos espera? Pues bueno, baste con estudiar detenidamente el pacto de gobierno para Aragón para conocerlo. Privatizaciones, bajo el eufemismo de “colaboración público-privada”, “libertad” de que la gente con los bolsillos llenos de pasta haga lo que le dé la gana, ampliaciones ad infinitum de conciertos de educación y sanidad, rebajas de impuestos… ¿Les suena? ¿Era esto el fascismo? ¿O es el capitalismo de amiguetes al que nos tienen más que acostumbrad@s los vientos neocons en todo el mundo? La receta es muy sencilla: asalto a lo público y reparto de la caja común para engordar las cuentas de resultados de los de siempre con la excusa de mejorar la eficacia de los servicios. Vamos, nada nuevo bajo el sol, Milton Friedman estaría encantado con sus discípulos aragoneses. Eso sí, no nos olvidemos de que, para quedar bien con su claque, la receta se adereza con toneladas de caspa cañí. Familia, moral católica y españolismo, mucho españolismo. Españolismo frágil, excesivamente frágil, puesto que se siente amenazado porque la lengua más débil de Europa occidental reciba tímidos impulsos para su dignificación. Bueno, y aún queda la guinda del pastel, la de dejar todo “atado y bien atado”, pasando por encima, cual apisonadora, de la ley de Memoria Democrática y de cualquier atisbo de honrar a quienes lucharon por un mundo mejor.

Visto en conjunto ninguna sorpresa, desde luego. Pero más que fascismo lo que vamos a tener se reduce a capitalismo desaforado con pandereta y rosario. Nada que no supiéramos, ni nos temiéramos ya.

En todo caso, la clave es cómo hemos llegado hasta aquí, cuando solo hace ocho años hubo quienes nos prometieron “asaltar los cielos” y darle la vuelta a la tortilla. “El miedo iba a cambiar de bando”, nos creímos. Y las instituciones, reflejo de las ansias de cambio, dibujaron inverosímiles mayorías, sin ir más lejos en Zaragoza y Aragón, casi inéditas desde 1977. No sé si yo tengo la explicación a tal desaguisado y a semejante derrota, que aún estamos rumiando y me temo que tardaremos en digerir.

Pero bueno, vayan aquí algunas hipótesis. Las izquierdas (en plural y con la mayor de la generosidad que se le pueda dar a esta palabra) dispusieron de importantes representaciones en nuestras instituciones en 2015, gracias a un discurso renovador, fresco y, por qué no decirlo, osado. No era la primera vez que ocurría en Aragón. Antes lo consiguieron, con matices, IU en los noventa y, sobre todo, CHA hasta 2003. Pero como entonces, su rasmia inicial se fue diluyendo. Los grandes debates se redujeron a cuestiones, por ejemplo, como “quítate tú para ponerme yo (en la presidencia de las Cortes)” y en una política socialdemócrata de andar por casa (bienintencionada eso sí) que terminó por devorarlas. Ya no hablemos de la segunda oportunidad (la de 2019), cuando el gran mantra, repetido por muchos y muchas fue “pero no gobierna Vox”. Esa era la contestación, casi ritualizada, con la que se respondía a cada una de las provocaciones de Javier Lambán, así se concluía ante quienes interpelaban a los defensores del gobierno tras cada metedura de pata. Bueno, pues ese “pero no gobierna Vox” nos ha llevado a que gobierne Vox e imponga una agenda neocon con la que el PP de Aragón está encantado de haberse conocido. Un plan perfecto a la vista de los resultados obtenidos.

Y es que si la gente tuvo ilusión (y la tuvo) fue para hacer cosas diferentes (¿Se acuerdan de aquel lema tan precioso de “gente corriente haciendo cosas extraordinarias”?). De lo contrario, si se plantean unas expectativas desaforadas que luego se incumplen, lo que viene es la desilusión y la desmovilización, caldo de cultivo perfecto para que la extrema derecha y la derecha populista pesquen en río revuelto, diciendo aquello de que “todos los políticos son iguales”. Y por eso, vótennos a nosotros, porque “algunos son más iguales que otros”.

Porque cuando la gente que esperaba que cambiaras las cosas comprueba que vienes a hacer lo mismo, que te refugias en actitudes sectarias, y que eres fuerte con el débil y débil con el fuerte, metiendo la cabeza bajo tierra, cual avestruz cuatribarrado, cada vez que tu jefe suelta una nueva bravata (negando el cambio climático, hablando de Primo de Rivera, blanqueando la colonización de América, defendiendo la tauromaquia y la unidad de España, como si de un valor sacrosanto ante al que hay que responder “¡Prietas las filas!” se tratara…). Cuando todo eso pasa, cuando somos incapaces de generar argumentos y discursos alternativos con los que combatir el relato impuesto en tantos y tantos temas, pues entonces parece que el guion está más que destinado a acabar donde ha acabado.

Podríamos “aterrizar” y analizar cada uno de los temas, pero nos pasaríamos semanas, así que vayamos a uno en concreto: el de la educación. ¿Qué ha pasado con los convenios de la escuela concertada en los últimos ocho años? Aún recuerdo cuando en los noventa casi todos los partidos de izquierda (si no todos) aseguraban que acabarían con ellos y que priorizarían totalmente la escuela pública. El paso del tiempo ha hecho que las promesas desaparezcan, como arrastradas por una ciercera de enero. Así las cosas, si al final se implanta, como parece, el cheque bebé o el cheque educativo o el sanitario, ¿Estará dispuesta la izquierda a hacerlos desaparecer? O como en otras cosas (los convenios de la concertada, por ejemplo) ¿Los asumirán como mal menor y como rueda de molino con la que hay que comulgar (nunca mejor dicho), para no cabrear mucho a grupos mediáticos y que no nos monten manifestaciones en la calle?

Porque esa es otra de las claves de todo este tema: la derecha neocon ha llegado al gobierno con las cosas (y la agenda) bien claras. Está dispuesta a hacer lo que promete y es leal con la gente que le vota. Cabalga con viento a favor, porque se ha asegurado de generar discursos en cada conversación (como diría Habermas), repetidos en todos los rincones y cenáculos de nuestra sociedad, públicos y privados, ayudada por grandes medios y también por su habilidad para reducir las ideas a la mínima expresión y vehicular las redes sociales sobre ellas. Malos y buenos. Los de dentro y los de fuera. Lo malas que son las feministas, los menas, los catalanes, los vascos, los okupas, los que hablan aragonés, los de la Agenda 2030 y los ecologistas que nos quieren empobrecer. ¿Y qué han tenido en frente? Pues oscura (y a veces acomplejada) gestión, dirigida por un presidente que compraba y validaba continuamente el discurso de la derecha. Nuevamente el plan perfecto (entiéndase la somardería aragonesa).

A pesar de todo creo que hay espacio para el optimismo (moderado). Somos capaces de generar ilusión y discursos alternativos, desde la izquierda, que vehiculen nuevas relaciones de fuerzas y que hagan posible salir de esta pesadilla. Eso sí. ¿Para qué? Esa me parece a mí que ha de ser la clave. Porque si es para repetir más de lo mismo, para agachar las orejas ante el lambán de turno, para no ser capaces de articular debates, movilizaciones y mayorías alternativas que supongan una enmienda a la totalidad al marco que nos impone la derecha ultramontana (en cualquiera de sus versiones), no haremos más que repetir una y otra vez los errores del pasado. La ilusión se alimenta con hechos, no con promesas que se desvanecen con el tiempo.


Fuente → arainfo.org 

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