Carlos González era uno de esos jóvenes idealistas que luchaban en la calle para forzar una ruptura con el antiguo régimen, soñadores que salían de una España en blanco y negro, pero que se resistían al engaño de los colores con los que nos pintaron la transición.
Funeral por el estudiante Carlos González celebrado el 1 de octubre de 1976. MARISA FLÓREZ
“¿Y que contemplarán los hombres futuros cuando miren los ojos de los poetas muertos?”
El 27 de septiembre de 1976, cuando se cumplía un año exacto de las ejecuciones de José Humberto Baena, José Luís Sánchez Bravo y Ramón García Sanz, militantes del FRAP, y de Ángel Otaegui y Juan Paredes Manot, de la organización armada vasca ETA, se produjeron varias manifestaciones de protesta en Madrid, consistentes en saltos, concentraciones espontaneas pero organizadas, convocadas por la Coordinadora Pro-Amnistía, en la que era mayoritaria la presencia del PCE (m-l), que buscaban burlar la represión de una policía franquista que seguía utilizando los mismos métodos que en vida del dictador.
Carlos González era uno de esos jóvenes idealistas que luchaban en la calle para forzar una ruptura con el antiguo régimen, soñadores que salían de una España en blanco y negro, pero que se resistían al engaño de los colores con los que nos pintaron la transición.
“Carlos sentía la política de mil maneras diferentes; para él viajar era un acto político, escribir poemas, un acto político, salir a la calle gritando libertad, como en sus poemas, un acto político. Carlos militaba en las filas del pueblo.” Recordaría su novia, Marién.
Estudiaba psicología en la Universidad Complutense, aunque había decidido pasarse a ciencias políticas para el siguiente curso. Durante el servicio militar obligatorio había formado parte de los Comités de Soldados, una organización clandestina que minaba desde dentro uno de los baluartes del régimen. Todos sus amigos coinciden en que estaba a la izquierda del PCE, que ya estaba llamado a ser la piedra angular de la transición, para legitimarla por el que fuera la principal fuerza de oposición durante la dictadura.
Carlos también era un prometedor poeta, “Que incendien mi cuerpo que quiero ser humo”, escribió en uno de sus versos más bellos y premonitorios.
Aquel 27 de septiembre el grupo con el que se estaba manifestando Carlos González, que entonces contaba 21 años, compuesto por unas 150 personas, protagonizaba un salto a la altura de la calle Barquillo, cuando aparecieron los grises, apoyados por un grupo de Guerrilleros de Cristo Rey, cargando contra los manifestantes con contundencia. Uno de los ultraderechistas esgrimió una pistola y efectuó al menos cuatro disparos. Dos de ellos alcanzaron a Carlos, a menos de un metro de distancia y por la espalda. Las balas le entraron por la zona lumbar, le destrozaron un riñón y le afectaron a los intestinos, pulmón y pleura.
Con una amiga alcanzó a subirse a un taxi y dirigirse a la casa de su novia, que compartía con dos amigas. El padre de una de ellas, Benito Martínez Parados, al ser avisado y viendo la gravedad de sus heridos, consiguió convencerlas para llamar a la policía, que lo trasladó al hospital, mientras los ocupantes de la casa eran conducidos a la Dirección General de Seguridad. Allí los recibió de malos modos Billy el Niño, y aunque fueron puestos en libertad, Marién tuvo que pasar la noche en las dependencias de la DGS. Esa sería la última noche de Carlos, que moriría al día siguiente.
No se practicó ninguna detención por el asesinato de Carlos González, no hubo una investigación que se pueda nombrar así, no hubo ningún juicio por su muerte, y, por lo tanto no fue señalado ningún culpable, nadie fue condenado. Tampoco se responsabilizó nadie de los que, en aquel momento, tenían bajo su mando a las fuerzas de seguridad del estado, ni el gobernador civil de Madrid, Juan José Rosón, ni el ministro de interior, Rodolfo Martín Villa. A pesar de que el padre de Carlos, un antiguo miembro de la División Azul, reclamó responsabilidad, nadie le quiso escuchar.
El funeral de Carlos, realizado en la capilla de la Universidad Complutense, congregó a 50.000 personas, y más de 200.000 acudieron al llamamiento a la Huelga General, en protesta por su asesinato.
El Tribunal Supremo lo reconoció como víctima del terrorismo, pero tuvieron que pasar 30 años, en 2006, aunque no le reconocieron el derecho a una indemnización por parte del estado, tal como reclamaba su madre, Margarita Martínez Corredor. En cambio a Billy el Niño lo premiaron por los hechos ocurridos el 27 de septiembre de 1976. Toda una declaración de principios de un estado sin principios.
En 2005, para completar el agravio, el gobierno de Rodríguez Zapatero le denegó a Carlos González una condecoración, alegando que no había sido víctima del terrorismo, sino de una banda armada. ¿Armada por quién y con que objetivos?.
Dos años después de la muerte de Carlos, la editorial Akal publicó una selección de sus poemas. En el prólogo, el escritor gallego Celso Emilio Ferreiro lo definió como poeta “extraordinario, formado no en la fría sapiencia libresca, sino en los hechos que cada día acucian al hombre de nuestro tiempo”
En la presentación del libro su novia Marién, escribía: “Carlos luchó toda su vida; por eso, deseamos que se le recuerde como a un hombre más, como un luchador más; no es nuestra intención hacer de Carlos un héroe o un mito, sólo queremos que, con sus poemas, se vea a una persona de carne y hueso, que ríe, llora, sufre y se alegra con su pueblo, con sus compañeros, sus amigos y sus amores. En la libertad, tal vez, no ocurran hechos tan terribles como el que le costó la vida. Quizá lo más importante, lo que nos está enseñando continuamente Carlos es que los que han muerto como él, no son seres aparte, seres únicos. Cualquiera de nosotros puede morir de la misma forma; en cierto modo nos matan lentamente, sin dejarnos decir lo que pensamos.”
El día que lo mataron, Carlos González llevaba en su bolsillo sus últimos poemas, versos ensangrentados que todavía resuenan: “Araño al tiempo que me queda”.
Fuente → nuevarevolucion.es
No hay comentarios
Publicar un comentario