Manifiesto Libros , una nueva editorial de pensamiento radical en catalán, acaba de publicar El 19 de julio de 1936 , una crónica de aquella jornada de Abel Paz , seudónimo del historiador Diego Camacho Escamez. A través de una sucesión de hechos explicados cronológicamente, el autor va situando e historiando el doble proceso: el de la conspiración fascista y el de la toma de conciencia de las multitudes. La obra cuenta con un prefacio de Frederica Montseny y un epílogo de Joan García Oliver , figura clave del anarcosindicalismo catalán, que publicamos en exclusiva.
Un balance estratégico de las jornadas de julio
Qué fue del 19 de julio
Los militantes libertarios se
encontraban a la espera de los acontecimientos previstos. Si las
derechas triunfaban en las elecciones, su triunfo significaría la
persecución del proletariado y la anulación de todas sus conquistas
sociales, algo contra lo que el proletariado se rebelaría. Y si eran
las izquierdas las que ganaban, como las derechas habrían jugado y
perdido su última carta legal, éstas habrían recurrido al golpe de
estado y al levantamiento clerical y militarista. Con este punto de
vista y con esa convicción, de la que la realidad demostró la exactitud,
es fácil imaginar que no queremos inactivos.
En primer lugar, algunos compañeros serios nos traían nuevas interesantes de los cuarteles y de los campos de aviación. Por medio de ellos conocíamos las reuniones de los oficiales, el armamento de que se disponía en los cuarteles, las armas que los jefes y oficiales fascistas se llevaban a su casa. Otros compañeros, introducidos en la policía, completaban nuestra información. Y, así, con nuestras informaciones, con todo lo mencionado y con los rumores que circulaban, pudimos —a tiempo— dirigirnos al proletariado del resto de España, incorporado a nuestra disciplina, y alentar -lo a rechazar por la fuerza cualquier tentativa por parte de la reacción.
Los compañeros que vigilaban los cuarteles nos informaron de la enorme actividad que se observaba, a mediados de julio, y avisamos a los compañeros de más confianza para que no se durmieran y que las horas de reposo obligatorio se pasaran en grupo y asegurando una vigilancia permanente, para poder acudir en cualquier momento allá donde fuera necesario. Así, en vela continua, las primeras chispas de la traición nos encuentran en la calle, a punto de luchar y decididos a todo. Antes de llegar a este momento, sin embargo, todavía hay que mencionar otra cosa.
El problema de les armes
En Barcelona, poseíamos muy
pocas armas. Tan sólo algunos grupos tenían pistolas, y veíamos cómo
se acercaban y precipitaban los acontecimientos sin que dispusiéramos de
armamento.
Ante este espectáculo, Paco Ascaso, Durruti, Aurelio
Fernández Sans y yo nos dedicamos a cultivar la amistad de algunos
aviadores de la base de El Prat. Entonces, en contacto con ellos,
pudimos empezar a llevar a cabo nuestros proyectos.
Nos reunimos
en casa del compañero Vivancos, en cuanto nuestros servicios de enlace
con los cuarteles nos informaron de que en la de Sant Andreu había un
depósito de 90.000 fusiles, unas cuantas docenas de ametralladoras,
cañones y una gran cantidad de cartuchos y proyectiles. Todas nuestras
charlas con nuestros amigos aviadores tenían el objetivo de comunicarles
la existencia de estos depósitos, así como el objetivo primordial de
los pocos aparatos que había en Barcelona, si querían rendir un
servicio positivo a la causa del proletariado. Por eso, era necesario
que, si el levantamiento militar fascista se producía, estas armas
pasaran al pueblo, que, dirigido y alentado por los hombres de la
organización, era capaz de enfrentarse al ejército, pero que sería
vencido fatalmente , si no se le daban las armas indispensables para la
lucha. Nuestras decenas o cientos de revólveres no podían asegurar la
victoria ante un ejército formidablemente equipado; y la clase obrera
sería derrotada si, en las próximas 24 o 48 horas, no se la armaba
apropiadamente. Por eso, en las reuniones con los aviadores siempre
acabábamos designando el mismo objetivo: el cuartel de Sant Andreu,
lleno de municiones y de armamento, que debía ser destruido por la
aviación a fin de que los trabajadores pudieran hacerse dueños de las
armas.
Al amanecer del día del levantamiento, la CNT dio la consigna de ir a Sant Andreu y asaltar los cuarteles, tan pronto como fueran bombardeados por los aviadores, ametralladoras, fusiles y municiones que había almacenados. Sin embargo, los acuerdos tomados no fueron ejecutados hasta la tarde, y no negaré que, por la mañana, pasé momentos muy malos, porque veía la situación perdida para nosotros.
Plan de combate
Sin embargo, un factor con el que no
podíamos contar nos favoreció e hizo que la victoria se convirtiera en
estallando y definitiva unas horas más tarde. Este factor, inesperado
para mí, fue el desconocimiento por parte de los facciosos de la
topografía de la ciudad.
Se dice que Goded era un gran general.
No entiendo por qué, ya que su genio militar no se reveló en modo
alguno. De las tres grandes arterias que unen la parte alta de la
ciudad con la parte baja y el puerto —es decir, el Paral·lel, las
Ramblas y la Vía Layetana—, las tropas rebeldes sólo tomaron el
Paral·lel. No se decidieron a tomar la Via Laietana por el paseo de
Colón, temiendo la acción de la Jefatura de Policía, que entonces se
encontraba por allí, y la de Gobernación de la Generalitat, situada un
poco más arriba. Prefirieron atacarla por la plaza de Urquinaona,
perdiendo tiempo dando la vuelta, y además nos dejaron totalmente
abandonada esta enorme arteria que son las Ramblas. En estas últimas,
sólo estábamos nosotros. Pronto las convertimos en nuestro cuartel
general, y las numerosas calles que acceden a él nos permitían unos
enlaces maravillosos con nuestras tropas. De las Ramblas, podíamos
desplazarnos sin ningún tipo de dificultad, por un lado hacia la Via
Laietana, a través de las calles y callejones, y por el otro lado hacia
el Paral·lel, a través del Distrito Quinto. Además, comunicábamos con
la plaza de Catalunya, que dominábamos casi por completo, ya que ellos
tan sólo tenían la parte del Casino Militar con la esquina del paseo de
Gràcia.
Pronto nos dimos cuenta de que al mando rebelde reinaba la desorientación, y dado que a nuestro alrededor se habían reunido miles de hombres provistos sobre todo de armas blancas y de algunos cientos de revólveres, decidimos que, en lugar de los rasgos aislados , nos dispondríamos a una acción combinada de ataque para romper su línea del Paral·lel, que cortaríamos, si era posible, por varios lugares. Dejamos entonces a Durruti una de las pocas ametralladoras que habíamos tomado en el asalto al cuartel de la avenida de Icària y, con un grupo, Durruti hizo guardia en la plaza del Teatre, para defender las Ramblas de un posible ataque y proteger los movimientos que Francisco Ascaso y yo teníamos que llevar a buen puerto con otros compañeros rompiendo, en el Paral·lel, el frente de los insurgentes.
El ataque
Ascaso avanzó por la calle Conde del Asalto
(hoy calle Nou de la Rambla) y yo por la de Sant Pau. Teníamos que
converger para atacar a los rebeldes. Pero la situación de Ascaso era
muy difícil porque, al llegar al Paralelo, tenía delante a un enemigo
potente perfectamente atrincherado en las Atarazanas, la parte de la
aduana y la fábrica de electricidad. Sus compañeros iban casi
desarmados, las pistolas por sí solas no podían forzar esta línea.
Cuando llegó con sus compañeros al cruce de la Ronda, nos dimos cuenta
de lo que sucedía. Y entonces dimos un rodeo para salir por el Paralelo
y sorprender al enemigo por detrás. En efecto, frente a El Molino, se
infligió a los rebeldes la derrota más terrible. El pueblo, con
pistolas como principal elemento de lucha, había vencido al ejército.
El
primer cuartel en rendirse fue el de la avenida de Icaria. La última,
la de las Drassanes, donde murió gloriosamente Ascaso. Los aviadores
sobrevolaron Sant Andreu durante la tarde y entonces el pueblo dispuso
de fusiles.
Los factores que determinaron la victoria de julio del 36 fueron:
.-
Que la clase obrera de Barcelona, con una educación de lucha de
varios años que le dio el movimiento anarquista, estaba decidida a
luchar;
.- Que los elementos más destacados de la CNT y de la
FAI no decepcionaron en absoluto a las masas obreras educadas para la
revolución. Al contrario, se colocaron en cabeza desde el primer
momento y no abandonaron la calle hasta que los militares fueran
vencidos;
.- El espíritu antifascista de un grupo de oficiales
mecánicos y de soldados de aviación de la zona aérea de El Prat de
Llobregat;
.- Que la mayor parte de las fuerzas de asalto y de
seguridad, con la parte más numerosa y mejor de los altos mandos de
orden público, permanecieron fieles, luchando con entusiasmo junto a los
trabajadores;
.- Que el presidente de la Generalitat no desertó de su puesto y alentó con su presencia la resistencia armada del pueblo.
El Comité Central de Milicias
El Comité Central de
Milicias surgió en cuanto fue vencida la rebelión militar, a iniciativa
del presidente Companys, quien reunió en su despacho a los
representantes de los diferentes sectores antifascistas y, tras una
entrevista memorable con los hombres de la CNT y de la FAI, les expresó
su sentimiento, reconociendo que éramos los árbitros de la ciudad y de
toda Cataluña. Companys, con un sentido liberal perfecto, se ofrecía
incondicionalmente a los trabajadores. Si nosotros considerábamos que
él estorbaba, estaba dispuesto a marcharse. Si creíamos que, con su
cargo y su prestigio, podía ayudar a la causa del pueblo, él estaba
dispuesto a procurar soluciones que pudieran normalizar la vida de los
ciudadanos y arreglar, de forma práctica e inmediata, la colaboración
armada de Cataluña a la causa popular que se estaba resolviendo en el
resto de España.
De esa conversación con el presidente de
Cataluña y del contacto y la colaboración con otros sectores que, en
rigor, entonces no representaban ningún bagaje considerable, surgió el
Comité Central de Milicias, que asumió funciones ejecutivas y lo hizo
con tanta justicia que se convirtió en un instrumento maravilloso de
gobierno.
Este comité tenía, junto con otros de menor relieve, un Departamento
de Guerra, encargado de organizar, preparar y enviar milicias al frente;
de la dirección de la guerra; de la creación de industrias de guerra;
del avituallamiento militar; de la disciplina y el orden guerreros en
las unidades y cuarteles de la retaguardia y en las unidades que se
concentraban en los frentes.
Otro departamento era el de Orden
Público, encargado de restablecer el orden y el derecho entre la
población, lo que se obtuvo rápidamente con la creación de la vigilancia
antifascista, así como las patrullas de control, órgano de represión
del fascismo.
El Departamento de Propaganda fue el encargado de encauzar el entusiasmo
de las masas y de llevar al extranjero el verdadero sentido de nuestra
lucha.
El Comité estaba compuesto por representantes de todos
los sectores antifascistas, pero la organización libertaria lo
controlaba de forma mayoritaria.
Yo me encargaba del Departamento de Guerra; Aurelio Fernández, del de Orden Público; Domènech, del de Avituallamiento.
Ya
en funciones ejecutivas, el Comité Central de Milicias procedió a la
formación de las unidades que debían salir de Barcelona, frente a un
frente desconocido, para hacer frente al fascismo donde pudiera parecer
vencedor. Las noticias que nos llegaban daban como seguro que Zaragoza
se encontraba en su poder, y decidimos que las primeras fuerzas se
marcharían hacia Zaragoza, aunque no sabíamos dónde encontrarían el
primer obstáculo.
Convocamos a los voluntarios en el paseo de
Gràcia y dispusimos una concentración muy numerosa, y camiones, a lo
largo de la Gran Via Diagonal.
Constituimos un estado mayor formado por Durruti, Josep Gromer, Pérez Farràs y otros.
Al
llegar a Lleida, los milicianos se dividieron: Durruti con Pérez Farràs
tomaron el camino de Bujaraloz, y Del Barrio, con otros grupos, se
dirigió hacia Huesca. El hecho de que las fuerzas rebeldes fuesen
contenidas durante meses sin poder avanzar hacia Catalunya da una idea
de la importancia de la salida de estos milicianos.
La verdadera democracia
La CNT y la FAI, a pesar de
ser las amas absolutas de la ciudad de Barcelona, así como de
Cataluña, no se decidieron a ser totalitarias en su acción, quizás con
un sentido de madurez revolucionaria.
Nosotros no hicimos, sin
duda, una revolución totalitaria; pero, en cambio, hicimos una profunda
revolución. Tan profunda que, incluso hoy, dos años después de
renuncias y concesiones constantes, quedan en pie unos principios y
vestigios gloriosos que nunca podrán desaparecer. La impronta de
nuestra revolución ha sido profunda. Seguramente, en toda la historia,
no se encontrará una huella tan profunda, incluso en Rusia.
Pretender
acaparar el movimiento a base de imponer nuestra influencia
totalitariamente nos habría conducido a un desastre. Si, en el
exterior, no nos han dado el apoyo necesario, a pesar de todas las
transigencias revolucionarias que hemos hecho, calcula cuál habría sido
la actitud internacional si el sentido totalitario hubiera aparecido.
El totalitarismo es el escollo inexpugnable con el que chocan las
revoluciones de todos los pueblos.
Si hoy podemos ofrecer al mundo el espectáculo de la lucha por la independencia de España y no por el predominio de partidos o de organizaciones, es gracias a nosotros. Y si triunfamos, algo de lo que no dudo, y si hacemos de España un gran pueblo que comprenda igual a todos los ciudadanos, será también gracias a nosotros.
García Oliver, extraído de Le Libertaire de 18 de agosto de 1938.
Fuente → publico.es
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