Una visión de los primeros días de la Batalla de Brunete en el sector del V Cuerpo de Ejército
Una visión de los primeros días de la Batalla de Brunete en el sector del V Cuerpo de Ejército

Textos a partir del libro Soy del Quinto Regimiento, de Juan Modesto

 El porqué de la ofensiva de Brunete

… “A partir de marzo de 1937 el enemigo puso rumbo a la realización de la campaña del Norte, el acontecimiento más sobresaliente del período abril–septiembre de este año… Las fuerzas de maniobra del Ejército franquista… comenzaron la ofensiva el 31 de marzo. Esta, en su desarrollo cobraría el carácter de una verdadera guerra total, bombardeando y arrasando el adversario poblaciones pacíficas alejadas del frente y que no constituían ningún objetivo militar. La aviación nazi… redujo salvajemente a ruinas y cenizas, entre otras, las villas de Durango y Guernica, santuario del pueblo vasco, causando millares de muertos y heridos entre la población civil. La heroica pero desorganizada resistencia de las milicias vascas, carentes además de medios suficientes para contrarrestar la tempestad de hierro y fuego que caía sobre ellas desde el aire, el mar y la tierra, no pudo contener el avance de enemigo, que entró en Bilbao el 19 de junio, mes y medio después de empezada la ofensiva.

…Después de la ocupación de Bilbao, el enemigo seguía manteniendo allí el grueso de su Ejército y se aprestaba a proseguir sus acciones para liquidar el Norte. La República debía hacer cuanto pudiera para impedirlo. Esto motivó la primera operación ofensiva del Ejército Popular, conocida con el nombre de Batalla de Brunete, que se desarrolló en el mes de julio de 1937.

Se eligió el frente del Centro porque éste reunía las condiciones de urgencia y efectividad que el Norte necesitaba. En Madrid estaban las reservas constituidas después de Guadalajara, con las que se habían creado dos grades unidades de maniobra (primero el V Cuerpo, a mí encomendado, y luego el XVIII, al mando del teniente coronel Jurado), con las brigadas y batallones de mayor experiencia combativa que habían intervenido en todas las batallas libradas en el curso de la guerra y tenían la moral de la victoria defensiva que culminó en el Jarama y en Guadalajara, imponiendo al enemigo el abandono de sus planes iniciales.

…En el frente del Centro estaba, asimismo, el objetivo vital sobre que golpear para que la ayuda al Norte fuera efectiva. Ese objetivo eran las tropas que asediaban a Madrid. Por añadidura, también era vital para nosotros alejar a esas tropas de las inmediaciones de la Capital. (Como nos ha indicado Alberto Losada, ese objetivo fue el acometido en la malograda 2ª batalla de Madrid, más conocida como la Operación Garabitas, en abril de 1937. En ella participaron diversas unidades republicanas, mandadas por Líster, Perea y otros. La acción más cercana a Madrid, fue la emprendida por la 2ª Brigada Mixta, mandada por el Comandante Jesús Martínez de Aragón, que murió el mismo día de su comienzo, el día 9). 

La operación de Brunete era, por su carácter, una acción de cooperación operativa de frentes: el de Madrid con el del Norte. Perseguía como objetivo principal (estratégico) detener la ofensiva enemiga en el Norte, a fin de hacer ganar tiempo a nuestras fuerzas para el mejoramiento de sus defensas, la organización y el complemento de sus unidades desgastadas y la máxima movilización de los recursos locales. Su objetivo operativo era, como queda dicho, alejar al enemigo de las proximidades de Madrid.

Para alcanzar los objetivos propuestos, lo decisivo era el ritmo en la ejecución, aprovechando la su­perioridad inicial sobre el enemigo. Catorce brigadas, apoyadas por 54 cañones y 90 ingenios blindados, cuatro escuadrones de caballería, con la cooperación de 140 aviones (50 Katiuskas de bombardeo, 40 Moscas y 50 Chatos de caza), atacarían desde el Noroeste de Madrid en la dirección general de Brunete y más al Sur. Cuatro brigadas, con el apoyo de 27 cañones y 40 tanques, lo harían, a su vez, en dirección Oeste sobre Carabanchel Alto.

El plan de la maniobra

El V Cuerpo -con las divisiones 11, 46 y 35- y el XVIII Cuerpo -con las divisiones 10, 15 y 34­-… romperían el frente enemigo en dirección Sur, entre Navalagamella y Villanueva del Pardillo, avanzando y liberando Quijorna, Villanueva de la Cañada y Brunete. Su avance posterior proseguiría hacia el Este, con el fin de establecer pasos sobre el río Guadarrama en las direcciones de Villaviciosa de Odón y Boadilla del Monte. El flanco abierto de las fuerzas que actuaban en esta dirección lo aseguraría el V Cuerpo.

Los Cuerpos V y XVIII deberían intentar establecer enlace de fuego con las unidades del II, cuyas brigadas 41 y 42 en primer escalón tenían la misión de romper el frente enemigo entre Villaverde y el Basurero, conquistar ambos, abriendo paso a las brigadas 19 y 17 que, avanzando sobre Carabanchel Alto y luego hacia Alcorcón, buscarían en este último punto el enlace con las unidades del XVIII Cuerpo.

…Una brigada de la 11 división [la 100]… y la 10 brigada (que mandaba Policarpo Candón) de la 46 división, cuyo jefe era Valentín González «El Campesino», saldrían de su lugar de concentración a las 22 horas a fin de ocupar las bases de partida para su acción. Esta debería dar comienzo a las 24 horas. Las dos brigadas acodadas tenían la misión de penetrar en la retaguardia enemiga por los intervalos existentes en su defensa y, al pisar el camino de Quijorna a Villanueva de la Cañada, la 10 brigada proseguiría hacia Quijorna, mientras la brigada de la 11 división continuaría hacia Brunete.

La brigada 101 (que mandaba Merino), también de la 46, rodearía con uno de sus batallones el Cerro de los Llanos y con las fuerzas restantes atacaría las posiciones enemigas existentes al Este del río Perales… y aseguraría el flanco derecho del Cuerpo. Las fuerzas que marchaban sobre los Llanos, Quijorna y Brunete ocuparían posiciones idóneas próximas a sus objetivos, para con las luces del alba asaltarlos y conquistarlos.

La ejecución de la maniobra ofensiva

A las 5 horas del día 6 de julio, las fuerzas del primer escalón del V Cuerpo, esto es, las divisiones 11 y 46, se encontraban ante sus objetivos: las unidades de la 11, cercando Brunete, que conquistaron al primer golpe, sin bajas. En cuanto a las de la 46, su brigada 101 había arrollado las posiciones enemigas en su sector de acción y salido a la orilla Este del Perales. La otra brigada de la 46, la 10, había salido ante Quijorna, pero sólo con dos de sus batallones… El jefe de la 46 división había modificado las órdenes recibidas en el sentido siguiente: la misión de cerco del Cerro que corona el vértice Llanos se la encomendó a un batallón de la 10 brigada, mandado por Domiciano Leal, en vez de dársela a uno de la 101, como yo había indicado. Con esto disminuyó la fuerza de choque y la capacidad de maniobra de aquélla, pues sólo atacaban Quijorna dos batallones.

…Ya vencida la jornada del 7, el batallón de la 10 brigada que mandaba Domiciano Leal conquistó en el tercer ataque que realizó el macizo que corona Los Llanos, haciendo un centenar de prisioneros marroquíes. Otros se suicidaron dándose el tiro de vientre, clásico en ellos.

…Las demás unidades del V Cuerpo no modificaron la situación en sus acciones de los días 7 y 8. Quijorna siguió resis­tiendo y al final del 7 reforzó el enemigo su defensa con un nuevo batallón. Tampoco los ataques del día 8 lograron sus objetivos.

…Entre los días 9–13 de julio… prosiguieron los combates que ilustran el último periodo ofensivo de la operación de Brunete… Sus episodios combativos más destacados fueron: en el sector del V Cuerpo, la toma de Quijorna, el día 9, por la 10 brigada, reforzada con dos escuadrones de caballería y con la colaboración de un batallón de la 11 brigada que sostenía el ataque de la 10 desde el día anterior”.

Voluntarios cubanos en la 46 División

Textos a partir del trabajo “Cubanos en la Guerra Civil española. La presencia de voluntarios en las Brigadas Internacionales y el Ejército Popular de la República”, de Fernando Vera Jiménez.

…Ciertas circunstancias favorecerán que, en la División de El Campesino y sobre todo en sus dos primeras Brigadas, la 10, mandada por el mayor cubano Policarpo Candón Guillén y la l0l, por el mayor de milicias Pedro Mateo Merino, confluya un nutrido grupo de cubanos. Entre estas circunstancias, creemos que merecen destacarse dos: la presencia de mandos cubanos y, muy especialmente, el hecho de que sirviendo en la Brigada del Campesino hallara la muerte el intelectual cubano Pablo de la Torriente Brau.

…La 101 Brigada, mandada por el mayor Mateo Merino, acogió un importante grupo de cubanos, algunos de los cuales tomaron puestos de mando: la jefatura del Estado Mayor de la misma la ocupaba Andrés González Lanuza y era su comisario político el estudiante de Harvard Jaime Bofill, ambos cubanos. Femando Pascual García quedó como comandante en el 2º Batallón, a sus órdenes y como jefe de la cuarta compañía figuraba otro cubano, el capitán Julio César Valdés Cofiño. Llegó a mandar una brigada, el escultor Pablo Porras Gener; un Batallón, Pelayo Teógenes Cordero Nicot y una sección de la cuarta compañía de la l0 Brigada, el teniente Enrique Montalbán. Poco después de formarse esta unidad, un nuevo grupo de voluntarios quedó encuadrado en ella.

También encontramos cubanos en puestos de la División: su banda de música tenía como director al compositor Julio Cuevas Diaz y entre sus músicos figuraban los saxofonistas Aquilino y Francisco Escribá Vives. Era redactor del boletín divisionario «Al Ataque», el dirigente estudiantil José López Sánchez.

Lista de cubanos en la 46 División

Aquilino

Ernesto Grenet

Jaime Boñul

José López Sánchez

Pelayo Teógenes Cordero Nicot (Sergio Nicols)

Enrique Montalbán

Policarpo Candón

Femando Pascual

Basilio Cueira

Pablo Porras Gener

Julio Cuevas Diaz

Avelino Rodríguez Valdés

Francisco Escribá Vives

Pablo de la Torriente Brau

Andrés González Lanuza

Julio César Valdés Cofiño

Voluntarios cubanos en el batallón Spanish de la XV BI

Entre los muchos caídos

Textos extraídos del libro Por vuestra libertad y la nuestra, de Pedro Mateo Merino

Con frecuencia los héroes quedan anónimos. Sobre todo los héroes caídos en las grandes batallas de la historia, cuando el diario cumplimiento del deber y la acción heroica llegan a identificarse y confundirse. Y la vorágine de los acontecimientos no sólo hace perecer a muchos de sus protagonistas, sino que también se lleva consigo la constatación material individualizada de la hazaña o de las condiciones que la determinaron, antes de que hayan pasado a la posteridad. Esto es singularmente cierto en cuanto se refiere a nuestra ardua y cruenta guerra nacional revolucionaria de 1936-1939. En ella, como brote y expresión individualizada del heroísmo multitudinario del pueblo, sucumbieron muchos héroes desconocidos. Y entre ellos, en la operación de Brunete, dos luchadores abnegados cuyo nombre no debe perderse  en el olvido.

El capitán Julio Valdés Cofiño.

Llegó de Cuba un día de primavera. Después de correr una verdadera odisea, como todos los internacionales; desafiando el odio de gobiernos reaccionarios, arrostrando él y su familia el riesgo de la más brutal represión, venciendo toda clase de obstáculos y persecuciones, afrontando con arrojo los mayores peligros.  Acudía «desde muy lejos», como tantos otros, aceptando el reto del fascismo internacional que volcaba en los campos de batalla de España tropas por decenas de miles; millares de aviones, tanques y cañones; cientos de miles de fusiles y ametralladoras; millones de proyectiles y bombas de todas clases; con los que se quería decapitar la revolución democrática en desarrollo, privar al pueblo de sus derechos y libertades, ayudando a los generales sublevados contra la República, y llevar adelante los planes de guerra y dominio imperialista en su forma más descarnada y cruel.

Nos conocimos en Sagunto, en los albores de junio. Trescientos veteranos, oficiales y clases, con 2.500 reclutas y reservistas de Valencia, Aragón  y Jaén -llamados a filas por el Gobierno del Frente Popular- iban formando allí las escuadras, pelotones, secciones, compañías y batallones, se hacían cargo del mando y los instruían. Dentro de un mes la brigada debería hallarse lista para el desarrollo de operaciones. Por toda la comarca, entre aquel océano de naranjales de la incomparable huerta valenciana, hervía el afanoso ajetreo del arribo de contingentes, armas y equipos, de los ejercicios y marchas.

Valdés Cofiño, oficial de artillería represaliado, era más bien alto, de complexión hercúlea, buena presencia y marcial apostura. Rayaba en los treinta años. Hombre conciso, de marcada discreción y clara inteligencia, en seguida predisponía favorablemente con su innata modestia, nobleza, cortesía y afabilidad. Militaba en la Joven Cuba y era hombre de acción, tendencias progresistas y aguda visión política, muy querido entre sus compañeros. Se había graduado en la Escuela Militar del Morro (Habana), después de cuatro años de estudio y especialización.

Probablemente a ningún oficial conocí durante un período tan breve -a no ser al teniente Montalbán-, apenas un mes, que dejara en mí una huella tan indeleble de su abnegación internacionalismo y valentía. «En esta lucha por la libertad, contra la intervención extranjera y el fascismo se defienden los intereses de todos los pueblos del mundo.» Esas palabras decían lo hondo que Valdés llevaba en su corazón el nombre de Cuba y cómo en la gesta hispánica, con el ejemplo del pueblo español, casi sin armas y aprendiendo a manejarlas en el fragor de los combates, pero erguido valerosamente frente a las acometidas de generales sublevados, mercenarios, tropas nazi-fascistas y reaccionarios de toda laya, armados hasta los dientes y pertrechados de todos los recursos por el imperialismo internacional, acariciaba una esperanza que más tarde se hizo esplendente realidad en Cuba y en tantos otros países. Por eso acudió a los campos de batalla de España, obedeciendo el mandato de su conciencia Aquí vio en acción y aplaudió sin reservas la ayuda de la Unión Soviética a nuestra lucha, frente al bloqueo imperialista de la República Española.

Aún no contaba la brigada con artillería, y Valdés Cofiño fue nombrado capitán, asumiendo el mando de la cuarta compañía de infantería en el segundo batallón, alojado en Faura, a las órdenes del mayor Fernando Pascual García. Y pronto se destacó por sus grandes dotes de organizador, instructor, educador y jefe, demostrando excelentes cualidades y alta competencia profesional. Su compañía fue la mejor unidad del batallón: junto a una elevada disciplina y buen nivel de instrucción, aquellos cien hombres poseían un entrañable respeto y fraternal cariño por su capitán. Así fue en las marchas y desfiles, en los ejercicios de tiro y en las maniobras tácticas celebradas en Sagunto y Alcalá de Henares. Así fue también en los combates.

En el ataque al cerro de los Llanos, las últimas en desplegar fueron la compañía del capitán Valdés Cofiño y la de ametralladoras. A pecho descubierto, ya de día, la cuarta compañía escaló la empinada vertiente y se lanzó al asalto de las trincheras y nidos cercanos a la casa de los Llanos (cota 746). Trató de abrirse paso con granadas de mano, llegando algunas escuadras al combate cuerpo a cuerpo. A su izquierda, de nordeste a suroeste, atacaba un batallón de la décima brigada. Artillería, morteros y ametralladoras rompieron fuego sobre las posiciones en profundidad, batiendo especialmente los dos edificios de la casa de los Llanos. La proximidad de nuestras tropas al enemigo impedía el apoyo directo del avance. Por todo el frente se generalizó el tiroteo.

Atrincherados en posiciones ventajosas y todavía sin quebrantar por la acción del fuego republicano, los facciosos resistían. Aprovechando la pendiente, lanzaban por ella granadas de mano sin seguro, que explotaban en el dispositivo de las unidades populares causando numerosas bajas. Durante todo el día, aferrándose a los más ligeros pliegues del terreno para avanzar y mantenerse, la cuarta compañía sostuvo el ataque entre las alambradas enemigas y su primera línea; grupos sueltos llegaron a penetrar en las trincheras. Al llegar la noche, el segundo batallón había ocupado la altura 692, un kilómetro al suroeste de los Llanos, y cerro Veneno (669 m), cortando con el fuego todos los accesos del enemigo a la posición, casi totalmente cercada, a no ser por un estrecho corredor hacia Perales de Milla. Los tres días siguientes fueron de enconado  forcejeo.

Noticioso del traslado de su vecino a Quijorna, el capitán Valdés Cofiño alargó su flanco izquierdo, en una situación muy confusa, con peligro de envolvimiento, y sostuvo combate nocturno con núcleos facciosos que trataban de romper el cerco. Los prisioneros cogidos al enemigo hablaban de medidas desesperadas del mando fascista para mantener la posición, donde había decenas de cadáveres sin enterrar y numerosos heridos graves. La nueva jornada comenzó con un ataque general del segundo batallón que el enemigo ya no pudo resistir. Sin detenerse, las compañías asaltaron la primera y segunda trinchera, limpiándolas con granadas de mano. Grupos sueltos de la guarnición que trataron de retirarse hacia Perales de Milla fueron destruidos o hechos prisioneros. La cuarta compañía ocupó la casa y manantial de los Llanos, el puesto de mando fascista y, persiguiendo al enemigo, cruzó el arroyo de Quijorna y entró en Perales de Milla, donde reinaba el desconcierto. Solicitó autorización para continuar el avance. El mando superior la denegó, ateniéndose al plan de la ofensiva y reiterando nuestra misión de cobertura en el frente asignado, cuyo flanco izquierdo quedaba tres kilómetros al norte del pueblo.

Al pasar el primer batallón, reserva de la 101 Brigada, a las órdenes directas del jefe de la división, con vistas al cerco y toma de Quijorna; se encarga del mando de la nueva reserva, como oficial experimentado, al capitán Julio Valdés Cofiño. Ahora tiene a sus órdenes dos secciones de infantería y una de ametralladoras.

Hace un  tiempo seco, tórrido,  asfixiante;  la hierba  arde como la yesca al menor descuido y en cada bombardeo, extendiendo el fuego a toda la vegetación. Y al producirse la contraofensiva enemiga, en una situación extremadamente  crítica y confusa, bajo un fuego aéreo y terrestre destructor, frente a un ataque que avanza con ímpetu arrollador, cuando empieza a cundir el pánico; el capitán Valdés Cofiño, con admirable pericia y valentía, aun a costa de su vida, despliega su pequeña fuerza y encabeza el contraataque desde la falda sureste del espolón, casi simultáneo con el de la reserva del tercer batallón. Aquel puñado de hombres, dos secciones de infantería, apoyados por dos ametralladoras y tres morteros contienen al enemigo y le hacen retroceder varios cientos de metros. El pasmoso heroísmo de estos hombres, que avanzan alineándose con su intrépido capitán, y no ceden luego, diezmados, ni un palmo de terreno, conjura la inminente catástrofe. Es la roca imbatible que no cede al alud. Detrás de ellos no había en este momento ni un solo hombre, salvo el minúsculo grupo del Estado Mayor a un centenar de metros. Todos ellos han quedado como héroes anónimos, y entre ellos su capitán Julio Valdés Cofiño, internacionalista cubano, oficial del Ejército popular de la República española, muerto en campaña, de pie, ofreciendo su sangre generosa para que dos pueblos hermanos no vivieran de rodillas.

El teniente Enrique Montalbán.           

A través de mares y fronteras, la década del treinta de nuestro siglo conoce una estrecha compenetración de los movimientos populares en la lucha mundial contra el fascismo y las dictaduras reaccionarias, por las libertades democráticas y el socialismo. Se asienta en la comunidad de intereses frente a las formas más crueles, inhumanas y terroristas de explotación y opresión, impuestas a sangre y fuego por las clases dominantes del mundo capitalista. Tiene como base el internacionalismo, lo encabezan y alientan las vanguardias del mundo, y trasciende en un vigoroso estallido de amplia solidaridad democrática universal que respalda la lucha de los republicanos españoles.

En todo ese período hay un vivo intercambio de experiencias y afanes entre los movimientos democráticos de España y Cuba, a través de sus estudiantes, intelectuales y proletarios, y en la brega diaria de sus partidos comunistas. No pocos universitarios y obreros cubanos participan directamente en las luchas del pueblo español; los trabajadores hispanos residentes en Cuba viven  el diario batallar del pueblo criollo contra las dictaduras pro-imperialistas, y por el desarrollo de su revolución nacional, democrática, agraria y anti-imperialista. Hay una estrecha hermandad que se comparte en congresos, labores, calles y cárceles, y de la que nace luego la impresionante solidaridad que lleva a los campos de batalla peninsulares a casi un millar de luchadores cubanos que aportan su heroico esfuerzo a la guerra contra el fascismo y la intervención ítalo-germana en España, por las libertades y los derechos del pueblo.

El teniente Montalbán es un representante genuino de la vanguardia juvenil que asume sin titubeos la responsabilidad histórica que entraña dicho proceso. Es una figura auténtica de aquel río humano, «de aquel torrente de lava / que de las cumbres del mundo / bajó generoso a España. / De una corriente de fuego / que las fronteras traspasa, / abrasando cobardías / iluminando esperanzas».

De origen humilde, había nacido en Trinidad y vivió de cerca el latir revolucionario de Cienfuegos, la inquieta ciudad sureña de la provincia cubana de Las Villas. Acudió a España en 1937, después de las batallas de Málaga y Guadalajara, cuando ya se había hecho palmaria, en su inaudito descaro injerencista que ni las más sutiles formas podían disimularla intervención armada de las potencias fascistas, alentada por los gobiernos imperialistas «democráticos».

Llevaba el coraje indomable de una juventud combativa forjada en la dura escuela de la lucha contra los gobiernos reaccionarios y el terror implacable del «gorila» Batista, con sus mandatarios neocolonialistas  yanquis. Poseía conocimientos militares y experiencia revolucionaria, en la que iban unidos el arrojo y la madurez. A su llegada a Madrid andaría cerca de los treinta. Era alto, delgado, de buena presencia y mejor decir. Gozaba de un carácter abierto, voluntarioso  en extremo, desprendido. Siempre alegre, por naturaleza, dinámico y emprendedor, bregaba incansable en sus empeños. Compañero a carta cabal,  sabía hacerse  querer.  Como buen cubano, sentía pasión por la música; le gustaba cantar y bailar; y lo hacía con el donaire y la natural jovialidad  de su pueblo. Su espíritu  combativo  no  tardó  en granjearle  la  amistad  de muchos jóvenes de Faura (Valencia), localidad a la que fue destinado con el grado de teniente.

Treinta y cinco reclutas y reservistas puso el mando a sus órdenes. Con ellos el teniente Montalbán organizó en plazo muy breve una sección de infantería y la instruyó para actuar en campaña, poniendo admirable tesón y diligencia en su labor. Aquel grupo de hombres se transformó a ojos vistas, integrándose, fundiéndose en el pequeño y vigoroso organismo militar, para constituir una nueva calidad: la primera sección de una compañía de tropas populares antifascistas. El buen entrenamiento táctico y la disciplina, logrados en largas jornadas de práctica, revelaban no sólo la existencia de un criterio técnico maduro, sino también la identificación de los soldados y clases con su jefe. En ella se unían la autoridad bien ganada, la conciencia política, el respeto y la amistad.

Era frecuente verle en las eras y descampados del pueblo, corrigiendo incansablemente los ejercicios, mostrando personalmente su ejecución correcta, combinando la instrucción individual con la de escuadra, pelotón y sección. Y luego, cuando el segundo batallón se trasladó a Alcalá de Henares con la 101 Brigada, en el campo de tiro y terrenos aledaños, donde culminó el adiestramiento táctico, durante las dos semanas que precedieron  a la ofensiva.

Así recorrió el camino de la unidad y llegó en aquel tenso alborear del 6 de julio, como ariete de la 4ª compañía, en vanguardia de la misma, a las alambradas fascistas, cruzando breñales y venciendo escarpadas pendientes con indómita bravura, como siempre en su vida. La rapidez de su despliegue y avance  dejó  algo  retrasadas  a  las  otras  dos  secciones,  que solo más tarde lograron  alinearse con él. Llevaba veintiséis  de sus treinta  y  cinco  hombres  sin  foguear.  Atacaron  sin  detenerse, a la carrera,  flanqueando  aquel  alud  de balas  que les salió al  encuentro  con  los  primeros  destellos  del  amanecer. Las  alambradas  dobles  obligaron  a  detenerse  para  abrir  pasos y atravesarlas. 

A pocas decenas de metros se hallaban  las trincheras  del  enemigo;  tras  ellas,  las  dos  casas  de  los  Llanos; a la izquierda,  oculta en un  declive del terreno, tableteaba  una  ametralladora  lanzando  su plomo  a la  compañía.  Sobre  aquella  abrió fuego el fusil  ametrallador  del segundo pelotón. De los edificios se alzaron varias columnas de polvo y se oyó la explosión de las  granadas de mortero propias  y algún  proyectil  de artillería.  Empezaba  a generalizarse  el combate, con un intenso fuego de todas las armas.

 En el dispositivo de la sección  cayeron varias  granadas  de mano  causando sensibles bajas. Arrastrándose en los pliegues del terreno se vio avanzar a los primeros que cruzaron, con un fusil ametralladoras. El teniente  Montalbán  no vaciló. Incorporándose  grito: «¡Al ataque!». Y pistola en mano corrió hacia los fascistas que guarnecían las posiciones al norte de la casa vieja. Algunas escuadras le siguieron y alcanzaron las avanzadillas  envueltas en el humo de las granadas de mano. Tras ellas atacó el resto de la sección. En el desesperado forcejeo del combate cuerpo  a cuerpo, nadie  lo notó.  Sólo cuando  la posición avanzada estuvo limpia de enemigos lo echaron de ver: el teniente Montalbán yacía exánime a pocos metros con el cuerpo acribillado por una ráfaga de ametralladora. Y casi allí mismo… en una  austera  ceremonia,  al  oscurecer,  entre  espliegos tomillo, retamas y jaras, la tierra de este sufrido país acogió silenciosa en  su  seno  al  mártir  cubano  de  la  libertad española.

Murió en el primer combate de la batalla de Brunete y su ejemplo, su sangre sin fronteras, creó entre sus bisoños soldados -nos dejó a todos- una tradición señera de hermandad y heroísmo irreductibles. Apenas había transcurrido un mes de su incorporación a las tropas populares antifascistas, pero dejó una huella  imborrable de abnegada valentía, entrega plena a la lucha liberadora y nobleza revolucionaria.

 Han transcurrido decenios, y sigue, como tantos otros, entre los héroes anónimos. Aunque ni su ejemplo ni su nombre debieron caer en el olvido.  Y más  de uno jamás podrá olvidarlos en la España verdadera, pues “los lleva escritos en su alma”, como dijera Antonio Machado, rindiendo tributo de honor y gloria a los internacionales. O como dijera, el hondo sentir de otro de sus hijos, con voz de entraña popular: “Yo veré siempre vuestras figuras proyectadas / en los pelados campos  de mi  dura  Castilla”.

Pasados ocho meses de guerra, Madrid, identificado desde el principio como el objetivo estratégico fundamental por los cabecillas del golpe de estado, escapaba definitivamente a su alcance. Al no poder vencer la resistencia de la masiva movilización antifascista de sus habitantes ni la acción del ejército republicano, tuvieron que admitir que sería mejor centrarse en otro objetivo de parecida envergadura, aunque de menor repercusión política. Frustrados por el fracaso ante Madrid pero fieles a la lógica de la guerra que habían iniciado, los sublevados eligieron trasladar el esfuerzo principal al frente N, rico en materias primas, industrializado y aislado del resto de la zona gubernamental y de la frontera francesa. Aceptando que la guerra sería más larga de lo previsto, Franco solo dejó en torno a Madrid y en toda la zona Centro las fuerzas estrictamente necesarias para sostener su nuevo frente defensivo, trasladando el grueso de sus mejores unidades y medios a Euskadi, donde el 31 de marzo dio comienzo el ataque a Vizcaya. Bilbao sería ocupado casi tres meses después, el 19 de junio, lo que sería el primer paso hacia la anhelada liquidación completa de la franja republicana, que resistía en Santander y Asturias.

Mientras, a cientos de kilómetros, en la otra zona republicana, la que abarcaba medio país, pero que estaba separada de la franja cantábrica, los jefes políticos y militares estaban decididos a no abandonar al frente N a su suerte. No resultaba posible auxiliarlo directamente, pero en la zona Centro existían ya unos medios militares que excedían con mucho sus necesidades meramente defensivas. Esto, sumado a la alta moral reinante tras la victoria de Guadalajara y la recepción de nuevas remesas de armamento soviético, alentaron al Estado Mayor Central (EMC)  y al PCE, ideólogo del nuevo ejército, a plantearse el paso a la ofensiva a gran escala allí donde la situación local parecía serles más favorable. En los meses de mayo y junio se lanzaron dos ofensivas menores y fallidas sobre Segovia (batalla de La Granja) y Huesca, pero se necesitaba una ofensiva de envergadura para detener la caída del N. De cuantas opciones se estudiaron, el EMC terminó por elegir el entorno de Madrid como el punto más adecuado para romper por sorpresa  el frente enemigo y operar en su retaguardia. El plan que guiaría la primera gran ofensiva republicana había sido propuesto por Vicente Rojo y sería ejecutado por Miaja.

Este plan  preveía un ataque principal, a cargo de los V y XVIII cuerpos de ejército del recién creado Ejército de Maniobra, desde la línea Valdemorillo – Colmenarejo. Simultáneamente, el cuerpo de ejército de Vallecas, lanzaría un ataque secundario desde Usera, de tal forma que las vanguardias de ambas agrupaciones debían avanzar hasta encontrarse cerca de Alcorcón. Una vez conseguido este primer objetivo, esas mismas fuerzas tendrían que fortificarse hacia el exterior al mismo tiempo que combatían hacia el interior de la bolsa creada, reduciendo las fuerzas enemigas sorprendidas dentro de la misma. En la zona del ataque principal, la carretera de El Escorial a Navalcarnero serviría como línea divisoria entre los dos cuerpos de ejército. Los ríos Guadarrama y Perales marcaban la franja de terreno por la que se  debía avanzar durante la primera fase.

Conseguir entrar en masa a través del frente enemigo, pobremente guarnecido, y tener garantizados al menos unos pocos días de superioridad total, debía permitir completar la maniobra de cerco tras las líneas franquistas del asedio a Madrid. Para cuando estas quisieran ser auxiliadas por las fuerzas trasladadas apresuradamente desde el N, el nuevo frente propio ya debía estar suficientemente consolidado hacia adentro y hacia fuera como para garantizar la rendición o la destrucción de los sitiados, al tiempo que aguantaba la inevitable embestida desde el exterior. Luego, la capacidad de sacrificio y la moral de las tropas propias debían hacer el resto para conservar el nuevo frente (más alejado de Madrid) ya que para entonces la superioridad material y numérica iniciales habrían quedado convertidas en equilibrio de fuerzas. Se daba por hecho que en un incierto número de jornadas, el grueso del ejército franquista, habiendo perdido la iniciativa,  se vería obligado  a trasladarse a la zona Centro y dejaría de actuar en el N, frente al que la República habría conseguido así ayudar indirectamente.

Aislar primero y rendir después a las tropas franquistas que asediaban la capital sería un fuerte golpe operativo y moral, con proyección internacional, ya que demostraría que la II República podía aspirar a ganar la guerra  al contar con un poderoso y eficaz instrumento, el EPR, que recién organizado confirmaba sus nuevas capacidades y potencia. Madrid, con gran valor simbólico tras la férrea resistencia que detuvo a Franco a sus puertas, era el lugar idóneo para emprender otra operación victoriosa, ahora ofensiva. Las fuerzas ya estaban concentradas en su entorno y no era necesario arriesgarse a moverlas, por lo que se garantizaba la sorpresa. También se contaba con aeródromos, carreteras, hospitales, suministros, etc. Toda una serie de condiciones necesarias que no estaban disponibles en otros escenarios y que no podían crearse  de la noche a la mañana.

El área elegida para entrar ofensivamente en la retaguardia franquista ofrecía buenas posibilidades tácticas para concentrar grandes fuerzas sin ser descubiertas.  Tal como estaba previsto, los preparativos de esta primera gran ofensiva republicana pasaron desapercibidos para el mando franquista y, cuando esta se inició, aquel se encontró frente a una situación tan imprevista como desconocida hasta entonces. Se había detectado un punto débil del frente enemigo entre los ríos Perales y Guadarrama y por él se lanzaron seis divisiones de las mejores tropas del Ejército Popular hacia el interior de su retaguardia. Perdido Brunete solo una hora después de que sonara el primer disparo, la situación para los franquistas en torno a Madrid era en la madrugada de ese 6 de julio de 1937 no solo grave, sino que resultaba potencialmente desastrosa… Lamentablemente la evolución de los combates a lo largo de los interminables veinte días siguientes no seguiría la misma progresión que estos tuvieron durante esa primera mañana de lucha.


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