La historia es un campo de batalla más de la guerra de clases en curso
La historia es un campo de batalla más de la guerra de clases en curso 
Agustín Guillamón
 

Introducción

La historia es un campo de batalla más, de los muchos que existen en la guerra de clases. No se trata sólo de recuperar la memoria de las luchas de clase del pasado, sino también del combate por la historia desde el punto de vista revolucionario, esto es, desde el punto de vista de la defensa de los intereses históricos del proletariado, que no puede ser otro que el de la TEORIZACIÓN de las experiencias históricas del movimiento obrero internacional. Ni la economía, ni la literatura, ni el cine, ni la política, ni la historia, ni cualquier campo de la cultura son neutrales, ni pueden serlo nunca, en una sociedad dividida en clases, porque son un despiadado campo de batalla.

Estamos hablando de la comprensión y de la defensa de los intereses históricos del proletariado, aquí y en Pekín, en París y en Perú, en New York y en Senegal, en todas partes. Estamos hablando de los intereses históricos del proletariado de hoy, de ayer, y del futuro, hasta su extinción como clase. Estamos hablando de nuestra historia (proletaria): real y materialista; enfrentada a su historia (burguesa): falsificada, falsificadora e idealista.

No se trata sólo de recuperar la memoria de los vencidos en la Guerra civil, ni de homenajear a los represaliados por el franquismo, ni de colocar placas o erigir monumentos, o establecer lugares de culto y memoria, ni siquiera de desmentir las aberraciones ideológicas de la derechona (tipo historiografía neofranquista de Pío Moa y César Alcalá), o las componendas justificadoras de la refundación democrática de la izquierdona (tipo historiografía liberal de un Ángel Viñas o la neoestalinista de un Ferran Gallego y un José Luis Martín), ni mucho menos los disparates independentistas y nacionalistas de un Miquel Mir o un Gonzalo Berger…

La indigencia intelectual de algunos descerebrados, con ordenador y web privados con los que difundir sus memeces, en ocasiones fundadores de partidos o Internacionales de un par de miembros, no se merece ningún comentario. más allá de su confuso, disparatado e ilimitado corta y pego de las sacrosantas obras completas de Marx-Engels-Lenin-Trotsky-Mao o de las obras escogidas de Bakunin-Kropotkin-Malatesta-Zerzan-Chomsky-Bookchin. Tampoco se trata de fabricar supermanes o ídolos proletarios, ni de proseguir la historia palaciega de reyes contra nobles, ahora como cómic de buenos y heroicos líderes obreros contra malos dirigentes traidores, como hacen puerilmente algunos brillantes plagiarios, metidos a cuentistas. Es mucho más importante que todo eso, que, a fin de cuentas, se resume en justificar los asesinatos de la guerra de exterminio de los franquistas; o bien en santificar y ensalzar la “gloriosa y terrible” derrota de los antifascistas (entre los que se incluye a los anarcosindicalistas).

No se trata de adorar viejos mitos, se llamen Lenin, Nin o Durruti y Amigos de Durruti, o de levantar altares donde consagrar y ungir nuevos héroes, ya sean Balius, Bordiga o “Bilan”. Es más importante señalar sus errores, que los tuvieron, o descubrir sus deficiencias, que fueron las del movimiento revolucionario de su época. El mito de Lenin, Nin o Durruti no nos sirve para nada, sus deficiencias y sus equivocaciones sí, porque nos enseñan algo. Los mitos de ayer son nuestras cadenas de hoy; desvelar sus errores nos permite avanzar más allá de donde ellos fracasaron.

Pensar o escribir la historia es tan importante y tan sencillo como sacar las lecciones de la Guerra de España, que atañen a la alternativa revolucionaria del proletariado, en 1936. O, dicho de otra forma, se trata de teorizar las experiencias históricas del proletariado ¿Por qué?: porque el proletariado sólo puede aprender de su propia experiencia, de sus luchas, ya que no tiene más escuela que el laboratorio histórico. No otra cosa es el marxismo o el bakuninismo: la teorización de las experiencias históricas del proletariado, y de su existencia como clase explotada en el capitalismo. Aunque es muy posible que haya quien crea que marxismo son los escritos sagrados de un individuo genial, que vivió en el siglo diecinueve, y no su método de análisis, fundamentado en el protagonismo y las experiencias del proletariado en su época. Aunque es muy posible que haya quien crea que anarquismo son los escritos sagrados de un individuo genial, Bakunin, que vivió en el siglo diecinueve, o de Kropotkin, fallecido en febrero de 2021, y no las experiencias del proletariado en la lucha por su autoemancipación.

¿Qué lecciones pueden extraerse de la Guerra civil?:

1.- El Estado capitalista, tanto en su modalidad fascista como en su modalidad democrática, debe ser destruido. El proletariado no puede pactar con la burguesía republicana (o democrática) para derrotar a la burguesía fascista, porque ese pacto supone ya la derrota de la alternativa revolucionaria, y la renuncia al programa revolucionario (y a los métodos de lucha) del proletariado, para adoptar el programa de unidad antifascista con la burguesía democrática, en aras de ganar la guerra al fascismo.

2.- El programa revolucionario del proletariado pasa por la internacionalización de la revolución, la socialización de la economía, sentar las sólidas basas para la supresión del valor y del trabajo asalariado en un ámbito mundial, dirección de la guerra y de las milicias obreras por el proletariado, organización consejista de la sociedad y dictadura del proletariado sobre las capas sociales burguesas y pequeño-burguesas, para aplastar la segura respuesta armada de la contrarrevolución. La organización no es solo un programa, sino su defensa por parte de individuos movidos por la pasión revolucionaria. La principal conquista teórica de Los Amigos de Durruti afirma el carácter totalitario de la revolución proletaria. Es totalitaria, esto es; total, porque ha de darse en todos los campos: social, económico, político, cultural…, y en todos los países, superando todas las fronteras nacionales, y es además autoritaria, porque se enfrenta militarmente al enemigo de clase.

3.- La ausencia de una vanguardia revolucionaria, capaz de defender el programa histórico del proletariado, fue determinante, porque permitió que todas las organizaciones obreras asumieran el programa burgués de unidad antifascista (unidad sagrada de la clase obrera con la burguesía democrática y republicana), con el objetivo único de ganar la guerra al fascismo. Las vanguardias revolucionarias que surgieron durante la Guerra civil, lo hicieron tarde y mal, y fueron aplastadas en su intento, apenas esbozado, de presentar una alternativa revolucionaria, capaz de romper con la opción burguesa entre fascismo y antifascismo.

Conciencia de clase y vanguardia revolucionaria

En realidad, la conciencia de clase es un producto de la lucha de clases, determinado por el antagonismo de los intereses materiales, y el desarrollo de esa conciencia es paralelo al de la lucha de clases. La vanguardia revolucionaria no puede surgir en un período contrarrevolucionario. La clase obrera es revolucionaria, o no es nada. La vanguardia es un producto dialéctico del desarrollo de la conciencia de clase y, por consiguiente, un factor activo en ese proceso. La organización de los revolucionarios surge como una necesidad en el desarrollo de la conciencia de clase. Aunque la vanguardia y la clase están en relación orgánica, y son complementarios, no son idénticos, no deben confundirse. La organización de los revolucionarios es la expresión más alta de la conciencia de clase del proletariado, tanto política como históricamente. Los distintos grupos de afinidad y las diversas organizaciones son sólo una parte de la clase, y precisamente aquella que analiza con mayor claridad la situación. Más sencillo aún: el grupo de vanguardia no es otra cosa que la necesaria organización de los revolucionarios; y por eso mismo, en una situación revolucionaria aparecerán distintas organizaciones, vanguardias o grupos del proletariado.

La diferencia fundamental entre las opciones políticas de materialistas e idealistas radica en la distinta concepción de la naturaleza de la vanguardia revolucionaria y de sus funciones. Para los materialistas los diversos grupos formales de vanguardia son factor, pero también producto de la historia. Para los idealistas esos grupos son un factor para cambiar la sociedad y la historia, prácticamente ajenos a la situación social e histórica inmediata; las vanguardias son sobre todo la voluntad de sus militantes. De ahí el determinismo esencial de los materialistas y el voluntarismo de los idealistas.

En “La Ideología alemana” se define al comunismo como “el movimiento real que suprime el estado de cosas existentes”, que sitúa la conciencia revolucionaria en la existencia de una clase revolucionaria y que define explícitamente la conciencia revolucionaria como una emanación histórica del proletariado explotado. La continuidad con las “Tesis sobre Feuerbach”, donde se dice que los educadores deben también ser educados, es también evidente. En ambos trabajos Marx rechazaba ya a todos los “salvadores” del proletariado, a todos quienes creen que la conciencia comunista es aportada a los humildes obreros desde fuera de la clase obrera, por intelectuales y héroes, que nadie necesita.

Recapitulemos, pues, subrayando el carácter eminentemente pedagógico y ejemplar de la vanguardia (o de la nebulosa de los grupos de afinidad) como organización de los revolucionarios, que surge del seno del proletariado, y más concretamente de su necesidad de teorizar las experiencias revolucionarias de la lucha de clases, pasadas o en curso.

La fuerza de esa conciencia, en las clases peligrosas y subordinadas, es continuamente obstaculizada por el peso de las ideologías de la clase dominante, que en cualquier campo cultural, incluido el de la historia, dispone de todos los recursos del Estado, de la instituciones académicas y universitarias, de la prensa y medios de comunicación, de las empresas editoriales, de los intelectuales orgánicos, de los canales de publicidad y distribución, librerías, etcétera, etcétera, para imponer, en el caso de la historiografía, la versión de la historia oficial como la única y “auténtica” historia. Se pretende que aquello que la historiografía ignora, ni existe, ni ha existido nunca. Si la historiografía académica niega la existencia de una situación revolucionaria en la España de 1936, llegará un momento, desaparecida la generación que vivió la guerra civil, en que eso será un dogma inapelable, con el perverso objetivo de velar un importante episodio de la historia revolucionaria del proletariado. Igual sucede en cualquier otro campo ideológico y cultural. Existen, en España, dos historiografías burguesas, enfrentadas entre sí, pero coincidentes en lo fundamental, esto es, en la defensa del Estado y de la sociedad capitalista. Son la historiografía neofranquista y la neoestalinista-liberal. Incluso podría ramificarse el estudio en subespecies, de tipo catalanista o republicana, siempre con el sagrado respeto debido al Estado y la sociedad capitalista. Unos, los estalinistas y liberales, optan por defender la democracia; otros, los neofranquistas, también, aunque justifiquen la necesidad y valía histórica del franquismo. Ambos impulsarían, en caso de peligro grave de los fundamentos democráticos, o del Estado, el recurso al totalitarismo y la represión del proletariado, y se unificarían en una misma escuela historiográfica de “ideología demócrata, en defensa del capitalismo”.

Habría, por supuesto, diferencias de matiz; y unos, los liberal-estalinistas, republicanos o socialdemócratas propondrían medidas represivas selectivas y transitorias; mientras otros, los neofranquistas y fascistas impondrían medidas represivas generalizadas y permanentes. Pero ambas facciones del capitalismo, tanto la derecha como la izquierda, coincidirían en la fundamental defensa democrática y contrarrevolucionaria del sistema capitalista, mediante la brutal represión del movimiento obrero revolucionario. Es muy posible además que, en un futuro no muy lejano, paro y depresión económicas mediante, se responda a esa profunda crisis económica, política y social con un cambio de régimen, de carácter republicano, en el que se comprometan todos los defensores del capitalismo, una vez superadas ya las obsoletas diferencias entre franquistas y antifranquistas, por alejamiento cronológico respecto a la etapa de la guerra civil y de la dictadura franquista, con el objetivo común de aplastar a los revolucionarios. En España, esa desviación de las luchas anticapitalistas del proletariado en lucha antimonárquica (1931), antifascista (1936), o antifranquista (1976) es un recurso frecuente, que suele tener cierto éxito inicial, al menos en el campo ideológico. Izquierda y derecha del capital se complementan siempre, como yunque y martillo, para aplastar al proletariado revolucionario.

La constitución del proletariado en clase es un proceso histórico de luchas, en las que el proletariado puede aparecer como una fuerza de apoyo a la burguesía revolucionaria; o progresista, en la lucha contra fuerzas socio-políticas feudales; pero también puede surgir como fuerza destructiva del Estado burgués, construyendo sus propios órganos de poder obrero: los soviets en Rusia (1905 y 1917), los raters en Alemania (1919-1920) y los comités-gobierno o comités revolucionarios en España (1936-1937).

La desaparición del proletariado en la sociedad sin clases sólo puede ser una consecuencia de su constitución en clase dominante; pero siempre será una hipótesis optimista, pero no inevitable, a la que cabe otra salida terrible: la barbarie.

La historia de la constitución de la clase en partido histórico del proletariado, antagónico al partido del capital, es la historia de los distintos partidos, organizaciones, sindicatos, la nebulosa libertaria, los consejos obreros, o los grupos y vanguardias formales del proletariado. Para algunos historiadores la revolución fracasó en 1936 porque no había partido (formal), lo cual es inexacto, porque el propio partido no es un elemento indeterminado. La revolución fracasó, en la España de 1936, porque el antagonismo entre el proletariado y la burguesía hispana no había sido, en los años veinte y treinta, lo bastante intenso y consciente como para hacer surgir la constitución formal del partido histórico de la revolución proletaria y hacer posible la organización consejista de la sociedad. Por otra parte, el proceso revolucionario mundial, iniciado en 1905, ya había sido derrotado internacionalmente en los años veinte (aunque no lo había sido en España).

Conocer, divulgar y profundizar en el conocimiento de la historia revolucionaria, negando las falacias y deformaciones que escribe la historiografía burguesa, desvelando la auténtica historia de la lucha de clases, escrita desde el punto de vista del proletariado revolucionario, es ya en sí mismo un combate por la historia. Combate que forma parte de las luchas de clases, como cualquier huelga salvaje, o el Manifiesto Comunista, la ocupación de fábricas, una insurrección revolucionaria, la nebulosa libertaria, La conquista del pan o El Capital. El proletariado, para apropiarse de su pasado, ha de combatir las visiones estalinista, liberal y neofranquista. El combate proletario por conocer su propia historia es un combate, entre otros muchos más, de la guerra de clases en curso. No es puramente teórico, ni solamente práctico, porque forma parte de la propia conciencia de clase, y se define como teorización de las experiencias históricas del proletariado.

El proletariado, para vencer, necesita una conciencia cada vez mayor, superior y más aguda, de la realidad y de su devenir. Sólo con una conciencia crítica, elaborada en el estudio riguroso de las experiencias de sus luchas pasadas, podrá avanzar hacia sus objetivos. La conmemoración de la muerte de sus militantes, o de las masacres del proletariado, no puede ser jamás, para los revolucionarios, un acto religioso, o de homenaje y memoria. LO QUE IMPORTA ES EXTRAER LAS LECCIONES DE LAS SANGRIENTAS DERROTAS DEL PROLETARIADO, PORQUE LAS DERROTAS SON LOS JALONES DE LA VICTORIA.

El proletariado es arrojado a la lucha de clases por su propia naturaleza de clase explotada, sin necesidad que nadie le enseñe nada, porque necesita sobrevivir. Cuando el proletariado se constituye en partido del proletariado, enfrentado al partido del capital, necesita asimilar las experiencias de la lucha de clases, para tomar conciencia de éstas, apoyarse en las conquistas históricas, tanto teóricas como prácticas, y superar los inevitables errores, corregir críticamente los fallos cometidos, reforzar sus posiciones políticas por medio de la toma de conciencia de sus insuficiencias y lagunas y completar su programa; en fin, resolver los problemas no resueltos en su momento: aprender las lecciones que nos da la propia historia. Y ese aprendizaje sólo puede hacerse en la práctica de la lucha de clases.

No existe una lucha económica y una lucha política separadas, en departamentos estancos. Toda lucha económica es, a la vez, en la sociedad capitalista actual, una lucha política, y al mismo tiempo una lucha por la identidad de clase. Tanto la crítica de la economía política, como la crítica de la historia oficial, el análisis crítico del presente, el sabotaje o una huelga salvaje, son combates de la misma guerra de clases. Y en todos, y en cada uno de esos combates, se plantea la conciencia de clase, y el devenir de la clase en partido del proletariado (antagónico al partido del capital).

Sin teoría revolucionaria no hay revolución. Sin una teorización de las experiencias históricas del proletariado no existe teoría revolucionaria, ni avance teórico. Entre la teoría y la práctica puede existir un lapsus de tiempo, tan largo como el de una etapa contrarrevolucionaria de varias décadas, pero eso no significa una separación absoluta e insalvable entre teoría y práctica. El marxismo revolucionario es un método de análisis de la realidad social e histórica, que transforma el arma de la crítica en la crítica de las armas. LAS TEORÍAS REVOLUCIONARIAS PRUEBAN SU VALIDEZ EN EL LABORATORIO HISTÓRICO. El partido del proletariado no es sólo un programa, sino su defensa por parte de individuos movidos por la pasión revolucionaria, y organizados en diversos partidos, nebulosas y vanguardias de clase, que defienden distintas tácticas.

La visión modernista y progre quizás pueda aceptar que la historia del movimiento obrero, hoy, en España, es un combate contra la historia oficial del mandarinato liberal-estalinista, o la demanda comercial neofranquista. Ese combate por la historia sólo terminará cuando hayan desaparecido las clases, tras la victoria del proletariado, confundido ya con la humanidad. Lo que empezó como combate por la historia del proletariado, sólo puede culminar como historia del combate por el comunismo y la abolición de todas las clases, previa extinción del trabajo asalariado, de la ley del valor, de las fronteras nacionales, de todos los Estados, con sus ejércitos y policías. Y todo esto no hace más que actualizar e ilustrar lo que ya escribió Marx en La ideología alemana: “la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante”. Es decir, quien posee el poder económico dicta su historia, que adecuadamente falsificada e idealizada, es siempre la oficial y predominante. Esa sagrada historia burguesa oficial se cree y pretender ser, además, la única historia válida, y por ello, mostrará su elitista desprecio profesional y su ignorancia por la historia del proletariado. Sobre todo, su ignorancia.

Como decía el Manifiesto trapero de Puigcerdá. Combate por la historia:

“Con la ignorancia, omisión o minimización de las connotaciones proletarias y revolucionarias que caracterizaron el período republicano y la guerra civil, la Historia Oficial consigue ponerlo todo del revés, de forma que sus principales popes se imponen la tarea de reescribirlo todo, y consumar de este modo la expropiación de la memoria histórica, como un acto más del proceso de expropiación general de la clase trabajadora. Pues, a fin de cuentas, la historiografía es quien elabora la Historia. Si, paralelamente a la desaparición de la generación que vivió la guerra, los libros y manuales de la Historia Oficial ignoran la existencia de un magnífico movimiento anarquista y revolucionario, dentro de diez años se atreverán a decir que ese movimiento no ha existido. Los mandarines creen firmemente que nunca ha existido aquello sobre lo que ellos no escriben: si la historia cuestiona el presente, la niegan. […]

Hay una contradicción flagrante entre el oficio de recuperación de la memoria histórica, y la profesión de servidores de la Historia Oficial, que necesita olvidar y borrar la existencia en el pasado, y por lo tanto la posibilidad en el futuro, de un temible movimiento obrero revolucionario de masas. Esta contradicción entre el oficio y la profesión se resuelve mediante la ignorancia de aquello que saben o deberían saber; y eso les convierte en necios. Y por esta misma razón la Historia Oficial se caracteriza por una absoluta incapacidad para el rigor, la objetividad y la totalidad. Es necesariamente parcial, y no puede adoptar más perspectiva que la perspectiva de clase de la burguesía. Es necesariamente excluyente, y excluye del pasado, del futuro y del presente a la clase obrera. La Sociología Oficial insiste en convencernos que ya no existe la clase obrera, ni la lucha de clases; a la Historia Oficial le toca convencernos de que nunca existió. Un presente perpetuo, complaciente y acrítico banaliza el pasado y destruye la conciencia histórica.

Los historiadores de la burguesía tienen que reescribir el pasado, como lo hacía una y otra vez el Gran Hermano. Necesitan ocultar que la Guerra Civil fue una guerra de clases. Quien controla el presente, controla el pasado, quien controla el pasado, decide el futuro. La Historia Oficial es la historia de la burguesía, y hoy tiene por misión mitificar los nacionalismos, la democracia liberal y la economía de mercado, para convencernos de que son eternos, inmutables e inamovibles.”

Mientras tanto, el combate por la historia pasa hoy por la teorización de las experiencias históricas del proletariado INTERNACIONAL, que ya realizaron en su momento Rosa Luxemburg, Herman Gorter, Anton Pannekoek, Amadeo Bordiga, “Bilan”, Onorato Damen, Josep Rebull, Munis, “Alerta”, Jaime Balius, Ridel y Prudhommeaux, entre otros. NINGUNO de ellos fue historiador; TODOS ellos fueron militantes revolucionarios, que no dudaron en estudiar y teorizar las experiencias históricas del proletariado revolucionario, porque para ellos el combate por la historia revolucionaria era una batalla fundamental de la guerra de clases. Porque no se trata sólo de escribir racionalmente la historia, fundamentada en la realidad de la lucha de clases y en los hechos humanos concretos, sino además, y ante todo, de perfeccionar, acrecentar, acendrar y cimentar la teoría revolucionaria.

Agustín Guillamón

Barcelona, 1 de junio de 2023

Léxico:

  1. PARTIDO HISTÓRICO: Partido histórico del proletariado enfrentado al partido histórico del capital. Es esta la definición de un antagonismo entre clases. El partido histórico del proletariado no debe confundirse con los distintos partidos, vanguardias, nebulosas o grupos formales, que tienden a su disolución en ese partido histórico del proletariado, antagónico del partido del capital.
  1. PARTIDO FORMAL: Partido, vanguardia, sindicatos, la nebulosa libertaria, los consejos obreros, organizaciones o grupos son sinónimos de partido formal.
  1. NEBULOSA LIBERTARIA: El concepto de la “nebulosa” libertaria como fórmula asociativa de los grupos de afinidad ácratas, propia y muy original, a menudo mal comprendida, es totalmente distinta a la sindicalista, y absolutamente opuesta a la de carácter leninista y/o militarista. Esa nebulosa, vista desde una perspectiva exterior, estaba envuelta en una espesa neblina que impedía ver qué sucedía en su interior y mucho menos quién estaba dentro y qué hacía. Esa misma nebulosa, desde una perspectiva interna, era un mundo cerrado de militantes seguros y probados, un océano de oportunidades y una red de relaciones sociales y personales que fomentaba el surgimiento de grupos de afinidad, reunidos para alcanzar determinados objetivos (desde fabricar bombas, planificar acciones o huelgas, fundar una cooperativa, sostener una escuela racionalista o un ateneo hasta la creación, redacción, impresión y distribución de un periódico o de una octavilla, y las más variadas actividades) que, una vez conseguidas, suponían la disolución de ese grupo de afinidad. Quizás no debería ser necesario añadir que esa nebulosa facilitaba a los diversos grupos que surgían de su seno una complicidad y apoyo incondicionales, que multiplicaban la operatividad de esos pequeños grupos. Todo el mundo se conocía y era conocido desde el más estricto anonimato militante, impermeable a los confidentes y a la policía, pero absolutamente transparente y eficaz en su red de relaciones militantes internas. Véase el artículo sobre la nebulosa libertaria aquí: portaloaca.com

Fuente → serhistorico.net 

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