Ángel Olmedo Alonso y Chema Álvarez Rodríguez
El historiador francés Pierre Nora nombró y definió los lugares de memoria, Les lieux du memoire, como cualquier lugar, no necesariamente geográfico, donde subsiste la necesidad de una conciencia que lo conmemore y un relato que lo reivindique, a causa de su olvido por la historia. Dicho lugar no solo es fuente de conocimiento, sino también de emoción.
Uno de esos lugares de memoria está en Burgohondo, provincia de Ávila, en uno de sus llamados barrios de Las Umbrías, entre La Sierra de la Paramera y la cara norte de la Sierra de Gredos, tierras bañadas por el Alberche, donde casi a mil metros de altura, entre cultivos donde destacan los melocotoneros, se yerguen chopos, nogales, robles, fresnos, alisos, castaños, sauces y pinos.
Multitud de senderos salen de Burgohondo hacia los barrios, unos terrenos que distan varios kilómetros del municipio. Se les llamó así porque en ellos la gente más humilde de pueblo construyó con sus propias manos unas casillas y unos pajares donde guarecerse a sí misma, a los animales y al heno durante los duros y nevados tiempos del invierno. Apriscos y bardales custodian casas de granito y madera, con sus paredes de adobe y techos de teja de barro.
Entre la Garganta de los Bonales y la Garganta Royal, ambas bebederas del Alberche, se encuentran dos barrios aledaños, el Palancar de Abajo y la Majada de los Rojos, lugares de memoria que hoy día reclaman la conciencia conmemorativa de la que hablaba Pierre Nora. Allí, el 23 de enero de 1947, mientras descansaban al abrigo de un almiar, fueron asesinados tres guerrilleros de la República española. Sus nombres, para que no los olvide el tiempo, son los de Mariano Álvarez Escobar (Antonio), Tomás López Gutiérrez (El Rubio) y Andrés Iglesias Prieto (Olivero). Tenían 29, 20 y 25 años, respectivamente.
Este último, Andrés Iglesias Prieto, Olivero, hubo de reconocer en su último escondite, en la falda de la Sierra de Gredos, la retama y los piornos que dan nombre a su pueblo, Piornal, en el norte de Cáceres, el punto más elevado de Extremadura. De allí partió para echarse al monte y allí se guardó memoria viva de él y de tantos otros que siguieron su mismo camino, narrada con tanta delicadeza por Ángel Prieto Prieto, en su libro Guerrilleros de la libertad, Resistencia armada contra Franco. De este antropólogo–maestro, investigador, memorialista- y de la familia de Mariano Álvarez Escobar partió hace ya tiempo la demanda hecha a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura (ARMHEX) para localizar sus restos, demanda a la que se unirían los familiares de otro de los desaparecidos, Mariano Álvarez Escobar, Antonio, natural de Fuensalida, en Toledo.
Andrés Iglesias Prieto no fue el único de su pueblo que se echó al monte en defensa de la libertad y contra el fascismo. Le acompañaron muchos otros piornalegos, entre quienes se encontraba su hermano, Jerónimo Iglesias Prieto, Relojero. Ambos estuvieron en la 12ª División de la Agrupación Guerrillera de Extremadura-Centro, una de las más activas, cuyo campo de acción estuvo entre los límites de las provincias de Cáceres, Ávila y Toledo. Su jefe, Pedro José Marquino Monje, El Francés, cayó abatido en Serradilla (Cáceres) el 31 de julio de 1946. Poco tiempo después, en septiembre de 1946, caería también el Comandante Carlos, Jesús Bayón González, máximo responsable de la Primera Agrupación de Guerrilleros de Extremadura, que llegó a contar con un total de 120 combatientes y tres divisiones: la ya mencionada 12ª, bajo el mando del Francés, la 13ª, a las órdenes de Joaquín Ventas Cita, Chaquetalarga, y la 14º, cuyo jefe era Jesús Gómez Recio, Quincoces. Más tarde se creó otra División, la 11ª, la llamada División o Agrupación de Gredos, inicialmente al mando de Fernando Gómez López, Petroski.
Piornal se reconoce en la historia de la guerrilla antifranquista tanto por el importante compromiso del vecindario con las partidas guerrilleras como por las actividades de apoyo y enlaces. Destacan los episodios de las mujeres detenidas que pasaron por consejos de guerra o fueron rapadas en esta localidad. Algunos de estos combatientes muertos han podido ser encontrados y recuperados, como el caso de Justo Vega Miguel. Otros han sido buscados, pero no localizados, como el caso de Severo Pérez Salgado y su hermano, el que fuera alcalde de Piornal, Cándido Pérez Salgado, yerno a su vez de Eleuterio Vega, padre de Justo Vega. Todos fueron asesinados: Justo por combatiente guerrillero, Severo por enlace de la guerrilla, Cándido por ser alcalde democrático y Severo por actuar de enlace con las partidas (armhex.blogspot.com).
Francisco Moreno Gómez (La Resistencia armada contra Franco, 2001), Julián Chaves Palacios (Huidos y maquis, 1994, Guerrilla y franquismo,2005, Historia del maquis, 2022), Justo Vila (La guerrilla antifranquista en Extremadura, 1986) y Ángel Prieto (Guerrilleros de la libertad, 2004), entre otros, han estudiado suficientemente las hazañas y penurias de estos guerrilleros, incidiendo los tres últimos en los que se movían en los límites de Extremadura o eran oriundos de esta tierra. Todos ellos coinciden en que abatidos El Francés y El Comandante Carlos, junto al cambio de la coyuntura internacional y del PCE con respecto a la dictadura franquista, propiciaron la paulatina desaparición de la guerrilla, convirtiendo los últimos años de la misma en un difícil episodio aún no narrado en los libros de historia, en el que quienes todavía estaban convencidos de continuar en una guerra abierta contra el fascismo se encontraron en un laberinto del que era difícil escapar. Perseguidos, acosados sin tregua ni cuartel, unos lograron huir a través de la frontera de Francia y Portugal, mientras otros, si no murieron en los enfrentamientos con la Guardia Civil, fueron capturados, torturados, encarcelados con largas condenas o ejecutados.
Según narró su paisano Ángel Prieto, los hermanos Jerónimo y Andrés Iglesias Prieto, que estaban juntos en la 12ª División, se separaron en una de las asambleas que se hizo en 1946 y que decidió reestructurar esta última, creando la División de Gredos. Jerónimo, Relojero, se fue con la partida de El Gacho y Andrés, Olivero, se fue con los de Gredos. Con el tiempo, el primero lograría atravesar la frontera de Portugal y llegar a Lisboa, donde aparece en una fotografía fechada el 2 de septiembre de 1948, en la Plaza de los Descubrimientos; un año después, el 30 de septiembre de 1949, se fotografía en un parque de París, a punto de embarcar para Venezuela; el 3 de agosto de 1958, diez años después de su huida, se fotografía sosteniendo en sus brazos a su hijo pequeño en Guatemala.
José Iglesias Díaz, su sobrino, según narró a ARMHEX, su tío falleció en este último país en 1995, donde se había cambiado el nombre por el de José Vicente Prieto, para evitar la persecución constante de quienes habían luchado por un ideal. Compañeros de su partida eran Gerardo Antón Garrido, Pinto, de Aceituna (Cáceres) y Eusebio Moreno Marcos, Durruti, de Navalmoral de la Mata, quienes lograrían también escapar, el primero a Francia y el segundo a Venezuela.
Olivero, también conocido por los apodos de Panza, Lorenzo o Nervio, corrió peor suerte que su hermano Jerónimo. Siguiendo a Francisco Moreno Gómez (La resistencia armada contra Franco), le situamos en la Sierra de la Bantera (Pedro Bernardo, Ávila) a finales de 1946. El jefe provisional de la Agrupación de Gredos, Robles, y su Estado Mayor (Hervás, Arruza y Luna), tuvieron la peregrina idea de convocar a toda la Agrupación en aquella sierra con intención de pasar juntos la Navidad y el fin de año, aprovechando la reunión para celebrar debates políticos. En la madrugada del 29 de diciembre, un pelotón de guardias civiles asaltó el campamento, y en medio de un infernal tiroteo pudieron escapar, resultando heridos dos guardias y muerto Guillermo Jiménez Villora, de Lanzahíta, municipio de Ávila, a quien ejecutaron los guardias por ser enlace de la guerrilla y haber contribuido a avisarles del asalto.
La represión franquista no solo se cebó con los hombres y mujeres más comprometidos con las organizaciones guerrilleras, sino también contra inocentes civiles o familiares para obtener información o como forma de control social a través de la imposición del terror. Según Francisco Moreno Gómez (Historia y memoria del maquis. El cordobés “Veneno”, el último guerrillero de La Mancha, 2006), un mínimo de mil ciudadanos fueron asesinados por el franquismo por sospecha de colaboración con el maquis en el trienio 1947-1949. Se asesinó más en el llano que en el monte.
Dispersada la Agrupación de Gredos, a la mañana siguiente se volvieron a encontrar la mayor parte de los miembros, organizándose entonces dos guerrillas; una al mando de Avelino Blanco López, Lucero, y otra al mando de Cándido de Paz Torrejón, Moreno. En esta última se encuadró Andrés Iglesias junto a Mariano Álvarez Escobar, Antonio, Tomás López Gutiérrez, Rubio, y Jerónimo Martín Muñoz, Ángel.
Este último –Jero en su pueblo, Ángel en la sierra- era un jornalero de Casavieja, provincia de Ávila. El 12 de abril de 1946 había ingresado por reemplazo en el Regimiento de Artillería de Madrid, el 6 de julio juró bandera y el 7 de julio desertó del ejército franquista, aprovechando un permiso y marchándose con la guerrilla. Según declaró en el consejo de guerra que después habría de seguirse contra él, cuando volvió de permiso a su pueblo, en julio, subió al monte en compañía de un vecino que era guerrillero, para no bajar más. Formó parte de la guerrilla de Javier de la Cruz y de la Cruz, Ramón el de Casavieja.
La partida volvió a tener un encuentro con la Guardia Civil el primer o segundo día del año 1947, del que resultó muerto Moreno, asumiendo el mando Antonio. Acosados, aislados, perdidos en los montes de Pedro-Bernardo, no se atrevieron a acudir los días 16, 17 y 18 de enero a la reunión que en el monte de Casavieja debían tener con el resto de la Agrupación. Tal y como declaró Jerónimo más tarde, quedaron desconectados de la guerrilla y dando vueltas de un lado para otro, por lo cual decidieron ir a la demarcación de Burgohondo, muy cerca de Casavieja, y descansar allí dos o tres días, antes de dirigirse andando hacia Madrid, con intención de ponerse en contacto con la Organización Comunista del Puente de Vallecas, dado que El Rubio, Tomás López, era vecino de aquella barriada, donde vivían sus padres, Obdulio y Genara, de modo que dicha Organización Comunista les pusiera de nuevo en contacto con su Agrupación de la sierra.
La Guardia Civil de la zona estaba alerta, dados los enfrentamientos de los últimos días. En la mañana del día 23 de enero de 1947, dos vecinos de Burgohondo fueron a la Casa Cuartel de este pueblo a dar noticia de que en la vivienda de otro vecino, a siete kilómetros del pueblo, en una zona conocida como Palomares Bajos, se encontraba un “bandolero”, el nombre con el que el franquismo definía a quienes luchaban, desde el interior, contra la dictadura franquista y el fascismo. El cabo que estaba al mando del cuartel, Emilio Santamaría Sánchez, organizó una patrulla con seis guardias segundos, quienes fueron a marchas forzadas hasta el lugar indicado por los delatores. En menos de una hora llegaron a la casa señalada.
Utilizando el factor sorpresa, el cabo irrumpió en la vivienda con su fusil armado. El guerrillero que se encontraba dentro era Jerónimo Martín, Ángel, de Casavieja, quien intentó resistirse sacando una pistola, si bien ante el cabo que le apuntaba con su fusil preparado no tuvo más remedio que arrojarla al suelo. En poco tiempo, sin que se diga en el informe de la Guardia Civil cómo se obtuvo la confesión, pero pudiendo imaginarlo quien ahora lee, Ángel delató el escondite de sus compañeros.
Dos de los guardias se quedaron custodiando al delator, mientras el cabo Santamaría, en compañía de otros cuatro números y de varios vecinos que hicieron de guías para no confundir el sitio, se dirigieron hasta el escondite donde estaban los otros tres guerrilleros, a una zona llamada la Espinaquera, a dos kilómetros de donde habían encontrado a Jerónimo.
Olivero, Antonio y El Rubio estaban descansando en dos almiares de heno del Palancar de Abajo. Un almiar es un montón grande de paja o heno, al aire libre, formado en torno a un palo alto para conservarlo durante todo el año. Los almiares estaban rodeados por el sur por una pared de algo más de un metro de altura, lo cual impidió que quienes estaban echados pudieran apercibirse del cerco que los guardias civiles estaban estrechando. Tres de estos se aproximaron por ese flanco mientras el cabo lo hacía por el norte, en compañía de otro de los guardias, de modo sigiloso. Cuando estaban a 50 metros, los guerrilleros se percataron de la emboscada y, siempre según el testimonio del cabo Santamaría, estos abrieron fuego contra los atacantes.
En su informe el cabo Santamaría se mostraba ufano de su excelente puntería. Con su primer disparo mató de un certero tiro en la frente a uno de los guerrilleros. Los otros dos no tardaron en caer acribillados por el fuego cruzado, iniciado a la voz dada por el cabo de “¡Ya son nuestros!”.
La hazaña represora mereció que se publicara en la Revista de la Guardia Civil de febrero de 1947 (nº 34, Pág. 60). Al cabo Santamaría le fue concedida como recompensa un “avance en la escala”.
Los cuerpos de los guerrilleros, acribillados, quedaron tendidos sobre el heno hasta que a eso de las cinco de la tarde, el juez, el fiscal municipal, el médico titular, un alguacil y unos cuantos hombres del pueblo de Burgohondo, en compañía de unas caballerías puestas a disposición de la comitiva por el alcalde, llegaron al lugar con intención de hacer el reconocimiento y el levantamiento de los cadáveres.
Olivero, Antonio y El Rubio dejaron de tener sus nombres para pasar a ser identificados como cadáver uno, cadáver dos y cadáver tres en los informes que siguen, extraídos del consejo de guerra seguido contra el único superviviente, Jerónimo Martín, sin que sepamos a ciencia cierta quién es quién en esta macabra numeración.
A partir de ese momento se suceden actas, diligencias, certificaciones que tratan de dar al procedimiento judicial un tinte aséptico, rutinario, desprovisto de cualquier componente emocional que tenga que ver con el triste hecho de unas vidas segadas en plena juventud. La justicia franquista, iniciada con un golpe de Estado, siempre se caracterizó por una maquinaria burocrática que trataba de dar visos de normalidad y legitimidad a lo que no solo era anormal e ilegítimo, sino también ilegal, contrario a la norma consensuada en el ejercicio de democracia que había sido subvertido el 18 de julio de 1936.
Este procedimiento era tan rocambolesco que daba lugar a situaciones esperpénticas, como la seguida por el juez cuando actúa en el levantamiento de los cadáveres uno, dos y tres, a quienes según consta en el auto redactado, “llama en alta voz” varias veces por su nombre, sin que le respondan, dando pie al facultativo que le acompaña para que certifique que tales cadáveres -mudos, o que se niegan a hablar-, llevan ya muertos varias horas.
Únicamente en el cadáver número 2, siguiendo tales documentos, podemos aventurar que se trataba de Tomás López Gutiérrez, El Rubio, natural de Madrid, ebanista de profesión, de 20 años de edad, a quien se le da en el informe el nombre de “Tomás (supuesto)” y de quien no se han encontrado aún familiares vivos. Del dictamen forense de su muerte por un disparo en la frente, se deduce que fue el primero en caer en la emboscada. Sus compañeros murieron uno de un disparo final junto al corazón y otro de un disparo que le atravesó el ojo derecho. El primero de estos dos llevaba un anillo con las iniciales A.P. en la mano derecha.
Certificada su muerte por el médico y dado el permiso por el juez, los cadáveres fueron llevados en las caballerías al depósito municipal de Burgohondo, quedando expuestos a la vista pública durante 24 horas, con el fin de que fueran identificados. No logrado esto, fueron enterrados al día siguiente en el cementerio católico de este pueblo de Ávila, a 32 metros de la pared de poniente y a dos metros de la pared norte del depósito que existe en dicho cementerio.
Aparte de las armas con las que iban pertrechados y que de poco les sirvieron en el ataque de la Guardia Civil, se les encontró un banderín tricolor con una inscripción bordada: “FEDERACIÓN GUERRILLERA DEL CENTRO.- 2ª AGRUPACIÓN”.
Jerónimo Martín Muñoz, Ángel para la guerrilla, pasó también a partir de este momento su particular calvario. Juzgado en consejo de guerra, le fueron imputados tres delitos: rebelión militar, deserción y fraude. Este último por haber desertado con el uniforme de su Regimiento y pertrechos.
Finalmente, dos años después de ser capturado, fue sentenciado con pena de muerte. Como último acto de resistencia, se negó a firmar la comunicación de la sentencia. Daba igual. El 25 de marzo de 1949, a las dos de la madrugada, un cuerpo de guardias se dio cita a las puertas de la prisión provincial de Carabanchel Alto, en Madrid. Formados en pelotón le fusilaron en el patio de la prisión antes de que amaneciera. Fue enterrado en el cementerio de Madrid, patio 2º, nº 36, cuerpo 5º. Tenía solo 23 años. Como dato macabro, cabe resaltar que la maquinaria judicial franquista no se detuvo tras su muerte. Se le reclamaron 321 pesetas con 92 céntimos, en concepto de responsabilidad civil, por el delito de fraude. Con tal motivo, llegó al ayuntamiento de Casavieja una requisitoria para enajenar los bienes de Jerónimo. El municipio contestó que este vecino no tenía ni nunca había tenido bienes algunos, por no haber sido durante toda su vida nada más que un pobre jornalero.
Ahora, 75 años después, la ARMHEX acude en apoyo de quienes reclaman recuperar los restos de sus familiares desaparecidos. Los familiares de Olivero, Antonio y El Rubio guardan no solo su recuerdo, sino las fotografías que avalan sus tiempos de miseria y felicidad compartida en una España que no pudo ser, porque no la dejaron. Estos familiares, en compañía de la ARMHEX, acudieron al Ayuntamiento de Burgohondo, colaborador desde el primer momento, para reclamar los cuerpos, o lo que queda de ellos, de Mariano Alonso Álvarez, Tomás López Gutiérrez y Andrés Iglesias Prieto. Estas tres personas fueron enterradas, sin identificación, en una fosa clandestina en el cementerio de la localidad abulense, siendo con posterioridad exhumados y trasladados sus restos a un osario dentro del mismo cementerio, sin que exista ninguna identificación o mención del lugar, y sin que los familiares recibieran ninguna información al respecto.
Olivero, Antonio y El Rubio han iniciado su último viaje desde aquel 23 de enero de 1947 en el que despertaron de un sueño frío y nevado entre tiros y voces de asalto. Justo tres días antes se celebraban en Piornal, el pueblo de Olivero, las fiestas de San Sebastián, donde Andrés Iglesias, de niño, había corrido tantas veces al Jarramplas tirándole nabos y cantándole las alborás. En Burgohondo, allí donde echó su último sueño, en el Palancar de Abajo, se encuentra el lugar de memoria del que hablara Pierre Nora. Quien lo habita sabe, como le hizo llegar a la ARMHEX, que “la vida es circular y hay procesos que se sanan entre las personas curando y cerrando círculos de dignidad”.
Las fosas de la memoria no son solo las de la Guerra Civil. Hay otra memoria desconocida en este país que olvida antes que repara los crímenes de una dictadura salvaje, de cuyos actos dan fe numerosos informes policiales, diligencias judiciales, consejos de guerra. Una burocracia al servicio del crimen que crece desde que este se comete hasta que los huesos de las victimas salen de su fosa para reclamar la verdadera historia de los hechos, ajena en ciertos detalles a lo narrado por la autoridad competente. Durante 75 años tres de estas víctimas compartieron la estrecha fosa donde fueron arrojadas, sin identificación alguna, por los defensores de aquella dictadura criminal, en calidad de su señalamiento judicial como bandoleros. Hoy día caminan libres, como lo que siempre fueron, combatientes de la República, miembros de La Resistencia antifranquista, guerrilleros del alba en el llano y en el monte, en busca ahora de un entierro digno y de un digno reconocimiento.
En memoria de los que se fueron sin saber que siempre estarán.
Ángel Olmedo Alonso y Chema Álvarez Rodríguez. Artículo originalmente publicado en El Salto Extremadura el 31/03/2022.
Fuente → serhistorico.net
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