Juan Soto era conocido como el "delincuente por necesidad". No sufrió desengaños amorosos. Lo suyo era practicar sexo como método para robar a la gente. Lorena Capelli, nacida como Humberto Lacerda, falleció sometiéndose a una vaginoplastia y es una huella más en la larga lista de guerreras y guerreros que el franquismo no logró doblegar.
Alberto Alonso Blanco, también conocido como Rambal, fue asesinado en 1976 en Gijón por ser un homosexual libre. Anastasia Rampova fue una artista transgénero e icónica en València por ser un símbolo de la cultura underground y LGTBIQ+.
Estas son solo algunas de las múltiples historias que recoge la segunda edición de El látigo y la pluma. Homosexuales en la España de Franco, del periodista y escritor Fernando Olmeda, que fue publicado recientemente por la editorial Dos Bigotes.
"La igualdad legal ya la hemos conseguido, pero no la igualdad social"
La primera edición vio la luz en 2004 con la editorial Oberon y ahora vuelve a las librerías con el mismo objetivo: dar a conocer cómo se vivió la homosexualidad durante la dictadura de Francisco Franco, las interminables persecuciones sufridas y cómo el colectivo LGTBIQ+ consiguió no dejarse dominar.
Estas personas son conocidas por haber vivido un estrepitoso calvario durante el régimen. Época donde la homosexualidad no tenía nombre en la sociedad española.
"La igualdad legal ya la hemos conseguido, pero no la igualdad social. Efectivamente, se siguen produciendo muchísimos episodios de discriminación, homofobia, transfobia", señala Fernando Olmeda a Público.
"No solamente son los discursos de odio los que han calado en buena parte de la sociedad, sino que llegan al extremo del asesinato, como el de Samuel Luiz en A Coruña o la paliza de hace unos días a dos mujeres lesbianas en el Parque Warner. Y así todos los días, en determinados discursos de determinados medios o partidos se está intentando que cale el mensaje discriminatorio que al final nos retrotrae a aquella España en blanco y negro", agrega.
Juan Soto es el ejemplo de sobrevivir y cuidar de uno mismo, cueste lo que cueste. Se le conocía no solo por ser homosexual, sino también por ser un "delincuente por necesidad", según describe Olmeda en el libro. Desde bien joven aprendió a delinquir para sobrevivir y en muchas ocasiones a utilizar el sexo como herramienta de trueque.
Pasó gran parte de su vida robando, manteniendo relaciones sexuales a cambio de favores, arrastrando detenciones por todos los antecedentes que reúne, fugas de cárceles y clínicas -una de ellas eludida gracias a una estratagema en la que simuló tener un problema mental-, una paliza que casi le cuesta la vida, etc.
Entre una de sus más recordadas andadas, Soto solía practicar ciertas técnicas fuera y dentro de las cárceles, como 'el plante' o 'timo de la pasma ful'. Esta última, por ejemplo, consistía en "enseñar el pene como cebo para atraer a la víctima", según explica Olmeda, en el parque de la Ciudadela o en los urinarios de las plazas de la Universidad de Catalunya.
En sus últimas hazañas, en la Central de Observación de Carabanchel, le preguntaron por un tatuaje característico que decía 'Katyman', a lo que Soto respondió que significaba los dos géneros, masculino y femenino.
La reeducación
El colectivo LGTBIQ+ era con quien la Policía gozaba de hacer uso de su poder
La Policía armada en aquella época estaba acostumbrada a difundir el terror y el miedo entre quienes eran detenidos para sacarles información, especialmente a los homosexuales.
El colectivo LGTBIQ+ era con quien la Policía gozaba de hacer uso de su poder para realizar todo tipo de torturas y humillaciones con el objetivo de obtener información o simplemente para castigarles por su orientación sexual.
En El látigo y la pluma se nombra un término interesante: la reeducación. Según el autor, "en la reforma de la Ley de Vagos y Maleantes del año 1954, la ejecución de actos de ayuntamiento carnal queda amparado en el delito de escándalo público, por lo que los homosexuales merecían la reinserción".
Por ello, algunas normas estaban relacionadas con medidas de internamiento en un centro específico y el destierro, es decir, una vez que cumplías el periodo de encierro no podías volver al lugar de residencia, trabajo, etc.
No obstante, en lo que respecta a reeducación de la homosexualidad, Olmeda explica a este periódico que cuando una persona homosexual entraba en un centro penitenciario "había un grupo de psicólogos forenses, donde la legislación obliga a educarles de nuevo".
"Sin embargo, no había reeducación posible porque, en primer lugar, no había personal especializado, psicólogos, psiquiatras forenses especializados; pero en el caso de las cárceles específicas", -una en Huelva y la otra en Badajoz, ambas específicamente para homosexuales-, "obligaban a los presos a coser y fabricar balones, cajas de pescado, sogas, etc.".
Memoria de Lorena Capelli
Además de la homosexualidad, las personas transexuales también fueron perseguidas bajo las órdenes de Franco. La medicina tuvo un amplio papel durante esta época donde los sanitarios se aprovecharon "de la ansiedad, y del bolsillo, de los angustiados pacientes que aspiraban a una reasignación de sexo", señala el autor en el texto.
La sociedad actual no es consciente realmente de la vida que tuvieron todas aquellas personas del colectivo LGTBI+ durante el régimen
A lo que se sumaron también, por otro lado, los farmacéuticos para lucrarse del sufrimiento de estas personas. Incluso hubo momentos en los que el uso de hormonas provocó desequilibrios emocionales en los pacientes hasta producirles pensamientos suicidas.
En 1945 nació Humberto Lacerda en una familia que esperaba la llegada de una niña y no la de un niño, y cuyo padre le sometía a múltiples humillaciones, burlas y palizas porque notaba algo 'raro' en su comportamiento.
Lacerda recordaba su pubertad como uno de los peores momentos de su vida, despreciaba la homosexualidad ligada al comercio del sexo, pero lo que más anhelaba era convertirse en mujer. Él se sentía mujer, era su deseo más fuerte, por lo que comenzó a hormonarse justo después de fugarse de casa, cansado por las inaguantables palizas que le daba su padre.
En 1971 cumplió su sueño de convertirse en mujer y pasó a llamarse Lorena Capelli. No obstante, la intervención no salió como debería y tuvo que volver a operarse porque la vagina era excesivamente estrecha y le producía fuertes dolores. Sin embargo, pierde la vida en esta segunda intervención debido a un shock posoperatorio, tratando su cuerpo, además, como un objeto más al enviarlo a Río de Janeiro.
Olmeda revela entre las páginas del libro que a Capelli "no le gustaba la sociedad en la que vivía, que juzgaba y condenaba a quien se atrevía a ser diferente, apartándole como si se tratara de un enfermo contagioso". Lorena Capelli es recordada por quien fue y por lo que vivió.
La periodista Valeria Vegas, quien estuvo presente en la presentación de El látigo y la pluma, señala que la sociedad actual no es consciente realmente de la vida que tuvieron todas aquellas personas del colectivo LGTBI+ durante el régimen: "Si la gente hubiera nacido en 1930, su vida habría sido muy distinta".
Como estas historias hay muchísimas más, como la de Alberto Alonso Blanco, más comúnmente conocido como Rambal, y quien fue asesinado en Gijón en 1976 por vivir su homosexualidad con libertad. La artista de cabaret Anastasia Rampova, un símbolo transgénero y considerada un personaje mítico en València, falleció en 2021 y su historia perdurará mientras estén los que la quieren recordar.
Por otro lado, Jordi Petit, escritor y activista del movimiento LGTBIQ+, estuvo presente como representante de los homosexuales damnificados en el homenaje de octubre de 2022 que celebró el Estado para reconocer a todas las víctimas del franquismo.
Fuente → publico.es
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