Cipriano
Martos nació en 1942 en el Maldonadillo, un pequeño grupo de casas
situadas en el cerro granadino del Escudero, a unos 12 kilómetros de
Loja y a 8 kilómetros de Huétor-Tajar. Era el segundo de los hijos de
Francisca y José, una familia de jornaleros empobrecidos en aquella
negra España franquista, luchando contra el hambre y las penurias
impuestas por los caciques y sus brazos armados.
Toda la familia
trabajaba de sol a sol en los campos asolados por la miseria, tal y como
se había hecho durante siglos; sin apenas otros medios que la fuerza
bruta humana y animal. Con ocho o nueve años, Cipriano ya se tenía que
ganar el jornal cuidando animales ajenos o participando, en la medida de
sus fuerzas, en las labores del campo. Y, de adolescente, en trabajos
esporádicos en la construcción o de jornalero. En definitiva donde
surgiera, como surgiera.
A finales de los sesenta, después del servicio militar obligatorio –la mili–,
se marchó a Cataluña a buscarse la vida, como tantas y tantos otros
(millones de personas) que escaparon de la pobreza hacia el Dorado de las fábricas de las zonas industriales de España, Europa y del resto del mundo.
Cipriano
recaló en Sabadell, una de esas ciudades en las que la industria del
textil, ya veterana, y la del metal y la construcción habían ido
absorbiendo mano de obra barata desde hacía años, de tal forma que su
población se había triplicado en los veinte años anteriores. Dada la
corrupción e inoperancia de las instituciones franquistas y su nulo
interés en mejorar la vida de los habitantes –siquiera en lo más
básico–, esa masa ingente de personas que acudían a las principales
ciudades donde podían encontrar trabajo, acababa recalando en los
barrios de infraviviendas que las rodeaban, cercanas a las fábricas o
los centros laborales: Chabolas sin luz ni agua corriente; calles sin
asfaltado ni alcantarillado; niños y niñas sin escuelas ni médicos;
jóvenes sin lugares de cultura ni esparcimiento...
Las gentes que huían del campo se encontraron trabajos de jornadas extenuantes por sueldos de miseria, sin derechos sindicales, sin libertades ni por asomo. El Dorado
resultó ser más de lo mismo: la explotación extrema de la clase
trabajadora. Aún así, eran otras circunstancias, fuera del control de
los capataces y de sus amos. En las ciudades había posibilidades de
hacer otro tipo de vida, de relacionarse con más facilidad con quienes
tenían situaciones similares y esperanzas parecidas.
Toda acción
tiene su reacción y lo que no calibraron las clases dominantes que
utilizaban esa mano de obra es que, precisamente las pésimas condiciones
laborales y el hacinamiento de esos barrios marginales, iban a ser la
semilla de un movimiento obrero y un movimiento vecinal que acabaría
cogiendo fuerza y estallando a mediados de los sesenta y, sobre todo, en
los setenta. ¿Quién se lo iba a decir? La lucha de clases a la que
tanto temían y que creían vencida, volvió con fuerza justo cuando el
dictador estaba casi con un pie en la tumba. El miedo del poder hizo que
se agudizará, aún más si cabía, la represión policial y judicial. Y la
consecuencia fue más lucha, más radical, más perentoria, en una carrera
contrarreloj contra el "atado y bien atado" legado por Franco, el mayor
asesino de la historia de nuestro país.
Aumentan las luchas obreras, aumenta la represión
En Sabadell, Cipriano contactó con grupos de jóvenes obreros de Ca n’Oriac, uno de esos barrios "marginales", donde él vivía. Trabajó en diferentes lugares y sectores: textil, metal, construcción... y se organizó en grupos clandestinos como el Partido Comunista de España (marxista-leninista) y la Oposición Sindical Obrera (OSO), una asociación sindicalista que pertenecía al recién formado Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP) cuyos objetivos eran acabar con la dictadura y expulsar al imperialismo yanqui para proclamar una República popular y federativa y realizar una reforma agraria. Unos puntos programáticos muy atractivos para un joven que había sufrido, desde su nacimiento, los zarpazos de la pobreza extrema.
Las luchas obreras en Sabadell habían sido una constante,
particularmente en el sector textil. El desarrollismo español se basaba
en el turismo, las divisas que enviaban los emigrantes y la "baja"
conflictividad obrera para atraer inversiones extranjeras. Un juego de
espejos que se les vino abajo a finales de los sesenta. Y precisamente
Sabadell, que formaba parte de ese cinturón industrial que rodea
Barcelona –junto a Terrasa, Martorell, Badalona, Cornellá de Llobregat,
etc.– fue uno de los puntos más conflictivos de esa época.
Las
organizaciones clandestinas actuaban como vasos comunicantes
trasladando las luchas de unas fábricas a otras, sacándolas a la luz
pública para conseguir la solidaridad de otros sectores, que hacían
suyas las reivindicaciones obreras. El día a día de las personas que se
atrevían a enfrentarse de forma organizada al régimen franquista
consistía en hacer y repartir propaganda, pintadas, mítines,
manifestaciones relámpagos ("saltos") y acciones para atraer a más gente
a la lucha. Todas estas actividades estaban consideradas ilegales y
eran delitos. Hay que tener en cuenta que en la dictadura, cualquier
mínima reivindicación acababa convirtiéndose en una confrontación
política perseguida por la policía y los jueces. Un ejemplo de ello
sucedió en octubre de 1971, en la fábrica de SEAT de Martorell donde
tuvo lugar una importante huelga para que fueran readmitidos los
delegados sindicales despedidos. La policía, avisada por la dirección de
la fábrica, entró en el recinto, desatándose una batalla campal que se
saldó con un trabajador muerto por varios disparos, Antonio Ruiz
Villalba, de 33 años, y numerosos obreros heridos y detenidos.
La Guardia Civil de Reus detiene y tortura a Cipriano Martos
En este ambiente de lucha obrera y feroz represión militaba Cipriano
Martos, una buena persona, al decir unánime de quienes le conocieron.
Fue cambiando de lugar de residencia y de trabajo para huir de la
persecución policial y para ampliar las filas de su partido. En 1973 se
trasladó a Reus, una pequeña y tranquila ciudad a 20 kilómetros de
Tarragona. Allí siguió su militancia y tomó contacto con campesinos de
la zona. En agosto de 1973 participó en un reparto de octavillas en la
fábrica de Punto Blanco de Igualada donde había habido varias huelgas.
La acción transcurrió sin problemas salvo por el hecho de que un chivato
les delató a la policía, dando la descripción de las personas que
habían intervenido en el reparto y del vehículo que habían utilizado. A
consecuencia de esta delación fueron detenidos varios de los integrantes
de la célula donde militaba Cipriano y llevados al cuartel de la
Guardia Civil, siendo víctimas de terribles torturas.
A Cipriano
Martos le detuvieron el 25 de agosto y fue salvajemente torturado
durante más de dos días. En la noche del 27 de agosto, ingresa por
urgencias en el hospital de Sant Joan de Reus, en un estado crítico, con
el aparato digestivo ardiendo por haber sido obligado a ingerir un
líquido corrosivo, al parecer ácido sulfúrico y/o gasolina. Le atienden
los doctores Prats y Cabrero que no se sorprenden de los claros signos
de torturas que presenta Cipriano y no lo hacen constar en el parte
médico. El hospital de Sant Joan era poco más que una Casa de Socorro,
pertenecía a la Beneficiencia, estaba regentado por las Hijas de la
Caridad de San Vicente de Paul y carecía de medios y personal adecuado
para tratar las graves lesiones que presentaba Cipriano. Aún así, el
juez Pedro Martín García, titular del juzgado de Instrucción número 2 de
Reus, que estaba de guardia en ese momento, se hizo cargo del caso y le
tomó declaración uno o dos días después haciendo la vista gorda sobre
la situación en la que se encontraba, sin tomar la decisión de que fuera
trasladado a un hospital de Tarragona o Barcelona donde, quizás,
podrían haberle salvado la vida.
Veintiún días después, el 17 de septiembre, tras una larga y dolorosísima agonía,
Cipriano Martos, el jornalero, el encofrador, el militante
antifranquista, moría en absoluta soledad. Su familia no había sido
avisada, nadie sabía lo que le había pasado y dónde estaba. Las
autoridades ordenaron que se le enterrara en secreto –tras hacerle la
autopsia–, en una fosa común, sin que estuvieran presentes su madre y
sus hermanos venidos a toda prisa desde Huétor-Tajar (Granada).
Semejante brutalidad, semejante maldad solo pueden ejercerla quienes se
saben impunes. Y lo siguen siendo.
Muchos años después, el
hermano mayor de Cipriano, Antonio Martos, puso una querella por su
asesinato en el marco de la querella argentina. Merced a ello conocemos
los nombres de sus torturadores y de quienes no le socorrieron como
deberían haber hecho. Guardias civiles, jueces, médicos... una cadena de
complicidad que acabó con la vida de una buena persona. Estos son sus
nombres. Miembros de la Guardia Civil: Braulio Ramo Ferreruela, teniente
de la Guardia Civil de Salou, "mando accidental" de la primera compañía
de Reus. Juan Sánchez Pérez, Felipe Castañedo Delgado, José Carrasco
Ortega, Francisco Melo Macarro, Eleuterio León García, Julián Segura
Pozo y Manuel Reina Pérez. Médicos forenses y del hospital Sant Joan de
Reus: Octavio Chiapella, doctores Prats y Cabrero. Jueces: Pedro Martín
García, Adolfo Fernández Oubiña, que "investigó" el caso del asesinato
de Cipriano por orden del Tribunal de Orden Público. No hubo nada.
Cipriano
Martos nunca fue olvidado por su familia ni por sus compañeros de
militancia y gracias a las organizaciones memorialistas, a los autos de
la juez María Servini de la querella argentina, a la investigación del
periodista Roger Mateos y al Departament de Justicia, Drets i Memòria de
la Generalitat este mismo año se han podido exhumar sus restos de la
fosa común del cementerio de Reus y el pasado 3 de junio fueron llevados
a Huétor-Tajar donde volvieron a ser inhumados junto a sus padres, tras
un emotivo y brillante acto al que acudieron más de doscientos vecinos y
antiguos compañeros de militancia, así como el alcalde.
Cipriano
Martos ha vuelto a su pueblo, envuelto en las banderas roja y
republicana por las que luchó y ofreció su vida. Cincuenta años han
hecho falta, cincuenta largos años. No olvidamos ese cruel crimen y lo
que nos quede por delante lo dedicaremos a seguir luchando por su
memoria y por que su valor y su vida sean conocidas y tenga el
reconocimiento que merece. ¡Honor a Cipriano Martos, un héroe del
pueblo!
No hay comentarios
Publicar un comentario