
Sin embargo, la tozudez de las pruebas materiales evidencia una realidad incómoda: en España, según la investigación de Carlos Hernández de Miguel, hubo al menos 298 campos, unos creados con ese propósito, en campo abierto con barracones semejantes a los nazis y anteriores a ellos, otros en espacios reutilizados, plazas de toros, cuarteles o conventos, como Camposancos y San Marcos de León. Mal que pese a los negacionistas, los documentos franquistas no se recatan y los denominan campos de concentración. Durante décadas hemos contado con fuentes documentales y testimonios de presos y familiares, ahora tenemos además los vestigios inequívocos. Desde hace poco tiempo, pues la primera excavación arqueológica de un campo la llevó a cabo en 2010 Alfredo González Ruibal en el de Castuera, Badajoz, por donde pasaron entre 15.000 y 20.000 prisioneros hacinados en 80 barracones. Esto ha ocurrido 30 años después de las primeras excavaciones de campos nazis en los ochenta. Felipe Mejías ha excavado Albatera, un campo de gran contenido simbólico en el que penaron líderes republicanos e intelectuales como Tuñón de Lara o Eduardo de Guzmán, que en El año de la victoria nos dejó una estremecedora crónica de las vejaciones sufridas. La relación de vestigios inequívocos, evidencia del terror, es extensa, algunos ejemplos son el tamaño de los barracones que prueba el hacinamiento, la situación de las letrinas en un lugar visible que persigue la humillación, la pobrísima dieta que llevó a muertes por inanición, la ausencia o escasez de piletas, lo que impedía asearse y causaba que los presos fuesen literalmente comidos por piojos, chinches u otros parásitos y víctimas del tifus. En estos días de primavera conmemoramos la liberación de los campos nazis. Aquí no hubo liberación: los presos que sobrevivieron a las torturas, a las sacas y a las muertes por hambre fueron enviados a la cárcel o a campos de trabajo. El último campo en cerrarse fue el de Miranda de Ebro, el 13 de enero de 1947, quizá una buena fecha para un día que los conmemore.
Con todo la arqueología ha sacado también a la luz vestigios que revelan el empeño por mantener la dignidad: en Jadraque tres latas de conservas fueron convertidas en tazas, un preso del que no sabemos el nombre les fabricó un asa con alambre enrollado para evitar comer con las manos. Frente al propósito de dar a los vencidos la identidad de animales, encerrándolos entre alambradas de púas, obligándolos a beber agua de los charcos, la resistencia, la obstinación en ser humanos, haciendo eco a la pregunta de Primo Levi.
¿Por qué los campos de concentración franquistas no forman parte de nuestro imaginario colectivo? Es la suya, en palabras del arqueólogo Xurxo Ayán, una memoria ausente. El papel de la dictadura en borrar su recuerdo es innegable, pero Franco murió en 1975. Es necesario asignar fondos a las excavaciones, convertir en museos algunos campos emblemáticos, como se hizo en Alemania. Se lo debemos a los presos que sufrieron en ellos y sobre todo nos lo debemos a nosotros mismos como sociedad que no aparta la vista de su pasado.
Marilar Aleixandre es escritora. Su novela Las malas mujeres (Xordica) ha recibido el Premio Nacional de Narrativa 2022.
Fuente → elpais.com
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