Memoria y dignidad para La Fosa de Los Nueve Sin Nombre'
Memoria y dignidad para la fosa de Los Nueve sin Nombre'
Inma Muro

En la fosa de los “nueve sin nombre” en el cementerio de Jaca (Huesca), los cuerpos estaban amontonados, tirados, sin orden, huesos encajados unos en los otros. En posturas en las que se lee cómo fueron arrojados a la zanja sin conciencia ni intención de que descansasen en paz. Hasta en eso se nota el revanchismo de quienes les dieron muerte. Tampoco tenían el tiro de gracia. Los grupos de fascistas no lo daban, así que puede que alguno no estuviese muerto siquiera cuando los echaron a la tierra. Eso se encontraron los miembros de la Asociación por la Recuperación de la Memoria (ARMH) cuando abrieron, la semana pasada, la fosa de los civiles asesinados por un grupo de fascistas durante la Guerra Civil.

 

La fosa de “los nueve sin nombre”, así es como se anotó en el libro de enterramiento los cuerpos que se arrojaron a una zanja. Fue el 3 septiembre de 1937, en el cementerio de Jaca. Se les arrebataba de esta manera hasta de su identidad, a pesar de que sus nombres eran bien conocidos. Habían estado casi un año retenido por 1los franquistas por un sabotaje que no cometieron. Estuvieron entre el fuerte de Rapitán y el seminario jacetano, no eran prisioneros políticos y no sabían dónde meterles.

En su nota de prensa la ARMH empieza enumerando a cada una de las víctimas con sus dos apellidos. En su reparación subraya esos nombres que se quisieron borrar hace 86 años: Maximino Bergua Lalaguna, Antonio Fanlo Maza, Nicasio Isábal Cajal, Esteban Aínsa Aso, Joaquín Gracia Claver, Ramón Cajal López, Benito Lalaguna Callavé, Agustín Villanúa Batalla y Juan Artigas Martínez,

«Se sabía que eran inocentes pero se les tomó como rehenes»

“Eran rehenes”, dice Manuel Fañanás Isábal, nieto de Nicasio Isábal Cajal. Lo repite ante la fosa de donde asiste a la exhumación de los restos de su abuelo. Lo detuvieron junto a otros ocho hombre en Biescas, a una treintena de kilómetros de Jaca. Hubo un sabotaje, se derribaron unas pilonas de luz que abastecían de electricidad la zona. «A estos nueve los detuvieron por delaciones basadas en rencillas, envidias… pero sin ninguna prueba. Se sabía que eran inocentes pero se les tomó como rehenes hasta que aparecieran los culpables. Al final ellos pagaron”, añade el nieto de Nicasio.

Manuel Fañanás en el cementerio de Jaca junto a una de las cajas en las que se transportaróan los restos exhumados. Foto: Inma Muro/ Crónica Libre.
 

El sabotaje fue utilizado por la Guardia Civil y la Falanje como excusa para llevar a cabo detenciones y tomar venganza. Quienes delataban eran vecinos de los inculpado y lo siguieron siendo de sus viudas y sus huérfanos. “Había alguna mujer que trabajó en casa de quien acusó a su marido. Y por la calle todos sabían quienes eran. Hay uno de los pistoleros, mira que ironía, o justicia poética, que murió antes de acabar la guerra, acabó lo enterraron aquí mismo –dice Manuel Fañanas Isábal mientras señala un nicho a escasos dos metros de la fosa donde se arrojó a su abuelo–. Fue a parar ante los hombres a los que asesinó”.

Como los demás familiares de los otros enterrados anónimamente, ha dejado la muestra del ADN que confirmará la identidad de los restos recuperados por Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica.

Desde el año 2000, recuperando la dignidad de las víctimas

Esta asociación lleva desde el año 2000 haciendo exhumaciones científicas de personas desaparecidas por la represión franquista. La primera fue en Priaranza del Bierzo. Acuden, como en este caso, a petición de los familiares

En este caso lo tenían menos complicado que en otras actuaciones. En Jaca se sabía quienes estaban en esa fosa de los sin nombre y hasta había un placa, colocada en 1940, para preservado la memoria, Sobre ella se colocó una lápida de mármol en los años 70 y en un intento de dignificar a los asesinados en la ermita de la Victoria, a las afueras del cementerio de Jaca.

Se conocían las circunstancias en las que fueron asesinados por pistoleros fascistas. Uno de los descendientes, Antonio Lalaguna, nieto de Maximino Bergua Lalaguna, fue de los que promovió la recuperación de los cuerpos. Se puso en contacto con otros familiares y se localizó a siete. Los dos últimas familias han sido encontradas una vez iniciados los trabajos de recuperación de los cuerpos, a través del llamamiento que se hizo por los medios de comunicación.

Así se enteró Agustín Villanúa que estaban buscando a familiares de uno de los nueve cuerpos rescatados. A sus 92 años, acudió al cementerio acompañado de su hijo y se asomó a la fosa en la que ha estado su padre, Agustín Villanúa Batalla, enterrado anónimamente desde 1937. «Mi madre siempre quiso recuperar el cuerpo», dijo emocionado a los miembros de la asociación que participaban en la exhumación.

Agustín Villanúa acudió con su hijo a ver la fosa en la que se arrojó a su padre. En la imagen se les ve flaqueados por Marco González y Malena García, de la ARMH. Foto: ARMH
 

A los pies de la fosa, también están familiares de Benito Lalaguna Callavé durante el último día de los trabajos. Mercedes Lalaguna Jiménez y su marido han viajado desde Lourdes (Francia) donde viven. Junto a ellos, Feliciano Gavín y su hija Gisela, nieta de Maximino Bergua, que han venido desde Biescas. “Mi suegra, Teresa Bergua tenía meses cuando murió su padre y ha vivido más de 80 años con miedo”, cuenta el yerno de Maximino. Su mujer, Pili y su cuñado, Toño, han sido los que iniciaron el proceso que ha llevado a la exhumación de Jaca.

Tirados en la fosa sin ningún respeto

“Al final los cuerpos están en donde decidieron sus asesinos no la familia. Fueron asesinados por un grupo de fascistas que se ensañó con ellos. A algunos les hacían juicios sumarísimos, que no tenían ni 14 páginas, en la que la defensa y la acusación estaba en manos de militares. A estos ni eso. La muerte ya la tenían decidida y se los llevaron por delante”, explica Marco González, vicepresidente de la ARMH. Él es el coordinador de los trabajos en esta exhumación.

Los cuerpos se arrojaron a metro y medio, todos dispuestos en un pasillo de unos 60 centímetros por ocho metros y medio de largo. Han permanecido allí durante 86 años, compartiendo tierra y destino. “Estaban tirados de cualquier manera, desordenados, sin ningún respeto por los muertos. En otras fosas están enterrados con cierta humanidad, pero aquí tirados con urgencia”, añade Marco González.

Serxio Castro, arqueólogo, apunta que han hallado los nueve cuerpos retorcidos, amontonados sin sitio. «Tres cuerpos ocupando el lugar de uno, encima unos de otros. Lo más importante en esta recuperación es el proceso de individalización de los huesos. A cada uno se le asigna un número, después se harán los análisis en el laboratorio antropológico y genético de Ponferrada y se comparará con las muestras de ADN tomadas a los familiares. La arqueología es una herramienta para recuperar los cuerpos, sus historias y su dignidad”, afirma.

Los parientes son parte del proceso exhumación

«Las familias ocupan un lugar destacado en las aperturas de las fosas, “queremos que estén presentes, que participen incluso si quieren, que bajen a la fosa, vean que tratan los cuerpos con respeto. Estas familias que han estado tanto esperando, abandonadas por el Estado democrático, necesitan ser parte del proceso de autorreparación”, dice Serxio Castro.

En la exhumación, explica el arqueólogo, se ve claramente cómo fueron tratados antes y después del asesinato. «Aquí no se ha encontrado apenas ningún recuerdo –comenta–. Estuvieron un año presos y se les despojó de todo objeto personal y de cierto valor”.

En otras fosas en las que a los fusilados se los llevaron de sus casas y los mataron en el mismo día encuentran gafas, alianzas, medallas de oro, carteras, relojes… Objetos que ayudan a indentificar al muerto y a recomponer la memoria. “Aquí solo hemos encontrado, colgada del cuello de uno de ellos, una medalla de aluminio, un colgante barato que se vendían en todas las ferias de los pueblos. Eso y una mina de un lápiz y un manojo de puntas que debía llevar uno de ellos en el bolsillo”, cuenta el arqueólogo que lleva cinco años trabajando con la ARMH.

Nicasio Isábal Cajal trabajaba en la restauración de la catedral de Jaca. Sus restos han sido recuperados en la fosa de Jaca. Foto: ARMH.
 

Manuel Fañanas Isábal, cuenta que su madre era la mediana de los tres hijos de Nicasio Isábal. El día que “provocaron” la guerra tenía 10 años. “Cumplió los 11 el 27 de julio de 1936, con la impresión de una guerra acababa de comenzar”, explica. Meses más tarde, a finales de octubre su abuelo fue detenido.

Repite lo que tantas veces oyó en casa. “Se llevaban tres por cada uno de los que debieron participar en el sabotaje. Los cogieron como rehenes para presionar para que aparecieran los culpables. Mi abuela con la hija mayor se exiliaron a Francia porque tenían miedo de ser detenidas también”, añade Manuel.

Su madre con el hermano pequeño, se fueron a Jaca, con una hermana de Nicasio. “La tía abuela era la que más le visitaba cuando estaba de rehén, los hijos nunca fueron para no ver al padre en aquella situación”.

Desde el principio se contaba en el pueblo del valle de Tena que fue un capitán que estaba en el frente de Gavín quien mandó detener a los nueve. “Les hace apresar no porque estuviesen implicados en el sabotaje, sino por su ideología, por rencillas y recelos. Siempre se supo quienes les habían delatado. A uno de ellos se le hizo saber que como saliera solo se lo harían pagar. Al menos vivió con miedo”, se consuela Manuel Fañanás.

El cara al sol en el colegio, en casa silencio

De niño se fue enterando de lo que le pasó al abuelo. Con 63 años recuerda como en el colegio le enseñaron el cara al sol. Un día, con 6 años, sin saber qué significaba, lo cantó en casa y su madre le espetó, “calla que huele a muerto”. No entendió quñe significaba ni sabía cómo olía un muerto pero supo que no tenía que volver a entonar ese canto.

Pocos días antes de que los asesinaran, la tía abuela acudió a visitar a su hermano Nicasio, alertada por un sacerdote que les dijo que algo iba a pasar. «Conservamos la carta de despedida, volvía a decir que era inocente y que sabía que los iban a matar”, añade Manuel.

El día 2 de septiembre a las seis y media de la tarde la Guardia Civil se presentó en el barracón del Cuartel de Los Estudios, donde estaban presos . El guardia Lorenzo Álvarez leyó en voz alta los nombres de nueve vecinos de Biescas. Los llevaron a la Ermita de La Victoria, adosada al cementerio, allí pasaron la noche. A la madrugada del día 3 un grupo de falangistas los asesinño en la tapia del campo santo.

Traídos de nuevo al mundo desde la Madre Tierra

Cuando avisaron a Manuel Fañanás de que iban a abrir la tumba de su abuelo, al principio dudó sobre si debían remover sus huesos. “Han estado juntos compartiendo un trágico destino, al menos no han estado solos y hasta puede que agonizaran juntos y la madre tierra los acogió…”, se decía a sí mismo.

Ha leído mucho de la historia, sabe que los falangistas no daban el tiro de gracia, “si acaso tiraban alguna piedra”. Y son muchas las veces que se ha imaginado cómo serían las últimas horas de su abuelo. “Me he preguntado qué sentirían, si les vendarían los ojos, si el disparo te dejas sentir dolor o te fulmina…”.

Manuel ha permanecido hasta el último día de la exhumación. “Siento una gratitud infinita por las ARMH que han recuperado los cuerpos, con cuidado, con mimo, con respeto. Desde aquí propongo a los voluntario de la asociación para el premio Princesa de Asturias de la Concordia. Ellos consiguen sacar ese fémur, ese cráneo que es como un parto de la madre tierra, en la que ellos son las matronas que los vuelven a traer al mundo”.

Y cita el discurso de Unamuno que lee entre las páginas de la obra de Vázquez Montalbján: “A veces el silencio equivale a mentir porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia”. El desconocimiento de lo ocurrido también nos hace cómplices de alguna manera.

Ni odio ni revanchismo

La actitud ceremonial, sentida, de Manuel Fañanás ante la fosa en la que ha estado anónimamente su abuelo, escenifica respeto y el tributo familiar, un sentimiento del que ha sido albacea hasta ahora. Algo que simboliza el sentimiento común a las familias.

En su discurso no cabe odio ni venganza, solo homenaje a la memoria, Justicia con su abuelo y las demás víctimas. “Si yo me encontrase frente a frente con paramilitares siempre voy a intentar razonar, convencer con argumentos, nunca descerrajar dos tiros como hicieron aquí. Si entras es su juego, ellos ganan”, argumenta.

Compara la dignidad de los asesinados con las de los ganadores de la contienda civil. “Si miras a Millán Astray, con un solo ojo; o el otro enterrado bajo una losa enorme de mármol, acorazados… parece que la tierra les escupa, que no los quiera. Hicieron mucho mal pero al final quedaron como bufones. Y a estos nueve aquí fue la madre tierra la que los ha tenido hasta ahora. Hay Justicia en todo esto y seguirá habiendo”, mantiene Manuel Fañanás.

 “Los huesos tienen un sonido quedo, silencioso”

León criba la tierra extraída de la fosa con un tamiz. Distingue al vuelo huesecillos de la mano o el pie, o esquirlas de otros más grandes entre la tierra parda. Aunque a veces duda y entonces golpea en los caballetes metálicos para saber si es piedra o resto óseo. “El hueso tiene un sonido más quedo, más silencioso”, explica.

Leon, voluntario de la ARMH criba la tierra parda en busca de resto sóseos. Foto: Inma Muro/ Cronica Libre.
 

No quiere protagonismo, él hace su labor como voluntario. Hace cinco años llegó un día a una excavación con una bolsa en la que llevaba un bocadillo. Dijo que venía a ayudar en lo que le dejaran y que la comida se la traía para que no tuvieran ni que darle de comer.

Trabajaba en la Universidad Complutense “con ordenadores”, desde que se jubiló va a todas las exhumaciones de la ARMH que puede. “No tengo familiares directos desaparecidos, me mueve la empatía y la inquietud porque se sepa y por reparar lo que aquí sucedió”, cuenta. “Ahora al acabar se nota como un relajo, dice en las últimass hora del trabajo que ha hecho la asociación en el norte de Huesca–. Ver cómo reciben los familiares los restos compensa la labor que hacemps y me reafirma en nuestra misión”.

Detalle de un fragmento de hueso recuperado por León. Foto: Inma Muro/ Crónica Libre.

La iniciativa privada asume una labor que debería hacer el Estado

En las exhumaciones participan psicólogos que preparan a las familias, antes, durante y después. Les preguntan si van a querer asistir y les dan apoyo. Raúl de la Fuente es uno de los psicólogos voluntarios que suele atender a los familiares. En este caso no se ha desplazado hasta Jaca desde Madrid y es Malena García la que atiende a los parientes que se acercan al cementerio jacetano. Es historiadora y hace nueve años que se unió a los voluntarios de la ARMH.

“Para mí es una vergüenza que tenga que ser una asociación formada por ciudadanos voluntarios los que se tengan que dedicar a hacer algo que debería ser tarea del Estado. Son crímenes de Estado y es a él a quien le compete ocuparse de sus hijos, de sus nietos. Son víctimas como los son las de ETA. Es una vergüenza que España esté llena de cunetas y las familias tengan que entrar en la subasta, como si fuese de pescado, para ver a quién le llega primero el para abrir la fosa y recuperar a sus familiares”, critica.

A pesar de las numerosas exhumaciones en las que ha con la asociación, admite que se sigue emocionando. “Nunca acabas de acostumbrarte a esto, no haces callo –reconoce–. A quienes dicen que exhumar a las víctimas es avivar rencores, les digo que una herida necesita ser curada para sanarla. Hay que desinfectar para curar. Esto es lo que hacemos. Se trata de pasar página pero esa página hay que leerla –advierte la historiadora–. Todas las experiencias de las familiar son similares pero cada una es única».

Un día se dijo que no pintaba nada en el banco en el que trabajaba y lo dejó. Cogía empleos temporales de camarera para tener disponibilidad para participar en las exhumaciones. “Estos muertos han sufrido mucho y ese sufrimiento lo haces tuyo. Estos también son mis abuelos, son los míos. No solo lo padecieron los represaliados y sus familias, también a mí me robaron un país que pudo ser y no fue”, argumenta Malena García. A pesar de que se licenció en Historia reconoce que desconocía detalles de la guerra y la postguerra. Cuando tenía 25 años comenzó a indagar y encontró una historia que no se estudia y que se ha querido llenar de desmemoria.

La generación de los nietos ya no tiene miedo y siente rabia

“El desconocimiento, el silencio que lo ha llenado todo es muy intencionado. Forma parte de dejarlo todo ‘atado y bien atado’, para que el dictador muriera en su cama. Pero no contaron con los nietos”, asegura Malena García.

Cuenta como la primera generación sentía pavor, la siguiente no sabía qué había ocurrido y aún habían vivido el miedo. La tercera generación, los nietos y los bisnietos, son los que sienten rabia y quieren que que se sepa lo pasó. «A pesar de ello no quieren reclamar nada aunque tendrían derecho a ello. “o en su lugar igual lo haría. Pero las familias solo quieren llevarse a los suyos”, comenta la historiadora.

Recuerda la anécdota de una nieta de un fusilado que bajó a la fosa y le dijo ‘Malena no contaban con nosotros, los fascistas no pensaban que íbamos a estar aquí, no contaban con que los íbamos a sacar. «Lo decía con orgullo”, añade.

Velar a sus muertos es algo muy marcado, antropológicamente ese sentimiento está muy vivo, opina Malena García. A quienes repiten que esto no es más que remover el odio, les diría que fuesen a una exhumación. “Da igual el color político, que venga y que mire, que hable con las familias y vean cómo están tirados los cuerpos. Eso es lo indigno, verlos retorcidos, amontonados”, añade. El ambiente en una exhumación, coinciden los voluntarios, siempre es de emoción. No hay odio ni afán de venganza.

«Yo siento más rabia que las familias», confiesa Malena. Recuerda un esqueleto de un hombre joven, en la fosa de Manzanares, estaba en posición fetal y rodeado de tiros. «Lo echaron vivo, desde seis metros y lo remataron allí. Todo eso te lo quedas. No dices nada a la familia pero entre nosotros nos miramos con horror».

 «Las familias de las víctimas han sido muy maltratadas»

“En este país, las familias no saben a dónde acudir, no hay un teléfono al que llamar. Nos llaman a nosotros pero esa labor debía hacerla el Estado, no nosotros. El día que desaparezcamos, que ya no hagamos falta eso será un triunfo. Las víctimas en España han sido muy maltratadas”, opina Malena García.

Familiares de Nicasio IIsábal Caja, de Maximino Bergya y Benito Lalaguna Callavé junto a la fosa de los ‘nueve sin nombre’. Foto: Inma Muro/ Crónica Libre. 
 

La asociación actúa a petición de las familias y siempre tratan de involucrar a los parientes en todo el proceso. “Es algo que pertenece a las familias, la exhumación, por eso les animamos a que estén presentes a que colabores, remuevan la tierra”, apunta el arqueólogo Serxio Castro.

Entre los voluntarios hay un minero de El Bierzo, jubilado, es quien lo sabe todo sobre asegurar la zona de la excavación. Desde la misma fosa se pelea con el móvil para entrar en una videoconferencia por Zoom, con el presidente de la ARMH que está en una charla en la Universidad de Frankfurt.

Otro de los voluntarios habituales es un guarda forestal que se pide vacaciones para acudir a las exhumaciones. “Es el que mejor limpia los restos y el experto en objetos, sabe qué es cada uno, los clasifica. Esto es muy significativo, si lo puede hacer un grupo de voluntarios, ¿cómo no va a poder hacerlo el Estado con todos los medios?”, reprocha Malena García.

A pie de fosa de Jaca, con una insignia con la bandera republicana en la boina está José Rodríguez Solán, Josechu, vicepresidente del Círculo Republicano de Jaca. Allí contempla lo que lleva tanto tiempo esperando. Esta solo es la segunda fosa, de las 23 que calcula que hay en Jaca. En Aragón, estiman que fueron 35.475 represaliados por el franquismo.

Los nueve sin nombre, han viajado desde Jaca hasta Ponferrada, 600 km, en bolsas y en cajas de cartón, indiviudalizados, con un número asignado. De allí, se retornarán a sus familias ya identificados con sus nombres y apellidos para ser inhumados con los suyos.

El décimo cuerpo permanecerá en la fosa

En la tierra junto a donde arrojaron a los nueve sin nombre quedarán los restos de Antonio Gallardo Mejía, un objetor de conciencia que se negó a enrolarse en el ejército franquista y a empuñar las armas. Fue asesinado y enterrado sin nombre junto a la fosa común de los nueve. La ARMH buscaba a la familia de este hombre por si quieren recuperar los restos. De momento, se toma nota de las coordenadas pero se le deja en el mismo lugar.

“Esperemos que esta primera fosa común de civiles no sea la última: Por las cuatro esquinas del cementerio aún quedan unas 400 víctimas de la represión franquista y sus familias tienen derecho a recuperar esos restos”, argumenta Marco González.

Los restos están repartidas por el campo santo en seis fosas. De una de ellas ha crecido un rosal, dicen que surgió de la simiente que llevaría en el bolsillo Jesús Lorés Visús, uno de los fusilados. Cada mañana, antes de ir a la panadería, iba a la huerta y siempre recogía semillas. Allí, es bonito pensarlo, la tierra hizo crecer ese rosal como homenaje a los asesinados, como señal contra la desmemoria.


Fuente → cronicalibre.com

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