Los barrios bajos de Madrid en el siglo XIX. Memorias del campo a la ciudad
A finales del siglo XIX se derriba la antigua muralla que delimitaba la villa de Madrid sobre un territorio muy similar a lo que actualmente se conoce como la «almendra central». El Plan Castro fue un proyecto urbanístico iniciado en 1870 para vertebrar la ciudad desde una perspectiva burguesa, buscando la segregación de barrios por clases sociales. Mientras que en en la zona norte se comenzaron a establecer los ensanches como Chamberí o Salamanca, donde se trasladaban la burguesía y aristocracia madrileña, en la zona sur se construía la incipiente industria del ladrillo, la fábrica de papel o los lavaderos junto al río Manzanares. Algunos barrios bajos en esa zona surgirán como consecuencia del establecimiento de las clases populares en infraviviendas o la construcción de casas baratas donde se alquilaban habitaciones para toda la familia.
Se instalan así diversas colonias industriales de obreros, junto a zonas de chabolas que comienzan a acoger a la población rural que, a finales del siglo XIX, buscaban huir de la pobreza extrema en el campo. Debido a la reorganización de las propiedades pertenecientes históricamente a la iglesia y la antigua nobleza, estas pasaron a manos de una burguesía rural voraz apoyada en el caciquismo. Junto con la desposesión de las tierras comunales y la ruptura de las tradicionales redes campesinas de apoyo, se articuló una inmensa clase social de jornaleros que eran extorsionados por caciques y malvendían su fuerza de trabajo en el campo. La ciudad se vendía como un gran bazar de nuevas oportunidades, en un periodo de cambio del mercado laboral basado en los intereses de los capitalistas industriales españoles.
Las generaciones jóvenes salían con el hatillo al hombro de los pueblos y trataban de llegar a la ciudad para trabajar en la industria, el comercio o servicio doméstico en las casas de la burguesía urbana. Se tuvieron que reinventar las redes familiares en la gran ciudad, en mitad de un crecimiento completamente desigual y una población en movimiento. Esas huellas en el camino se dirigían hacia una ciudad que estaba en plena transformación burguesa, que dibujaba un mapa de riqueza y pobreza en una metrópoli rota. Otros ni siquiera alcanzaban el maldito «sueño» de llegar a Madrid, muchos jornaleros fueron enviados a luchar en las colonias de Cuba y Filipinas, en guerras donde los pobres eran carne de cañón para defender una patria que les había arrastrado a la muerte.
A lo largo del siglo XIX se sientan las bases del sistema político liberal español que, gradualmente consolida esta inmensa enajenación y explotación a las clases populares, pero también supone el inicio de la organización social desde abajo que se traducirá en las grandes luchas obreras del siglo XX.
Barrio de las Cambroneras
Esta barriada del sur madrileño estaba situada junto a los lavaderos del río Manzanares, a la izquierda del Puente de Toledo, en la zona que actualmente ocupan la calle de Alejandro Dumas y donde finaliza el Paseo de los Melancólicos. A finales del siglo XIX en torno a la calle de Cambroneras, las familias que venían de las zonas rurales de Andalucía y La Mancha, comenzaron a construirse minúsculas viviendas donde convivían en unas condiciones de absoluta miseria. A principios del siglo XX, esta barriada contaba con la presencia de unos quinientos vecinos y vecinas, la mayoría de etnia gitana del sur peninsular, motivo por el que la población de Madrid comenzó a conocer esta barriada como el Albaycín madrileño. Estas viviendas surgieron en los alrededores del pequeño puente-acueducto de Cambroneras, una alcantarilla que conducía las aguas pestilentes del arroyo del mismo nombre al Real Canal del Manzanares. Estas eran las únicas zonas disponibles para construirse infraviviendas las familias emigradas, es decir, aquellas que no estaban bajo la planificación del Ayuntamiento de Madrid, y con una perspectiva oficial de absoluto aislamiento de las clases sociales más bajas en barrios inmundos.
La prensa burguesa de la época, como la nuestra actual, se encargaba de remarcar los estereotipos, y una aporofobia desmedida contra esta clase de barrios bajos y sus poblaciones. Aproximadamente lo que ahora sucede con barrios como la Cañada Real, que están expuestos a violencias institucionales y agresiones mediáticas. Esto decía en el año 1922 el diario «Heraldo de Madrid» sobre el barrio de las Cambroneras: «A la entrada de la glorieta del Puente de Toledo, el barrio de los gitanos, el albaicín madrileño, fue albergue de gitanos, y está compuesto por dos filas de casuchas bajas y desiguales». También descrito este barrio por el escritor republicano Vicente Blasco Ibáñez: «Formaban un mundo aparte, una sociedad independiente dentro de la horda de miseria acampada en torno a Madrid.»
A lo largo del siglo XX, la prensa madrileña continuó retratando este barrio como una zona de delincuencia y crimen, una dinámica que no ha cambiado mucho respecto de la actualidad, porque el principio activo de la sociedad capitalista sigue siendo retratar a las clases populares como un monstruo ignorante e inculto, y sus barrios como espacios peligrosos e inseguros. La mayoría de la población de esta barriada faenaban en huertas adyacentes al río Manzanares, en la compañía de ferrocarriles de la Estación de las Pulgas (Estación mercantil de Imperial), en los lavaderos, en el cercano mercado de ganados, o en el almacén de carbón. Sin embargo, desde las instituciones trataban de establecer diferenciaciones de categorías de clase para dividir a los vecindarios populares madrileños, ya que el ensanche sur que se proyectaba en la zona del Paseo de Delicias, estaba destinado a obreros más cualificados en la incipiente industria y manufacturas.
Barrio de las Injurias
El barrio colindante del anterior es el de Las Injurias, también junto al río Manzanares y atravesado por el arroyo de Embajadores, en lo que sería actualmente la zona que queda a la derecha de la Glorieta de Pirámides, y el Paseo de Yeserías. De un vecindario de esta zona conocido como las casas del Cabrero, donde habitaban de manera comunitaria cerca de setecientas personas de clase baja, fueron desahuciadas por el Ayuntamiento de Madrid en 1906 al no poder pagar el alquiler que se les imponía, y la construcción fue demolida tres años más tarde. Este barrio de Las Injurias tomaba su nombre de una imagen sagrada católica de un antiguo humilladero situado en el Paseo del Cristo de las Injurias, que se convertiría en Paseo de Yeserías debido a la industria del yeso y los tejares que surgieron en esa zona.
El marqués Manuel María de Santa Ana, empresario en el siglo XIX, y dueño del periódico La Correspondencia de España, fundó en 1886 el asilo para pobres de San Luis y Santa Cristina, un refugio para mendigos que finalizó su labor en la década de 1930 del siglo XX. Esta institución privada nace desde las políticas burguesas como benefactora, con una intención asistencialista y para evitar que la población pobre de Madrid acabase uniéndose al incipiente movimiento obrero que se estaba fraguando. El alcalde Alberto Aguilera fue quien tomó la decisión del desahucio de las familias que vivían en las casas del Cabrero, y quien tenía un plan de higiene de la ciudad, sin embargo, esas palabras que sonaban tan bien entre los políticos liberales, escondían un odio de clase contra los barrios bajos y la miseria que su propio régimen caciquil de la Restauración Borbónica y el sistema explotador capitalista estaba provocando desde hacía décadas. Ser pobre era un delito, la burguesía originaba la patología social y criminalizaba a los pobres, creaban ellos mismos la miseria, de la cual culpaban a las propias clases populares.
En La Busca, primera novela del escritor vasco Pío Baroja de la trilogía «La lucha por la vida», describe lo siguiente:
«Por el Puente de Toledo pasaba una procesión de mendigos y mendigas, a cual más desastrados y sucios. Salía gente, para formar aquella procesión del harapo de las Cambroneras y de las Injurias; llegaban del paseo Imperial y de los Ocho Hilos; y ya, en filas apretadas, entraban por el puente de Toledo y seguían por el camino alto de San Isidro a detenerse ante una casa roja a recibir la doctrina, a cambio de escuchar sermones que daban las señoras de la alta sociedad, recibían ayuda, comida, ropa o sábanas limpias».
En mayo de 1886, nacía en el barrio de Las Injurias, quizá uno de los vecinos que más fama alcanzaría futuramente, se trataba de Felipe Sandoval, conocido como «Doctor Muñiz», joven emergido de esta miseria que fue albañil, gángster, expropiador de bancos, y en el final de su vida controvertido anarquista de acción y espía, que participó de los comités revolucionarios en Madrid durante el transcurso de la Guerra civil española.
Barrio de las Peñuelas
El último de los barrios en este Madrid de los bajos fondos, es el barrio de las Peñuelas, que toma su nombre de la peñuela de Santa Isabel, un pequeño promontorio en la orografía tan compleja y desnivelada que tenía el Madrid antiguo. Se trataría del actualmente conocido como barrio de Acacias, siendo el Paseo de la Esperanza desde el Paseo de las Acacias su vía principal a día de hoy. En 1876, con dinero de la Duquesa de Bailén, se construye la iglesia del arrabal de las Peñuelas, oficialmente conocida como iglesia del Purísimo Corazón de María, que estaría en el perímetro de la plaza de las Peñuelas, y que vertebraría ese barrio hasta la actualidad. Sin embargo, la iglesia fue incendiada y destruida en 1936 por esas mismas clases populares a las que la Iglesia Católica llevaba décadas oprimiendo, y culpando de su pobreza, en connivencia con el poder político y militar.
La plazuela de Peñuelas fue el corazón de este barrio obrero proyectado en el ensanche de Madrid del Plan Castro a finales del siglo XIX. Estaba compuesto principalmente por las denominadas «casas de patio», donde vivían hacinadas la población obrera, gran parte de ella empleada como mano de obra en la cercana Fábrica de Papel de Santa Ana, en el vecino barrio de Las Injurias, y en la Estación de ferrocarril de las Peñuelas, perteneciente a la Compañía de Ferrocarriles del Norte. En los años de 1930 se edificaron casas de vecindario y un dispensario antituberculoso, mejorando las condiciones generales de este barrio popular. De hecho, será en este barrio donde surgen las Fiestas de la Melonera, celebradas en septiembre, y donde era común degustar melones procedentes de la localidad de Villaconejos. Una fiesta popular que durante el Franquismo fue desplazada en favor de lo castizo como seña de identidad española y madrileña, a imagen y semejanza del régimen represor y nacionalista.
Nuevamente el escritor Pío Baroja, publicaba lo siguiente en su ‘Crónica: Hampa’, un texto de reflexión y denuncia en 1903 en el periódico El Pueblo Vasco:
«Madrid está rodeado de suburbios, en donde viven peor que en el fondo de África un mundo de mendigos, de miserables, de gente abandonada. ¿Quién se ocupa de ellos? Nadie, absolutamente nadie. Yo he paseado de noche por las Injurias y las Cambroneras, he alternado con la golfería de las tabernas de las Peñuelas y los merenderos de Cuatro Caminos (…) He visto mujeres amontonadas en las cuevas del Gobierno Civil y hombres echados desnudos al calabozo. He visto golfos andrajosos salir gateando de las cuevas del cerrillo de San Blas y les he visto contemplando cómo devoraban gatos muertos. (…) Y no he visto a nadie que se ocupara en serio de tanta tristeza».
Sin embargo, en este barrio de las Peñuelas, concretamente en la calle Labrador, nacía en 1895 la poeta ultraísta y militante anarquista Lucía Sánchez Saornil. Era hija de una familia de clase obrera que procedían de un pequeño pueblo de Valladolid, implicada desde joven en la lucha antifascista, fue una de las fundadoras de la organización anarcofeminista «Mujeres Libres», que llegó a tener veinte mil afiliadas en 1938. Esta militante también de la lucha LGTBI desde el lesbianismo político, afirmaba que «el mundo masculino había venido oscilando frente a la mujer entre dos conceptos extremos de la prostituta a la madre sin detenerse en lo estrictamente humano, es decir, la mujer como ser racional pensante y autónomo».
La desromantización de las históricas barriadas obreras. De los bajos fondos a la toma de conciencia
En el Madrid del siglo XXI, fundamentalmente en estos últimos años, el barrio de Peñuelas se ha convertido en uno de los puntos de referencia del anarquismo social y cultural madrileño, en la misma calle se encuentra la sede de la Fundación Anselmo Lorenzo, archivo histórico de la CNT y espacio de eventos libertarios, y un poco más arriba el Ateneo La Maliciosa, espacio donde se realizan debates, seminarios y presentaciones de libros para despertar la crítica y organización desde abajo.
Como podemos comprobar, los suburbios de Madrid estaban habitados a principios del siglo XX por quienes no tenían nada que perder, y de los bajos fondos de la miseria, en ocasiones, también surgía el compromiso de una pulsión revolucionaria. Es una conciencia que debe leerse en clave racionalista, porque no quiere defender una idealización del orgullo de la pobreza de los miserables, sino todo lo contrario, una rabia organizada desde la memoria y una fuerza social que logre la abolición de esas clases sociales y la indigencia del capitalismo.
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