La memoria de las vencidas
La memoria de las vencidas
Eva García Sempere

Esta novela, habla de nosotras, de nuestras vidas, de nuestras historias; siempre fuimos la red de apoyo, el sostén de las familias dentro o fuera de una prisión, en la vida y en la muerte.

“Cuando ya no quede nadie”, de Esther López Barceló

 

Todas las mañanas salto de la cama y piso una mina. La mina soy yo. Después de la explosión, me paso el día juntando los pedazos. Así decía Ray Bradbury en su libro de ensayos sobre el placer de escribir, “Zen en el arte de escribir”, y no sé si a Esther López Barceló le ocurre lo mismo; lo que sí sé es que así, exactamente, me hizo sentir cuando leí esa maravilla de novela que es “Cuando ya no quede nadie”.

Y así mismo, y lleno el corazón de tiritas para ir curándome las heridas que me iba abriendo la lectura, es como escribo esta reseña. Pido, para empezar, indulgencia a quien me lea (y por supuesto a la autora), porque es imposible recoger en 5.000 caracteres la riqueza de esta obra, los sentimientos que desata o la importancia del paisaje como un protagonista más. Necesitaría mucho más espacio. Necesitaría, probablemente, algo tan largo como la propia novela. Y necesitaría, sin duda alguna, tener la capacidad de escribir de Esther.

Esta novela, sépanlo quienes aún no se hayan lanzado a devorarla, habla de nosotras, de nuestras vidas, de nuestras historias. Algunas las conocemos muy bien, como la vergüenza intemporal cuando te viene la regla en el momento más inoportuno y buscas, a veces de maneras imposibles, sentarte de forma que no acabe todo manchado. Cierto que, por fortuna, apenas ninguna de nosotras lectoras de hoy lo habremos vivido delante de un Jefe de Falange mientras la vida de alguien muy querido pendía de un hilo. O las preguntas sobre si un padre sin memoria sigue siendo un padre. Y las respuestas cuando ya no está y descubrimos que sí.

Recordamos leyendo a Esther que siempre fuimos la red de apoyo, el sostén de las familias cualquiera que fuera la circunstancia: dentro o fuera de una prisión, las mujeres solo se tenían a sí mismas y sus propias manos para salvar a los suyos. Pilar, ya os enamoraréis de ella, se da cuenta un día gris y terrible después de salir de la cárcel. Personaje que, por cierto, está basado en la abuela de la autora y con el que consiguió revivirla y dialogar con ella, poniendo en valor su vida y la de todas aquellas mujeres que lucharon. Con ella, con ese hablar tan típico de la zona castellanoparlante de Alicante en que van mezclándose palabras en valenciano y otras inventadas a caballo entre ambas, revivimos y escuchamos a nuestras abuelas también.

El sostén y las cuidadoras también en la vida y en la muerte. El cementerio de Alicante (no la busquen, la ciudad no aparece nombrada en la obra) es también protagonista de la novela. Tan bien detallado que parece que caminas por sus caminos y puedes sentir lo que sienten quienes por allí se acercan a cuidar a las suyas.

El amor cuando nos pone en situaciones muy complicadas y que nos lleva a actos de difícil justificación vistos a la luz de los años pero que, indudablemente, son ejecutados con la entereza de quien sabe que no puede fallar. La venganza, por otro lado, aportando luz y haciendo del mundo un lugar mejor.

Todo esto lo podréis encontrar en esta novela que es, en palabras de la autora, un reto. Personal, por supuesto, pero también político: ¿cómo hacer llegar tantas historias del periodo más oscuro de nuestro pasado reciente, aún sin curar las heridas, a quienes no quieren o no saben llegar a él?

Cuando se rompen los silencios

Y es que esta historia está hecha de pedacitos de muchas historias recogidas a lo largo de una prolífica (aunque breve, que nuestra Esther es muy joven) vida dedicada a rescatar la memoria de las vencidas. Entrelaza de manera magistral vivencias y recuerdos personales con silencios de años en muchas otras familias como la suya, como las nuestras. Más de 40 años de silencio que en el libro se rompen cuando uno de sus miembros queda, paradójicamente, en silencio. Y se empiezan a romper en el lugar del silencio por excelencia: en un cementerio.

Esta es la historia de Ofelia, la protagonista. O quizá, y sobre todo, es la historia de Pilar y Gabriel, sus padres. Gabriel condenado a muerte y salvado, misteriosamente. Pilar con un pasado desconocido en que salvó más de una vida. Lucía, la gran amiga de Pilar y relevo en los cuidados a la familia y sus silencios.

Pero también es la historia de la importancia de las plumas Parker para la resistencia antifranquista del interior, de las guardianas de la memoria, del papel imprescindible de los archivos y quienes en ellos trabajan para conocer nuestra historia y defender la democracia, de Dolores la Busotera y todas las mujeres que, siendo parteras, también sabían de hacer lo contrario y trataban, con sus escasísimos medios, de aliviar tanto sufrimiento de mujeres; de los horrores de la dictadura y la de las noches largas buscando respuestas mirando un pendiente como último elemento material al que aferrarse; y también la historia de uno de los hechos más cruentos y desconocidos ocurridos en Alicante, el bombardeo del mercado central de Alicante. Comenta en una entrevista la autora, y qué verdad más grande, que en Alicante se dice que les faltó un Picasso que pintara su propio Gernika para poder ser recordado. El bombardeo masivo de la aviación italiana que acabó con más de 300 vidas de mujeres y niños que hacían cola para comprar pescado. Y de cómo, a veces, la diferencia entre la vida y la muerte son cosas pequeñitas, a las que apenas damos importancia, una corazonada, la hartura de hacer una cola interminable,…

Cosas pequeñas que, al recordarlas, nos remueven por dentro. Qué importantes un limón o unas cerezas cuando estas nos hablan de aquellos a quienes queremos. No, no voy a contarlo, tendrán que leerlo y, entonces, entenderán que ustedes también tienen limones y cerezas como pequeñas bombas que las pisan y todo estalla por dentro. Y pasan el día juntando pedazos.


Fuente → mundoobrero.es

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