La gran fuga republicana

La gran fuga republicana
David Portabella

  • El fuerte de San Cristóbal de Pamplona vivía el 22 de mayo de 1938 la evasión de 795 presos que huían del penal franquista rumbo hacia Francia
  • Sólo tres llegan a territorio francés y uno de ellos, Jovino Fernández, inspira un camino de memoria
  • 207 eran ejecutados en la represión
  • 72 catalanes estuvieron presos y uno de ellos, Jacint Torrent, exigió al ministro Múgica una restitución
  • Txinparta descubrió el “cementerio de las botellas”
  • Bildu obtiene 3 millones para hacerlo sitio de memoria

Uno de los que tuvieron éxito en la fuga acabó en México y nunca contó nada a su hija

Que el 22 de mayo de 1938 fuese el domingo lo convertía en un día ideal. La Guerra Civil no había terminado, Pamplona era territorio franquista de primera hora gracias al general Emilio Mola y el fuerte de San Cristóbal, penalti que corona el monte Ezkaba (895 metros de altitud), situado a diez kilómetros de la capital navarra, era el bastión del terror represivo en el que 2.487 presos republicanos de todas partes malvivían en condiciones infrahumanas. Esa noche de hoy hace 85 años, aprovechando que la hora de la cena de la guardia abría toda una noche para consumar la evasión porque el relevo de la guardia no se produciría hasta el lunes por la mañana, 795 reclusos republicanos protagonizaban la fuga más masiva que se viviría en un penalti franquista y lo hacían guiados por el anhelo de cruzar la frontera con Francia y unirse al bando republicano a través de Cataluña. La magnitud de la aventura fue proporcional a la crueldad de la represión: sólo tres presos consiguieron el hito de cruzar los Pirineos, mientras que 207 fallecieron ejecutados en la represión instantánea de la evasión por parte de las fuerzas policiales (de 20 de los asesinatos, nunca apareció el cuerpo) y los 585 restantes fueron capturados por los franquistas y requetés desplegados en el monte Ezkaba y pueblos colindantes de Pamplona y fueron reintegrados al fuerte. Gracias a la dedicación de la asociación Txinparta-Fuerte de San Cristóbal Red de Memoria Colectiva, el lugar recupera poco a poco cada nombre y cada historia.

Koldo Pla, miembro de Txinparta, ha estudiado la fortaleza –también llamada fuerte de Alfonso XII y convertida en penalti de 1934 a 1945– y la fuga. “La fuga se fragua entre un grupo de una docena de presos, y más tarde se extiende a un grupo de unos treinta más, que son los únicos que llegan

a saber algo del plan de escape que se está organizando. El líder fue Leopoldo Pico, un cantábrico de Resinas y residente en el Margen Izquierdo de Bilbao que era muy próximo a Dolores Ibárruri, La Pasionaria . En el núcleo había algunos anarquistas que, gracias al dominio del esperanto, podían hablar entre ellos y que los demás no entendieran nada de lo que tramaban. Aprovechando el descuido de la cena, Leopoldo Pico redujo un guardia y lo desnudó para vestirse con su ropa, y los presos en poco rato desarmaron al resto y consiguieron el control de su zona”, relata Pla. “Al abrir las puertas de todas las celdas, muchos no sabían de qué iba eso, y aún así 795 deciden jugársela”, remacha.

Los únicos tres que llegaron a Francia fueron Jovino Fernández, José Marinero y Valentín Lorenzo. Entre los asesinatos en las primeras horas en el monte Ezkaba, se encuentran Leopoldo Pico y otros organizadores, y otros catorce promotores de la fuga vivieron un consejo de guerra sumarísimo que acabó con pena de muerte y fueron fusilados el 8 de septiembre de 1938 en el foso de la Ciudadela de Pamplona. Actualmente, el sendero GR-225 recrea el camino seguido por Jovino Fernández hasta cruzar la frontera por Urepel pasando por Olabe (donde está la fosa de Olabe), Saigots y Sorogain. Para poder resignificar el lugar como sitio de memoria, EH Bildu arrancó una inversión de 3 millones a cambio de su voto a favor de la ley de memoria.

Gracias a Chinparta, al historiador José María Jimeno Jurío ya la Sociedad de Ciencias Aranzadi, cerca del fuerte San Cristóbal ha emergido la historia del “cementerio de las botellas”. Los pueblos limítrofes vieron cómo la represión saturaba sus cementerios y esto obligó a las autoridades del penalti a improvisar un cementerio de 500 metros cuadrados en el monte Ezkaba donde cada uno de los 131 cadáveres fueron enterrados con una botella que contenía un documento con datos personales del fallecido. Los miembros de Txinparta visitaron el archivo diocesano y, tras vencer la resistencia, consiguieron un plano del cementerio hecho por un cura y abrieron una primera fosa a mano hasta descubrir una primera botella con datos de un preso enterrado, Andrés Gangoiti Cuesta, de Bilbao, y certificaron que lo de las botellas no era una leyenda. Y ya ha habido 44 exhumaciones.

A la hora de levantar el velo del silencio, sin embargo, los investigadores se han topado con algún vacío repentino: uno de los que tuvieron éxito en la fuga, José Marinero, acabó en México, y la sorpresa fue que cuando en el 2005 –con él ya fallecido– se contactó con su hija, no sabía nada de nada porque su padre nunca le había dicho ni una palabra de ese hito del fuerte en el que él era uno de los tres que lograron.

Torrente, electricista de Juneda

Gracias a la obra Fuerte de San Cristóbal, 1938 . La gran fuga de las cárceles franquistas (Pamiela), de Félix Sierra e Iñaki Alforja, está documentado que en el fuerte de San Cristóbal hubo 72 catalanes y que uno de ellos, Jacint Torrent, electricista de Juneda (Lleida) a quien el golpe de Franco sorprendió haciendo el servicio militar en Segovia, dirigió 50 años después una carta al ministro de Justicia de Felipe González, Enrique Múgica, para exigir una restitución. “En nombre de mis compañeros de Madrid, Segovia, Valladolid y en el mío propio, le escribo esta carta para informarle de que [...] el

7 de enero de 1937 fuimos trasladados de la prisión provincial de Segovia al fuerte de San Cristóbal de Pamplona después de habernos sido conmutada la pena de muerte. Al llegar a Pamplona, ​​y después de un riguroso registro, nos dijeron: «Esto es la Siberia, no piense en indultos ni en amnistía [...].» Muchos compañeros morían de hambre, hasta que el 22 de mayo de 1938 unos valientes se apoderaron de la guardia interior y exterior, teniendo las puertas del fuerte abiertas, y como es natural sin pensarlo marchamos [...]. Entonces era jefe de la plaza de Pamplona el general De los Arcos, que dio la orden de no dar el alto y de disparar a quemarropa, hasta que el día 25 el obispo de Pamplona, ​​Marcelino Olaechea, fue a pedir clemencia y logró el alto el fuego [...]. El día 29 nos pillaron después de una semana sin comida y nos trasladaron de nuevo al fuerte, en calabozos bajo tierra donde era imposible vivir [...]. En el juicio nos pidieron pena de muerte, que nos fue conmutada por 17 años [...]. Señor ministro, en nombre de mis compañeros le ruego que estudie la posibilidad de que nos sean retribuidos los 3 años que estuvimos en prisión”, escribía Torrent. No hay constancia de que Múgica, ministro de Justicia de 1988 a 1991 y defensor del pueblo de 2000 a 2010, contestara nunca la carta de este preso de Juneda. 

2.487 presos estaba en reclusión en el fuerte de San Cristóbal la noche del 22 de mayo de 1938, cuando el plan de fuga del penalti se puso en marcha. Aunque la mayoría no estaban al corriente de la trama y dudaron en ver abiertas las celdas, 795 se la jugaron y escaparon rumbo hacia los Pirineos.

 


Fuente → elpuntavui.cat

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