El 4 de mayo de 1938 la Santa Sede reconocía al régimen de Franco como legítimo. ¿Por qué tardó tanto en hacerlo?

El 4 de mayo de 1938 la Santa Sede reconocía al régimen de Franco como legítimo. ¿Por qué tardó tanto en hacerlo?

El 4 de mayo de 1938 el Vaticano reconocía al de Franco como el legítimo gobierno de España, pasados casi dos años desde el estallido de la Guerra Civil

Francisco Martínez Hoyos, La Vanguardia

La Guerra Civil española estalló en 1936. Sin embargo, el Vaticano no reconoció al gobierno de Franco hasta dos años después. ¿Por qué esta considerable demora? Las relaciones entre los sublevados y la Iglesia no siempre fueron tan armónicas como podría parecer a primera vista.

Contra lo que pudiéramos creer, el hecho es que las quejas de los rebeldes contra Roma fueron constantes. Así lo explicaba el historiador y monje de Montserrat Hilari Raguer en La pólvora y el incienso (Península, 2017). Los denominados “nacionales” lamentaban que L’Osservatore romano , el periódico oficioso de la Santa Sede, dieran demasiado protagonismo a noticias que les eran desfavorables, mientras que las favorables recibían poco espacio. En realidad, detrás de esta crítica había más victimismo que otra cosa.

Uno de los generales sublevados, Miguel Cabanellas , escribió al cardenal Pacelli, responsable de la política exterior vaticana (y futuro Pío XII ), para explicarle que los rebeldes desean entablar relaciones oficiosas con el Vaticano. Ese sería un primer paso de cara a establecer un vínculo diplomático completamente normal.

Según Cabanellas, el “Movimiento Nacional” tenía tanto “de cruzada religiosa como de rescate de la Patria frente a la tiranía de Moscú”. Con la referencia a la Unión Soviética, el militar se refería al imaginario complot comunista que había servido para justificar el intento golpista del 18 de julio.

El general Cabanellas Ferrer pasando revista en Burgos a un destacamento de tropas marroquíes, septiembre de 1936 / Fototeca.cat

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Pío XI recibió a un grupo de unos quinientos exiliados españoles que habían salido de la península para escapar de las atrocidades bélicas. Eran católicos, encabezados por los obispos de La Seu d’Urgell, Vic, Tortosa y Cartagena. El pontífice, en su discurso, condenó el comunismo. Hasta ahí, eso era exactamente lo que deseaban los insurrectos. Su intervención, sin embargo, fue más allá. En lugar de alinearse con un bando, se lamentó de que los españoles se despedazaran en una discordia intestinal: “La Guerra Civil, la guerra entre los hijos del mismo pueblo, de la misma madre patria”.

El pontífice bendijo a los que, en España, habían defendido los derechos de la religión. Lo que ya gustó menos a los adecuados de Franco es que especificara que, en esta defensa, pudieron mezclar fácilmente intereses egoístas. Tampoco les agradó que el Santo Padre les exhortara a amar a los enemigos, a rezar por ellos y practicar la misericordia.

 Una bisagra encallada

Los “nacionales” enviaron a Roma a como representante al marqués de Magaz, un catalán de extrema derecha que pronto iba a demostrar su escaso tacto y nulo sentido de la oportunidad. Como decía Raguer, su arrogancia fue el motivo fundamental del fracaso de su misión diplomática.

En una audiencia, por ejemplo, el papa protestó porque en la España nacional se fusilaba también a sacerdotes. Se refería a la represión contra los curas simpatizantes del nacionalismo vasco. Al escuchar esta acusación, Magaz reaccionó con palabras poco apropiadas para ganar simpatías: “Santidad, no tengo que decir más que una cosa. Que sus palabras y su actitud, como español y como católico, me producen una profunda pena”.

El diplomático se quejaba de que la Santa Sede no reconociera a su gobierno. Esa postura, a su juicio, constituía un agravio comparativo con lo sucedido en 1931, cuando Roma había tardado apenas seis días en reconocer a la República. A la vista de esta falta de éxito, Magaz escribió a Pacelli para contarle que su misión en Roma carecía de sentido, puesto que no había logrado absolutamente nada. Por eso mismo, no espero importunarle nunca más.

Pacelli, con la cabeza fría, le respondió que no tendría ningún problema en recibirle y tomar en consideración sus cartas, siempre que estuvieran “redactadas con objetividad y calma”. Si hasta ese momento no le había respondido, la razón no era otra que el “tono verdaderamente inusitado” con el que se permitía lanzarse infundadas contra la Santa Sede.

En lugar de mostrarse más conciliador, Magaz siguió lanzando reproches. Parecía empeñado en autosabotear su trabajo. Con escaso sentido diplomático, le dijo al futuro Pío XII que el reconocimiento del Vaticano ya no tenía tanta importancia, dado que los “nacionales” tenían ya el de la Alemania de Hitler y el de la Italia de Mussolini. El del Vaticano, en su opinión, hubiera tenido valor de ser el primero. Olvidaba, como nos dice Vicente Cárcel Ortí en 1936. El Vaticano y España (Ediciones San Román, 2016), que el Vaticano, por norma, nunca era el primero en reconocer a un nuevo Estado.

 Cautelas vaticanas

¿Por qué estas reticencias de la Iglesia? Era obvio que la Santa Sede simpatizaba más con el bando franquista que con su oponente. Entre un régimen que devolvía sus privilegios a los católicos y otro anticlerical, la elección no sugirió dudas, tal como el propio Pacelli se ocupó de dejar claro.

Roma, sin embargo, debía atender a otro tipo de consideración. Temía que un gesto favorable a los sublevados tuvieran nefastas consecuencias, en forma de represalias, para los católicos que vivían en la zona republicana. Por otra parte, el Vaticano no deseaba indisponerse con los países que simpatizaban con la Segunda República.

La Iglesia, además, quería evitar la impresión de estar subordinada a determinados regímenes políticos. Pacelli, en una reunión de la Congregación de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, se refirió a “la necesidad que tiene la Santa Sede de evitar que se forme o mejor que confirme en el mundo la impresión de que está al servicio del fascismo”.

En 1937, cuando Pío XI publicó la encíclica Divini Redemptoris , acerca de los peligros del comunismo, Magaz volvió a la carga y solicitó de nuevo el reconocimiento del gobierno de Burgos. Roma seguía sin ver las cosas claras, inquieta ante el predominio de la Falange, un partido que parecía oponerse a los intereses católicos en la línea de lo que hacía Hitler en Alemania. Preocupaba, en suma, la tendencia exagerada a exaltar el poder del Estado y de su líder.

El representante de Franco, ante estas reticencias, explicó a Pacelli que nada en el programa falangista justificaba el mínimo temor por parte de la Iglesia.

En el lado de los sublevados continuaron las críticas por la actitud ambigua del papa, que no se pronunció abiertamente a favor de Franco. Aunque creía que el reconocimiento del gobierno rebelde era aún inoportuno, el cardenal Tedeschini, esperaba que todas estas quejas no pudieran ser más infundadas. Tedeschini era una figura de peso, como antiguo nuncio en el Madrid republicano. A su parecer, era evidente de parte de quién estaba la Santa Sede.

Eugenio Pacelli, entonces nuncio, abandona el palacio presidencial de Berlín / (Hulton Deutsch / Getty)

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“Si hay verdaderamente personas que sostienen que no está claro que la Santa Sede está contra el Gobierno de Valencia, […] tras la encíclica Divini Redemptoris , tras las pastorales de varios obispos, […] después de que la Santa Sede no tiene de hecho ninguna relación con el Gobierno de Valencia y la tiene, en cambio, a diario con el de Burgos, entonces habrá que decir que la Santa Sede no podrá jamás expresarse”.

Finalmente, el 4 de mayo de 1938, Roma dejó a un lado sus reticencias y reconoció al gobierno de Franco como el único legítimo de España. ¿Qué desencadenó el cambio? El hecho de que la situación militar en la península fue por entonces favorable a los rebeldes acabó por disipar las dudas.

Se abría con ello un período de identificación entre la Iglesia y el Estado, aunque, en realidad, las rocas iban a seguir existiendo. El régimen franquista se hacía llamar católico, pero nunca dudó en reprimir cualquier atisbo de disidencia que procediera de las filas religiosas.


Fuente →  asturiaslaica.com

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