Columnas, plumas, balas y mordazas
Columnas, plumas, balas y mordazas
Jorge Serrano Fernández  
 
La censura resultó ser uno de los elementos sustanciales del régimen franquista. En áreas como la prensa y la literatura su alcance fue bravío

El franquismo fue un periodo de tiempo que transcurrió en el Estado español durante la dictadura de Francisco Franco Bahamonde (Ferrol, 1892) y sus sucesivos gobiernos autoritarios de corte e ideología fascista y ultraconservadora hasta 1975.

La dictadura franquista se consolidó en todo el Estado español en abril de 1939, una vez finalizada la Guerra de 1936 a 1939, aunque algunas ciudades como Zaragoza, Burgos o Sevilla ya estaban en manos de fascistas desde julio de 1936, cuando triunfó en esos lugares el golpe de Estado contra la legalidad de la II República española y el gobierno del Frente Popular. Aquella guerra la ganaron quienes se habían levantado contra la democracia tres años antes y sometieron al mutismo a buena parte de la sociedad española. En palabras de Julián Casanova: "El franquismo les impuso el silencio para sobrevivir, obligándoles a tragarse su propia identidad".

En rasgos generales, este régimen totalitario fue una anomalía dictatorial en Europa occidental a partir de 1945 (con excepción de Portugal), cuando cae, definitivamente, el III Reich. El franquismo logró consolidarse desde sus inicios gracias a una política de represión eficaz que se fundamentó en un marco legal voraz y cruel, materializándose en la eliminación y depuración sistemática de oponentes y rivales sociales, políticos e ideológicos, inundando la educación de contenidos religiosos nacional-católicos y sembrando políticas de olvido y amnesia colectiva. Todo ello se difundió gracias a la propaganda y la aplicación de la censura, que fue vital para evitar que el régimen cayera y lograr alejar a la población de la verdad sobre el mismo.

 Una visión general de la censura

El régimen franquista estableció una serie de leyes y regulaciones para controlar la información que se publicaba en la radio, periódicos y revistas. Estas leyes, que se apoyaban en un marco legal vigente, permitían la censura previa de todo el material que se iba a publicar y también permitían la persecución de aquellos que publicaban información que se consideraba contraria al régimen. La ley de Prensa e Imprenta de 1938 estableció el marco legal para la censura escrita en el Estado español durante la dictadura de Franco. La ley establecía que todas las publicaciones debían estar sujetas a la censura previa antes de su publicación.

El objetivo de la censura franquista era controlar la información que llegaba a la población para evitar la disidencia, desobediencia y oposición al régimen. Se prohibía la publicación de cualquier información que pudiera poner en duda la legitimidad de la dictadura, criticar a las autoridades o hacer referencia a la oposición política, relegada completamente al olvido.

Para llevar a cabo toda esta política de censura se necesitó la figura esencial del censor. Los censores podían controlar la información que se difundía en los medios de comunicación, tanto en la prensa escrita como en la radio. Para ello, revisaban todo el contenido antes de su publicación y prohibían todo aquello que consideraban contrario a los valores, moral o ideología del régimen.

La censura fue especialmente intensa durante las primeras décadas del franquismo, cuando se impuso una fuerte represión contra cualquier forma de disidencia política y cultural. Se prohibieron numerosas obras literarias o artísticas (durante la guerra y primeros momentos de la postguerra, en el bando golpista llegaron a quemarse libros, amontonados en las hogueras como ocurrió en A Coruña cuando quemaron la biblioteca de Casares Quiroga) que se consideraban subversivas o inmorales y se persiguió a los escritores y artistas que se atrevían a desafiar las normas injustas establecidas.

La censura perduró hasta el final del régimen, siendo modificaba levemente en algunas ocasiones como ocurrió en el año 1966, con la llegada de las reformas impulsadas por Manuel Fraga Iribarne recogidas en la ley 14/1966. Y finalizó en el año 1977, cuando el Real Decreto 24/1977 acabó con la misma y comenzaron a sentarse las bases del nuevo estado libre que estaba naciendo.

 La censura escrita: prensa y literatura 

 En prensa

Durante la Guerra Civil, en las zonas que se sublevaron contra el sistema republicano, se cerraron periódicos y fueron sustituidos por otros de edición fascista como ocurrió en Zaragoza con la supresión del Diario de Aragón en favor del panfleto fascista Amanecer. De los periódicos del viejo orden republicano sólo quedarían ABC, Ya -católico- e Informaciones. Otros nuevos aparecieron como Arriba, Pueblo o Madrid. Y otros fueron prohibidos y perseguidos. Fue el caso de El Debate -católico- o Futuro -carlista- y de los republicanos o izquierdistas El Sol, La Voz, Ahora, La Libertad, Heraldo, Mundo Obrero, entre otros muchos.

La Ley de Prensa de 1938, citada anteriormente, sentó las bases para que los periódicos comenzaran a ser órganos del Estado sometidos a censura previa con un potente sistema de consignas.

Los principales medios de comunicación escrita estaban en manos de unos pocos privilegiados, miembros del Opus Dei, la familia Luca de Tena o personalidades vinculadas al movimiento tradicionalista, tal y como cuenta Clara Sanz Hernando (2017) en su trabajo 'La prensa en el franquismo. Desarrollo y evolución historiográfica. De la dictadura a la democracia'.

La consolidación política del régimen, una vez superado el aislamiento, favoreció a la libertad de prensa. Aunque los controles seguían, la prensa mantuvo el carácter anodino con una exaltación al caudillo y su obra desorbitante. La diferencia más notable vino en el sector de la cultura, donde falangistas como Pedro Laín o Antonio Tobar dejaron latentes sus disidencias con el régimen. Además, la Iglesia presionó esos años, ya bien entrada la década de los 50, para intentar eliminar restricciones que impedían la difusión de contenidos doctrinales.

En 1951, la Junta Nacional de Prensa Católica fue mucho más lejos, impulsando un proyecto que abolía la censura y abría la vía de libertad de prensa, pero el ministro de Información y Turismo, Arias-Salgado, falangista, se encargó personalmente de que el proyecto cayera en tierra de nadie.

Las disposiciones definían a la prensa como una institución nacional que debía de estar organizada, controlada y vigilada por el Estado franquista. El organismo que llevara esa importante tarea tenía que determinar el número y clase de publicaciones autorizadas, designar directores, reglamentar la profesión periodística y establecer la censura previa.

El régimen de sanciones era severísimo, abarcaba desde la incautación del periódico a penas de prisión y cárcel. Ninguna otra profesión sufrió una depuración tan radical y extrema durante esos años. Los textos debían servir al régimen y cumplir con los objetivos sociales, educativos y morales del Estado dictatorial.

La Ley de Prensa e Imprenta de 1966 de Fraga Iribarne abrió nuevas vías al mundo de la prensa, pero continuó coartando libertades a editores, articulistas y personalidades del mundo de la prensa escrita. La aprobación de esta ley fue un síntoma evidente de que el régimen estaba cambiando gracias a la cercanía con las democracias liberales europeas de las que se estaba "contagiando" en parte.

Finalmente, en el año 1977, en plena Transición, esta ley fue derogada y se garantizó desde ese momento la libertad de expresión y se reconoció el derecho a una información veraz.

En literatura

Si durante la primera mitad del siglo XX se habían visto en el Estado español unas generaciones llenas de autores y autoras brillantes y de un potencial enorme, la Guerra Civil Española provocó una ruptura tremenda con ellas. Personalidades de la Generación del 98 como Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez se ven empujados al exilio, otros como Ramiro de Maeztu son asesinados o aparecen muertos en extrañas circunstancias como fue el caso de Miguel de Unamuno, que fallece el último día del trágico año 1936, tras una serie de encontronazos con los fascistas que se habían adueñado de Salamanca. En la Generación del 27 las evidencias son más claras. Federico García Lorca es asesinado en Granada. Luis Cernuda, Rafel Alberti, Concha Méndez, Manuel Altolaguirre, María Zambrano, Francisco Ayala, Teresa de León, Rosa Chacel, Jorge Guillén y Pedro Salinas... parten al exilio. Y otros autores destacados como Miguel Hernández son conducidos a la muerte tras pasar por las inhumanas cárceles franquistas de postguerra.

En resumidas cuentas, la guerra y la represión acaban con el potencial humano e intelectual que representaban estas personas creadoras, que fueron los motores esenciales para que el Estado español tuviera su Edad de Plata en la cultura.

El conjunto de autoras y autores que permanecieron en nuestro país tras la Guerra Civil y que lograron evitar, en mayor medida, la voracidad de la represión franquista, tuvieron que hacer frente a las nuevas normas y códigos que se establecían desde el aparato de poder franquista.

La Junta Técnica del Estado, en 1937, en plena Guerra Civil, promulgaba que quedaban fuera de la ley libros considerados "comunistas, socialistas y libertarios" ya que resultaban subversivos al nuevo poder autoritario que se estaba estableciendo en el Estado español y así siguió siendo norma durante los primeros años de la dictadura. Además, se prohibió escribir en otras lenguas y dialectos diferentes al castellano. Los casos más notables ocurrieron con el vasco y el catalán. Como dato evidente, hasta final de los años 40 estuvo vetado publicar en lengua catalana.

La única literatura permitida durante los años 40 fueron panfletos que exaltaban y legitimaban el lenguaje que sostenían las figuras totalitarias del momento. Hablar de "victoriosa cruzada", "movimiento", "patria" y símbolos nacionales en los principales periódicos, de mano de intelectuales que apoyaron el alzamiento militar, era la realidad de esos primeros años de dura posguerra de dolor, hambre, miseria y revancha.

En medio de este panorama surge la llamada novela del tremendismo y la poesía desarraigada con figuras tan conocidas como la barcelonesa Carmen Laforet o el iriense Camilo José Cela, que, regateando a la censura, logran hacer una denuncia de los dramas y traumas, ligados a la represión y el hambre, existentes en la sociedad tras la contienda bélica.

Los años pasan, el régimen franquista es aceptado por comunidad internacional y la dictadura comienza a ceder espacios, pero con una censura aún palpable y latente. Unos espacios que se van adecuando, observando a los vecinos europeos, a los estándares mínimos de libertad en literatura. Es el momento de la Generación de los 50, de la aparición de la novela social representada en fenómenos literatos cómo Luis Romero, José Suárez o Miguel Delibes y en la poesía con figuras de la talla de Angelina Gatell, Gabriel Celaya, Blas de Otero y José Hierro, que denuncian en sus obras la política del momento, el régimen militar, el caciquismo y la corrupción política de una manera escueta e indirecta, capaz de evitar la mano censora. Algunos de ellos como Celaya u Otero tuvieron que publicar en el extranjero o "no publicar conscientemente". Autores como Manuel L. Abellán, han calificado esto último como un acto de autocensura, es decir, no exponer tus escritos por saber que van a ser censurados y habrá represalias.

Una vez entrada la década de los 60, el régimen expone sus puntos débiles. Una debilidad que la oposición a la dictadura aprovecha organizando protestas y unificándose. El mundo de la literatura no es ajeno a esta realidad y aparecen personalidades en el mundo literario y la poesía como Juan Goytisolo, Gloria Fuertes, Luis M. Santos, Ángela Figuera, Ángel Valente, María Beneyto, Gil de Biedma, Torrente Ballester o Juan Benet, que en sus escritos ya aparecen deseos de democratizar el país y abrir nuevos túneles de esperanza que dejen atrás el régimen personalista totalitario de Francisco Franco. En resumidas cuentas, buscan un cambio político y nueva visión imaginaria del mundo que les rodeaba.

Cuando Franco muere en 1975, la censura ya estaba en sus horas más bajas y, aunque perduró hasta 1977, el clima político y social de la época permitió que ya se comenzaran a notar los primeros aires de libertad en la literatura. Numerosos escritores y escritoras regresaron al Estado español décadas después de su condena al ostracismo, el ámbito cultural de la novela y la poesía daba pasos agigantados hacia la libertad total de edición.

El advenimiento de la democracia y la Constitución de 1978 lograron dejar atrás el pasado censor literario y esos hechos fueron aprovechados por diferentes personalidades para reflejar en sus obras lo que habían tenido que callar durante las décadas de dictadura, terror y miedo.

En resumen, la censura escrita durante la dictadura militar de Francisco Franco fue un elemento sustancial en el nuevo estado fascista que sirvió para sentar las bases del régimen. Los métodos que se utilizaron, unidos a la complicidad de ciertos individuos afines al régimen y la represión, provocaron que la población -en mayor medida- se sumergiera en unas ideas de corte totalitario y acabaran por aceptarlas.

Todo ello funcionó gracias al terror, miedo y desesperación que sufría la sociedad española de posguerra y que duró hasta bien entrados los años 70.

Este tema es de vital importancia abordarlo, no sólo para aprender de él, sino para entender como las fuerzas antidemocráticas se pueden imponer y mantener en el poder durante varias décadas. Como afirma Julián Casanova en su obra 'Europa contra Europa. 1914-1945' (2011), "en estos momentos en los que la verdad se impone a la amnesia" es importante rescatar estos episodios de censura de la historia del Estado español.


Fuente → arainfo.org 

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